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24 abr 2007


En la foto: el poeta guatemalteco Otto Raúl González




POESIA CENTROAMERICANA: REBELION Y RENOVACION (III)

Por Mario Campaña



Literariamente, en el resto de Centroamérica las cosas no habrían de ser muy distintas. Los vanguardistas de cada país tuvieron que vérselas inmediatamente con una situación social y política violenta. Entre 1898 y 1920 Guatemala sufrió la larga tiranía de Manuel Estrada Cabrera -el “Señor Presidente” de Asturias, el tirano que tuvo a uno de los mayores intelectuales centroamericanos, Enrique Gómez Carrillo, como su embajador en París-. Una nueva dictadura, la de Jorge Ubico, sometió al país de 1931 a 1944. En el entretiempo ‘democrático’ tiene lugar la irrupción vanguardista en la literatura guatemalteca, que no fue, como en Nicaragua, un movimiento estéticamente homogéneo sino que tuvo al menos dos direcciones opuestas. Los libros de Cardoza y Aragón de los años veinte, de un cosmopolitismo que conservaba sin embargo un “rescoldo ancestral”, no tuvieron ninguna influencia en su país, pero el trabajo de Miguel Ángel Asturias (1899-1974) y César Brañas (1899-1976), miembros de la llamada “Generación de 1920”, considerada como la más importante de la historia de Guatemala, repercutió notablemente. Esas importantes repercusiones de la literatura de Asturias se prolongaron en el ideario y la acción del grupo Tepeus, que irrumpió en 1930 en el periódico ‘El Imparcial’, cuya sección literaria estaba dirigida por Brañas. La palabra Tepeus en maya-quiché significa creador, formador, y su utilización revela las intenciones del grupo y alude a la atmósfera literaria del país: Ese año de 1930 Asturias publicó sus Leyendas de Guatemala y con ello dejó establecida una señal referencia clara del giro nacional que se buscaba en literatura; una actitud, en efecto, similar a la nicaragüense. La apelación al pasado vivo, a la memoria colectiva, a los personajes y situaciones simbólicas, a la poesía, en suma, de lo inmediato que se reconoce como propio y trascendente, Uno de los Tepeus, el notable poeta Francisco Méndez, explicó años después que el grupo representaba “la rama guatemalteca de la literatura americanista…El interés por lo indígena no revela piedad ni proteccionismo sino igualdad e identidad entre el destino del criollo (mestizo o no) y el destino del indio”.


Al igual que los vanguardistas nicaragüenses, los guatemaltecos también tuvieron que dirimir los términos de su relación con Darío, y lo hicieron con plena consciencia de su lugar natal:
Su sandalia de dios nunca aplastó guijarros.
…………………………………
No era del barro nuestro.
No era su carne, carne de monolitos,
ni tortilla caliente.
No lo moldearon los dedos cálidos y duros
de esta América que camina en medio de los mares
no se sabe hacia dónde.

Los versos provienen del poema ‘Un trozo de jade para Darío’, que Francisco Méndez publicó en el periódico ‘El Imparcial’.


La otra dirección de la vanguardia guatemalteca, si fuera posible establecerla, habría que atribuirla a Alfredo Balsells Rivera, cuya obra poética, cosmopolita, irreverente, sardónica, quedó truncada con su muerte temprana, en 1940; Balsells había sido capaz de escribir un poema dedicado a Miguel Ángel Asturias, en que decía al autor de las Leyendas de Guatemala:

¡Qué formidable pose de plenipotenciario!
…………………..
Lanzabas frases hechas a la sombra del estanque
……………………
Camarero montparnasiano, embajador exótico,
rastacuero endemoniado
y poeta en la hora de los juegos florales,
yo ante ti me quito el sombrero
con un respeto de burgués internacional
………………………..
Y todavía eres un espectáculo
para los que buscan una insólita atracción de climas nuevos.

En otro de sus “elogios”, Balsells, escribió:

Angel Gángster, Gángster Angel:
en nombre de la humanidad te imploro
para que canonices a Al Capone
………………….
En nombre de San Francisco de Asís,
el que siendo hombre amamantaba lobos,
yo te ruego comer un tierno corderillo
………………….
Y en nombre de Santa Teresa de Jesús,
la eterna enamorada del Señor,
me atrevería a aconsejarte
que no confiaras jamás en una mujer


La crítica social como materia de la poesía aparecerá recién en 1942, con la fundación de la revista Acento, dirigida por Otto Raúl González. En 1947, la Revista de Guatemala, dirigida por Cardoza y Aragón, que había vuelto al país ilusionado por la revolución de 1944 y los gobiernos de Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz, encauzaría en un mismo movimiento la diversidad y riqueza de la literatura de la época. Cardoza y Aragón integró en la dirección de la revista a Otto Raúl González y otros destacados intelectuales. A la vez nacional y cosmopolita, comprometida y libertaria, La Revista dio prioridad a temas civiles, sociales y políticos y fue el instrumento cultural más influyente de la década. Cardoza, por su parte, convertido ya en una de las mayores figuras intelectuales del país, ejerció entre un magisterio personal hasta ahora incontestado en la poesía de su país y la región.
El poemario de Otto Raúl González, Voz y voto del geranio, de 1943, permite ver cómo la poesía guatemalteca de entonces supo apelar a la tradición literaria para fusionar lo lírico y lo político y alcanzar la simbolización de sus principios; Jorge Mejía, comentando el libro de González, dice: “los geranios devienen cívicos y contestatarios, pequeñas banderas insurgentes en la luz, con los colores de la fiesta popular” .

El golpe de estado promovido por la CIA en 1954 contra el gobierno de Jacobo Arbenz, alrededor del cual se desarrollaba el importante movimiento literario, puso punto final a ese proceso de fermentación y maduración que ha legado a Guatemala algunas de sus obras mayores. Buena parte de los protagonistas de entonces tuvieron que partir al exilio: Miguel Ángel Asturias, Augusto Monterroso, Otto Raúl González, Luis Cardoza y Aragón, entre otros. Los buenos poetas que no partieron, como César Cañas y Francisco Méndez, se aliaron con jóvenes talentos como Francisco Morales Santos y Luis Alfredo Arango . La historia posterior a 1954 es de una violencia incesante. Al igual que en otros países centroamericanos, muchos poetas -como Roberto Obregón y Luis de Lión, de la llamada generación comprometida de Guatemala - murieron pronto, en la lucha contra la dictadura. De esta época hay que mencionar de modo especial al notable poeta Francisco Morales Santos, líder del grupo Nuevo Signo, y a Isabel de los Ángeles Ruano, la niña-poeta a quien León Felipe conociera en México en 1966 y considerara una especie de ángel nacido para la poesía. Isabel de los Ángeles Ruano no se vinculó a grupo alguno, y cuando viajó a México, a los 21 años, ya había escrito Cariátides, su primer libro, que contiene algunos de los mejores poemas de la poesía guatemalteca, y al menos uno de los grandes poemas lengua castellana, “Alas”. Ha seguido escribiendo, pese a los trastornos mentales que la han llevado a vivir deambulando por las plazas de la capital guatemalteca. La edición de Torres y Tatuajes, impulsada por el Grupo Rin 77, permitió conocer otros grandes poemas de la autora de Cariátides, pero sus últimos libros, Café Express (2002) y Versos Dorados (2006), hacen temer que su estro se haya agotado definitivamente.

En El Salvador un golpe de Estado derrocó en 1931 al gobierno civil del Dr. Arturo Araujo e instauró la dictadura del General Maximiliano Hernández Martínez, que con el apoyo militar y político de Estados Unidos se mantuvo en el poder hasta 1944. La dictadura, a través de serie de gobiernos militares afines, no cesó hasta 1979. En 1932 el régimen de Hernández Estrada ejecutó la cruenta y célebre masacre indígena de Izalco, para aplastar la insurrección indígena liderada por el jefe aborigen José Feliciano Ama y apoyada, hasta el día de su detención, por Farabundo Martí. La masacre dejó unos 30.000 cadáveres en los campos de Izalco.

En esa atmósfera cuartelárea y criminal, la literatura no fue capaz de vivir un verdadero proceso de renovación. Los llamados fundadores, Francisco Gaviria y Alberto Masferrer, no dieron salida estética al postmodernismo tardío, pero sus preocupaciones cívicas y sociales fueron un precedente que no pasó desapercibido por las generaciones siguientes. En éstas, sólo Pedro Geoffroy Rivas, Alberto Guerra Trigueros y Claudia Lars fueron capaces de alzar la voz y buscar una forma nueva para la poesía, un principio para una literatura comprometida que aparecería dos décadas después. Lars, nacida en 1899, publicó su primer libro Estrellas en el pozo en 1934, cuando tenía 35 años de edad, y tardó doce años en publicar el segundo, Romance de norte y sur. Sólo en los años cincuenta empezaron a aparecer los círculos y grupos de escritores, los periódicos, revistas y manifiestos que intentaron dar respuesta a la brutalidad militar que gobernaba el país.

La llamada “Generación comprometida”, y especialmente el grupo del 56, del Círculo Literario Universitario, fundado en la Facultad de Derecho de la Universidad de El Salvador e integrado por Roque Dalton, José Roberto Cea, Manlio Argueta, Roberto Armijo, Tirso Canales y Alfonso Quijada Urías (más adelante Kijadurías), que dirigió desde los 60 hasta 1979 la revista La Pájara Pinta, tiene el mérito de haber conseguido cristalizar todo el esfuerzo anterior en un lenguaje y una espiritualidad crítica de gran fuerza. La generación del 56 es la más importante de la historia de la poesía de El Salvador. La obra de Roque Dalton y Kijadurías, se sitúa entre la de los clásicos de la poesía de Centroamérica.

Las historias de los países pobres y pequeños se parecen, y la de Honduras es similar a las de sus vecinos. A veces de forma disfrazada, generalmente de modo abierto, el país sufrió gobiernos militares pronorteamericanos consecutivos durante casi cincuenta años, de 1932 a 1981. Las vanguardias aparecerán en los años cincuenta. La gran Clementina Suárez (1906-1992) precursora de una nueva literatura en los años veinte, Roberto Sosa, Rigoberto Paredes y José Luis Quesada, son los poetas mayores de un país cuya poesía es uno de sus mayores patrimonios. La tragedia de Honduras, como la de sus vecinos, está expresada en estos versos de Quesada y Paredes:

Nos han acribillado. Nos han dejado medio muertos
Sobre las cloacas. Nos han partido el corazón
A mano armada. La juventud no fue vivida
O se vivió tan mal, que daba lástima.
¿Alguien ha escrito el libro o siquiera el poema
que soñó? ¿Quién tuvo tiempo para la ternura
y la imaginación? ¿Alguien fue adivinado
en su mayor soledad
y conducido a lugar seguro?
(fragmento de ‘Profecía’, de José Luis Quesada)


BUEN VECINO
Honduras
limita al norte
con los Estados Unidos de Norteamérica
al sur con EEUU
al este
con USA
y al oeste
con the United Status of America
(Rigoberto Paredes)

Aunque la historia de Costa Rica está felizmente exenta de la tragedia de los países vecinos, su poesía tardó mucho en abandonar los moldes modernistas o posmodernistas; sólo a fines de los años cuarenta, y más claramente a fines de los cincuenta, encontró caminos de superación de viejas convenciones. Alfonso Chase y Mía Gallegos, Jorge Debravo y Ana Istarú, y sobre todo y ante todos la magnífica Eunice Odio, son autores que merecen la atención que hoy se les presta dentro y fuera de su país.

En cuanto a Panamá, su historia tan reciente no le ha impedido producir una poesía de interés cualitativo. Rogelio Sinán (1904-1994) fue el gran precursor de las vanguardias. Desde fines de los años veinte, su obra influyó no sólo en su país sino que fue seguida en los cenáculos de Hispanoamérica.

La poesía contemporánea de Centroamérica exhibe la libertad radical que el lector podrá reconocer en los autores elegidos para representarla. Libertad frente a otras literaturas, frente la lengua, frente a los patrones estróficos y métricos, frente al canon de las grandes obras. La herencia vanguardista ha fructificado ampliamente. La renovación, como hemos dicho, es uno de los signos más constantes de la literatura de la región. Lo nacional y lo político, lo social, lo esperpéntico, lo antilírico, el catolicismo progresista o conservador, la crítica política militante, son constantes también.

El libro que entregamos ahora no constituye por supuesto una antología de la poesía de cada uno de los países de la región, ni una muestra histórica y ni siquiera una panorámica. En una antología o muestra panorámica sin duda tendrían cabida no sólo los autores y las autoras presentes en este libro, no sólo los nombres mencionados a lo largo de esta nota introductoria sino todos ellos y además, entre otros, Rafael Gutiérrez y Miguel Hueso Mixto, Luis Alfredo Arango y David Escobar Galindo, Hugo Lindo y Marco Antonio Flores, Aída Toledo y Mariana Sansón, poeta secreta, primera mujer en ingresar a la Academia Nicaragüense de la Lengua.

Presentamos lo que estimamos son los más altos logros de la poesía de la región, aquellos nombres que acaso podríamos llamar ya clásicos de la poesía contemporánea de Centroamérica. En una tal lista tal vez sorprenda a alguien la inclusión de Alfonso Kijadurías e Isabel de los Ángeles Ruano. Creo que la obra de Kijadurías supone un desafío para la tradición contemporánea de la región, por su lenguaje renovador; por su audacia y su hondura; por su evocación dolorosa y su libérrimo enjuiciamiento moral de los actos propios y ajenos; y por su constatación tremenda, estremecedora, del presente, del pasado y del futuro temido de su país y su región. En cuanto a Isabel de los Ángeles Ruano, en los poemas aquí presentados lleva la lengua y el espíritu a alturas poéticas que le otorgan un sitio en la mejor literatura centroamericana.