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22 nov 2012







Fragmentos de las Presentaciones:

VOLVERÉ Y SERÉ LA MISMA: Marosa di Giorgio publicada por primera vez en el Ecuador 
Por Aleyda Quevedo 

En la historia del arte Marosa di Giorgio (Salto, Uruguay, 1932 – Montevideo, 2004) encarna en un solo ser: personalidad irrepetible y potencia poética y narrativa, originalísimas. 
Fue en el 2001, durante mis días de estancia como poeta invitada al Festival Mundial de Poesía de Medellín, cuando la conocí y tuve el privilegio de conversar, desayunar con ella, pasear y contemplarla, en uno de sus performances naturales: maquillarse. 
Nunca olvidaré esa manera tan suya de vestirse para los recitales de poesía. Ella elevó la lectura de poesía a una gala sagrada. Esa manera tan particular de vestirse y tan suya, como si se tratara de encarnar el personaje de una bruja roja e iluminada por hadas del bosque, y ese trato delicado y sus expresiones cultas, que atraían a todos. Un verdadero enriquecimiento espiritual fue para mí compartir con ella en ese inolvidable festival, hoy por hoy el más importante, grande e influyente del mundo contemporáneo. 
Ella es alguien que vivió sus propios sueños y los puso en versos de un tono raro y que ahora es canónigo. Escribió su propia vida que se hizo poemas y profundizó en su propia obra que fusionó todas las líneas de la narrativa y la poesía. Invocar la INFANCIA es uno de los ejes de su obra, con esos pies delgados de pasar por la vida como un ángel exclusivo, trayendo las palabras del poeta Eduardo Espina, quien fue su amigo personal y es uno de los que más conoce su obra. 
Ahora, para seguir alimentando nuestro animal sagrado, Marosa di Giorgio llega a la mitad del mundo, a sus lectores del Ecuador, bella y sobriamente editada por Fondo de Animal Editores, y es la primera criatura poética impresionante que inaugura la Colección AVE ROC. Bautizada así por los editores de Fondo de Animal, por un verso de Marosa, que ustedes descubrirán en este libro justo y fascinante, que bajo el talento creativo de Isabel Mármol, nos transporta a mirar de frente a una de las aves más originales, raras y cautivantes de la poesía universal: Marosa, esa Marosa inolvidable e imprescindible. 


FONDO DE ANIMAL, UNA LECCIÓN PARA LOS DILETANTES
Por Marcelo Báez Meza 

Fondo de Animal es la primera editorial internacional en Ecuador. Es el proyecto más ambicioso que se ha dado en Ecuador en los últimos 25 años, después de que Oveja Negra publicara con El Conejo una colección escritores ecuatorianos a fines de los años ochenta. 
Fondo de Animal va más allá. Apuesta por publicar a poetas internacionales. La colección Abraxas, como su nombre lo dice, abraza a dos poetas de diferentes nacionalidades y los reúne en tomos breves, con un paginaje que no llega a las cien páginas. Son ediciones funcionales, elegantes y completamente dúctiles. En cada volumen se abrazan dos poetas: uno de vanguardia y otro de retaguardia si somos respetuosos con los términos exactos de la historiografía literaria. En cuanto al contenido no se puede pedir otra cosa. Estamos ante poetas que asumen riesgos. No se trata de experimentos formales como los que acostumbran los poetas locales. Estamos ante discursos sólidos, maduros, que no se basan en juegos pirotécnicos típicos de nuestro medio. Se trata de un sello que busca ofrecer una panorámica de la poesía hispanoamericana. 
El libro de Eduardo Espina y Rodrigo Flores destaca por su cercanía a la prosa poética, por esa atracción hacia el abismo. Forma y fondo juegan en el uruguayo y el mexicano sin ser excluyentes en ambos discursos. El tomo 2 de la colección Abraxas está a cargo del peruano Róger Santiváñez y el chileno Héctor Hernández Montecinos. El peruano simula ser un poeta de corte clásico con una métrica aparentemente tradicional. Esto lo hace más moderno que nunca. El chileno, después de su prólogo de prosa poética sin puntuación, hace que su discurso poético mute en un verso libre de gran poderío con reminiscencias grecolatinas. El tomo 3 de Abraxas contrapone al argentino Mario Arteca y al peruano José Carlos Yrigoyen. El rioplatense hace desfilar una miríada de referencias intertextuales sobre la historia del arte, específicamente sobre las vanguardias. El poeta del incario gusta del verso libre de largo aliento, con una poesía sincopada que parece en todo momento jazz. 


CARTA CIRCUNSTANCIAL A UN AMIGO SIN MERIDIANO EN EL ECUADOR
Por Rodrigo Flores Sánchez 

Como lo quería Rimbaud, tu poesía es fruto de una deliberada desorganización. Justo al releerte, pensé en algo que dice el filósofo italiano Giorgio Agamben, en su extraordinario ensayo Lo que resta de Auschwitz. El archivo y el testimonio: “El gorgóneion, que representa la imposibilidad de la visión, es aquello que no se puede no ver”. Es decir la medusa no es aquello que nos provoca la ceguera, sino lo contrario: al encontrarnos con ella ya no podemos desistir de mirar, de mirarla. Sin embargo, la paradoja consiste en que al no poder dejar de observar estamos impedidos de visión. Y es que en efecto, aunque tal vez me equivoco, la tradición de escritura en que te inscribes apuesta por sustituir el ojo por la pluma, y la visión por la pluma. ¿Recuerdas esa famosa carta de Arthur Rimbaud a su antiguo profesor donde el adolescente francés afirma: “Quiero ser poeta y me estoy esforzando en hacerme Vidente”? En su texto “Los estados del yo ante la experiencia del efecto”, sobre Los diarios sumergidos de Calibán, cuarto libro de tu antología, Eduardo Espina ensaya la siguiente idea, la borradura: “Esta estrategia de inscripción y borramiento simultáneos atenúa la entelequia insinuando hacer su aparición en cualquier momento. Paradójicamente, la inminencia de ese algo se vislumbra mejor cuando está a punto de desaparecer y lo incomprensible de la actividad del pensamiento deviene escritura tras haber quedado incumplida su actividad. La modulación de la voz es la narrativa de un registro performático. ¿Cuándo acaba, cuándo termina?” 
Coincido con estas palabras. A lo largo de estos cinco libros hay síntomas claros de esta situación, de un extravío y una oclusión conseguida a fuerza de una desmesurada apertura verbal. En Monsieur Monstruo, tercer título de esta compilación, dices: “Muchas veces te has preguntado si alguna vez podrás dejar de corregir tu pasado mientras lo vas contando”. Luego más tarde, insistes: “Supe que te amaba cuando perdiste el rostro”. Existe una constante preocupación y una nítida conciencia por la fisura definitiva entre testimonio y escritura, un conocimiento trágico, en consonancia con el ciclo histórico de las vanguardias, de que escribir conlleva a la autodestrucción, y desde luego que no me refiero a la romántica muerte del vate, del rapsoda iluminado, del tiernísimo beatnik, del ingenuo bukowskito, que hoy tanto pulula en las letras latinoamericanas, sino de la devastación del testimonio en favor de su devenir ficción: vida o escritura/ vida y escritura/ vida ≠ escritura. 
Había leído algunos libros contenidos en tu antología por separado, pero ahora lo hago en conjunto y mi conclusión es que, a diferencia de quienes opinan que cada uno es insular, para mí pertenecen a un work in progress que no has concluido y que no puedes ni debes concluir. Si en Fundación de la niebla, prima un testigo, casi siempre en forma de segunda persona, que vislumbra, tras la espesura, “una brutal invitación al infinito”, en Demonia Factory, mi libro preferido, existe una suerte de desdoblamiento, de espejos que conducen a otros espejos, de pasadizos que sólo remiten a la tautología. Ahí, cada texto despliega su propio reflejo y la propia anulación de ese reflejo: “Este espejismo que conversa contigo en esta Isla forjada por esqueletos”. Monsieur monstruo lo leo como un título gemelo, de intensidad parecida, sólo que si en Demonia Factory cada uno de los textos era una pieza de un inextricable laberinto, en este volumen lo es cada frase, cada partícula de sentido: Funes el memorioso en un matrimonio ilegítimo con Pierre Menard, autor de ti mismo. En estos cuatro primeros libros es posible observar una rotación de la figura del testigo: el observador que se mira a sí mismo y, al hacerlo, se anula. Se comienza observando tras la neblina y se termina con la mirada atada al mundo.