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30 jul 2007


LA VUELTA DE UN FILÓSOFO: PREMIO A BOLÍVAR ECHEVERRÍA

Por Ángel Emilio Hidalgo

El pensamiento latinoamericano tiene en Bolívar Echeverría (Riobamba-Ecuador, 1941) a uno de sus más destacados cultores. Recientemente, el gobierno de Venezuela le otorgó con sobra de merecimientos, el Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2006, por su importante reflexión sobre la trayectoria de la modernidad latinoamericana, expresada en libros de lectura obligatoria para todo aquel que quiera estudiar la historia, cultura y realidad de nuestro continente: Las ilusiones de la modernidad (1995), Valor de uso y utopía (1998), La modernidad de lo barroco (1999) y Vuelta de siglo (2006), entre otros títulos, representan un denodado esfuerzo por comprender los entresijos de la escurridiza “identidad latinoamericana”.

Más allá de los viejos tópicos marxistas y heredero de una tradición de pensamiento crítico que se remonta a la Escuela de Frankfurt, Echeverría ha logrado desarrollar una profunda reflexión sobre el devenir de nuestras culturas e identidades. Su tesis de la “modernidad barroca” como uno de los estratos culturales vigentes en el imaginario de las actuales sociedades latinoamericanas, conecta con el trabajo de pensadores como Octavio Paz, Serge Gurzinski, Néstor García Canclini y Jesús Martín-Barbero que también se plantearon pensar la modernidad latinoamericana desde las zonas de contacto intercultural.

La historia ha demostrado el carácter múltiple, diverso y contradictorio de las modernidades latinoamericanas. Su realidad impuso unas condiciones de existencia diferentes a las de Europa y los Estados Unidos. Por ello, Echeverría en Vuelta de siglo, habla de “estratos de experiencia histórica concreta… que son distintos estratos de formación de esa identidad múltiple”. Y reconoce cuatro capas de formación histórica que se superponen en la América Latina de hoy: una de origen barroco que proviene del siglo XVII “y cuya función fundante de identidad no ha podido serle arrebatada hasta ahora”; la modernidad ilustrada, que es el sustrato constitutuvo de los estados nacionales iberoamericanos de inicios del siglo XIX; la modernidad propiamente nacionalista que coincide con el triunfo de las ideologías liberales en todos nuestros países, entre finales del siglo XIX y mediados del siglo XX, y finalmente, la modernidad-mundo (v. I. Wallerstein y R. Ortiz) con el ascenso de gobiernos neoliberales en América Latina y el impacto de la globalización, calificada por el filósofo ecuatoriano como “globalización neoliberal”.

A la vuelta del siglo, acechan todavía las preguntas sobre la caducidad del proyecto liberador moderno. Echeverría se sitúa como un marxista crítico que reivindica desde América Latina, otras posibles salidas para un continente lleno de desigualdades, más allá del paradigma del capitalismo desarrollista. La persistencia de realidades históricas simultáneas en el mapa sociocultural desde Río Grande hasta Tierra del Fuego, nos indica el carácter múltiple e inacabado de una modernidad que no afincó en solitario, pues se acomodó a estratos históricos subyacentes. Por ello, la hibridez o mestizaje se muestra como la norma –si es que existe alguna- de la cultura popular latinoamericana.

“La afirmación de una unidad que no niega, sino reproduce la pluralidad puede ser vista como un destino favorable de la cultura de América Latina”, sostiene lúcidamente Echeverría, lo que nos ayuda a repensar el destino de las sobresaltadas democracias latinoamericanas que aún tienen que bregar con regímenes excluyentes y aspirantes a dictadorzuelos.