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11 mar 2012

Por Rafael Courtoisie


Afirma Georges Bataille, en “El erotismo” (1957): 

“Las transgresiones, aun multiplicadas, no pueden acabar con la prohibición, como si la prohibición fuera únicamente el medio de hacer caer una gloriosa maldición sobre lo rechazado por ella”. 

Y escribe Aleyda Quevedo en “La otra, la misma de Dios” (2011):

“Me quieres mucho, quizá, nada, más.
Pero más te quieres a ti mismo.
En la última mañana lames con dedicación
Los dedos de mis pies, besas sin asco las axilas,
Ardes y recorres los pliegues del sexo.
Haces bien en amarte tanto,
Aunque goces de mis gracias,
Como el experto cínico que eres;
Haces bien y te deleitas.
Adiós, amor mío,
Nunca mío, siempre tuya.
Sin dudarlo,
Como el mar que aún me domina.
Adiós,
Ahí he puesto toda la fe.”


La lectura de Bataille ilumina una zona profunda del notable erotismo desarrollado por la poeta ecuatoriana en su libro: en su poesía comparecen el deseo y el rechazo, la síntesis dialéctica que la prohibición, construcción cultural, produce planteando ese “más allá erótico” que Octavio Paz encuentra en Sade y que se resignifica, con marcas de escritura de mujer, en esta nueva erótica. 

Se trata de una poesía mística, por supuesto. 

No puede concebirse una erótica tan nítida, tan removedora, tan exacta, tan revulsiva, franca y hermosamente cruda como la que logra Quevedo en esta obra, sin inscribirla con plena conciencia en la línea de los grandes y, sobre todo, las grandes místicas: Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Sor Juana. 

El deseo articula el logos y procura el goce. 

Desde el goce no se escribe, se escribe desde el deseo, y desde el deseo se incrementa algo que podía parecer solamente pulsión y se transforma en trascendencia, en un ir más allá del logos. 

El discurso de Quevedo, una de sus más logradas estrategias poéticas, verificable cabalmente en este libro, es la de cercar el objeto o la serie de objetos-sujetos mediante la celebración y al mismo tiempo mediante la recordación del tabú, de la prohibición, como si se tratara de un encuentro de imágenes irreconciliables que produce una extraordinaria conmoción, una comunicación poética sobresaliente. 

Lo extraño, lo bizarro en el sentido de valiente y de “raro” es que en diversos fragmentos, en diversos poemas clave del libro, Aleyda Quevedo se adueña de la prohibición cultural, colectiva, y consigue emplearla como argumento y a la vez recurso de estilo radicalmente propio, individual. 

La prohibición pasa a ser un acto volitivo que modifica y acompaña la expresión del deseo, porque la prohibición societaria, la prohibición en un sentido antropológico pasa a ser un instrumento paradójico de liberación en la articulación del discurso a través de un yo lírico que se re-construye, que se hace a sí misma (no a sí mismo)

El rechazo por el amante es otra forma de la aceptación, una forma que incorpora la dignidad y la construcción de una identidad intransferible, un empoderamiento, en definitiva, donde la promoción mística producida por el discurso erótico logra una plenitud textual que es, a la vez, sexual, física y metafísica. 

Lo que una lectura desatenta pudiera llegar a decodificar como reproche o texto de desamor es, por el contrario, acto de amor profundo hacia el otro, a través, también, y sobre todo, del amor propio

El milagro poético es hacer de la prohibición enunciación, y de la enunciación liberación. 

Y eso, ese proceso, se da en el libro de Quevedo con una profunda alegría, con un humor que libera su feromonas en el lector, que produce un estado de gracia inefable. 

Este libro produce ganas.
Aleyda hace caer “una gloriosa maldición sobre lo rechazado por ella”.
Y esa maldición es – cálida, cariciosa- un “otro” acto de amor.

Uno de los poemas de profunda mística y belleza, es este, que cito a continuación:

ARRANCO TODAS LAS FLORES DE MI CUERPO

para ofrecértelas, Señor.
Allá voy, más desnuda sin las diminutas flores
del torso, más desvestida que nunca
sin las dalias que crecían en mi espalda.
Voy saltando las piedras ciegas de la desdicha
y el viento me ayuda a alcanzar la arena.
Señor de las Angustias, todopoderoso mío,
me despojo incluso de la flor pasionaria
y de la corona de heliconias que adorna mi pubis.
Desnudísima, para entregarme a ti,
sin los lirios de la nuca o los girasoles de las nalgas,
pulcra, tal vez insondable isla de misterios
Y no más rosas, ni margaritas, ni violetas
encandiladas en mis senos.
Limpia estoy, vuelta promesa.
Brillante y sola para entregarme a ti

sin las astromelias del sexo,
sin la flor azul del corazón.


Rafael Courtoisie (Montevideo, 1958). Su novela “Santo remedio” fue elegida por algunas editoriales españolas y la Fundación Lara como una de las mejores seis novelas publicadas en español durante el 2006. En 2008 aparecieron las traducciones de “Santo remedio” al francés y rumano, entre otras. Su libro “Cadáveres exquisitos” fue Premio de la Crítica. Su novela “Vida de Perro” obtuvo el Premio Nacional de Narrativa del Ministerio de Cultura del Uruguay y fue nominada al Premio Rómulo Gallegos, de Venezuela. “Tajos” y “Caras extrañas” son sus anteriores novelas publicadas en España. Las versiones italianas de “Tajos” (“Sfregi”) y de “Caras extrañas” (“Facce sconosciute”) fueron publicadas recientemente en Italia. La editorial Monte Ávila publicó en 2008, “Palabras de la noche”, una extensa antología de su obra poética. “Jaula abierta” (Madrid, 2004) y “Todo es poco” (Valencia, 2004) son sus títulos más recientes de poesía. “Amador”, en tanto, es un libro de prosa erótica, que apareció en Barcelona, España (editorial Thule), y en Uruguay. Ha sido Profesor invitado en Florida State University (EE.UU.), Ohio University, Birmingham University (Inglaterra), entre otras. Profesor de Narrativa y Guion Cinematográfico en la Universidad Católica del Uruguay y en la Escuela de Cine del Uruguay. Ha sido Profesor de Literatura Iberoamericana en el Centro de Formación de Profesores del Uruguay. Ha sido invitado por la Universidad de Iowa para formar parte del Internacional Writing Program. Es autor de varios volúmenes de cuentos y de cuatro novelas. Ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales. Por su trayectoria le han conferido el Premio Fraternidad (Jerusalén) y el Premio Morosoli (auspiciado por la Cátedra UNESCO y la Asociación de Universidades del MERCOSUR). Parte de su obra fue traducida al inglés, francés, italiano, rumano y turco, entre otros idiomas. Ha recibido, entre otros, el Premio Fundación Loewe de Poesía (España, Editorial Visor, jurado presidido por Octavio Paz), el Premio Plural (México, jurado presidido por Juan Gelman), el Premio Internacional Jaime Sabines (México) y el Premio Blas de Otero (España).