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10 abr 2007

La impertinencia de un joven poeta en tierra de epígonos pelliceristas

por Fernando Nieto Cadena


El primer día del adolescente de catorce años Teodosio García Ruiz, en el ya mítico taller literario en 1979 del Instituto Nacional de Bellas Artes y la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, fue su bautizo de fuego que pudo resistir y perseverar gracias a la intervención de un hada madrina, Bertha Ferrer, quien lo convenció de no rendirse ante la andanada canibalesca que recibió por sus textos fieles a la voz de sus mayores. Después fue previsible el cambio. Lector voraz, algunos (muchos más de los que yo quisiera) de mis libros de poesía reposan en su ya no caótica –supongo- biblioteca. El muy ladino a los anaqueles donde están mis libros no devueltos le ha puesto el nombre de ‘Colección Fernando Nieto’. Por supuesto para él no fue fácil ser poeta en una tierra que presume que por sus humedades tropicales cruza el meridiano de la poesía, dondel tótem nutricio era y sigue siendo Carlos Pellicer, a quien sus epígonos pusieron en nichos de veneración insomne. Tanto que por aquel entonces –1979-1983 los años de asistencia al primer taller que coordiné en Villahermosa- la única manera de ser poeta era escribir como el presunto poeta de América, según dicen así lo canonizó la en sus tiempos vestal mayor de la poesía latinoamericana, doña Gabriela Mistral.

Teodosio resistió los descontones de los bien intencionados asiduos a la poética pelliceriana, reverenciada al amparo de esa galopante mediocridad de quienes pensaban que alabando al dómine se ponían a su altura poética. La satanización incluyó al taller que desde sus trincheras se empecinó en que cada uno tuviera su propia voz como escritores. No fue fácil, sobre todo para Teodosio que con sus quince años de adolescente descubría un cosmos poético que iba más allá de las tierras regadas por el Grijalva y de la sombra adormecida de ceibas centenarias. De Vallejo pasó al desafiante aullido de Ginsberg para regresar a la intensidad reflexiva de Rilke y saltar a las pirotecnias de los surrealistas en tránsito a la apabullante erudición de Pound. Los eunucos de siempre se solazaron inventando un presunto fantasma, nietismo, que recorría según ellos la poesía tabasqueña de los años ochenta.

Su primer libro, Sin lugar a dudas, parecía confirmar las insidias. Lo curioso es que los más febriles denunciadores del supuesto nietismo no han leído ni leerán ninguno de los libros que podían haber provocado los presuntos deslices nietistas acuciosamente delatados por la pereza sherlock holmesiana de los cazadores de influencias. El necio transcurrir de los años no les ha sacado sus anteojeras. Los siguientes libros de Teodosio fueron un consistente avance en la configuración de una poética personal que como todas las elaboraciones demuestra la cauda de aprehensiones y aprendizajes que mantuvo y mantiene en este ‘oficio de pesadumbres’. Yo soy el cantante y Furias nuevas son puntos de despegue hacia nuevas exploraciones. Antes y después de Yo soy el cantante hubo dos escarceos recordables sólo porque constituyen peldaños en su azaroso pero firme ascenso para la posesión de una voz plena y personal. Textos de un falso curandero y Leonardo Favio canta una canción son esos títulos.

Furias nuevas muestra a un Teodosio en posesión de una personalidad lírica que lo ubica como el poeta tabasqueño vivo más importante en estos tiempos desmesurados de finales de un milenio e inicio de otro. Los anuncios y avances ya mostrados en Yo soy el cantante son en Furias nuevas, discurso conquistado, expresión de una cosmovisión testimoniada con los arabescos de un lenguaje que rondando las esquinas del coloquialismo se convierte en crónica intimista y desenfadada de su epopeya individual.

Después hay un largo bache que confirma aquello de que nadie batea con promedio de cien, ni siquiera los poetas. Bananos y Poemas y canciones para la infanta deben considerarse como rellanos para dinamizar una vez más su fraseo, su poeticidad lanzada a la aventura constante de encontrar nuevos derroteros. No fue un ejercicio vano porque desembocó en Nostalgia de sotavento, por el momento su libro mayor. En este su último libro publicado en el 2003, Teodosio se enfrenta a un tema sistemáticamente eludido en sus textos anteriores. Su mundo interior, y muy en concreto, el de sus relaciones familiares y más específicamente, con el padre. De alguna manera más que un ajuste de cuentas –poético- con quien alguna vez jugara a ser Nerón con sus libros, es un ajuste de cuentas consigo mismo, con su intimidad profunda que había soslayado y marginado en su escritura.

Dije antes ‘por el momento’ porque a partir de este libro puedo y debo esperar textos cada vez más numinosos en su apropiación de la palabra y de la experiencia de todo lo vivido. Entre tanto se entretiene propiciando que sus amigos se embarquen en aventuras de poca consistencia escribiendo cuentos sobre un mismo tema. Invidente desde hace casi diez años por culpa de una diabetes muy descuidada y peor asumida, me dice que ya se aburrió de ser ciego, que va a escribir de nuevo poesía para que yo no le siga diciendo que deje en paz a la narrativa que nada malo le ha hecho. Mientras, pide otra cubeta de cervezas y se aprovecha para endulzar sus manos bajo la falda de la mesera de siempre en el congal de siempre.


Poemas de Teodosio García Ruiz
de Nostalgia de Sotavento


5

Odio a mis padres
sus inútiles consejos de cuidar el mundo
de no andarse por las ramas cuando suceda el fenómeno
cuando la lluvia no sea más lluvia
que mis brazos caídos
que se levantarán con furia para asir el mundo
Odio sus torpes caricias de perra lastimosa
sus consejos lloriqueantes y el temor a los dioses
la educación que ellos eludieron y ahora fomentan
sus alimentos fétidos de fe incrustada en las marismas
y en los cocoteros de cabelleras amarillas y enfermas
Odio a mis padres por tradición de la especie
por negar lo que quieren ser y por su moral de morral viejo
y pervertido
Por sus fauces malditas de carneros hambrientos
por sus ritos de lujuria destemplada en luna llena
por sus babas y el placer de odiar simplemente sin quererlo
por la edad en que se escriben los parricidios azulosos
por su miopía de especie equivocada en el destino
porque yo elegí el camino que no vieron
y ahora me arrepiento de no ser como ellos


Otro libro de preguntas


4

De tu cuelo ni luz blanca
ni negra resonancia de pasiones
Nada que pueda describirse sin lascivia
sus relámpagos pardos
sin lluvias torrenciales
en la selva agazapada

De tu cuello nudoso y largo
De tus venas acanaladas y azules
De tu piel arenisca y cálida

Sólo mi lengua tiene los misterios
Y yo la odio


Variaciones sobre un vientre sin sal

11

Estoy comiendo cangrejos azules con agua de tamarindo. Al otro lado del patio mi padre lee el periódico y regurgute algo sobre el estado del tiempo.
De repente dice: ¡Puta madre! ¡No puede ser! ¡Esto lo usaba cuando entré al Águila!: zapatillas Sandak, de plástico, en tiempo de calor ¡Cloch!, ¡cloch!, ¡cloch!, así las patas, como peces entrampados en bolsas de plástico. ¡Y un apeste! Que tu abuela se hubiera muerto. ¡Mierda!
Dejaron de salir, dice. Llegaron las botas de Pemex, con un casco duro; aprendimos a patear y a pelear¡Hijos de puta los de Poza Rica! ¡Mierdas los de Ciudad Madero! ¡Adoradores de Barragán Camacho y de La Quina! ¡Mierdas! ¡Hijos de puta!, ¡se burlaban de nuestras zapatillas Sandak!
Escupe y jala un hilo del horcón para moverse en la hamaca. Así es ahora. Quiero más agua de tamarindo. Bah.


Nostalgia de Sotavento, 2