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15 mar 2010


FERNANDO NIETO CADENA: pa` bravo yo

Por Luis Carlos Mussó

Quizá el más guayaquileño de nuestros poetas, aunque se defina como ecua-mex. Mejor deberíamos decir que Fernando Nieto (Guayaquil, 1947) es un guayaco de cepa, con todo lo que la palabra implica. Ha ocurrido un quiebre debido a su dilatada permanencia en México. Mi relación con Nieto se inició con la lectura de sus libros por los ochentas y un atento seguimiento a su carrera, aun cuando desde 1978 reside en tierras aztecas, primero en el DF, luego en Ciudad del Carmen (Campeche, en la Riviera Maya) y finalmente en Villahermosa (Tabasco). 

¿Cómo se hallaba el panorama de las letras cuando Fernando Nieto se iniciaba? ¿Cómo era el ambiente literario?

Para repetir un lugar común, el panorama era municipal y espeso, con ese aldeanismo que parece no quiere irse de una vez por todas. Mis inicios coincidieron con lo que se estaba haciendo en Colombia, el nadaísmo. En Quito los tzántzicos iniciaban sus rituales para espantar al torvo pequeño-burguesito que anida aún en lo ‘mejor’ de nuestra sinuosa sociedad con tufo literario bajo el marco musical de una de las tantas hilarantes dictaduras militares que, marcialmente, frenaba la dipsomanía del presidente en turno. Del ambiente literario poco recuerdo porque en esos años iniciáticos estuve en Quito donde fui a estudiar según yo Letras y caí en la especialización de Literatura del Instituto Superior de Pedagogía de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, amén. Por entonces se dijo que la narrativa ecuatoriana seguía viajando en carreta mientras la del resto de los países lo hacía en jet. En poesía el ambiente era algo –no mucho- distinto. César Dávila Andrade, ninguneado en Ecuador se suicida en Caracas y da lugar al complejo de culpa de sus contemporáneos que lo endiosan tras el descubrimiento de su grandeza. En el terruño patrio dominaba la obra y la presencia de Hugo Salazar Tamariz, Carlos Eduardo Jaramillo, Francisco Tobar García, Efraín Jara Idrovo, Antonio Preciado, Rubén Astudillo, Euler Granda y Ana María Iza, para nombrar sólo los poetas que consideré y considero fueron los más representativos de esos años sesenta y que se consolidarían aún más con el tiempo y las aguas. Jorge Enrique Adoum estaba fuera del país pero por sus Cuadernos de la tierra de alguna manera era ya uno de los pilares de la nueva poesía ecuatoriana, para mí el mayor sobre todo por sus libros posteriores. A esto debo agregar las reuniones para hablar, discutir y canibalizarnos bajo la maldición gitana del ‘te leo si me lees’ que perpetrábamos algunos amigos compañeros de la universidad como Julio Pazos, Raúl Pérez Reyes y César Cabrera. Mis años de formación cómo escritor corresponden a los años de mis estudios universitarios. Leía mucho y de todo mientras iba conformando mi particular lista de bateo de escritores, urbi et orbi, en la que irrumpieron de golpe y porrazo los poetas de la Generación Beat a través de la revista El corno emplumado de siempre homenajeable memoria. Con lo de formación quiero decir y reconocer que mi percepción del ambiente literario estaba marcado por las clases y las discusiones en la Universidad Católica donde el centro intelectual era Paco Tobar. Al terminar mis estudios, regreso a Guayaquil en 1970 y me integro a la fauna de eso que el buen Bourdieu llamó la reina de los mares, digo, campo literario que no es otra vaina que el quítate tú para ponerme yo en ritmo de guarachita sandunguera.

¿Qué es lo mínimo básico que se requiere para que un poema pueda ser llamado tal?
Lo mínimo que se requiere es la complicidad del ‘hipócrita lector’ que lee un texto que se le propone como poema y que por su eficacia comunicativa estética se le impone a su sensibilidad como texto literario. Lo menos que le pido a un texto es que tenga ritmo y me redescubra el mundo, la vida en cada uno de sus versos o párrafos, que me suene a ‘es la primera vez que leo algo parecido’ y que al mismo tiempo me induzca o me provoque para pensar ‘yo también puedo hacerlo’. Por lo demás y como siempre la última palabra nunca sabremos quién la tiene así como nunca sabremos quién será el que apague la luz galáctica después de irnos.

Latía por entonces la esperanza de un gran partido que aglutinara los movimientos de izquierda. ¿Cómo sortear los peligros en que se puede caer al recorrer las temáticas amorosa y/o política?
Durante el tiempo que viví ahí (hasta 1978) nunca supe de la esperanza de contar con un gran partido de izquierda. Se vivía como siempre, de prestado, de lo que sucede fuera: la mítica revolución cubana, la experiencia chilena frustrada por el pinochetazo, los heroicos combatientes heroicos siempre muertos (tal vez por eso siempre me pareció y me parece más admirable la figura de Fidel Castro –con todos sus errores y a lo mejor, gracias a ellos también paras desmitificar la sacralidad de los héroes) que la del Che, hoy pasto de playeras transnacionales. En esos tiempos el peor enemigo de un militante de izquierda era otro militante de izquierda de una secta distinta.
Para mí nunca hubo problema para recorrer las temáticas que pensaba desarrollar. Como nunca le pedí permiso a nadie para escribir, si necesitaba expresarme a través de un texto de tema amatorio (siempre me deslicé hacia lo erótico rayano en lo porno) lo hacía con la única preocupación de resolver el problema poético de escribir un texto que mediante una exploración lúdica del lenguaje me permita comunicar mi percepción/recuperación de una experiencia amatoria, fallida o feliz/orgásmicamente consumada. Cualquier otra prevención nunca la tomé en cuenta. Lo mismo con lo político ya que la política la he asumido más allá del partidismo que me parece lo más pueril y vergonzoso del parasitismo y corrupción sociales.

¿Qué es Guayaquil? ¿Está esa ciudad diseñada o replanteada con igual fuerza en toda tu escritura?
Como sucede hasta en las mejores familias, Guayaquil es una invención, una más, para alimentar y satisfacer nuestro imaginario colectivo y particular y no sentirnos huérfanos de historia. Lo que alguna vez vivimos y experimentamos como ciudad, en lo que a mí respecta, a fuerza de nostalgizarla se fue diluyendo entre saudades y recuerdos. De todas maneras, en algún momento la ciudad de México me asfixió precisamente por mi añoranza de muelles y puertos, por lo que a la primera oportunidad que se me presentó fui a dar a una isla, ciudad y puerto y después a esta ciudad Villahermosa, donde resido. La semejanza de esa isla y esta ciudad con Guayaquil tienen que ver con el mar, el calor y una cultura que no puede disimular su influencia caribe. Creo que esto hizo que poco a poco el recuerdo de Guayaquil se diluyera sobre todo al saber que ha cambiado, que ya no la reconoceré como me dicen que ha cambiado. Esto explica el porqué el habla guayaquileña aparece en mis textos actuales más como referencia anecdótica que como vivencia. Y es lógico que sea así. Escribo de mi cotidianidad, mi patria es la literatura, el lenguaje, si vale la perogrullada y de Guayaquil cada vez me quedan sólo escombros y fantasmas lingüísticos además de unos amigos y amigas a los que todavía extraño.

Sé que muchas veces habrá salido el tema, pero ¿qué implicó el grupo Sicoseo, la publicación de su revista, las jornadas de charlas literarias y políticas?
En los últimos días recordar Sicoseo me ha significado dos experiencias dolorosas de distinta naturaleza. La primera fue leer la entrevista que salió en El Telégrafo, a Fernando Artieda. Me dolió por la atmósfera necrológica, por la afirmación y confirmación de la certeza de la muerte, no por resignación ni por el lugar común de que nadie saldrá vivo de este mundo, sino por la aceptación vital que no asume grandilocuencias filosofocantes. La otra experiencia dolorosa fue leer un texto de un integrante de Sicoseo donde elogia a uno de los más nefastos empresarios políticos que la corrupción y la putrefacción sociopolítica del ecuador pudo parir en la ultraderecha ‘orgullosamente’ guayaquileña. Me hizo pensar en si de algo sirvió Sicoseo. Me sigo preguntando y ahora con vergüenza si la utopía que efímeramente quiso ser Sicoseo se justificó cuando ahora se asiste al triste espectáculo de mirar y comprobar que el verso nerudiano es procazmente cierto, nosotros los de entonces ya no somos los mismos, y ahora hacemos y decimos todo aquello contra todo lo que estuvimos en contra. Pienso que es inevitable envejecer pero creo que debemos luchar por envejecer con dignidad y no se diga lo que decíamos de otros, incendiario en la juventud bombero en la vejez. Creo que este segundo dolor fue más dolor porque lo de Artieda no es decisión personal, nadie decide enfermarse de nada; en cambio lo otro es una decisión y definición con la que se manda al carajo todo lo vivido.
De Sicoseo se han escrito muchas cosas y cuando hablan de sus orígenes se fantasea y se escamotea la realidad. Esa necesidad de mitificarlo todo ha hecho que Sicoseo se haya originado presuntamente en el café Montreal lo que no es muy cierto. Nos reuníamos una disparidad de escritores en lo que se llamaba el café de la Casa de la Cultura, donde entre cafés, cervezas y whiskys que un coreano, administrador del café, se tomaba la molestia de ir a comprar a una licorera cercana, surgió entre varios amigos la idea de implementar un taller, según el proyecto que Migue Donoso me dio cuando estuve una semana por primera vez en México en 1974. La primera reunión fue en la casa de Carlos Calderón Chico, por el parque de la madre; después fue en la casa de los hermanos Villavicencio, Solón y Gaitán. Esto fue después de un largo rato de reunirnos también en la casa de Hugo Salazar. El grupo inicial fuimos Edwin Ulloa, Héctor Alvarado, Fernando Artieda, Carlos Calderón y yo. Luego se integraron Jorge Velasco y Hugo Salazar, para entonces Carlos Calderón ya no asistía a las reuniones. Cuando empezamos a reunirnos en la casa de Solón, ya había salido el único número de la revista, y nos reuníamos ahí ya con la presencia de Fernando Balseca, Raúl Vallejo, Cecilia Ansaldo y varias alumnas o compañeras de la universidad católica. Ya estaba integrado además de los hermanos Villavicencio, otro sociólogo, José Luis Ortiz. Los tres buscaron enderezar la nave hacia puertos políticos. De lo demás, lo que hacíamos deshacíamos discutíamos y volvíamos a discutir, se ha repetido más o menos con cierta puntillosa exactitud, lo de puntillosa por que cada uno pretende o quiere ser el ‘masmás’ de Sicoseo.
Lo del Montreal fue después de salida la revista y cuando yo ya andaba por México. El Montreal era el sitio donde paraba Jorge Velasco y al que llegaban Balseca y Vallejo, luego se unieron Itúrburu (los Fernandos somos una plaga en la poesía guayaquileña). Los demás seguíamos en el café de la casa de la cultura. Lo del Montreal más bien responde al momento de la desaparición de Sicoseo, no a su nacimiento y desarrollo efímero.

¿Cómo eran las reuniones, concretamente en cuanto a las lecturas?
Las lecturas –literarias- eran dispersas e individuales, no hubo sistematización y se discutió poco, quiero decir, no buscamos construir una osamenta teórica para -como grupo- exhibirla sino más bien asumirla cada uno de acuerdo a nuestras particulares necesidades expresivas. Esto nos llevó a revisar textos básicos del pensamiento de ese viejo verde que fue Carlitos Marx. El problema es que para entonces Sicoseo estaba conformado por dos tendencias, la polítizadora (a su vez con varios polos) y la creadora. Uno de los imperialismos académicos ideologizantes de la época era el sociologismo como visión, percepción y explicación de la vida, la sociedad y etc. de etcs. Nos reunimos bajo las palmeras no borrachas de sol de ese espejismo, queriendo compaginar lo interpretación sociologista con la elaboración de textos literarios. Había algunos que no aceptaban del todo esa invasión extra-literaria y deseaban que en las reuniones haya menos política y más literatura. Pienso que las verdaderas discusiones e intercambio de lecturas se daban fuera de las sesiones cuando nos encontrábamos en el café o al amparo de unas libidinosas costillas en un local sindical frente al parque Centenario en su esquina noroeste (al margen, me acabo de enterar que ese lugar subsiste y siguen consumiéndose esas costillas, lo que me alegra ya que eso sí me entristecería si llegaran a desaparecer porque es una parte de mi ritual el ir en peregrinación a ese templo de la gastronomía ‘popular’ en caso de ir a Guayaquil). No sé, cada vez me convenzo más que lo de Sicoseo fue más una aspiración de utopizar el presente porque el futuro siempre estaba a la vuelta de la esquina. Pienso que es en estos años cuando estamos viendo la verdadera obra de Sicoseo en novelas como la de Jorge Velasco, la de Raúl Vallejo sobre Medardo Ángel Silva y que de alguna manera esa pretensión, algo de esa pretensión, la están rescatando alguna de las promociones poéticas de los últimos años; pienso también que mi obra actual no ha roto del todo con esa pretensión, porque no he dejado de ser un obsesivo aprendiz de cotidianidades.

El bar Montreal cerró definitivamente. Y la última novela de Jorge Velasco, Tatuaje de náufragos, aborda esos personajes, espacios y tiempos de Guayaquil ¿En qué se ha convertido ese ambiente evocado (no sólo por dicho espacio, sino lo que implicaba)? ¿Se cierran metas de esa manera?
En lo que a mí me concierne la desaparición del Montreal no significa la pérdida de nada. Como se dijo alguna vez cuando murió algún personaje barrial del lumpen de la Marimba, nada ha perdido la patria con la muerte de ese negro hijueputa, de la misma manera nada se ha perdido que no sea la carencia para el devoto trasiego de cervezas en que se convirtió para algunos jóvenes y no tan jóvenes escritores ese lugar. Esta parte bebestible no la viví. Fueron otros quienes la vivieron y ellos podrán asumir el réquiem por el Montreal.
La novela no la he leído, ya estoy amenazado de que me la van a enviar. Sé que aparezco como personaje y no sé si sólo de manera incidental o más o menos protagónica (alguna vez Jorge me mandó un e mail diciéndome que iba a escribir esa novela donde yo sería personaje y que me iba a mandar unos cuestionarios para documentar mejor mi presencia en la novela, esto nunca sucedió). Sé, por otra parte, que más de alguno de los integrantes de Sicoseo salen mal parados en la novela. Supongo es la versión personal de Jorge sobre eso, y por lo que sé su opinión ha sido negativa o despectiva de lo que fue Sicoseo, lo cual me parece respetable, después de todo su participación fue más de casi quinta columnista que de integrado. Lo cual no quita ni resta méritos a la calidad literaria de su obra.
Esos tiempos vividos bajo el aura cada vez más mítica de lo que fue, quiso ser y apresuradamente pudo ser Sicoseo, son pasto hoy de nostalgias donde cada uno a lo mejor busca encontrar sus huellas para empezar la cuenta regresiva rumbo a la nada.
Quienes participamos en Sicoseo, la mayoría, estábamos convencidos e imbuidos de que a través de esas reuniones se estaba haciendo (escribiendo) algo distinto y diferente a lo que se estaba haciendo do manso lame el caudaloso Guayas. Tal vez pecamos de ilusos y de mesiánicos pero creo que actuamos de buena fe. Que no supimos o no quisimos o no pudimos concretar esos ensueños ya es otro bolero que suena desafinado y eso, cada uno deberá responder y asumir las consecuencias.
No creo que ningún proyecto se cierre por la desaparición física de un espacio por mítico o mitificada que haya sido. Pienso por otro costado que la meta de Sicoseo nunca podrá cerrarse porque probablemente nunca nos propusimos una meta que no sea la de escribir con cierta coherencia estética, vaina que de por sí implicaba la aspiración a una coherencia ideológica sin pretender prestar la voz a nadie.


¿Estás de acuerdo en que tu poesía puede ser leída como una épica de lo cotidiano? Dentro de ésta, ¿cómo se proyecta la música salsa?
No solo estoy de acuerdo sino que yo mismo lo pregono y lo presumo. Se trata –pienso- de una épica intimista para describir/testimoniar la especiotemporalidad que tuve y tengo la suerte de vivir. De la exterioridad de mis primeros libros hay un salto no mortal pero sin red hacia la intimidad con una exacerbada y a ratos farragosa obsesión por el yo que en mi caso y no es ninguna novedad, es un yo colectivo y también muy personal, vaina que de tan obvia hasta da vergüenza decirlo.
Lo de la salsa surge de la búsqueda de una identidad más allá de la quejumbre conmiserativa de una historia falsificada con la que nos enmierdaron la existencia. Sin una historia verdadera a la cual asirnos (el cuento de la patria, lo dijo sabiamente Benjamín Carrión y a lo mejor ni se percató qué cuestionaba toda la patraña patriotera) cada uno tiene el derecho a buscar su identidad con las raíces con las cuales, precisamente, se identifica. La música afrocaribe ha sido y es una de mis obsesiones y tiene mucho que ver con ese nudo gordiano que es la guayaquileñidad –si existe algo que pueda y deba llamarse así. Los puertos son emporios de influencias multiculturales y Guayaquil no escapa a eso. La salsa, además, me ayudó a encontrar un ritmo expresivo, una tensión comunicacional donde la forma y el contenido son una realidad evidente más allá de cualquier teoricismo de manual estético. Y tiene que ven con lo popular (aclaro, nunca pretendí ni aspiré ni soñé llegar a ser un poeta popular, conste) y lo popular tiene que ver con lo estético-ideológico propio de todo lenguaje. Y así ad-nauseam.

¿Cómo llegan a amalgamarse en la poesía (en tu poesía, quiero decir) los distintos elementos de la realidad extralingüística a los que se remite?
Bueno, no estoy muy seguro haya elementos de la realidad extralingüística ya que para mí y no sólo para mí, lo única manera de vivir es a través del lenguaje por la necesidad gregaria de comunicarnos los unos con las otras, los unos con los unos y las otras con las otras. En última instancia todo se reduce a una necesidad de expresión que debemos verbalizar so pena de enmudecer sin que la historia nos absuelva. Hablo de la responsabilidad y compromiso esencial de quien se asume como escritor. Supongo que pude realizar eso que llamas amalgamar haciendo lo que hace todo narrador y aquí entro en una de las posibles características de mi trabajo poético, eso que antes mencionamos como épica de la cotidianidad. Mi poesía tiene una fuerte atmósfera narrativa, lo cual no es nada nuevo decirlo. Esto supongo me permite hacer los diversos frankeinsticitos que son mis textos donde selecciono y a veces disecciono múltiples fragmentos de nuestras cotidianidades para que deliberada o inconscientemente se asuman y aparezcan como estancias de una sola realidad, la que interioricé y regreso exteriorizada a través de un lenguaje que trata de mantenerse en un constante y necio monólogo interior. Lo narrativo tiene su parte anecdótica que a lo mejor sólo para mí es significativa. En mis inicios, Paco Tobar insistía en que yo era narrador por excelencia; no sé si para desgracia o fortuna mía mis pasos me llevaron a la terquedad de querer demostrarle –en lo más hondo de mi enfebrecido inconsciente- que también era poeta, y encarnizadamente entablé una guerra a muerte (Ricardo Maruri alguna vez me escribió que la vida es a muerte, y estoy de acuerdo) con las palabras para que me acompañaran en este oficio de pesadumbres que Huidobro dijo es la poesía.

¿Qué cambios se dieron en el paso a México? En esta faceta mexicana también ha habido traslaciones ¿qué surcos dejaron estas últimas?
Los cambios, sospecho, son especialmente formales. Asumo como mi vehículo de expresión el verso largo que ya lo había empezado a utilizar poco antes de venirme a México. En este sentido, mi libro Somos asunto de muchísimas personas es la suma de lo que estaba escribiendo luego de De buenas a primeras y lo que empecé a escribir ya radicado en la ciudad de México que mostraba, pienso yo, los andariveles por donde iba discurrir en lo futuro. En este sentido Los des(en)tierros del caminante es un libro como ajuste de cuentas con la nostalgia, como si me hubiera dicho ya estuvo suave con la puta nostalgia, ahora estás aquí y no en Guayaquil, y por más que la nombres y añores no pasearás por las anchas alamedas, es decir, por los malecones, bulevares ni te perderás en la Villa Nati, Carlos V o en Casa de las Muñeca ni frecuentarás la cantina de Tiburón ni la del capitán Pedro. Fue decirme, a la mierda los recuerdos no hay más saudade. Ese fue mi aullido del cisne (esto es un homenaje a Mario Santiago). Después vino un texto largo, Contra las difamaciones de la carne, donde asumo de una vez por todas que mi lugar de residencia es México y que Guayaquil sólo era ya el escombro de ese amor de lejos. Por supuesto no he asumido todo el habla mexicano pero despacio e irremediablemente va apareciendo cada vez con más frecuencia con unas cuantas regresiones al habla guayaquileña de hace treinta años, no sé cuánto haya cambiado ni cuánto se haya enriquecido esa habla ente lapso. Y estas son, considero, mis traslaciones, las trastocaciones diría el reviejo filósofo Cocada.
Y sin embargo, dicen, sigo siendo el mismo aunque los referentes de allá los haya trasmutado por los referentes de acá, proceso que se intensificó cuando viví en la isla, ciudad y puerto del Carmen (esto del pomposo nombre no es vaina mía sino que los ‘carmelitas’ de pronto así la denominan cuando hablan o escriben sobre ella). El trópico, enseña el sabio docto doctor Perogrullo, es el trópico aquí o en la China. Es decir, busqué vivir en un lugar que se pareciera a ese terruño aunque sea para desmentir al romance aquel siempre tengo que escaparme y abandonar lo que quiero (citado de memoria, obviamente).

¿Qué actividades relacionadas con la literatura mantienes en México?Trabajo y vivo en olor de literaturalidad. Doy clases relacionadas siempre con la escritura; incursiono por el terreno editorial, publico de vez en cuando en diarios o revistas hasta que la censura pretenda coartarme. En este momento coordino un taller de novela corta, imparto tres talleres individuales de poesía y según los calendarios de la Escuela de Escritores local me soportan con los módulos de Teoría literaria, Corrientes literarias contemporáneas y Ensayo en los diversos diplomados de la escuela, donde además coordinó su Centro de Investigaciones Literarias y doy cursos para titulación, en verano, en universidades cercanas a Tabasco.

¿Qué vías adopta la academia mexicana en materia de literatura? Si bien con alguna frecuencia imparto cursos o participo en seminarios en universidades, no me asumo ni aspiro ni me engolosino con la pretensión de vanagloriarme como académico. Mis clases las comparto desde mi condición de creador, por lo que muchas veces según yo, desdigo a los teóricos con sus infumables malversaciones retórico-teoréticas. Los académicos de oficio y despotricio siguen a pie juntillas las modas intelectuales con embeleco de infante lactador de novedades de último ordeño. Bourdieu aparece en cualquier tesina de universidad aldeana, casi siempre mal digerido o digerido al apuro. El pretencioso retorcimiento de exótico elitismo a lo Harold Bloom también campea, lo mismo cuanto hay de novedad en las librerías o en los rincones de la internet para iniciados. Para que no me miren como a niño despistado cada vez que puedo pregunto a mis amigos que deambulan por los antros académicos qué se está rifando entre la gente bonita de amanecido pensamiento; después veo cómo hacer que esos libros lleguen a mis manos, aunque a veces me olvido y busco con frenesí de novio ensimismado los últimos discos aparecidos con la divina salsa en su interior.

¿Qué hay de las viejas pasiones, aparte de la salsa? ¿Qué del béisbol?Cuando estaba en el Distrito Federal iba bastante seguido al béisbol, por lo menos una vez cada quince días. Aunque Villahermosa era antes únicamente beisbolera –su majestad el fútbol ya hace roncha por acá- hoy voy muy poco, llevo ya casi dos años sin ir a ningún juego de pelota entre otras cosas porque mis amigos de acá son tan pero tan intelectuales que odian la palabrita deporte, eso sí las visitas a los centros culturales nocturnos son más frecuentes aunque a mí y no es por puritanismo, ya no me hacen ninguna gracia, bueno, mientras no aparezca una mulatita que me haga olvidar mis malos pensamientos de ya no incursionar por estos laberintos de la nocturnidad transfigurados en caderamen y tetamen libidinales. Por desgracia la lucha libre cayó en mano de esa mierda que es Televisa y se jodió todo. Ahora sí debo reconocer que en el pasado y esto se refiere hace veinte años, la lucha libre todavía era el teatro popular más entrañable que he visto. Cuando estaba en el DF iba todos los domingos al Toreo de Cuatro Caminos donde se escenifican las luchas, ahí vi la despedida del Santo entre otros portentos. Y como siempre la vieja obsesión de siempre sigue intacta. Mi única religión son las divinas mujeres ante quienes uno no tiene más remedio, dice el cancionero, que adorarlas, esto, acercarse de rodillas al nalgatorio.

¿Cuán productivos son los encuentros literarios? No sé si haya cambiado la medida, pero si de un taller literario sale un solo escritor la tarea está cumplida. No sé cuánto tiempo dura el proceso de taller en Ecuador. Aquí, cuando Miguel Donoso era el coordinador nacional de talleres, duraban tres años con sesiones quincenales de doce horas mínimo. Cuando se fue para Ecuador, rebajaron el tiempo a un año, supongo para alimentar las estadísticas y poder informar que –por supuesto- se había incrementado el número de talleres. Las sesiones en provincia ya no son quincenales, son una vez al mes y ocho horas de trabajo. Los talleres que imparto son semanales con un mínimo de tres horas por sesión. Todo esto para decir que sigo creyendo en la bondad de los talleres, incluso si el coordinador ejerce una influencia demoledora. Es cuestión de cada uno romper con ese predominio. Si no hay personalidad literaria no se podrá romper los cordones umbilicales con que algunos viven atados al coordinador. Si uno, como coordinador, se percata que no hay distanciamiento, pues uno mismo debe provocarlo ya que, si no se perpetra el sano parricidio intelectual, se creará una prole lastimosa de talleristas despersonalizados. Además, ya que de influencias se trata, debe dejarse de ver a las influencias como una enfermedad venérea. En literatura como en la vida no hay bastardismo, el hijueputismo no existe, todos tenemos más de una influencia y el taller, entre otras cosas, enseña cómo manejarlas.

¿Cómo te mantienes al tanto de lo que sucede en tu país?
Uno de los mejores y mayores inventos de la magia del hombre blanco es la internet; esto me permite acercarme a varios diarios de Ecuador para tener una idea de lo que está sucediendo y de lo afortunados que son que no esté allá y viceversa. Además vía email amigos y amigas me informan de la parte que no sale en los diarios. A partir de la presidencia de Rafael Correa la prensa mexicana se interesa más en Ecuador. Mis naufragios internéticos (no interniéticos) los hago pasando un día o dos.

Se habla cada año del asunto: ¿está en tus planes regresar al Ecuador? En realidad no sé quiénes hablen de posibles planes para regresar al Ecuador. Una o dos personas tal vez, pero en cualquier caso siempre será un regreso en pisa y corre. Quiero decir que ni siquiera de paseo pienso ir. Si voy será porque me inviten a participar o estar haciendo algo durante un tiempo más breve que largo. En otras condiciones, no, tanto Ecuador como yo hemos podido sobrevivir sin reencontrarnos así que unos años más sin vernos no nos conducirá al martirologio. Con sinceridad no sé qué podría ir a hacer allá. Tengo la impresión que tienen la misma información que se puede tener por acá, el mismo acceso a libros, al margen de que ya existen editoriales privadas que, por lo que veo en las carteleras de libros de los periódicos, tienen un trabajo consistente y permanente.
Mi pregunta es ¿a qué volver? Veo que se mantiene la misma estúpida confrontación costa-sierra o mejor, Guayaquil-Quito, y por si fuera poco, un excremento político humano propugna el autonomismo (con la cobardía de no expresar que se trata de separatismo) de la misma manera como la ultraderecha lo plantea en Bolivia. Suficiente tengo con la ultraderecha mexicana.

¿Qué rumbos toma la poesía latinoamericana contemporánea? ¿Hacia dónde se dirige? No tengo idea de los rumbos que puede tomar la poesía latinoamericana. No sé si la presencia, posmortem, apabullante y castrante de Octavio Paz siga prevaleciendo mortem como veo que prevalece no sólo en México. De pronto el oficialismo canonizador de vivos y vivillos hace que los muertos resulten a la postre y después de los postres buenos samaritanos. Presiento que todavía durará esa pereza mental que se disfraza de minimalismo para escribir presuntos poemas a cuenta gotas, poemitas que no son más que prosa interrumpida a destiempo para dar la impresión de versitos, todo para que el pobrecito descerebrado poeta no se agote, claro, pensando en el lector, dicen, debe ir a trabajar y le queda poco tiempo para leer.
Espero que el rumbo que tome no sea el marcado por las transnacionales editoriales que se empeñan con denuedo y entusiasmo en vendernos gatos y ratas por liebre. Desde hace mucho dejé de creer en los concursos, sobre todo de las ‘grandes editoriales’ que premian al autor de turno para promover la venta de sus libros. Claro, de vez en cuando premian obras realmente eficaces y eficientes, para taparle el ojo al macho y no vea como atracan a su amada.
Mi confianza es que la poesía siga siendo lo que fue y es. El reino donde las burocracias culturales nunca fueron tomadas en cuenta para dictaminar lo que va a trascender o no, donde los santones se mean de susto cada vez que la poesía incursiona como ángel exterminador por los nichos de la fama lograda a pulso de mercadotecnia y televisión. Cada poeta sabrá escoger su andarivel y treparse a los trenes subterráneos de su discurso para sorprendernos con la restauración del caos original que habita en nosotros. Por lo demás y no soy ningún pronosticador de horóscopos, pienso que la poesía seguirá manteniendo su llama flamígera subversiva y trasgresora como fue escrita antes, como se escribe y como se seguirá escribiendo mañana. Digo.

¿Todo tiempo pasado fue mejor?Jamás. Al contrario, siempre que me despierto y descubro que sigo vivo sobre este planeta me digo y refuerzo algo que me motiva a continuar esta odisea de vivir, sin existencialismos de melodramática ramplonería, y ese algo es que mi consigna no es otra que la de que todo tiempo pasado fue peor. Así de simple y maniqueamente dicho.

¿En qué nos hallamos embarcados en estos momentos? ¿Qué hay de los proyectos narrativos de Fernando Nieto?Lo primero es ya que no me preocupa saber si lo que escribo es poesía o es narrativa. Cuando leí Entre Marx y una Mujer Desnuda de mi siempre querido y admirado y ¿por qué no? venerado maestro y amigo Jorge Enrique Adoum (esta expresión de maestro y amigo es una apropiación de un lugar común mexicano), empecé a sospechar que a eso de ‘texto con personajes’ se reduce la escritura con un levísimo aporte que hago de que lo que escribo son textos con y sin personajes. El vehículo cada vez más absorbente es el verso largo, larguísimo que incluso rompe con la dialéctica versicular y coquetea descaradamente con la prosa narrativa. Versículo que conserva la ausencia de puntuación que casi desde mis inicios he perpetrado, precisamente para exigirme la búsqueda y sostenimiento de un ritmo sincopado verso a verso. Esta ausencia de puntuación ya la trasladé a textos pensados como narrativos como un cuento, Sonido Bestial, publicado en un diario de Villahermosa. Ahora estoy explorando escribir mis futuros ensayos también sin puntuación, tal vez como un sinuoso, retorcido y anacrónico homenaje al John Cage de sus conferencias y creo también de sus partituras. Y no descansaré hasta que cuestionarios como este los escriba también sin puntuación.
Escribo mucho y publico poco. Tengo más de treinta libros de lo que vulgarmente se etiquetan de poesía, tres presuntas novelas que por las continuas correcciones y versiones que hago de cada una están condenadas a desaparecer de mi computadora, además ningún editor se ha interesado por publicar esa poesía y esas ¿novelas? Esto me permite decir una preocupación. Alguno de mis amigos me dijo que se estaba preparando una antología de mi poesía para publicarla en Ecuador. Mi preocupación va por lo siguiente, lo que se conoce de mi obra es lo que se publicó en Guayaquil, es decir, algo así como la cuarte parte de todo lo que llevo escrito como poesía; ergo, si es verdad ese buen chisme que me dieron ¿qué clase de antología será? Bueno, si es que es cierto tal proyecto y no alguna despistada broma macabra. Esto último, porque nadie pero nadie me ha escrito formalmente para plantearme esta vaina, digo, para allegarse copias internéticas de todo lo escrito a partir de 1986 (los des(en)tierrros fueron escritos entre 1982 y 1985). Lo último que escribí se llama Rumores de Yatuvés, texto de setenta páginas tamaña carta a renglón seguido en catorce puntos times roman, márgenes de 2.5 cms. por cada costado. Lo concluí a mediados de diciembre. Ahora empecé Memorial del Nómada y ya van trece páginas. De paso, escribo mucho y corrijo muchísimo más, cinco páginas las reduzco a una en promedio.
En fin, la dolorosa certeza de Fernando Artieda de que escribirá hasta el día de su muerte quiero compartirla y ampliarla con otra, una más de mis consignas y acaso la más reconfortante, ¡POESÍA O MUERTE, ESCRIBIREMOS!

10 mar 2010

LECTURA POÉTICA: LÍNEA IMAGINARIA
Héctor Hernández Montecinos y Ernesto Carrión


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Fecha:viernes, 12 de marzo de 2010
Hora:19:30
Lugar:Alianza Francesa de Guayaquil



Héctor Hernández Montecinos (Santiago de Chile, 1979) es Licenciado en Literatura (Universidad Católica de Chile) y Doctor © en Filosofía mención Teoría del Arte (Universidad de Chile). Su primer libro fue No! (Ediciones del Temple, 2001), el cual junto a un par más aparecen reunidos en [guión] (LOM, 2008), el siguiente es [coma] pronto a reeditarse por la misma editorial y hay un tercero en preparación. Debajo de la Lengua (Cuarto Propio) es la segunda trilogía del autor y está pronta a publicarse. Además se han publicado varios adelantos o selecciones parciales de su obra como Putamadre (Lima, 2005), La poesía chilena soy yo (Cochabamba, 2007), Livro Universal (São Paulo, 2008, traducido al portugués), NGC 224 (Ciudad de México, 2009) y LSD (1999-2009) (San Juan, Puerto Rico, 2009), entre otros. Su trabajo poético lo ha llevado por casi toda Latinoamérica, además del Latinale 2007: Festival Itinerante de Poesía Latinoamericana en Alemania; también a sido traducido al alemán, inglés, portugués, francés, holandés, catalán, vasco, checo y polaco para antologías y revistas. Ha sido becario del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes como ensayista (2003), por su doctorado (2004 y 2005), como poeta (2006), como gestor cultural por “Poquita Fe: III Encuentro de poesía latinoamericana actual en Chile” (2008) y como investigador por “El Arte Irresistible: Acciones de arte en Chile entre 1973 y 1989” (2009). Desde el 2008 reside en México donde da talleres, conferencias y es editor del sello “Santa Muerte cartonera”. A los 29 años recibe el Premio Pablo Neruda que le otorga la Fundación homónima por su destacada trayectoria tanto en Chile como en el extranjero. Cuarto Propio está pronta a publicar su libro teórico El Arte Irresistible: Acciones de arte en Chile (1973-1989).


Ernesto Carrión (Guayaquil, Ecuador, 1977). Es autor del libro La muerte de Caín, cuarteto formado por los poemarios: El Libro de la Desobediencia, Carni vale, Labor del Extraviado y La Bestia Vencida (CCE, 2007), que es, a su vez, el primer volumen de una trilogía única titulada: Ø. Del quinteto Los duelos de una cabeza sin mundo, volumen siguiente, ha aparecido hasta el momento el libro: Demonia Factory (Zignos, Lima, 2007/ Eskeletra, Quito, 2008/ Limón Partido México D.F., 2009). Además ha publicado: Toma esta cabeza mestiza por donde rodará un dios judío (Santa Muerte cartonera, México D.F., 2008) y junto al poeta peruano Maurizio Medo los libros Contramano y Álbum de arena (Consulado del Perú en Guayaquil, 2008). Preparó también el libro Identidades a Plazo [Recopilación de textos de pacientes del Hospital Psiquiátrico Lorenzo Ponce] (CCE, 2008). Ha sido Premio Nacional de Poesía César Dávila Andrade (2002), Premio Latinoamericano de Poesía Ciudad de Medellín (2007), Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade (2008), Finalista del II Certamen Hispanoamericano de Poesía Festival de la Lira (2009) y Becario del Fonca y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (2009).

*foto: cortesía de Diana Coca

8 mar 2010

EL ARRIBAJE

Maurizio Medo





Desde mi hacer, insisto en el uso del verbo “hacer” en lugar de referirme a una “condición” (la de poeta) como si se tratara de un título o un “status”, me percibo como un reincidente contumaz y, si tuviera que confesarme ante uds. (sin púlpitos ni santos), lo primero que haría, sin pausa o titubeo, sería reafirmar la inconformidad que experimento ante eso que pretendemos entender, que entendemos, como realidad, la que, a veces, me sabe sólo a caprichosa autarquía. Una equívoca. De ahí la necesidad de habitar en otra, paralela: la escritura.
"Cuanto más lejos vamos, -nos dice Rilke- más personal, más única se vuelve la vida”. Creo que la inconformidad es la única vía a través de la cual puedo explicarme el hecho de que un grupo de individuos pueda escribir poesía en pleno desmadre post-histórico. De cara a cómo se nos presentan las cosas –calentamiento global, falta de agua, sismos y desastres naturales, crisis financieras, pandemias etc.- la primera pregunta a insinuarse es ¿Por qué se escriben, por qué escribimos, poemas? ¿Por qué no conformarnos y utilizar el idioma para los fines corrientes y prácticos? ¿No es más útil el libro de Inventarios y Balances que aquellos llamados Trilce o Altazor?
En mi caso la historia comenzó por una suerte de voluntad ajena: mi familia era un poema. Tuve un abuelo turinés —marqués de cuna, bisnieto de Emilio de Ventimiglia, quien –dicen- inspiró a Emilio Salgari para su personaje “El corsario negro”. Huyó de Italia después de la Segunda Guerra, debido a sus creencias políticas, luego de que las tropas aliadas lo liberaran horas antes de ser fusilado. Él –y esto lo digo con orgullo- fue uno de los líderes del movimiento partigano en el norte de Italia. Llegó al Perú y tradujo al español el Tao te king e inició el estudio de las ciencias orientales en Latinoaméricai. Tuve un padre croata, quien también llegó, pero traído a rastras por el suyo, desde la ciudad de Dubrovnik, cuando aún existía Yugoslavia. Desde que el viejo Pétar Medo, mi abuelo, pisó el puerto del Callao, Blajo –mi viejo- no tuvo otro sueño que conquistar Jauja, la tierra de oro. Si bien buena parte de su vida fue a contracorriente de los deseos de su progenitor –para muestra un botón: se doctoró en filosofía- finalmente abdicó y terminó sus días en la búsqueda del “gran negocio”-o con la idea de fabricar ataúdes de acrílico –esto no es metafórico- o con aquella de la industrialización de la cochinilla –cuando no se sabía bien qué diablos era la cochinilla. De más está decir que nunca la fortuna sonrió a sus esfuerzos. Mientras tanto, mi madre, italiana ella, nunca supo explicarnos a qué país pertenecíamos dentro de una casa donde se hablaba español, se gritaba en italiano y se insultaba en croata.

che cosa ci vuoi far, così è la vita …. cantaba madre
bandadas de amapolas volaban por la aurora los gansos tras la verja una vieja canción importa tanto canta pájaro blanco
¿de qué candor es la infancia?
de ella esta rosa sangrienta, el lirio blanco y

LOS NIÑOS: ¿cuándo traerás nuestros corazones del verano?
gritaron contra el poema
los mantenía callados papà papà come si fa?


Si esto hubiera ocurrido en algún lejano punto de los Balcanes, sería fatuidad pura, pero, un momentito, estoy hablando desde el sur de Latinoamérica, más específicamente desde el Perú, el mítico país de “todas las sangres”, donde se escribió “la letra en que nació la pena”. El mismo que, mientras crecía, me iba reclamando pertenencia, un sentimiento que no existía –y sobre el cual aún asaltan las dudas.
Así llegué a la pubertad.
En lugar de interrogarme, como la mayoría de pre-adolescentes sobre dónde y cómo venimos (sí, los viejos cuentos del repollo, París y la cigüeña), mi conciencia tenía otras prioridades. Lo que ansiaba saber era ¿adónde habíamos llegado? Aunque nací en Lima siempre tuve la impresión de ser un “proveniente”, ni siquiera del otro lado –y ni siquiera de la mar-, como era el caso de mis abuelos y de mis padres, sino desde una suerte de limbo o de mundo paralelo. La casa no ayudaba. Sus confusas voces hacían que todo resultara aún más complejo. Aparte de las tres lenguas (italiano, croata y español), mi nana, María Cruz García se llamaba ella, no dudaba en hacerme confidencias en quechua, su lengua natal. Un pandemónium. Y en tal caos había que estar alerta. No me interesaba sólo por conocer las cosas que me rodeaban, sino por saber y degustar cada uno de sus nombres, precisos y particulares, sus colores y aromas. Ocurría que, por ejemplo, flor, en mi casa, se decía también fiore o cvijet (dependía del estado de ánimo y de quién lo dijera) pero sólo en nuestros parques podían encontrarse, olerse y tocarse esterlicias, acacias y malvas. Como lo hizo el viejo Parra - Comuníquese, anótese y publíquese/ Que los zapatos han cambiado de nombre:/Desde ahora se llaman ataúdes- para mí las flores comenzaron a llamarse sólo y simplemente esterlicias. El sonido de algunas palabras me cautivaba. Los pájaros pasaron a ser alipálidos, las nubes, núboles. Los sonidos se fueron transformando en generadores de sentidos con qué enfrentar y qué decir –para decir- a la realidad.
Mi nonno (sí, el presunto descendiente fugitivo dil signor di Rocabruna, de Salgari) representaba a la sabiduría. En su estudio (debo decir que él además también fue poeta, publicó un par de libros, uno de ellos prologado por su maestro, Benedetto Croce, La Cetra se llamaba) Uno ahí podía encontrar textos incunables en sánscrito, chino y sólo dios sabe en qué idiomas. El nonno hablaba once, lenguas muertas incluidas. En aquel recinto- casi un templo- sobre un atril de caoba, de esos que encontramos en el altar de algunas iglesias, descansaba un libro voluminoso. Parecía que este custodiara celosamente el lugar. Su lomo era de color granate oscuro y mostraba el título grabado con relucientes letras en pan de oro. La edición era de 1932. Incluso desde antes de saber leer me aproximaba a él con sumo cuidado –en la infancia 1932 es igual a siglo XVII. Lo que me subyugaba, aparte de su ubicación privilegiada, eran sus dibujos. Mostraban escenas terribles pero que eran, al mismo tiempo, tan perfectas que uno no podía hacer más que admirarlas intuyendo que, en cada una de ellas, estaba la mano de lo sagrado. ¡Qué duda¡ en aquél libro- cavilaba en ese entonces- estaban las Sagradas Escrituras. Tal vez dos años después de esta revelación, en el colegio – estudié en un colegio jesuita- se nos mencionó la palabra “biblia”, como el libro donde pretendidamente se nos revelaba mi hallazgo. Ahí comenzaron los problemas. Yo creía que ese libro, en cuyo lomo se había inscrito otro título, era denominado popularmente así, la “biblia”. Cuando el Padre Espiritual preguntó quién de nosotros había leído ya, al menos una vez, algo de las Sagradas Escrituras y era capaz de recordar una parábola, o cuando menos un pasaje de alguna, púseme en pie y declamé orgulloso: Del camino a mitad de nuestra vida/ encontréme por una selva oscura,/ que de derecha senda era perdida. No tuve tiempo de referirme a la parábola- en ese entonces no sabía en realidad qué era una parábola- de Francesca Di Rimini, ni a la belleza de Beatrice Portinari. Y casi el suficiente para ocasionar una muerte por asfixia, pues el Padre Vicente, un afable octogenario, no podía ni respirar por causa de tantas carcajadas. Hoy puedo afirmar que La Divina Comedia para mí fue siempre un libro sagrado, aunque no aquél sindicado por el catolicismo.
Quizá por el ánimo de reivindicar su condición –me parecía inaudito que La Divina Comedia no se asumiera como el libro sagrado, quizá por el de escribir uno que pudiera ser, siglos después, así considerado, diariamente garabateaba viñetas y dibujos. Escribía pequeños textos, a veces alusivos a esas ilustraciones, en otros puros mamotretos carentes de sustento, donde el italiano y el español, fundidos como una sola amalgama, se rompían a través de una expresión quechua o croata. Reunía “mis lenguajes” como en un bestiario, muchas veces, la mayoría, sin ton ni son, y cuando quise detener esta práctica ya fue demasiado tarde: en las imprentas de Jaime Campodónico – allá en la calle Chavín- estaba recién horneado mi primer libro: Travesía en la calle del silencio. Era el año 1988. Cinco años antes, la caída de los precios de los metales inició una preocupante crisis económica, reflejada en las dificultades para el pago de la deuda externa y un fuerte aumento de la inflación y la devaluación del sol, casi simultáneamente arreciaron los primeros fuegos de la guerra interna, que cesarían “oficialmente” en 1992, pues aún continúan. 1992 fue el año de la captura de Abimael Guzmán. Entre las fuerzas sediciosas y las fuerzas oficiales al mando de otro reo, el dictador Alberto Fujimori, dejaron 70,000 víctimas, entre muertos y desaparecidos. Por ello, los poetas de mi generación escribimos entre cadáveres.
Mientras campesinos inocentes morían en los poblados rurales de Chuschi o Huanta, en la casa se hacían y deshacían planes de emergencia. La eterna posibilidad había sido migrar. Podía ser Italia, aunque sin los fastos de las viejas propiedades. Yugoslavia aún nos ofrecía la vieja casa familiar. Justo cuando mi padre terminó de animarse para emprender el retorno, volveríamos a la casa de los Medo en Dubrovnik, se inició el conflicto armado entre croatas y bosnios. No hubo así más Yugoslavia. E Italia se vino abajo pues mi nonna llegó a la conclusión de que aquella, la de sus recuerdos, nada tenía en común con la del imperio de la Fiat. No había más dónde partir y, en un plano más íntimo, adónde pertenecer. Si el Perú desangraba herido mortalmente por las huestes terroristas, Yugoslavia era una recién difunta. Había que encaminarse pero el Perú no es un país fácil, amigos, menos para un hijo de inmigrantes. Los hijos de inmigrantes crecemos a la par con la melancolía por lugares que, pese a quererlos, sabemos que no nos pertenecen y que nunca sabremos cómo fueron en realidad. Lo que experimentaba, esto era muy profundo, no era nuevo, otros ya lo habían vivido y nos dejaron su testimonio. Por ejemplo el poeta Emilio Adolfo Westphalen escribió: Por mi situación de descendiente reciente de familia de tres emigrantes (de mis cuatro abuelos sólo mi abuela paterna había nacido en el Perú) me sentía como en cuarentena permanente, reo de no estar integrado y no compartir las tradiciones, mejor dicho, los prejuicios e intereses de las clases dominantes.
Como él me descubrí un outsider dentro del concepto de una cultura, la peruana. ¿Cómo hacerme ahí de un espacio en dónde mantener “vivas” a las mías? Fue ahí que asomó, con la luz de la revelación –una muy semejante a la de algunos años atrás con el libro de il Dante- y también con todas las mezquindades de lo cotidiano, la poesía. Había publicado, es cierto, pero en base al error –el primer libro usualmente es eso. Pude vislumbrar que ahí, donde abundaba la letra chata de aprendiz, podía construir un espacio, uno que permitiera a mis culturas de ser “anfibio” encontrarse y dialogar, generar sentidos aberrando desde la dicción o el sonido.
Sin embargo, al asomar a la masa ígnea, plural y vasta, denominada poesía peruana, encontré en diversas antologías de bolsillo y fascículos coleccionables, todos llenos de erratas, fragmentos de poemas que versaban lo conocido desde un lenguaje más conocido aún, casi constelaciones de eslóganes. Yo buscaba otra cosa. Inclusive me sentí más cercano a las letras que, en esos años (quizá los más fecundos para el rock en español) se podían oír a través de la frecuencia modulada: “tu imaginación me programa en vivo,/llego volando y me arrojo sobre ti,/salto en la música, entro en tu cuerpo… “cometa halley, copula y ensueño. Por ello no es de extrañar que fuera a través del rock, y a su movida subterránea, que conociera a uno de los poetas peruanos que más respeto y quiero: Róger Santiváñez, en aquellos años, manager del grupo subterráneo Leuzemia y yo, algo menor que él, aspirante a letrista de la diva María Teta.
Decía que buscaba otra cosa pues en esos años el estilo conversacional, iniciado con los poetas denominados como “los Rupturistas del 68”, y asumido, luego, por los de “Hora Zero” –muy cercanos a los infrarrealistas- a través de una concepción escritural llamada "poesía integral", no cesaba de introducir en los poemas los materiales más inmediatos: los sonidos de la calle, los murmullos de la ciudad o los recuerdos del terruño, mientras proclamaban por medio de manifiestos la decadencia de la poesía anterior, la de los Rupturistas, ergo la misma, pero bajo otros escenarios.

No hay conjuros, Calibán.
Sólo fruición
(batuque y candombe),
donde el lenguaje
refalosa y se contrae.

Jamás se extingue.

Su mar novela tempestad,
y vírgenes que preñan.

La belleza reengendra,
terrible inmortalidad.

Conjuro es aquello que siempre
se está por pronunciar.

No un legado simbólico,
en deriva por las aguas
del inconsciente colectivo

Ella espantó
(- ¿Es esdrújula o aguda?)

La novela resultábale profusa.

(-¿Dijo usted?
- Sí, la realidad.)

Poesía afuera,
la piedra más dentro de la marea
que en el espigón.
Saliente entraña,
y, a la vez,
hondura de caracol.

El lenguaje, qué furor sobre el agua,
abluce el ser en el estar
hasta reemerger,
sismo de sonoridad:

Trópico y palabra
de nadie.

Creo yo, y esto explica un poco mi desánimo de aquel entonces, que uno busca en la poesía –en los poemas- algo que no sea totalmente la realidad –para eso están los diarios colgados como piernas de jamón en los cordeles de los kioskos amarillistas. Quienes encendieron las primeras señales para poder aterrizar, y por ende escribir, en esa aldea fueron Martín Adán, Javier Sologuren, Emilio Adolfo Westphalen y luego Carlos Germán Belli. El orden no es aleatorio. Tuve la dicha de conocer al primero y ser amigo personal de los otros nombrados. Gracias a ellos perdí, o mejor dicho, nunca me planteé la idea de una militancia generacional –una de las obsesiones de la crítica peruana. Incluso alguna vez me declaré abiertamente como “degenerado” (declaración que, a la postre, apareció en un periódico cuya página cultural era contigua a la policial, EL APÁTRIDA DEGENERADO, rezaba el titular y por la expresión del rostro que exhibía en la foto respectiva, cualquiera dudaba si mi presencia ahí era por mérito o por delito)
Pasa algo en la poesía peruana, al menos lo creo. Si descolló en la vanguardia (basten Vallejo y Adán) mantuvo esa brillantez hasta los años 50 (ahí están Eielson, Belli y Varela) Ninguno de estos poetas es fácil, por el contrario, tienen en sus poemas algo “indomesticado”, diría Montalbetti. Sin embargo la generación ulterior, hace un rato mencioné a la de Los Rupturistas, tuvo la imperiosa necesidad de diferenciarse de ellos, entonces esa libertad de la forma- tomada a los concretistas (Eielson, por ejemplo); al barroco (Adán o Belli) o a lo antipoético- fue sustituida por el conversacionalismo, uno muy próximo al del “británico modo”, más tarde peruanizado. Y más tarde aún llevado al extremo hasta constituirse en un callejón sin salida, un remake, un formato, uno que ya no es suficiente.
En el Perú se escribe magníficamente pero esto no basta. Escribir “bien”, entre comillas no asegura una buena poesía. Los autores que rompen el modo de lo conversacional, ése, son sumergidos en los ríos, que nunca irán a dar a la mar. Es decir, en lo insular. (Montalbetti, López Degregori, Chocano, Santiváñez son algunos. Sólo Hinostroza, quien es el autor con mayor influencia entre los novísimos, pudo alcanzar la otra margen) Mi poética estaría dentro de esa línea. En buen cristiano, estoy jodido. Mi apuesta va por la escritura de un libro único.
Si creyéramos, como señalan, en la existencia de dos tipos de escritura, yo no lo creo, una lineal y transparente – la conversacional- y la otra sinuosa –aquella no conversacional, o bien barroca, neobarroca, neoberraca o concreta, convendría también diferenciar dos clases de concepciones. Está aquella cuya apuesta va por el poema, por los poemas, y esa otra en donde todos éstos se disuelven para fundirse dentro de una misma obra. Estoy en esa línea, lo que me hace estar doblemente jodido porque escribir una obra, una sola, va contra los intereses de la estética posmoderna: residual, fragmentaria, desechable, perfomática y mediática. Tal posibilidad, usualmente se trata de un libro imposible como aquel borgiano “libro de arena”, amén de situarme en la orilla contraria a la de los intereses de las grandes editoriales, de las antologías –en donde, sí, cosa rara, aparezco- y de los premios literarios- que sí, curiosamente, he obtenido- escribir para mí implica volver a decir el mundo tal y como lo aprendí –que vuelen los alipálidos, otra vez, entre las núboles sobre mantos de cvijet- con ese lenguaje, torcido, inestable, desestructurado. Así comencé a oír sobre él. Al expresarlo de esta manera estoy reafirmándolo, y con él a la vida, a la identidad y a la memoria. Para mí la poesía es esa especie de erosión, a la vez esencial y fugaz, del pensamiento. Centuaro, la llama Pound. La facultad pensante, estructuradora y aclaradora de las palabras –decía- debe moverse y saltar con las facultades energizantes, sensitivas y musicales.


TACET

El silencio es solamente el abandono de la intención de oír
John Cage


para qué partituras el becuadro de bulla liga grito y grito pausa
64 semifusas mientras la zzzzz fricativa
de una mosca zumba en el prana
meditaciones cartujas mantras bengalíes
… y todo lo que se emprenda contra el ruido
cedámosle la voz desaprehensivos hasta que hoce convulso en el sentido
eso hizo el viejo cage 4’33’’ (tacet tacet tacet) en lo absoluto
pretendo poblar con blancos lo ya blanco con preclaras cofradías de sopranos ni anteceder al eco, primigenio
(ni sé bien cómo caí
de cara aquí)
salvo para situar el sonido de un motor – ford 93
como un grafema antepuesto a la palabra sor
el sonido de un motor de 250 HP ante ninguna garita de control y
contrapuesto a violín salvo, decía, para tildar
mística con el disparo de una colt y tronar los dedos
apurando toda vibración
tacet tacet tacet tacet tacet tacet tacet tacet tacet tacet tacet tacet tacet tacet

contra la muerte


La publicación de un libro es sólo orden. Limpieza. Ecología. La escritura está más allá. En la mía intento que hablen tanto la tradición como las culturas, a las que pertenezco: la italiana, la eslava, la limeña (limeña no es peruana) y las voces con las que balbucea Arequipa, al pie de sus volcanes. Intento también que hablen otros, todos importantes para mí: Viel Temperley, Belli, Gamoneda, Martínez, Zurita, Benavides, Kozer, García Valdés, Sarduy, etcétera, etcétera. Son las islas que visito para, en algunos casos, trocar símbolos y volver luego a la mía. Para mí eso escrito obra de modo tal que reconstruye una identidad, en este caso la mía, y a veces, también, la reinventa. Es la sombra de un hecho: la vida misma.

Entonces convengamos El poeta
(y al acecho) sobrevive (nunca
más) Fuera de nosotros Nuestro
su nudo –curvado límite del aquí
con el dentro del poema Y el deseo
(o el horror –salto al vacío)
de estar (o no) del otro lado
Acá se está A secas
Simplemente Si p.e. un hombre rueda
insomne por el catre Un hombre rueda
No importa Cuándo
Si aro anillo arandela
en la cuesta de qué duna
o sabana Río
Rueda
Si piensa (o no)
Simplemente rueda

Allá si rueda ala u ola al ras
Un homme roule for the cot
E insomne de nadie mudra
en su propias celosía
Acá a secas El lenguaje es el sujeto
de la lógica Del hecho
Nunca del deseo (que miramos) girar libre
(atrás del nudo) e incluso atroz
en su albedrío
Hasta rodar
Insomnes por el catre
Y nunca sin recordar
Cómo
Se rueda
Hoy, de la vieja casa tengo sólo una edición de “La Divina Comedia”. Pero ya no importa. Luego de muchos años, puedo decir que pertenezco. Cada día, cuando escucho a Ludy, o simplemente la contemplo, casi distraídamente sin que ella me descubra o, por qué no, discutimos, luego, hablando conmigo mismo, me repito en silencio: hoy tengo un hogar.

5 mar 2010



http://fonca.conaculta.gob.mx/convo_abiertas/bases_iberoamerica_2010.pdf

4 mar 2010


FALLO DEL CONCURSO INTERNACIONAL DE MICROFICCIÓN "GARZÓN CÉSPEDES" 2009:
DEL MONÓLOGO, SOLILOQUIO Y MONOTEATRO SIN PALABRAS HIPERBREVES
30 TEXTOS INÉDITOS A DIFUNDIR POR EL MUNDO

(Buena, Marcelo, otro éxito en tu carrera)

PREMIOS INTERNACIONAL DE MICROFICCIÓN
“GARZÓN CÉSPEDES” 2009
DEL MONÓLOGO TEATRAL, EL SOLILOQUIO TEATRAL
Y EL MONOTEATRO SIN PALABRAS


La Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral Escénica (CIINOE) y Comunicación, Oralidad y Artes (COMOARTES), S. L., han dado a conocer el contenido del Acta del Jurado del Concurso Internacional de Microficción “Garzón Céspedes” 2009: Del Monólogo Teatral, el Soliloquio Teatral y el Monoteatro sin Palabras Hiperbreves.

JURADO: -Presidente: Francisco Garzón Céspedes (Cuba/España). -Miembros: Mayda Bustamante (Cuba/España), José Víctor Martínez Gil (México), Mayte Torres Campos (España).

EL JURADO, PORQUE ESTOS TEXTOS POR SUS EXCELENCIAS
PRESTIGIAN LA DRAMATURGIA HIPERBREVE,
HA OTORGADO:

Premio Extraordinario de Monoteatro sin Palabras
Concurso Internacional de Microficción
“Garzón Céspedes” 2009
Marcelo Leyton (Ecuador) / Quien la sigue… ¿la consigue?

Premio Internacional de Microficción Dramatúrgica
“Garzón Céspedes” 2009 / Monólogo
Ana Margarita Nadal Quirós (Puerto Rico) / El zapato

Premio Internacional de Microficción Dramatúrgica
“Garzón Céspedes” 2009 / Monoteatro sin Palabras
Mónica Rodríguez Jiménez (España, Madrid) / Simulacro

Premio Internacional de Monólogo Teatral Hiperbreve
Concurso Internacional de Microficción
“Garzón Céspedes” 2009
Silvia Arz (Argentina) / Furia

Premio Internacional de Monólogo Teatral Hiperbreve
Concurso Internacional de Microficción
“Garzón Céspedes” 2009
María del Carmen Guzmán Ortega
(España, Huelva/Málaga) / Soy Aldonza

Premio Internacional de Soliloquio Teatral Hiperbreve
Concurso Internacional de Microficción
“Garzón Céspedes” 2009
Simón Ramos (España, Cádiz) / Algún día

Premio Internacional de Soliloquio Teatral Hiperbreve
Concurso Internacional de Microficción
“Garzón Céspedes” 2009
Mónica Rodríguez Jiménez (España, Madrid)
/ En blanco y negro

Premio Internacional de Monoteatro
sin Palabras Hiperbreve
Concurso Internacional de Microficción
“Garzón Céspedes” 2009
Fátima Martínez Cortijo (España, Madrid)
/ La soledad nunca suena en estéreo

Premio Extraordinario al Conjunto Dramatúrgico
Concurso Internacional de Microficción
“Garzón Céspedes” 2009
Monólogo / Soliloquio
Simón Ramos (España, Cádiz)
Algún día (soliloquio)
Si quieres viajar a mi primavera abrígate,
creo que por allí ahora mismo es invierno (monólogo)
Un pedacito de otoño tirado en el camino (soliloquio)

Premio Extraordinario de Monólogo Teatral Hiperbreve
Concurso Internacional de Microficción
“Garzón Céspedes” 2009
Aymer Waldir (Colombia) / Sirviendo a la patria, mi capitán

Premios Extraordinarios de Soliloquio Teatral Hiperbreve
Concurso Internacional de Microficción
“Garzón Céspedes” 2009
Cristina Merelli (Argentina) / Totó
Jorge Paolantonio (Argentina) / La Mama Jasi

Premios Especiales de Monólogo Teatral Hiperbreve
Concurso Internacional de Microficción
“Garzón Céspedes” 2009
Marcelo Gobbo (Argentina) / La hija Natalia
Javier Fernando Noya (Argentina) / Partida de defunción
Liliana Savoia (Argentina) / La última palabra
Pablo Demián López Ariel (Brasil/España) / El dilentante

Premio Especial de Soliloquio Teatral Hiperbreve
Concurso Internacional de Microficción
“Garzón Céspedes” 2009
María Nieves Michavila Gómez (España, Valencia)
/ Terapia de suicidio para un psiquiatra


Madrid, España, Febrero de 2010.

Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral Escénica (CIINOE)
Comunicación, Oralidad y Artes (COMOARTES, S. L)