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24 jun 2011

VITRINA
(RESEÑAS Y EXTRACTOS DE PUBLICACIONES RECIENTES)

PAQUETECUENTO (Antología casi personal)
Huilo Ruales Hualca
Editorial Eskeletra – Ecuador

Por: Wladimir Zambrano

Siempre me ha llamado la atención el hecho de que los términos: real e imaginario, fueran tan desiguales en cuanto a la cantidad de palabras que se les otorga en los glosarios. Porque si bien lo real se define como lo que tiene existencia material y efectiva. Su antítesis, lo imaginario, será siempre un proceso que permita al individuo manipular la información existente (reconstruyendo- mutilando – fabulando – creando vida en los quizáses, talveces, jamáces..., podría ser... finalizar el mundo y observar a los muertos de nuestros deseos desfilando… Entonces alguien pisa una hoja seca en los segundos… Se fuma un rostro... Y es el amanecer... ).

Digo todo esto porque en Paquetecuento, del maestro Huilo Ruales, lo real es una muñeca desarmada entre las manos de un gesto compulsivo de las nubes, también smog, también lluvia, también el humo de los cigarrillos con que se re-siente la vida y su manufactura de ilusiones…. Mención especial refieren los textos: Círculo poético con hormiga, El evangelio según San: YO, (donde el proceso de fertilización entre la prosa y la poesía alcanzan limites admirables y dignos de recuerdo); Mecánica de la Naranja (donde el delirio es una articulación y no un desfase o equivoco de "lo normal", pues «solamente una puerta cerrada puede ser abierta;» y « solamente lo oculto puede ser descubierto»); la breve narración titulada: El último tren (donde se podría hablar de una metafísica del recuerdo) o esa hermosa red para cazar  "disociaciones de campo" titulada: La locura de Babel...

Escenarios más que disimiles entre cuento y cuento, especulaciones meteorológicas donde el lector recoge las lecciones del frío, los ademanes del calor y el hecho de que la deformación sea nuestro lenguaje más perfecto y más común… Bien ha dicho Marie-Claire Delmas: son Textos que gozan de las rupturas y los hallazgos, aunque se refieran menos a la vida que a la muerte, menos a la coherencia que a la desolación, menos al amor que al fantasma del amor.


EXTRACTO:



La locura de Babel


Apenas empezaba a leer El guardador de rebaños de Alberto Caeiro, cuando sonó el estridente timbre de la Biblioteca. Don Fernando Pessoa, susurrante y carrasposo, me dijo algo inentendible pero comprendí el gesto de su mano derecha, así es que le obedecí. Me escabullí detrás de una estantería de libros enormes y empolvados y allí, ovillado como una momia, me quedé sin respirar hasta que se apagaron las luces y cerraron la infinitud de puertas dobles. Entonces sí respiré a gusto, encendí las luces y me puse a pasear como un rey solitario por su palacio. Después volví a lo de Alberto Caeiro. En voz alta lo leí con estilo propio de la comedia dell’arte ("Creo en el mundo como en una margarita,/ Porque lo veo. Pero no pienso en él/ Porque pensar es no comprender.../ El mundo no se hizo para pensarnos en él/ (Pensar es estar enfermo de los ojos)/ Sino para mirarlo y estar de acuerdo...»). Enseguida, con el mismo propósito declamatorio, busqué las obras completas de Walt Whitman y caminando con estilo de rapsoda en carnaval, me puse ronco a fuerza de recitar Hojas de hierba. Fatigado del trance oral me senté en una mesa llena de poemarios listos a ser clasificados, aunque no abrí ninguno. Aplastado por el silencio y la quietud me puse a divagar en que era cierto aquello de que la biblioteca es un cementerio, las estanterías nichos y los libros tumbas, hasta cuando aparece ese dios atorrante del lector. Solo él era capaz del acto mágico de resucitar a los maestros de la literatura universal. Eso es lo que hacía don Jorge Luis Borges cuando se quedaba noches enteras en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. En esas noches enteras, él abría los libros y con tal gesto devolvía la vida no solo a las palabras sino a los maestros. Ése era su secreto, amparado por las tinieblas que amparaban también al monje ciego de la novela de Humberto Eco. Borges no leía, abría los libros al tacto y de ellos emanaban en voces de trueno o en murmullos íntimos los textos prodigiosos de la literatura universal. Pero, además, oía increpaciones, anatemas, llantos, caminatas lentas a lo largo del insomnio, toses tuberculosas, flatulencias. Es decir, la vida ordinaria de los maestros. Probablemente en ese ámbito de biblioteca nocturna tuvo la visión del laberinto. La infinitud y la espantosa multiplicación de los espejos. Y también allí debe haber sentido el hedor nítido del tigre resollando entre las estanterías con su caminar de felpa.

Empujado por Borges, pero con la vehemencia que me pertenece, me puse de pie y fui abriendo las obras maestras de la literatura universal. Fui liberando de la muerte a sus autores inmortales. Al instante, la Sacrosanta Biblioteca de Filología de la Universidad de Salamanca se volvió una gran feria de maestros de todos los siglos. Se paseaban, parlamentaban a gritos o a carcajadas, hablaban solos, cada cual en su lengua oriunda de Babel, o erraban nerviosos por los cuatro niveles de la inmensa biblioteca husmeando la salida, reordenando la memoria o buscando por enésima vez el sentido de la vida y de la muerte.

Horas más tarde, exhausto de la experiencia y enfermo de emoción, cerré todas las obras y las enterré en sus nichos respectivos. El silencio descomunal y la inercia volvieron a caerme encima. Tendí mi abrigo en el piso y, atrincherado de libros, me quedé dormido. Poco antes del amanecer, me despertó un ruido extraño, como el pedaleo de una bicicleta diminuta. Me puse de pie y me encaminé por medio del laberinto de anaqueles rumbo al punto donde se originaba aquel ruido. Al fondo de la vasta sala y junto a un portón encadenado en donde se leía «libros desechables», aparecía una máquina de coser que vomitaba un inmenso abrigo negro. Quien cosía con ahínco de ciclista en competencia era mi madre. Mi pobre madre que solía decirme: terminarás loco a causa de los libros.


Huilo Ruales Hualca (Ibarra, 1947) Su obra abarca narrativa, poesía, teatro y crónica. En narrativa ha publicado “Y todo este rollo también a mí me jode”, “Loca para loca la loca”, “Fetiche y Fantoche”, “Historias de la ciudad prohibida”, “Cuentos para niños perversos”, “Maldeojo", "Esmog". en Poesía: “El ángel de la gasolina”, “Vivir mata” y Pabellón B. Tres de sus piezas han sido llevadas a escena: Añicos (Ecuador); El que sale al último que apague la luz (Francia); Satango (Francia). Sus crónicas se publican regularmente en varias revistas. Ha obtenido varios premios nacionales e internacionales. La versión alemana de Maldeojo fue seleccionada por Literatureklub del año 2000 (Colección en lengua alemana de literatura No-Europea). Consta en diversas antologías nacionales e internacionales. El poeta Andrés Villalba anota que en " la poesía de Huilo Ruales la palabra pira y aletea con un zumbido picaresco, dramático y estertóreo, que nos somete a la horca a carcajadas (…)El juego que propone es descabellado, cambia las reglas y apuesta a perdedor, para ganar (…) Asesino, prestidigitador, blasfemo, descuartizador del lenguaje. Hace lo que le da la gana con él. Y triunfa. La espina del delirio se esparce dejando huellas en el aire. Hay imágenes tan pulcras que deberían ser sodomizadas. Poesía elástica, como un chicle corrosivo que crea adicción. Poesía que redime y crea urdimientos que nos trastocan. De ella nos crecen alas untadas de gasolina para inflamarnos en un vuelo subterráneo…"