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30 mar 2012

La poesía de Eduardo Espina brilla en un movimiento constante que es lenguaje puro insertado en un mundo que ya no es material. Desplazamientos de imágenes y versos organizados por un aliento que parecería ir arrasándolo todo en ondas expansivas. Columnas emplumadas arañadas por la violencia sensorial bajo un fraseo constante. Un aliento tan auténtico como extraño donde el acto creador se apoya en los ordenamientos de esos ríos y esas grietas por donde fluye la hibridez más concreta. Una de las poéticas más gozadas y a su vez más enmudecedoras de estos tiempos.



SIN TAXIS, SIN TEXAS (*)

(Canta del país el aprendiz)

El efebo vence al chillido hechizado
por el aura oriunda; le dio por cantar
villancicos patrios cuando nada cree
que sea posible, se hinchó de paspar
la apariencia que compartiría aparte
del arte temido hasta por el alma tan
por sentir con la lluvia al descubierto.
Cuánta gota de la suya ganó desmayo
en la llanura por venir delante, con el
ojo amadejando a las lanas nupciales,
y por serlo del murciélago dan miedo.
Cuánto de todo ha sido insuficiente al
salir a la calle para encontrarse ¡solo!
Calla el rayo al caer, los murciélagos
callan llamando la atención del viento.
En el país vuelan ellos para las voces,
tocan las cuitas al tambor del pericón.
Anda que suenan, vihuelas y ukeleles,
y en medio, la fibra lisa del muchacho.
Canta que cantan, buen embutidor del
mate amargo en caso de que lo ceben
de Norte a Sur donde el sol se asoma.
Canta tu dato para el dedo sin palacio.
Canta muchacho para que mucho sea.
Quién lo diría, la jauría deja vestigios,
los hijos del pasajero eligen la lejanía.
A menos leguas de un país hasta otro,
la destreza del azar acerca al labriego,
hace que esto sea como ha sido recién.
El azur de la nación anuncia como un
ánima nace en sábado de menos a más,
y cada martes en manos de algo igual.
Pocos por una payada lo hallarán oral
de ser uruguayo porque su partida a la
pleamar del mapa llegó con una niñez.
De chico, recorría el país en persona y
quienes le perdieron las pisadas no lo
saben por existente en todas las razas
sanas pues según asegura la partida de
nacimiento y la sólida suerte del cielo,
había nacido con la persona que ya era.
Antes de ahora, cuando la nación suda
y la Osa sale a morir en pollera callada.
El país avisa de la belleza si aun es ella
llamando a la puerta cuando nadie abre.
¡Vaya chasqui vestido de viyelas, vaya
a dormir la siesta jugando a la rayuela!
Ah, esas cosas de los uruguayos dados
cada día al misterio de los teros, dados
a las achuras como yelmos cimarrones,
canes de caza para pensar al carpincho,
poniéndole a la cólera un bozal rabioso.
Yo, me pregunto, ¿y si lo fueran, digo,
también la tarde en que murió Artigas,
pues sin él, no me imagino a las plazas,
al mármol con su monumento a caballo?
¿Podría haber un lugar donde ya es hoy,
podría haber un país en el pensamiento?
Y esas plantas, ¿en qué tanto pensaron?
¿O piensan las palmeras morir primero?
Contra las preguntas que les perdonan
a las alamedas, me arrimo a las almas
para ser del organismo, y un poco tan
feliz de serlo: uruguayo, cuando ya no. 


VEO VEO, ¿QUÉ VES?
(Veo vulvas)

Veo vulvas, de las que andan por ahí sin saber lo que hacen,
Vulvas de las que andan por ahí, veo, sin saber lo que dicen.
Vulvas, de las que nadie ha visto, porque había una persona
en medio, porque esa vez estaba lloviendo, porque la madre
estaba dormida mientras la duración tenia repercusiones, mi
mano entre tanto, con su piraña en las uñas añadía algo débil
como un goteo espeso con el cual alguno hizo dulce de leche.
Veo vulvas afeitadas, de las que no tienen pelos en mi lengua,
afeitadas para no sentirse solas hasta la saciedad del sinónimo
por no saber bien qué significa estar atareadas como pie plano.
Hay vulvas a las que nunca les dan una mano y son mancas en
la cama, hacen lo que les da la gana, todo a regañadientes, las
mismas que dejan caer en saco roto los pelos de algún orgullo.
Veo vulvas de julias, de sallys y susis, hasta de una tartamuda
en otro idioma. Veo la vulva de adriana. Una vez vi una vulva
voraz detrás de una ventana abierta: miraba como si lo supiera.
Vulvas involuntarias, como si funcionaran mal de esa manera,
cochinas, hinchadas, ninguna hincada, achatadas y rechazadas.
Otras veces vi una vulva con un yo tan grande que pensé seria
la de yolanda, pero era la de ¡lucy! diciendo “recuerda, soy yo,
estuviste en mi suave interior un día de lluvia, porque llovía y
llegué tarde, fue una tarde de esas para hacerse pasar por uno”.
No sé porqué, pero veo vulvas de silvias y son muchas silvias,
una de ellas, con una vulva que volvió una noche y yo, estaba.
A la vulva de sarah (tenía tres) la encontré detrás del desierto
de (Sahara), dijo que había estado con, Tristan Tzara, dada a
estar como era con la humanidad entera apenas sintiera pena.
Vulvas vi también de las que solas saben hablar por teléfono,
vulvas valientes y cobardes, vulvas incapaces de hacerle mal
a nadie, ninguna nacida en Pennsylvania (una lástima), vulvas
con óvulos y overol, algunas con olor violento, una con aroma
a emanación mortal tal como la mamá la había traído a la vida.
A una de esas vulvas la encontré en una matinée, mientras ella
estaba viendo El año pasado en Marienbad y yo también quise
verla, cuando aun el año no había pasado por mi pensamiento.
La vulva vista en plena visibilidad debería venir de Hiroshima,
olía a átomo, a algo que había pasado con mucha gente muerta.
Mil vulvas que nos esperan a la vuelta de la esquina si se diera
el caso, menos castas cada vez, vulvas pero no de Taras Bulba,
vulvas de tamaras y marías (¡cuántas marías hay en el mundo!,
¡hay más de las que pensaba!), de susan que nadie había usado
hasta entonces, de carolinas y de ya no me acuerdo de quiénes.
De catalinas y katherinas, a cual más uterina, de sues y vickis
en quimono, y la de victoria, ah, cantando siempre su nombre.
Otra vez vi la vulva de una madre que no era la mía, la vi y vi
vulvas de susis y sucias, de alicias y soledades, de anicetas sin
haber sabido quién les puso ese nombre, vulvas algo lóbregas,
veo vulvas hasta cuando duermo, rezo y respiro, cuando como,
cuando (también ahí veo) me pica la nariz o hablo por teléfono
a un número equivocado, las veo cuando tengo ganas y cuando
no porque no solo de vulvas vive el hombre, pero igual las veo
cuando llueve, cuando recién paró, cuando una mujer parió un
niño que no es mío, y si es una niña también veo la vulva suya,
cuando alguien me pide una dirección para llegar a su casa y no
sé dónde quedará esa calle, veo vulvas hasta cuando nos las veo.
De cármenes, de maites, de luisas, de elisas (veo la de Elisa vida
mía y me dan ganas de llorar de la nostalgia), de irenes y a la de
sully la imagino ajena dando ahora vueltas por algún barrio reo.
Vulvas, vulvas, vulvas, vulvas, vulvas, vulv… las veo ¡ahí van!
y con ellas, aquella que una vez tuvo frío, vulvas que no saben
hablar en voz baja y por eso nunca las invitan a ningún velorio.
He visto vulvas en coma esperando el punto final para zafarse,
he visto otras que venían a ser parte de la tradición, pero ahora,
veo vulvas pobres y ricas, nómadas y anónimas, largas y cortas,
negras y blancas, y a tantas vulvas obesas cuyo tamaño varía lo
mismo en invierno como en verano aunque habrá que verlas en
primavera, rodeadas de geranios y golondrinas, vulvas aladas y
perfumadas, volarían así a una definición diferente apenas una
fe las acompañe al año donde nacieron con una forma de alma
imitada por la cual la belleza hubiera pagado hasta una fortuna.
Vulvas con su traca traca, cargando un semen apuñalado por la
espalda, castigo les deberían dar por andar cargando lo que aun
sabe a suyo, la yapa del chiquetazo, cómo poder con eso, ni que
fueran traileras transportando oro en su convaco semirremolque.
Con vulvas así, no se puede, porque ponen en duda el camino a
Sodoma amagando con amar al primer postor de su desparramo.
Vulvas que al llegar a los veinte les cantaron las cuarenta, pues,
pasado el tiempo, todas las vulvas terminan siendo la misma, ni
una se salva, todas hacen camino al andar tan llenas de moscas,
de no me acuerdo bien qué pasó en el pecado la noche anterior.
Sudando en contra de la infelicidad salen al soleado universo a
vivir con esa estética hasta que pueden y dicen colorín colorado
esta historia ha terminado, arrepentidas de no saber lo que pasó.
Vulvas de las que nadie nunca ha visto, invisibles hasta que las
manos las hacen nacer al instinto en cada instante tan saludable.
Vulvas con sabor a ceviche, alegres pero con un gusto agrio (tal
vez en su vida pasada pasaron días en algún yogurt), de las que
fueron atrapadas in fraganti haciendo estragos en la entrada del
tren fantasma, en su Parque Rodó uruguayo ¡tan lleno de ellas!
mientras llegan como bueyes cargadas de ayes huidos del ayer.
Hay quienes dicen que las vulvas son buenas, hay alguien que
su vulva cambiaría por una nueva aunque viniera de muy lejos.
En alguna parte habría que hacerle a la vulva una estatua, a esa
usada en nombre de todas las otras, vivas y muertas aquí y allá.
Sudor, ozono pino, pipas, altramuces, garbanzos salados, zotal,
aura de la fotogenia y hasta estertores cumpliendo el papel del
mal tilingo al quitarse de encima cuchiflates y guarrindonguis
alaban la pelambre que la bordea para cumplir el papel de los
días acuartelados vistos desde muy cerca, olfateando culta la
circularidad de una verdad que si no fuera tan mal vista, bien
podría servir como ablación en la corazonada de tenerla todo
el tiempo cerca hasta que algo agobiada viniera a los minutos.
La vulva esa escribe en su libreta de apuntes algo que todavía
nadie sabe: “Las dificultades de mis tartamudeos tuvieron que
ver con la tendencia que tenían los personajes antes de venir a
mí”, pudiendo ser el personaje cualquiera que quisiera estar de
acuerdo con la visita al tarambana cuando salió al raje, porque
según una leyenda, el pabellón de baños del cuartel entraba en
actividad al mismo tiempo que de aquí en más la blanda vulva
se ponía facilonga, haciéndose la que no sabía nada pero sabía.
La vulva que le había hecho un chantaje al Viejo Vizcacha, la
misma que por pura casualidad descubrimos donde no las hay
hacía su aparición bajo las fibras del biguá y de la arboladura,
había cumplido con un plan abotonado, nadaba en la leche del
mar cuando la pena valía hacerlo por eso que todas las vulvas
hacen, salir a las superficies para respirar. Y para que las vean.
Salgo al mundo y, veo vulvas. Han venido a darme unas ideas. 



EQUIVOCARSE CON LA PROPIA MANO DE UNO
(Un país apodado “guardapolvos”)

Estamos en una playa en Yemen, donde las mujeres temen al semen.
Como en esta playa solo yacen yémenes, lo que más falta ¡es! semen.
¿Cómo vivir sin, semen? Sería una charada, un badajo muerto debajo
del pijamas, sería amar a la hija mayor del mayordomo aunque jamás
mejore, pues en Yemen los meses vienen con menos semen a menos
que en el mapamundi alguien diga, esto no es Yemen, es el medio de
la nada como tú te la habías imaginado, seguramente antes que hoy o
quién podrá decirlo al respecto, la nada, sin hijos, con playas de arena
heroica hasta los pies, con una toalla enroscada a cada lado para llamar
la atención del cielo porque el cielo del desierto se parece al del olvido,
lo cual sería ideal, olvidarse de los sémenes hasta la semana que viene,
igual, todavía es miércoles, mientras nacen los ceibos involuntarios al
volver los bueyes del verano, ellos sí que semen tienen, incluso tienen
para prestar a cambio cuando entran a la eternidad con el año anterior
atravesando las huellas calladas desde ayer hasta hace mucho, aunque
sea poco, tiempo que papá podría haber tenido si aun estuviera vivo, y
mamá, que nunca quiso ir a Yemen pues allá, al semen todos le temen.


(*) Poemas inéditos pertenecientes al libro Mañana la mente puede.


Eduardo Espina nació en Montevideo, Uruguay. Publicó los libros de poesía: Valores Personales, 1982; La caza nupcial, 1993, 1997; El oro y la liviandad del brillo, 1994; Coto de casa, 1995; Lee un poco más despacio, 1999; Mínimo de mundo visible, 2003; El cutis patrio 2006, 2009. También es autor de los libros de ensayo: El disfraz de la modernidad, 1992; Las ruinas de lo imaginario, 1996; La condición Milli Vanilli. Ensayos de dos siglos, 2003; Historia Universal del Uruguay, 2008; y Julio Herrera y Reissig. Prohibida la entrada a los uruguayos, 2010, estos tres últimos publicados por Editorial Planeta. 


En Uruguay ganó dos veces el Premio Nacional de Ensayo por los libros Las ruinas de lo imaginario, (1996) y Un plan de indicios (2000), de próxima aparición. En 1998 obtuvo el Premio Municipal de Poesía por el libro aún inédito Deslenguaje. Sobre su obra poética se han escrito tesis doctorales, y extensos artículos de estudio fueron publicados en reconocidas revistas académicas como Revista Iberoamericana y Revista de Estudios Hispánicos. En Santiago de Chile, Red Internacional del Libro publicó en 2003 Con/figuración sintáctica: poesía del deslenguaje, estudio comprensivo de la obra poética de Espina realizado por el lingüista español Enrique Mallén, autor asimismo del libro Poesía del lenguaje. De T.S. Eliot a Eduardo Espina, publicado por Editorial Aldus en México, 2008. 

La poesía de Espina se estudia en diversas universidades de Europa, América Latina, y Estados Unidos, y sus poemas han sido traducidos parcialmente al inglés, francés, italiano, portugués, holandés, alemán, albanés y croata. Está incluido en más de 40 antologías de poesía latinoamericana. En 1980 fue el primer escritor uruguayo invitado al prestigioso International Writing Program de la Universidad de Iowa. Desde entonces radica en Estados Unidos. En 2010 obtuvo la beca Guggenheim.