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19 mar 2012

Por César Vásconez Romero


“…poetry is still treason because it is truth.” 

Derek Walcott 

Para Adriana Castillo de Berchenko y Cristina Burneo 



La única copia mecanografiada de Orbe, el diario de Juan Larrea (1895-1980), fue realizada por César Vallejo, la cual Gerardo Diego se encargó de conservar. Larrea, cercano a la generación del 27, fue una de las figuras axiales del exilio español, fundador de Cuadernos Americanos, atravesó las vanguardias de comienzos del siglo pasado – ultraísmo, creacionismo, surrealismo – dejando una obra extensa y que hoy es raramente recordada. Al igual que Alfredo Gangotena y César Moro, escribió su poesía en francés; perteneció a esa estirpe inclasificable de quienes trocaron su lengua materna por otra lengua de expresión. En el prólogo de Orbe, Pere Gimferrer compara al diario de Larrea con el Libro del Desasosiego de Pessoa, aunque Bernardo Soares estaba mucho más marcado por la desesperación, el insomnio y el aguardiente, el diario de Larrea contiene una conciencia no menos conflictuada, cuestionándose sobre su esencia y su lugar en el mundo. Además del encanto de lo inacabado (muy distinto a lo incompleto o lo fallido), Orbe carece del espesor ficcional que sí posee el Libro del Desasosiego; en las anotaciones de Soares a veces son reconocibles las voces de los otros heterónimos de Pessoa, además, su misticismo pagano resulta mucho más fascinante que el catolicismo de Larrea. “La Decadencia es la pérdida total de inconsciencia; porque la inconsciencia es el fundamento de la vida. El corazón, si pudiese pensar, se detendría” anota Bernardo Soares. 


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Henri Michaux (1899-1984) conoce a Alfredo Gangotena (1904-1944) en casa de Jules Supervielle en 1925. Los Gangotena y los Supervielle eran prácticamente vecinos, es gracias a esta casualidad que Michaux y Gangotena se conocieron. Supervielle le presenta a Gangotena como al joven poeta ecuatoriano que se ha adueñado de la lengua francesa con una soltura inaudita para alguien que ha vivido tan poco tiempo en Francia. Pronto Henri y Alfredo se volverán amigos, pues hay un hecho que los une: los dos son extranjeros en Paris. Desde el primer momento, se sintieron atraídos por su excepcionalidad. 

Gangotena vino desde el Ecuador en 1920, cumpliendo con la tradición de ciertas familias latinoamericanas acaudaladas, que venían atraídas por la vida mundana posterior a la belle époque. Gangotena ingresó en el Lycée Michelet, finalizada la primera etapa de sus estudios, su deseo era ingresar en la escuela de Bellas Artes para estudiar arquitectura, pero su padre se lo prohíbe mediante un escueto telegrama: “No quiero albañiles en la familia”. Entonces se inscribe en la Escuela de Minas, diplomándose como ingeniero en 1927. Gangotena tenía una gran predilección por las ciencias, en especial por las matemáticas y la física. De la mano de su mentor, el diplomático y escritor ecuatoriano Gonzalo Zaldumbide, es introducido al selecto círculo de intelectuales latinoamericanos residentes en la capital francesa; trabó amistad con Alfonso Reyes y Ricardo Güiraldes. Gangotena llevaba una doble vida, por un lado cumplía con su rol de hijo de una familia de la aristocracia terrateniente ecuatoriana, estudiando con diligencia y asistiendo a las exclusivas recepciones de sus pares latinoamericanos y europeos; mientras que escribía sus poemas en secreto. Fue un testigo distante de las vanguardias, asimiló el surrealismo de una manera personalísima. Su primer libro Orogénie, fue editado por Gallimard en 1928, en la misma colección en la que apareció el primer libro de su amigo Henri, Qui je Fus, en 1927. Su poesía llegó a ser admirada por Jean Cocteau, Jules Supervielle y Max Jacob, por Xavier Villaurrutia, Pablo Neruda y Álvaro Mutis. 

En aquel entonces, Henri Michaux trabajaba para la editorial Kra y viajaba constantemente a Marsella. Habían pasado varios años del abandono de su vida como marinero; siendo muy joven, interrumpió sus estudios de medicina para enrolarse en la marina mercante. Durante cuatro años recorrió casi todo el mundo, pero apenas logró vislumbrar las costas sudamericanas, a las que siempre quiso llegar. Ahora quería dejar Europa en busca de una aventura que lo pusiera a prueba. Desde el día en que se conocieron, Gangotena lo invitó a viajar al Ecuador, Michaux aceptó de inmediato. En sus largas conversaciones planeaban el viaje que harían, pero antes Gangotena quería graduarse y Michaux tenía varios compromisos que lo ataban a París. 


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Alfredo Quispes Asín encontró su verdadero nombre, el de César Moro (1903-1956), en un personaje de la obra de Ramón Gómez de la Serna. Como a Wilde, no le preocupaba que hablaran mal de él, sino que nadie lo hiciera. Viaja a París en 1925, el viaje iniciático de su generación. Allí hizo estudios de ballet y artes plásticas. “El primer encuentro con París fue penoso, desesperante, colmado de angustia y perplejidad” escribe Emilio Adolfo Westphalen. Artista multidisciplinario, a la par de su obra poética (al igual que Michaux), nunca dejó de pintar: “… se trata de pintar para sí y nada más. Porque la pintura es el bordado o el pirograbado de seres superiores y nada más. Pintar es tan divertido como puede ser, a veces, barrer. ¿O no?”, afirma Moro en una carta desde México a Westphalen. Sus primeros poemas en español estaban influenciados por José María Eguren, fusionados con elementos simbolistas y dadaístas. Para 1928 (el año en que Gangotena se establece definitivamente en Ecuador) Moro ya escribía en francés, ingresa al movimiento surrealista, del que se separaría en 1944 por razones políticas. Su relación con André Breton, Benjamín Peret y Paul Éluard era muy estrecha, publicaba regularmente en Surréalisme au Service de la Révolution

Regresó a Lima a finales de 1934. Allí conoció al poeta Westphalen y fundaron la revista El Uso de la Palabra. Junto a Westhphalen organizó en 1935 la primera exposición surrealista latinoamericana, con la activa participación de algunos miembros del surrealismo chileno. “En el fondo soy un místico sin disciplina religiosa. En el fondo, toda trivialidad del lenguaje se me revela en esta fórmula que no quiere decir nada: en el fondo. ¿Es que hay un fondo y una superficie?” escribe Moro en su poema Sept chants du doleur. En 1936 publicó clandestinamente varios boletines en defensa de la república española, los cuales fueron incautados por la policía. Sus pintores favoritos eran Gustave Moreau y Odilon Redon. Detestaba el indigenismo, sobre todo en la pintura. “Moro no renegó nunca de su pasado ni de su tradición, aunque él podría decir que su pasado, que su tradición no tenían por qué ser los nuestros”, escribe Westphalen. 

Abandona el Perú en 1938, viaja a México, donde es admitido como refugiado político. Residirá durante diez años en la capital mexicana, donde se reencontrará con Benjamín Peret y otros artistas exiliados temporalmente por la Segunda Guerra Mundial. Ese mismo año envió a la editorial Losada el manuscrito de su primer libro, La Tortuga Ecuestre (el único que escribió en español), que se negó a publicarlo. La carta de rechazo iba firmada por Guillermo de Torre. Este libro no sería editado hasta un año después de su muerte, en 1957. Fue muy amigo de Xavier Villaurrutia, Remedios Varo y Leonora Carrington. Junto con Wolfang Paalen y André Breton, organizó en 1940 la Cuarta Exposición Internacional del Surrealismo, en la Galería de Arte Mexicano. Allí se exhibieron obras de Picasso, Dalí y Agustín Lazo. Villaurrutia fue el principal impulsor de la publicación de su primer libro Le Château de Grisou (1943) – que Roger Caillois rechazó cuando dirigía Lettres Françaises, la revista de los intelectuales antifascistas que se editaba en Buenos Aires - , y no dudó en impulsar la aparición del siguiente, Lettre d’amour (1944). 


“Nunca me arrepentiré bastante de haber dejado México” le escribe a Westphalen desde Lima, a donde volvió en 1948, allí se sentiría más exiliado que nunca. Fueron años difíciles, sobrevivió como profesor de francés en el colegio militar Leoncio Prado, donde tuvo como alumno a un joven llamado Mario Vargas Llosa. Escribe Trafalgar Square (1954). En otra carta fechada un “infecto domingo de Carnaval en Barranco”, dice Moro: “Aquí ya sabes tú lo que cuesta hacer un paso. Si ya simplemente ser una persona ligeramente independiente es una hazaña, publicar libros en un idioma extranjero, hacer una exposición, son empresas titánicas para quien como yo no tiene mucho tiempo y tiene muy reducidos medios económicos y vive en el último rincón del mundo. A veces me extraño infinito de poder todavía conversar de algunas cosas y de no estar totalmente asimilado a la bestialidad de maceta que impera aquí, y me extraña aún más que haya quien me recuerde y me estime.” Tuvo al apoyó y la protección de André Coyné, quien luego sería su albacea literario, antes de morir pudo terminar su último libro Amour à mort. Falleció víctima de una leucemia fulminante. Años después, Westphalen edita en Portugal Vida de Poeta (1983), su epistolario con Moro, libro intenso y revelador, que por su valía resulta inexplicable que no se haya reeditado, al igual que la poesía de Moro. Blanca Varela y Jorge Eduardo Eielson nunca dejaron de reconocerlo como a uno de sus maestros. 

César Moro es la antítesis de Alfredo Gangotena. Moro no provenía de una familia aristocrática, fue parte del movimiento surrealista, al que Gangotena veía con una mezcla de admiración y recelo. Además, fue un comunista respetuoso de la disciplina del partido, mientras que Gangotena era un católico practicante, lector de Jacques Maritain y Charles Maurras (pero estaba lejos del catolicismo ultramontano retardatario, que la derecha parroquial no ha sabido superar). Hasta su bilingüismo es distinto. En Gangotena se pueden rastrear ecos del Siglo de Oro, nutrido de un pensamiento metafísico desgarrado por la enfermedad. Si el erotismo en Gangotena está marcado por la imposibilidad; la Esposa a la que no cesa de invocar desesperadamente es tan traidora como inasible; en Moro, el amado es un territorio conquistado (y perdido) con sangre y semen. “Se sospecha que para Moro lo ideal sería que los amantes se devoraran mutuamente”, escribe Wetphalen. 

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Trois Nouvelles Exemplaires fue el primer texto en francés de Vicente Huidobro (1893-1948), escrito a cuatro manos con Hans Arp. Esta es la parte menos conocida de su obra; Horizon Carré (1917), su primer libro en francés, reúne poemas publicados anteriormente, traducidos con la ayuda de Juan Gris. No sólo se dedicó a traducir él mismo sus libros en español, sino que también escribió otros poemas en su segunda lengua. 

Junto a Vallejo y Larrea fundó la revista Favorables París Poema en 1926. Su amistad con César Vallejo fue muy estrecha, aunque era mucho lo que los unía, polemizaron amablemente en más de una ocasión. Mientras Huidobro tenía una vida social intensa, frecuentando exclusivos salones y los cafés del momento, César Vallejo usaba el mismo traje remendado, soportando la pobreza con estoicismo. Aunque sus encuentros con Larrea hayan sido escasos, era para Vallejo una especie de consejero y de mecenas que devino en uno de sus más fieles exégetas. Larrea nunca dejó de instigarlo sutilmente para que dejara su militancia comunista y retornase al catolicismo. En cambio, Vallejo transmitió a Larrea la fascinación por el Perú, al que viajó varias veces para estudiar el arte precolombino y residir largas temporadas. Con la derrota de la República, acabaría instalándose en la Argentina, en la provincia de Córdoba (donde fue profesor en la universidad). La dictadura militar lo tuvo bajo sospecha, aunque no lo detuvo, allanó su casa e incautaron sus escritos, entre los que se encontraba el original de Orbe


La similitud entre Huidobro y Gangotena es tan solo aparente (origen aristocrático, formación en colegios jesuitas, vida en Europa), pues es mucho más lo que los distancia. La influencia del creacionismo es rastreable en Gangotena, pero su particularidad está en la senda mística, acosada por su sangre enferma. En el caso de Huidobro, su escritura en francés está ligada a la traducción; al verter sus propios poemas del español al francés, le resultaba inevitable escribir nuevos textos en su segunda lengua. Incluso, cada traducción que hacía de sí mismo, era una variante del poema escrito en español. Pero si Huidobro era un acróbata en caída libre, en Absence (1932), íntegramente escrito en francés, Gangotena contemplaba la vida del espíritu desde la enfermedad. 

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Gangotena invitó a Quito a Michaux para fumar opio. Para su amigo Alfredo, el viaje es motivo de ilusión, pues retorna a su país luego de siete años. Se fue siendo un muchacho y regresa convertido en ingeniero, pero también en poeta. Los dos amigos viajaban con sus equipajes llenos de libros surrealistas. Había otra cosa que los dos poetas tuvieron en común: la enfermedad. Gangotena padeció hemofilia (que lo acabaría matando) y Michaux de una insuficiencia cardiaca, la cual se agravó por la altura en la que está situada la ciudad de Quito. “La primera impresión es terrible y próxima a la desesperación”, escribe Michaux. Recorrieron el interior del país en compañía del círculo que rodeaba a Gangotena. Así nació Ecuador, el diario de viaje de Michaux, el cual iba enviando paulatinamente a Jean Paulhan, su amigo y editor, a quien había prometido escribir un libro sobre su viaje. 

En sus diarios, Michaux nunca da descripciones exactas de los lugares que va recorriendo, a veces yerra al escribir sus nombres, pues su preocupación no es la del geógrafo o el explorador: “Bajo un cielo lodoso”, a una anotación le sucede un poema. Él suyo es un viaje interior, en el cual los paisajes, el clima y quienes lo rodean van afectando su sensibilidad, produciéndole extrañeza, indiferencia, fascinación. Nunca menciona a Gangotena, pero se lo siente como una presencia fantasmal y ubicua que atraviesa sus páginas. Los dos amigos aprovechan sus instantes de encierro para dedicarse a la música, a la pintura, al teatro, siempre en compañía de un selecto círculo de amistades. Para los dos es una época iniciática, “ya no estoy en Quito, estoy en la lectura”: Milarepa, Valéry, Kafka, la correspondencia de Rimbaud, la poesía de Poe. Años después definiría a su amigo como “un poeta habitado por el genio y la desgracia”. 

Michaux prefería el éter al opio y termina por sentirse asfixiado y agobiado. Había dejado Europa asqueado del mundo burgués y sus convenciones, y de pronto volvía a encontrarse envuelto en lo que creyó haber abandonado. Pasado el entusiasmo y la fascinación de los primeros meses, Michaux le escribe a Jean Paulhan: “Soy el huésped de una familia indeseable. Regresaré en noviembre a más tardar. No imaginas cómo esta condenada ciudad de Quito me envenena la sangre. Puedes juzgar que mi tono es desmoralizado, pero supongamos a Kant en medio de tardes de té y bailes como yo lo estoy, se sentiría igual que yo, perdido y desorientado. “ 

Michaux se veía a sí mismo como un bárbaro, no estaba a gusto en ningún lugar: “Ninguna comarca me place, he aquí el viajero que soy.” Su literatura podría leerse como un atentado a la idea del estilo y las formas. “Ni un par de muslos ni un gran corazón pueden llenar mi vacío.” Esta negación también está en su pintura; nunca dejó de escribir en cada trazo, desembocando en una forma indómita. Una ambición que luego dejó de lado, fue la de escribir una novela, así lo testimonia su correspondencia de ese entonces. En una carta a Jean Paulhan enviada desde Quito dice: “La próxima vez que escriba, será un relato de cien páginas o una novela de doscientas. No he renunciado todavía al relato de largo aliento, a la prosa al mejor estilo de Proust”. Nunca escribió una novela, pero la pluralidad de su obra va desde sus grabados y tintas, diarios de viajes como Un Bárbaro en Asia (traducido por Borges), o Miserable Milagro, fruto de sus viajes por México y la mezcalina; sus libros de poesía, o un ensayo como Las Grandes Pruebas del Espíritu y las innumerables pequeñas (1966), un tratado heterodoxo sobre la percepción y sus alcances al ser intervenida por los alucinógenos. 

“¡Pero Quito! La asfixia misma.” Luego de nueve meses en la capital, con constantes viajes para recorrer la serranía ecuatoriana, toma la decisión de partir hacia la Amazonía con su amigo André de Monlezun. Su objetivo: descender por el río Amazonas hasta llegar a Manaos y tomar un barco de regreso a París, “gran burdel donde se habla francés”, sin un centavo. En aquel entonces hacer ese viaje era como jugar a la ruleta rusa, no se sabía si la recámara estaba vacía o cargada; casi no existían caminos, el recorrido se hacía a lomo de mula, entre precipicios y largas esperas. 

En julio de 1929 aparece Ecuador. El libro fue bien recibido en Francia, pero causo escándalo e indignación entre la clase alta quiteña, que esperaba de ese huésped demasiado hosco e indiferente para su gusto, un retrato mundano, refinado y preciosista, donde Michaux solo encontró oscurantismo parroquial. Los Gangotena se sintieron heridos, humillados y traicionados. “Algún día haré el retrato del ecuatoriano”, anota pocos días antes de marcharse de Quito. Pero dejó este esbozo: “Conservador, obstinado, nunca audaz. Por otra parte es el menos americano de América, el más próximo al europeo, modesto, reservado, da la impresión de pequeño, joven, nunca.” Su fascinación por los indígenas se modifica de pronto: “20 de febrero: Los días donde siento en mí un malestar, me dirijo a lo alto de la ciudad, donde habitan los indígenas. Sus casas de tierra me han tocado en lo más hondo, como si habitaran santos en ellas. Dan tranquilamente su lección de humildad, no son pretensiosas ni ridículas (…)”. A falta de originalidad y talento, quienes quieren llamar la atención jugando al reaccionario, solo revelan estupidez y bajeza; olvidan que Michaux no pensaba mejor de los blancos, ni del resto del género humano, al imitar patéticamente opiniones como esta: “1 de mayo: Ya dije que detestaba a los indios. (…) Un hombre como todos los otros, prudente, sin metas, que no llega a nada, que no busca, el hombre “como es” (…) He aquí de una vez por todas: los hombres que no ayudan a mi perfeccionamiento: cero.” Ecuador es el reverso de Un Bárbaro en Asia (1933), el diario de su viaje a Oriente; recorriendo la India, Michaux volverá a encontrar rasgos y similitudes de grandeza (y de infamia también) comunes entre los indígenas ecuatorianos y los asiáticos. 


En una anotación de mayo de 1932, Juan Larrea escribe: “A través de nuestro alejamiento, un vínculo oscuro seguía vibrante.” La dedicatoria de Absence (1932) es para Michaux. Gangotena había regresado al Ecuador para quedarse, con la excepción de sus dos breves periplos diplomáticos en la década del 30, uno en Chile y otro en París, sobre los que se sabe poco y nada; al volver se encerró en un ostracismo voluntario, volviéndose una figura enigmática y escurridiza. En 1936 está de vuelta en París como agregado cultural. Nunca volvieron a verse. 

*** 
“Soy lo bastante ruin para conservar algunos sentimientos humanos” escribió Moro en uno de sus poemas en prosa, la forma de escritura que más frecuentó. Moro vivió su homosexualidad discretamente, despreocupado del escándalo y la censura; en cambio Gangotena ocultó hasta donde pudo la verdadera naturaleza de su relación – ¿tal vez esa fue la razón de su rompimiento? - con Michaux: una amistad erótica. ¿Y si la Esposa a la que Gangotena tanto invocaba fuese un ser sexualmente ambiguo, esquivo y ruin (lejos de feminizarlo, su vestido y sus afeites lo vuelven aún más indefinible); una Madame a la que no le importa que se le corra el maquillaje mientras aspira del frasco de éter, fingiéndose Lucrecia Borgia o la reina de Saba? A Kundera le sobra razón cuando señala en Les Testaments Trahis que hay críticos y biógrafos que creen conocer hasta la vida sexual de Kafka o Faulkner, pero ignoran la de su mujer. 

Gangotena buscó el encierro y la soledad para poder escribir, en cambio Moro necesitaba del caos del mundo. “Vivo lejos de lo que amo, uno tiene el valor, eso se llama valor de vivir a pesar de todo...” escribió Moro en otra de sus prosas. Compartieron lo que los opone y los enfrenta, la vía heterodoxa; vivieron en la misma época sin rozarse, si el uno hubiera conocido el trabajo del otro, hubieran sentido extrañeza y tal vez hasta repulsión. Aunque Moro coincidía políticamente con José María Arguedas y Ciro Alegría, su participación en el movimiento surrealista fue vista por sus contemporáneos como una desviación, al no haber adherido al realismo social, ni al costumbrismo de barricada. Incluso cuando Moro rompe con el surrealismo conserva la desmesura que lo hacía único. 

“El místico es movido por el amor más que por el temor, como el ascético. La angustia no toma forma; es ausencia”, anota Larrea en su diario. En Abscence (1932), la naturaleza es hostil para el poeta y la maldice (“Y mi palabra vindicativa y cargada de la savia de la/ adormidera”); en su sangre se incuban a escondidas el mal, el padecimiento. En la noche es visitado por dos espectros, Pizarro – imagen idealizada que lo abandona - y Tupac Yupanqui: 

“¿Quien golpea iracundo a mi puerta? 
¿Sois vos, engalanado de plumas y de palmas, 
Señor Inca Tupac-Yupanqui? 
¿Qué tenéis de urgente que revelarnos? 
Me hacéis más bien, con vuestra envoltura de sombras, el 
efecto de acosarme, 
De acosarme y de manteneros al oriente, 
Siempre al terrible oriente de mi conciencia. (…) 
Por lo demás, ¿sabréis defenderme y vengarme? (…) 
¿Y vienes tú a interrumpirme y balbucir tu abstruso 
lenguaje, Señor Inca, profiriéndolo a la manera de una 
cosa tejida de sonidos? 
(…) Anda a interrogar a los leones si el sendero estuvo libre 
para tu paso.” 

Los bien pensantes y los sabuesos de lo políticamente correcto no dejarán de ver en ciertos tramos de su obra una idealización del conquistador, pero ignoran que Gangotena sentía tanto extrañamiento y lejanía frente al mundo indígena, como frente a su clase social. Solo al volver a su lugar de origen encontró el exilio como desafío radical, al que confronta desde la metafísica, la física clásica y la fe. Más cerca del barroco que del surrealismo, su lirismo no está reñido con el pensamiento, se vuelve el mejor vehículo de su desgarro. 

Ni Gangotena ni Moro se preocuparon de esclarecer su elección: “Mi obra tiene una razón de ser a través de Francia. En francés empecé a escribir. Esa es la puerta por la que España puede interesar al mundo”, anota Larrea en febrero de 1932, el mismo año en que dejó de escribir poesía, la cual reunió en Versión Celeste (1970). Para historiadores y críticos de la literatura francesa, Gangotena, Moro y Larrea, apenas existen, y cuando se los toma en cuenta, remarcan en ellos un exotismo que nunca ostentaron. En el espacio cultural de su lengua de adopción casi no tienen cabida. En su tradición de origen, que en realidad nunca dejaron atrás, su lugar sigue siendo marginal; a pesar de haber escrito sus obras en francés, nunca abandonaron del todo su lengua materna; su forma de expresión pertenece netamente al mundo hispánico, su bilingüismo plantea la riqueza de la dificultad. Mucho más radicales que Larrea, quien al cambiar de lengua no vivió ese desgarramiento entre dos mundos que Gangotena y Moro si compartieron. George Steiner se vería en problemas para aplicar su concepto de extraterritorialidad con ellos. Aunque el inglés sea la lengua predominante del presente, la anglofilia como deriva estética es más bien una rareza entre nosotros; todavía tiene razón Severo Sarduy: “es también tradicional usar el adjetivo afrancesado con intención acusatoria.” 

Gangotena vivió su retorno como una maldición, encerrado en su propio enigma; distante de una intelectualidad cada vez más comprometida o más cercana a las vanguardias, pero con la que no le interesa dialogar, a pesar de pertenecer a la misma generación. Su obra se desarrolló de manera paralela y distante a la de Pablo Palacio, José de la Cuadra y los narradores del Grupo de Guayaquil. Temprano lector de Sartre y de Heidegger, se sentía un paso delante de las polémicas sobre el indigenismo y el realismo social. Al revisar sus manuscritos, no dejan de llamar la atención las anotaciones que hay en sus bordes: apuntes sobre canales de riego, variedades de semillas, intrincados cálculos matemáticos, apuntes de lectura sobre Husserl, San Juan de la Cruz y Pascal. Hoy que se hace pasar por pensamiento a la descripción sociológica degradada, y a la historiografía falseada, por metafísica; la estatua de las conmemoraciones nada tiene que ver con la obra y la persona a la que falsean. Hace falta un volumen que reúna su obra completa, y también una nueva traducción, aunque la de Gonzalo Escudero todavía conserva parte de su legitimidad (incluso hasta sus desaciertos nos hablan de la búsqueda de Escudero), una nueva traducción es de por sí una relectura. Gangotena muere en 1944, Michaux nunca dejó de tenerlo presente, sobre todo en sus últimos días, cuando escribió: “Alfredo Gangotena es uno de los pocos poetas que he encontrado, nunca me pareció una persona común, formada como todo el mundo.” 

Ciudad de México, Diciembre de 2009



César Vásconez Romero (Quito, Ecuador, 1980) Hizo estudios de Letras y Edición en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Ha publicado artículos en revistas como Ruido Blanco, El Interpretador, La Tempestad, Hermano Cerdo y Cuadrivio. Fue jefe de redacción de La Comunidad Inconfesable y editor literario de Big Sur: http://www.big-sur.com.ar/ , revista de arte latinoamericano. Como editor preparó la Obra Poética (2007) de David Ledesma y Minero de la Noche -24 poetas franceses de vanguardia- (2008) de Jorge Carrera Andrade. En el 2009 fue seleccionado para el Programa de Residencias Artísticas para Creadores de Iberoamérica del Fonca en México. Aldaba, (Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2010) es su primer libro de poesía. Actualmente es escritor en residencia de la Maison des Écrivains et Traducteurs de Saint-Nazaire en Francia: http://www.maisonecrivainsetrangers.com/LES-RESIDENTS-2012,221