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14 nov 2014






Antonio Gamoneda
NO TENGO MIEDO NI ESPERANZA


Me mira la cabeza torturada: su
marfil arde como un relámpago cautivo.

La palabra inventa el mundo, o sino lo desinventa, o probablemente lo encarcele con presencia y claridad en el espacio común y cosificado donde todas las imágenes y las ideas son una misma realidad amordazada. Lenguaje y Conciencia. Esto –dicho así- puede ser el rancio paradigma, frente al que Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931),  ha renovado la literatura universal con una consolidada obra de inabarcables intuiciones.

     La intuición, esa sustancia que potencia el inconsciente, que ingresa en las estructuras primarias y absorbe los venenos, que escoge el privilegio de no existir en una superficie real, pero que subversivamente acaba por extenderse como un delirio, aparece en los versos de Antonio Gamoneda dotándolos de un misticismo tan extraordinario que parecería, por momentos, que la poesía de Antonio Gamoneda es anterior a la poesía misma. 

     ¿Cómo es posible esto que acabo de escribir? ¿Una poesía anterior a la poesía misma? No hablo de una poesía anterior a la vida, o de la poesía como una voluntad que reemplaza a un concepto y que por lo tanto es anterior al mundo. Hablo de una poesía anterior a la poesía. El pensamiento de que el lenguaje es otro tipo de hombre que idea su propio terreno como matriz de lo trágicamente humano.

     Una poesía anterior a la poesía sería entonces una poesía de la claridad y de la oscuridad, de la esperanza y la desesperanza, de la valentía y del vacío, de la guerra total del acto y de ninguna salvación entre el sujeto y su vida. Algo como una negación simbólica y al mismo tiempo una llave a todos los sentidos. Sería una poesía sobre la oscura muerte, pero llena de iluminadas verdades. Y esas verdades, esas revelaciones (“Cae la máscara de Dios: no había rostro.” O “Mi vergüenza es tan grande como mi cuerpo.”) nos permiten desarrollar una conciencia humana y paradojal de lo que es nuestro destino.

     Una poesía de orígenes intuitivos, pero además hecha de su realidad, de su infancia atravesada por la guerra civil española, de su madre, de los animales blancos y oscuros y llenos de llanto, de los balcones cerrados por temor a lo real, de hombres torturados, de torturadores, de nieve, de sangre, y de cuchillos amenazando la desnudez y la eterna belleza.

     La poesía de Antonio Gamoneda conmueve precisamente en ese núcleo contradictorio en el que reposa todo cuanto puede llegar a ser el privilegio de existir: llorar pero para qué hacerlo. Gritar pero a quién gritarle. Escribir rebosado en deseo, pero para desaparecer en la inexistencia. No tener finalmente miedo pero tampoco tener esperanza. Por lo mismo, su compromiso con la vida es absolutamente real. Así como su compromiso con la poesía. Pues su poesía está a la disposición de una pasión y una desesperanza que están siempre comenzando en cada uno de nosotros, y en aquellos que aún no saben que van a existir. 


E.C.

Santiago de Guayaquil, septiembre de 2014