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26 sept 2007


Anónimo, "Una bailarina", El Látigo, Guayaquil, 1895

ARTE, PRENSA SATÍRICA Y SARCASMO: LOS INICIOS DE LA CARICATURA EN EL ECUADOR (1862-1912)

Por Ángel Emilio Hidalgo

Los orígenes públicos de la caricatura en el Ecuador están sujetos a la aparición del género satírico en el periodismo, hacia la segunda mitad del siglo XIX. Pero la caricatura fue cultivada por algunos artistas decimonónicos, como Juan Agustín Guerrero (1818-1886), liberal masón y miembro de la Escuela Democrática “Miguel de Santiago” (1852), quien creó una serie de dibujos que se conservan en algunas colecciones privadas de Quito. Se desconoce si esa dispersa producción gráfica obtuvo visibilidad en algún periódico de la época, pues no se ha encontrado prueba de aquello.

En el siglo XIX hubo artistas que vieron en la deformación caricaturesca, el medio ideal para criticar su entorno político y social. Las imágenes de Juan Agustín Guerrero muestran a un demócrata convencido que critica mordazmente los devaneos del poder, satirizando a burócratas, militares y clérigos. Guerrero critica mordazmente el control de la educación por parte de la iglesia católica, lo que aparentemente sitúa a sus caricaturas no fechadas, en la primera administración de Gabriel García Moreno (1861-1865). En 1862, García Moreno dispuso que los religiosos se hicieran cargo de la educación en el Ecuador, tras la firma del polémico Concordato con la Santa Sede.

Las caricaturas de Guerrero destacan por el uso de la alegoría y la intención moralista en la mayoría de sus imágenes. También resalta la simbolización animal, en una especie de inventario zoomórfico de figuras mitad hombre, mitad animal (caballos, ovejas, lobos, perros, gallinas, saínos, gatos salvajes, etc.), que encarnan las pasiones y debilidades de los personajes caracterizados.




Juan Agustín Guerrero, "¡Y están con hambre!", c. 1865

El desarrollo de la técnica litográfica permite, hacia 1880, la publicación en la prensa de gráficas de considerable tamaño. Esto posibilita la reproducción de anuncios publicitarios de formato mediano y grande, así como dibujos. El Ecuador Ilustrado (1883) es la primera revista en formato de periódico que hace uso de la nueva técnica. Sus portadas abren con imágenes costumbristas de Guayaquil y su entorno; allí se mezclan representaciones de “tipos del Guayas” con vistas que aluden a la propagación de “costumbres modernas”, como vacacionar en Posorja o los Baños del Salado.

La prensa satírica ecuatoriana nace en el contexto de las estrategias insurreccionales que llevan adelante los liberales radicales para combatir a los conservadores, a través de las montoneras rurales del litoral en la guerra de restauración contra Veintimilla, y experimenta su mayor auge durante los gobiernos progresistas (1884-1895). Una emergente prensa satírica ilustrada actúa como instrumento en la lucha ideológica de los liberales contra los conservadores, una vez que el país recupera la constitucionalidad y asume el poder José María Plácido Caamaño. Durante su administración se siente la vigencia de un régimen fuerte y los liberales se ubican en franca oposición.

El uso de la caricatura en los periódicos fue una estrategia aprovechada por los liberales. En 1884 apareció El Murciélago, medio que inaugura la “época dorada” de la prensa satírica ecuatoriana. Considerada por algunos autores como “prensa menor”, la historiografía nacional, por lo general, ha restado importancia a esta producción cultural que rompe con la tradición del “periodismo serio” decimonónico. No obstante, este periodismo de combate se abre tímidamente a “lo popular”, desde una visión ilustrada que se inscribe en la tradición del género satírico.

La sátira desde sus inicios en la antigua Roma fue un “género de frontera” entre la literatura y la crítica social. También es una especie de “subgénero” marginal que interpela a la tradición canónica especializada en producir textos grandilocuentes. No obstante, siempre revistió una carga moralista que obligaba al lector a reflexionar sobre los “defectos” de los personajes retratados. Cosa similar ocurría con la caricatura en el siglo XIX: más allá de la “piel del texto” (elemento gráfico y verbal), la intención del artista consistía en revelar las “fallas” o extravíos de las personas que intervenían en el ámbito público.

Así por ejemplo, en El Murciélago (1884) se alternan caricaturas con artículos de denuncia y crítica política. De igual forma en El Perico (1885), “semanario satírico que llegó a gozar como ninguno de gran popularidad”, se combinan las caricaturas y coplas humorísticas con editoriales de opinión.

El cabezote o encabezado de El Perico ya advierte el propósito moralista de este tipo de prensa, en una frase del periodista español Mariano José de Larra: “A nadie se ofenderá, a lo menos a sabiendas, de nadie bosquejaremos retratos. Si algunas caricaturas por casualidad se pareciesen a alguien, en lugar de corregir nosotros el retrato, aconsejamos al original que se corrija: en su mano estará, pues, que deje de parecérsele”.

Uno de los aspectos más importantes de esta producción visual es su función comunicativa. Sostenidos en los adelantos de la prensa, los publicistas del siglo XIX aprovechan la posibilidad que tienen las imágenes para presentar visiones más amplias de las cosas. De esta forma, no solo se amplía la comunidad de lectores, sino que se abre un espacio permanente para la producción, circulación y consumo del humor gráfico.

En estos periódicos, las caricaturas van acompañadas de coplas y décimas que completan y refuerzan el contenido de los dibujos. Se muestra el interés de comunicar un mensaje de manera directa, explicando las características de la viñeta con un lenguaje coloquial que se acentúa por el gracejo y la sonoridad de la copla. Este detalle es importante porque corrobora el acercamiento a las fuentes de la cultura popular que identifica a este tipo de prensa. Así, por primera vez se visibiliza el amorfino montubio y la décima esmeraldeña, e incluso se representa a una singular pareja enfrascada en el baile del amorfino.

Francisco Martínez Aguirre, "El amor fino", El Perico, Guayaquil, 1886

Esta relativa apertura hacia “lo popular” empataría con la necesidad de percibir lo social, por la intensificación de la lucha ideológica a que se vieron abocados los liberales, en la coyuntura del movimiento restaurador y la caída del dictador Veintimilla. De hecho, muchos de los responsables de la prensa satírica fueron ilustres militantes liberales, como Francisco Martínez Aguirre (1850-1917), creador de El Perico, quien en 1889 suscribió el acta de constitución de la Sociedad Liberal Democrática, antecedente inmediato del Partido Liberal (1890), y fue nombrado Ministro de Instrucción Pública en el gobierno de Eloy Alfaro.

Francisco Martínez Aguirre fue además de periodista, caricaturista y grabador, un respetado médico. El historiador Camilo Destruge Illingworth describe el talante intelectual de Martínez en estos términos: “El estilo correcto, la frase ligera, el chiste siempre oportuno y agudo, sin descender a la ofensa, sin vulgaridades en que suelen incurrir tantos que se dedican a tan difícil género, sin saber manejarlo”. Efectivamente, no hay en El Perico ni en los otros periódicos que dirigió (Fray Gerundio, El Gavilán) ningún atisbo de escarnio o frase insultante a los adversarios políticos. Lo más destacado es el uso de la ironía en imágenes y textos, y la habilidad del trazo caricaturesco.

Como liberal convencido que era, Martínez Aguirre peleó desde su tribuna por la vigencia de las libertades individuales. En 1886, luego de 15 exitosas entregas y de un intento fallido de reeditar El Perico, Martínez Aguirre se ve obligado a salir del país, bajo la amenaza de encarcelamiento por el régimen de Caamaño. Regresa en 1889, cuando el presidente Antonio Flores Jijón decreta amnistía general a los perseguidos del régimen de J. M. Plácido Caamaño.

El poeta José de Lapierre (Ruiseñor) fue el otro responsable de la popularidad de El Perico. Su aporte está en el lenguaje directo y coloquial, así como en la musicalidad de sus décimas y coplas:

Si gritan los familiares
Del palacio episcopal
Si abusan los militares,
Si se hace un nuevo tamal,
Si vuelve a parir la perra
Si ladra “El Anotador”,
Si nos declara la guerra
El consabido doctor,
No dejes tu lengua quieta,
Aprieta, Perico, aprieta.

Este tipo de literatura vivió un proceso inédito de relativa visibilidad en un contexto ilustrado poco permeable a las manifestaciones de la cultura popular. Si bien los autores de las coplas fueron intelectuales, el uso deliberado de algunas formas del “romancero criollo” demostró una cierta apertura a ese imaginario extraído de la cotidianidad. Ahí radicó, en parte, la popularidad de la prensa satírica: en medio del “decir culto” y la reflexión política, se utilizaron refranes, expresiones coloquiales e insinuaciones punzantes que refrendaron, a su manera, el lenguaje de todos los días: “palo para el pobre... es el lema de nuestra justicia”, denunciaba El Perico en uno de sus editoriales, para explicar el porqué de su caricatura, que representaba a la justicia espoleando a un joven negro, mientras encubría al militar, al clérigo y al banquero.