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19 abr 2007

POESÍA CENTROAMERICANA: REBELIÓN Y RENOVACIÓN (II)

Por Mario Campaña


Casi paralelamente, y sin mayor relación con los hechos relatados, entre 1927 y 1932 en Nicaragua, la más grande de las repúblicas centroamericanas, arrancaría el llamado “movimiento de Vanguardia”, liderado por José Coronel Urtecho. Se constituyó en la ciudad de Granada, una de las capitales nicaragüenses en el siglo XIX, que junto a León –la ciudad de Darío, tanto como Metapa- exhibía el mayor desarrollo social y cultural (Managua fue designada capital recién en 1855). El movimiento de vanguardia iba a ser muy influyente en la poesía nicaragüense posterior, e incluso en toda Centroamérica y en el resto del continente, a través de los planteamientos de Coronel Urtecho y de la obra de Pablo Antonio Cuadra, de la primera generación, y Ernesto Cardenal y Carlos Martínez Rivas, de la segunda. Al igual que Salomón de la Selva, Coronel Urtecho –nacido en Granada en 1906- había salido de su ciudad natal hacia los Estados Unidos. De la Selva estuvo en New York y Coronel en California, en un clima similar de renovación. Al volver, en 1927, Coronel encontró un ambiente poético reducido pero ávido de novedades; en poco tiempo estuvo rodeado de jóvenes que vieron en él un guía. En Granada, leía a sus compañeros/alumnos las antologías de poesía norteamericana o francesa adquiridas en California, o las traducía con ellos. Jovencísimos, antiacadémicos, burgueses de origen y antiburgueses por elección, Joaquín Pasos, Luis Alberto Cabrales, Manuel Cuadra, Pablo Antonio Cuadra y Octavio Rocha, entre otros, no sólo siguieron a Coronel en el llamado Movimiento de Vanguardia sino que aportaron una personalidad y un pensamiento decisivos. Joaquín Pasos ha sido considerado el mayor poeta de Nicaragua después de Darío, y Pablo Antonio Cuadra, católico, conocía “todos los símbolos del lago [el gran lago de Nicaragua]” y fue el poeta que más y mejor pensó el país: era, en palabras de Coronel, “el Homero a la escala del lago /, como el otro a la escala del otro mar/…El creador, el poeta/ el inventor de la mitología del lago”.
Coronel Urtecho cumplió su rol de un modo consecuente con sus postulados; gran explorador, ha reconocido varias veces que nunca le interesó escribir un libro de poesía: “Yo nunca he escrito poesía para libros, ni he escrito libros de poesía”, declaró con ocasión de la edición sandinista de su obra, recogida tardíamente, en 1970, en el volumen Pól-la D’Anánta, Katánta, Paránta, que es una expresión onomatopéyica griega, tomada de Homero: una carrera de caballos que significa “y por muchas subidas y bajadas y veredas”, cuyo sentido se complementa, según ha explicado el mismo Coronel, con la expresión dedójima t’élzon, que quiere decir “por fin llegaron”. Ese título tiene un significativo valor literario, y alude al método en que creyó Coronel: la expresión alude a un sendero, a una manera de hacer, una siempre imprevisible manera de hacer, según la cual es a través “de muchas subidas y bajadas y veredas” que en poesía ‘por fin se llega’. Coronel declaraba con ese título su profesión de fe, la de “un hombre que andaba buscando nuevas formas, sobre todo nuevas formas”[1].
Esto nos devuelve a la característica mayor de la poesía nicaragüense y centroamericana: su apasionado y apasionante carácter renovador, su falta de adhesión definitiva a formas prestigiosas. El magisterio de Coronel duró mucho tiempo y modularía la actitud de la siguiente generación, en la que alcanzó su pináculo. Esa generación era la de los tres Ernesto: Ernesto Mejía Sánchez, Ernesto Cardenal y Carlos Ernesto Martínez Rivas.
El primero ha dejado una evocación de aquellos días de ‘taller’ con Coronel Urtecho:
TALLER, TALLERES, TALLERISTAS...

—Pinten un huevo con palabras, decía Coronel en su gallinero imaginario. Lo ovoide, lo elíptico, lo rosáceo, pintarlo por dentro y fuera hasta que no quede nada del huevo sino palabras. Corregir la pintura, tacharla, rasparla y que sólo quede lo resplandeciente de la criatura. A ver, vate —me decía a mí—, desembuche. Y yo sacaba mi mierdita de la bolsa y él leía y leía, serio, sonriente, picarón y decía: —Esto es una reverenda mierda. Pues así va uno aprendiendo en el taller de la vida. Así Cardenal aprendió más que ninguno. Y yo sigo aprendiendo todavía.”
En 1931, el Movimiento de Vanguardia nicaragüense, es decir, el de Coronel, los Cuadra, Joaquín Pasos, entre otros, publicó su primer Manifiesto. Este ponía en entredicho la afirmación acerca del cosmopolitismo de las vanguardias. En uno de sus puntos centrales destacaba la necesidad de trabajar por “abrir la perspectiva de una literatura nacional”. Poco después, Pablo Antonio Cuadra ratificaría en un artículo publicado en el suplemento -o más bien la página- llamado “Rincón de Vanguardia” de diario ‘El Correo’, órgano de expresión del grupo, el mismo principio: “Nuestro movimiento (Movimiento de Vanguardia que llamamos) es dinámico por dos fuerzas. Una: Nacionalizar. Dos: Hacer un empuje de reacción contra las roídas rutas del siglo XIX. Mostrar una literatura nueva (ya mundial). Regar su semilla”[2]. Nacionalizar significó mucho para el programa estético vanguardista y para toda la poesía posterior de Nicaragua y Centroamérica: por una parte, la sustrajo del reino vagaroso de Darío, con quien los nuevos poetas debatieron ampliamente (ver el célebre poema de Coronel incluido en esta antología), y la situó en un mundo vivo, fértil, antiguo y legendario, el terreno de la vida práctica y cotidiana en de país rural con pasado milenario.
El ideal nacional determinó en la poesía en primer lugar que a la alta elaboración modernista los vanguardista prefirieran la sencillez y claridad del lenguaje común: el léxico y la sintaxis coloquial y hasta vernácula, la entonación y los ritmos populares, y la recuperación del ‘arte menor’ de la canción y el corrido, cambiaron la poesía. Ese ideal trajo consigo, en segundo lugar, la recuperación de la memoria popular, su reelaboración poética, o su invención: mitos, leyendas, anécdotas cotidianas, alimentan temas y personajes poéticos, atmósferas y paisajes para una hipotética refundación del país, que acaso fuera un ideal último y secreto de los poetas vanguardista, y acaso lo sea de todo poeta y de toda poesía: de cocoteros y tamarindos, de zenzontles y luciérnagas, del lago de Nicaragua y de las muchachas que remando lo atraviesan para asistir a misa se poblaría desde entonces la poesía de Nicaragua: el paisaje geográfico convertido en topografía literaria y sentimental de un país.
Por otra parte, la adopción del paradigma nacional permitió a los jóvenes poetas dar una respuesta adecuada a la situación de su país, cuya dignidad había sido mancillada por la ocupación militar de Estados Unidos iniciada en 1912, consolidada en 1922 y terminada recién en 1933; en 1926 Estados Unidos creo la llamada Guardia Nacional en Nicaragua, dirigida por Anastasio Somoza; y en 1927, año de fundación de la vanguardia poética, 5000 marinos norteamericanos dieron soporte al gobierno del conservador Adolfo Díaz frente a la rebelión de Emiliano Chamorro, primero, y José María Moncada, después; y aviones de combate norteamericanos bombardearon una parte del país para perseguir a César Augusto Sandino, que se había alzado en armas contra la ocupación militar y se dirigía con sus hombres a las montañas.
La poesía de vanguardia no fue ajena a todo ello: Joaquín Pasos escribió sus poema “Desocupación pronta, y si es necesario violenta”, donde instaba:
Yankees, váyanse,
Váyanse, váyanse, Yankees.
Y Pablo Antonio Cuadra, en Poemas Nicaragüenses, uno de sus primeros libros, escribía:
Tengo que hacer algo con el lodo de la historia,
cavar el pantano y desenterrar la luna
de mis padres. ¡Oh! ¡Desata
tu oscura cólera víbora magnética,
afila tus obsidianas tigre negro, clava
tu fosforescente ojo ¡allí!
En la médula del bosque
500 norteamericanos!
………………………
En el corazón de nuestras montañas 500 marinos con ametralladoras.
Lo nacional había emergido en Nicaragua como un sentimiento popular ante por la presencia de tropas norteamericanas y Sandino fue el símbolo o portavoz de un sentimiento ampliamente extendido en la población, acrecentado después del asesinato en 1934 del ahora prócer nacional nicaragüense, después de una celada tendida por el jefe de la Guardia Nacional Anastasio Somoza, cuya familia se mantendría en el poder hasta ser derrocada por el Frente Sandinista en 1978. En Centroamérica y particularmente en Nicaragua no fue pues la literatura sino la historia política la que puso el sentimiento nacional en la conciencia de todos y en el centro del programa estético vanguardista. Porque acaso de un modo más brutal y visible que en otras regiones, en Centroamérica la historia literaria ha estado íntimamente ligada a la historia política y económica. La afrentosa dominación que impuso Estados Unidos a la región centroamericana y caribeña (República Dominicana, Haití, Honduras, Nicaragua, Guatemala y Panamá sufrieron en un momento u otro invasiones militares norteamericanas) y el terrorismo de Estado ejercido en Nicaragua, Guatemala, El Salvador y Honduras desde mediados de los años cuarenta contra la población autóctona, la violencia ejercida contra las tentativas democráticas, como el derrocamiento del gobierno de Jacobo Arbenz de Guatemala en 1954, hicieron que hasta los años setenta, fuera difícil encontrar una región con un mayor índice de exilios (Asturias, Cardoza, Monterroso, Otto Raúl González, Carlos Illescas, son sólo algunos de los grandes nombres) y de desaparición entre los poetas, generalmente muertos en combate o asesinados por razones políticas: Leonel Rugama, Otto René Castillo, Amada Libertad, Roberto Obregón, Ricardo Morales Avilés, Antonio Fernández Izaguirre; Oscar Arturo Palencia, Mario Payeras, Luis de Lión y Roque Dalton, sacrificado por militantes de su misma agrupación revolucionario, el ERP, son algunos ejemplos.
El nacionalismo dio a la poesía nicaragüense un aire de crítica no sólo frente la presencia extranjera sino ante una cultura y una moral artificiosas, un aire, en suma, de literatura ‘comprometida’. Tal compromiso tiene su expresión en el fondo profundamente moral de la poesía de estas décadas, en la asunción de la historia reciente y pasada como materia predominante, y en la firmeza de su confrontación política. Todo ello es fácil de comprobar tanto en la primera como en la segunda generación, en la obra de José Coronel y Pablo Antonio Cuadra y en la de Ernesto Cardenal, Ernesto Mejía Sánchez, Carlos Martínez Rivas y Claribel Alegría.
Todo esto tiene sin embargo que ser aclarado. El nacionalismo de los vanguardistas no era propiamente nicaragüense ni americanista sino españolista: frente a la influencia norteamericana sentían nostalgia de la hispanidad. Pablo Antonio Cuadra era en ese sentido su más puro representante. Católico y monárquico, se adhirió fervorosamente al movimiento Acción Española, que se opuso al gobierno republicano español y difundió desde 1931 una revista del mismo nombre, centro de confluencia de la falange y otros movimientos de extrema derecha y una de las fuentes ideológicas del franquismo. Cuadra fue invitado a Italia por el gobierno fascista y a España por Acción Española. La afinidad no era sólo teológica. En 1935, había escrito: “Queremos un dictador para lograr luego un hijo dictador y luego otro hijo dictador. Queremos fundar monarquías para dar a cada una de nuestras naciones un Estado constructivo, preventivo y conservador, ya que sólo los soberanos podrán romper esas soberanías democráticas, obstáculos terribles para la unidad y hermandad imperial”[3]. “Como pueblos vivos –escribió Cuadra en 1945- nosotros poseemos una tradición…Es la línea de la tradición hispano-católica”[4].
En un momento u otro, varios de los vanguardistas se alinearon con el régimen dictatorial de Somoza: ya hemos dicho que Salomón de la Selva terminó como embajador en el Vaticano; es conocida la firme militancia ideológica de Cabrales en la derecha; Coronel Urtecho fue Subsecretario de Educación y diputado del partido liberal somocista; y Carlos Martínez Rivas sirvió también como diplomático al dictador. Es cierto también que Ernesto Cardenal, como el viejo Coronel Urtecho y Martínez Rivas fueron después aliados de los revolucionarios sandinistas.

[1] Declaraciones hechas a Tirado en obra citada.
[2] Citado por Nicasio Urbina, en Pablo Antonio Cuadra: la construcción de un imaginario nacional, en Pablo Antonio Cuadra y la crítica, en Dariana, http://www.dariana.com/Panorama/p_cuadra3.html.
[3] Carta a José María Pemán, reproducida en Eugenio Vegas Latapie, Memorias políticas, El suicidio de la Monarquía y la Segunda República, Editorial Planeta, Barcelona 1983, págs. 251-252.
[4] En Promisión de México y otros ensayos, Editorial Jus, México, 1945, pág. 27.
(en la foto: Coronel Urtecho)