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1 oct 2012


“En efecto, lo que constituye el fondo de la vida es que, en todo lo tocante a las relaciones de los hombres y las mujeres, lo que se llama colectividad es algo que no anda. No anda, y todo el mundo habla de ello, y gran parte de nuestra actividad se nos va en decirlo”. 
Lacan, Seminario Aún. 

“… lo único que hacemos en el discurso analítico es hablar de amor. Y ¿cómo no percatarse de que, con todo lo que puede articularse desde el descubrimiento del discurso científico, ello es, pura y simplemente, perder el tiempo? El aporte del discurso analítico es que hablar de amor es en sí un goce, y quizá, después de todo esa es tal vez la razón de que emergiese en un punto dado del discurso científico”. 
Lacan, Seminario Aún.


                                                             
Si actualmente parece necesario apostarlo todo a la utilidad pública del psicoanálisis, proponiendo y ejecutando varias formas de psicoanálisis aplicado, sería igualmente vital destacar una referencia a lo que sería el psicoanálisis propiamente dicho. Hace falta una brújula en el laberinto biopolítico, en la sutil red de control de la población. Los analistas, a título de psicólogos clínicos, están en dicho sistema, procuran obtener efectos analíticos, por mínimos que sean, más allá del plan terapéutico. 

La vocación realista del psicoanálisis lo enfila hacia el síntoma para hacerle frente, como dice Lacan en el año 1974. No se anticipa ni pretende tener fórmulas preventivas, o propiciar políticas más adecuadas. Más bien, supone lo inesperado y pretende ubicar lo que permanece opaco, en medio del saber-hacer triunfal de la ciencia. El psicoanálisis nació en el espacio contingente entre el ocultismo y la ciencia según Freud. Para Lacan el callejón estrecho del psicoanálisis pasa entre la ciencia y la religión. 

La pregunta que nos hacemos es si el privilegio de este tiempo, desde el punto de vista analítico, es mostrar descarnadamente que el mayor malestar es el producido por el odioamoramiento del Otro. Los placeres de la vida amorosa se ven pronto ensombrecidos por las desdichas que acarrea. 

Lacan llega a formulaciones directas: el acuerdo entre los sexos es informulable, el amor no marcha, la gente va al psicoanálisis a hablar en último término de eso, muchas veces desde el inicio. Incluso si la clínica psicoanalítica es el decir del que está acostado, es porque en esa posición ocurren cosas que importan únicamente al sujeto. 

En el imposible acuerdo de los sexos, en los tropiezos para hacer concurrir los modos de goce al espacio de la cópula, en la ostensible dificultad para hallar pareja; el psicoanálisis encuentra su real, de donde recibe su legitimación social, y más allá su fundamentación. Así lo asevera Lacan en su seminario del 11 de abril de 1978. 

Para Freud el malestar humano empieza en la impagable culpa del asesinato primordial. La religión es el síntoma de esta transgresión. En cambio Lacan asume que, de cualquier modo, la religión no es un mal síntoma. Siglos de matanzas interreligiosas nos ahorraron el desasosiego de una existencia insensata, la angustia y el horror de un enigma irresoluble. La ciencia, en cambio, como un árbol navideño de manzanas envenenadas, nos ha condenado, una vez más, a una errancia sin fe. Hemos canjeado la vida sencilla del rebaño por la turbulenta voracidad de cosas, bienes, servicios, placeres. 

La ciencia y el capitalismo, la física y el comercio, las matemáticas y el imperio de la cifra que disuelve todo, reduciéndolo a unidades abstractas: es el mundo del dinero, como se titula el ensayo de Martin Hopenhayn. Podríamos encender nuestra curiosidad si nos preguntamos cuál –el dinero o la ciencia- es la condición primera. Zizek también ha recorrido los estudios al respecto. Aquí recordaremos dos asertos lacanianos: el capitalismo ha partido de desechar el sexo (Radiofonía y Televisión); en el discurso de la ciencia hablar de amor es perder el tiempo (Seminario XX). 

El mundo del dinero no es la tonta esfera que el imaginario nos representa. Es la red, el entramado, la hiperconexión, la comunicación que oprime y satura, pero que inevitablemente deja un subproducto, un desecho inútil, una laminilla que se filtra y que cae (ver Lacan en el Seminario XI hablando de dicha laminilla). Fue Freud quien levantó ese desecho haciéndolo su causa, con la cual se hace hablar, en torno a ese otro mundo perdido irremediablemente, en el que supuestamente habría existido la armonía entre el hombre y la mujer. 

Beck, Giddens, Bauman, entre otros sociólogos, describen un panorama confuso y difícil para la vida contemporánea. El último de ellos nos da la metáfora del “amor líquido”, usando el adjetivo para nombrar el rasgo dominante de la cultura de hoy. La lógica de la economía y la hiperconexión, sus semantemas y clichés, son los significantes con los que los sujetos hablan y abordan el campo amoroso. Se establecen conexiones, contactos, listas. Son opciones a evaluar, en tanto inversiones a corto plazo. El riesgo y el cálculo de posibilidades conducen a una pauta muy diferente a todo lo antes visto. No hay seguridad en el mediano o largo plazo, no hay el marco de hierro de la religión, la familia, la censura moral, la punición legal. La incertidumbre amorosa es el clima que prevalece en todas partes. El escenario físico es la ciudad, la metrópoli gigante, la concentración demográfica y el urbanismo cibernético. 

Los sujetos están ávidos de orientación, de recetas, de un saber-hacer erótico. Una proliferación de expertos en el tema, revistas y programas, es la más patética prueba de que se va a ciegas. La información sobre opciones, variaciones, estilos y modos de vida, no resuelve el dilema esencial: qué decidir en el terreno del lazo amoroso con el otro. 

Pero hay un movimiento opuesto, emprendedor y militante. Viene de un campamento heterogéneo y combativo. Se lo denomina, paradójica y vagamente, con términos como “teoría queer” o “la Nueva Carne”. 

                                                    

Hart y Negri han propuesto el éxodo como vía de liberación. Tienen referencias en la historia de otros éxodos de pueblos que se alejaban de sus opresores buscando nuevos mundos. Hoy dicho éxodo no se lo concibe en el espacio, en la geografía, donde casi siempre fue una invasión. La emigración ahora consiste en pasar fronteras identitarias. 

La guerra de los sexos es inevitable en el campo de la cultura paternal y falocéntrica. Los papeles constituidos y llamados “hombre” y “mujer” ponen en pie una contradicción opresor-oprimido, el goce se limita a sus fines reproductivos normalizados. Ha llegado el momento de otras estrategias, o quizás más bien, de la puesta en acto de otros estilos de vida y prácticas del cuerpo y sus placeres. Los modelos y proyectos los aportan el arte y las estéticas perversas. 

Freud ha explicado la perversión como el desmentido a la castración. De un lado se reconoce su vigencia, del otro se vive haciendo como si no la hubiera. Es un trabajo continuo para decir no a la castración, una voluntad de goce –en palabras de Lacan- que no acepta límites. 

Las producciones estéticas contemporáneas van en sentido de una proliferación de objetos y experiencias corporales. Se dice que nuestro tiempo es del desencanto. El cuerpo clásico ya no fascina, no promete revelaciones. La desnudez se ha vuelto trivial e insuficiente. El nudismo torna al cuerpo un objeto indiferente. El superyo, ese sultán irrefrenable y hambriento, como el del cuento citado por Lacan, pide que ese cuerpo sea descarnado. Se demandan objetos repugnantes y abyectos: la sangre, los fluidos orgánicos, los huesos, la piel, las vísceras. Se opera masoquistamente, se corta, se perfora, se abre, se mutila y se deforma. No hay víctimas, a diferencia de los experimentos sádicos de cualquier época. El dolor es la recompensa, la prueba del atravesamiento liberador. 

El programa de éxodo, de emigración, acaba en una refundación. Nuevos grupos identificatorios cohesionados por prácticas de la carne, del cuerpo y sus variados goces aparecen, pero el sujeto experimenta el malestar de no encarnar bien un ideal transgresivo. 

Esto ocurre con todas las propuestas alternativas: nuevas normas, particularismos, sujetos divididos. Los dispositivos y sus consecuencias reaparecen en el otro extremo: en los estilos rebeldes marginales, cuando pasan a constituirse en grupos. La paradoja estriba en que los nombres-del-padre no son prohibiciones, los no-del-padre, sino per-versiones. Constituyen semblantes públicos, campos de identificación, operantes en escenas, instalaciones y performances artísticas. 

La aventura de salir del continente “falogocéntrico” hacia el mundo perdido de la feminidad, sólo genera una diáspora de experimentos de goce. No existe “La mujer” y la empresa de búsqueda se reparte en los esfuerzos de creación del no-todo-fálico por un lado y en las variaciones del desmentido por el otro. Es el misticismo laico de este tiempo: el de ellas haciendo del cuerpo un testimonio de una pasión trascendente, el de ellos poniendo a la mirada y la voz como sustitutos intachables del falo. 


Hay una ciencia de las letras: Lautréamont y Joyce, entre otros radicales experimentadores del escrito, lo testimonian. Lacan dirá que la única ciencia digna de acompañar al psicoanálisis es la ciencia ficción. El cine y la literatura, Cronenberg y Ballard, R. Scott y P. Dick, Crash y Blade Runner. Son ejemplos de estudios y exploraciones de la Nueva Carne. El libro así titulado –La Nueva Carne- por el compilador Antonio José Navarro, presenta una doctrina que es más bien el catálogo de las transformaciones del cuerpo. Como en cualquier ciencia se forzan límites: entre los géneros, entre lo humano y lo animal, entre lo natural y lo artificial, entre lo vivo y lo inanimado. Híbridos y monstruos aparecen y desaparecen en las pantallas, en los textos, en todos esos observatorios de lo inconcebible. 


Lacan vio un análogo del inconsciente en el tráfico de Baltimore al amanecer. Cronenberg en Crash muestra ese tráfico para poner en escena el síntoma, lo que choca y produce el goce doliente de los cuerpos. También ello es el efecto de sujetos, no del tipo titilante articulado a lo simbólico, sino de parletres, cuerpos del habla, aparatos vivos anudados a sus máquinas de velocidad, satisfacción y muerte. 

Vamos ahora a partir de otro ángulo, el de Camille Paglia, crítica social, educadora e historiadora de arte. Su planteamiento es muy diferente al planteamiento de la política queer y del feminismo performativista. Combate sin cuartel la intromisión en la universidad americana de la “Teoría Francesa”, a la cual juzga nefasta para las propias metas feministas. Ella promueve un feminismo que denomina “callejero”, tributario de la auténtica subversión de los sesenta: promotora de una sexualidad libremente elegida, a favor de la pornografía y del aborto, defensora de la prostitución y de la legalización de las drogas. 

Paglia cree que los sesenta pueden inspirar una política más inteligente, si se sabe tomar distancia crítica de su exceso provocador y autodestructivo. Al mismo tiempo, ella ridiculiza y desecha los esfuerzos igualitarios y victimistas del feminismo académico, que ignora el poder real de las mujeres: en el sexo y el amor las mujeres gobiernan. Los pilares de ese poder son inherentes, no requieren de reformas políticas, que sólo desvían a las mujeres hacia metas ajenas a su causa. 

“Vamps and Tramps” y “Sexual Personae”, son dos publicaciones esenciales para conocer la propuesta. A esta autora Lacan le significa un pesado intelectualismo, una palabrería sofisticada y presuntuosa, hecha para auditorios de universitarios impresionables. Pero en cambio, tiene una total admiración y respeto por James Fessenden, su amigo y compinche de alborotos (ya fallecido y al que llama uno de los “auténticos izquierdistas de mi generación que rechazaba el amiguismo del sistema profesional y se orientaba a la cultura en general”), que le decía que ella y Lacan planteaban cosas muy similares en lenguas diferentes. Paglia es freudiana. Uno de sus héroes es Norman O. Brown, un escritor radical, que también fue elogiado por el mismo Lacan, dado que leyó a Freud sin endulzarlo ni adaptarlo. En cuanto a Foucault, sencillamente, encuentra que a él no le interesan los rasgos de la feminidad. 

Paglia quisiera hacer entrar el freudismo en su versión más directa y descarnada en la conciencia social. Es su causa como polemista en los medios masivos. Aquí tenemos lo que llamaríamos una “antieducación”. Ella toma partido en el conflicto cultural básico de occidente, entre el cristianismo y el paganismo, a favor de este último. Sin embargo, no subestima el poder y los argumentos de la Iglesia. 

Esta autora entiende que la condición de los sexos es el conflicto permanente. Vivimos hoy en un renovado “circo pagano”, con reglas propias, que no deben ser atemperadas por ninguna política benévola. Excluyendo la violencia y la intromisión del poder, tenemos el espectáculo de hombres y mujeres compitiendo. Las estrategias de la homosexualidad y el lesbianismo son recursos válidos para combatir el imperio femenino o despreciar la barbarie de los hombres. Acaso la bisexualidad, según Paglia, sea una buena opción, un ideal pagano. Bastaría con poseer una sensibilidad bisexual, es decir, una apertura a la vía del arte combinada con el valor, la fuerza y el honor de los gladiadores. 

El extenso libro “Sexual Personae” hace recordar lo que Lacan dijera del muestrario de los fantasmas: la literatura y el arte en general es la descripción más completa y apasionada de las variaciones del erotismo perverso. Los ejercicios y performances de la llamada Nueva Carne rivalizan con la poética de todos los siglos. Mutantes, hermafroditas, andróginos, fusiones inauditas de la materialidad, fragmentaciones metonímicas del cuerpo, todo ello constituye la galería que Paglia nos invita a recorrer en las grandes obras y en los mitos. Camille Paglia cree que hombres y mujeres no tienen otro camino que la guerra circense, y añade que en el circo no hay reglas, pero sí imaginación. Nosotros podríamos decir que no hay fórmula de acuerdo sexual, pero sí fantasmas, mascaradas y anudamientos sintomáticos. 

Resumamos lo dicho. Experimentos y esfuerzos de emigración que arriban a… nuevas identificaciones. Una escenografía, un circo de gladiadores, el enfrentamiento de los sexos, las estrategias de superación de los conflictos por la vía de la transgeneración y la transexualización. El poder femenino desafiante en los tiempos de la paternidad desacreditada, de la virilidad innecesaria. Paglia quiere que haya hombres audaces y conquistadores, que se enfrenten en la lucha amorosa con mujeres que sepan defenderse y precaverse de la brutalidad del macho frustrado e impotente. Sus propuestas son político-culturales, sus críticas atacan el moralismo autoritario. 

Lacan en los años 70, veía instalarse un mundo con amplia liberalidad sexual. Los homosexuales irían a análisis por sentirse desadaptados, no respecto a la norma hétero, sino a lo que sería el “buen homo”: auténtico y declarado. De esto oyen hoy los analistas quejarse a sujetos que acuden. El espectáculo de la sexualidad destapada es un atajo sin salida. No tiene éxito la solución colectiva de emigrar hacia un ilusorio complemento sexual. 

En “Happy Together” de Wong Kar – Wai, una pareja de homosexuales ha ido muy lejos para recomenzar una vida más propicia, pero llevan la marca indeleble de un destino inconsciente que los separa. La felicidad es apenas una canción nostálgica. 

                                             

La película “Posession” de Andrè Zulawski apela al factor alienígena para explicar el violento enfrentamiento de un hombre y una mujer. Cierra todo el sentido en una “totalidad paranoica” –como lo llamaría Jameson-, la de un complot para desencadenar una nueva guerra mundial. Solución apocalíptica a la división este-oeste, intento de romper el muro que separa los sexos. 

Finalmente, parodiemos al mismo Fredric Jameson en “La Estética Geopolítica” cuando habla del cine de Tarkovski. El gran proyecto de liberación del hombre ha fracasado una vez más, pese a la mejor voluntad y la conciencia más clara. No alcanzamos aquello para lo cual parece haberse logrado las mejores condiciones históricas: la clase revolucionaria perfecta, el héroe colectivo, la organización universal. Entonces si hoy el victorianismo puritano es una pieza de museo, si cada día se derrumba un prejuicio de la moral sexual; si en términos prácticos, vivimos en un ambiente permisivo, ¿por qué no es posible una armonía sexual y amorosa entre hombres y mujeres?


Freud no conjeturó sobre un ente exterior como causa del malestar. Lo extraño está en el fondo de nuestra propia vida. El psicoanálisis no tiene otra justificación en el mundo que recordarlo con insistencia. 

Guayaquil, Marzo del 2009. 


*Este texto resume algunas ideas elaboradas en el Seminario que sostuvimos con ese nombre en el año 2007. 


Antonio Aguirre Fuentes (Guayaquil) Psicoanalista Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, Psicologo Clínico en el Hospital de Solca, Docente de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil