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26 sept 2006

ENSAYO
Sobre la cosa teatral


Por: Marcelo Leyton


En el siglo pasado, el arte de la representación se caracterizaba porque al actor se le exigía seducción, al director espectáculo y al grupo versatilidad. Hoy, al actor, al director y al grupo se le exige dominio del signo, requisito necesario para que toda puesta en escena pueda ampliar sus espacios y recursos expresivos y comunicativos, a través del uso de una vasta maquinaria de signos donde el teatrista será siempre el signo más complejo, denso y variado; tomando siempre en cuenta que no es el único, pero si el más importante, ya que en la escena juegan también otros signos como los objetos, el espacios, los movimientos, los sonidos, las luces, etc., que complementan al primero.

Así, el teatro ha dejado de ser menos mimético, menos interpretativo, menos pegado a la realidad, para convertirse, gracias al uso del mayor número de signos posibles, en un significante polisémico (forma) que busca ampliar más la teatralidad. Por eso, el teatro ya no puede ser simplemente la ilustración de un texto, porque las condiciones para hacerlo y consumirlo han cambiado. Su destino solo tiene una opción: la permanente innovación. Exigencia que refleja los acelerados cambios tecnológico-culturales que caracterizan el comienzo de este siglo XXI.

Bajo este nuevo contexto, el teatro ha dejado de ser uno de los mayores espectáculos del mundo, incluso ha entrado a competir con muchas desventajas con el fútbol, el cine y, sobre todo con la tv, que por cierto, le brindan al consumidor, en la mayoría de los casos, programas light, acabados, con escaso espacio para la reflexión, la critica y la imaginación, a pretexto de ser un medio solo para divertir y entretener. Esto, por un lado es una ventaja, la televisión está liberando al teatro de su tarea de contar historias y “entretener”. El teatro, libre y exento de este compromiso tiene la oportunidad de establecerse como un espacio de/para la reflexión, la crítica, la imaginación, sin renunciar al placer de contar con acciones una historia divertida y con la perspectiva de un arte cabal.

Para lograr este objetivo, los caminos son infinitos y están censuradas las recetas, característica que nos recuerda que el teatro es un arte no enseñable. La permanente búsqueda de la teatralidad por parte de los teatristas, radica en descubrir, desarrollar y potenciar sus instrumentos de expresión: cuerpo, voz, emociones; guiados por la imaginación y la creatividad, no para lograr el “éxito” en un montaje sino para encontrar o despertar significados trascendentes tanto como para los hacedores (teatrista) como para los espectadores, particularidad que descarta la posibilidad de complacer a todos. Así Osterwa lo afirma cuando dice que el publicotropismo, es el enemigo máximo del actor.
Jerzy Grotowsky

En eso radica la diferencia entre un actor/actriz y un teatrista: la formación y su objetivo. Porque antes de darle alguna técnica al actor/actriz, diría Grotowski, debe ser capaz de eliminar cualquier elemento de disturbio, de tal manera que se pueda trascender cualquier límite concebible.

17 sept 2006

ENSAYO

Lanzamiento de la Antología Poética de Rafael Larrea Insuasti
Queremos panes repletos de canto,
no más destinos desolados.
Queremos cuencos de posibilidades,
no futuros en remiendos.
Queremos pájaros de certidumbre
por todos los siglos pasados.
Queremos flores y frutas refrescantes.
 El miércoles 20 de septiembre se hará el lanzamiento de la Antología Poética de Rafael Larrea Insuasti, poeta ecuatoriano con una extensa obra durante todo el siglo pasado, que mantiene su vigencia hasta la actualidad.

El evento se realizará en la Sala Benjamín Carrión de la Casa de la Cultura de Quito, a las 19h00, con la presencia de Raúl Arias, Alfonso Murriagui, Julián Pontón, Terry Pazmiño, Agustín Ramón, amigos y familiares del poeta.

“Rafael Larrea Insuasti (Quito, l942 – l995), es uno de los poetas más humanos y solidarios que ha dado el Ecuador en los últimos tiempos. Fue uno de los escritores más representativos del Movimiento Tzántzico y, desde su iniciación, viajó por las palabras diciendo sus verdades y cumpliendo el compromiso de cantar por aquellos que no tienen voz.

La vida de Rafael se acrecentó con la energía que brota del ser humano, por eso fue siempre solidario con los obreros y los campesinos y, como buen maestro que era, estuvo junto a los estudiantes compartiendo la verdadera historia de la patria que no tiene nada que ver “con la que está escrita en los libros”, según su propia afirmación.

Poeta militante, firme en sus convicciones y en sus anhelos, su poesía y su música estuvieron ligadas a su quehacer político desde cuando, muy joven todavía, contribuyó a crear el Partido Revolucionario de la Clase Obrera, en el cual militó hasta el final de su existencia.

Su legado cultural está presente en seis libros de poesía; más de treinta canciones, tiernas y peleadoras nacidas de su guitarra; y, en infinidad de textos sobre teoría y práctica política, destinados a la construcción de un Mundo Nuevo.

Sus libros: Levanta Polvos, agosto de 1969; Nuestra es la vida, junio de 1978; Campanas de Bronce, septiembre de 1983; Bajo el sombrero del poeta, noviembre de l988; Nosotros, la luna y los caballos, abril de 1995; y, La casa de los siete patios, libro post mortem, publicado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, en l996.”
Alfonso Murriagui

“Si cada quien tiene su propia historia incrustada entre el esternón y sus sueños, la de Rafael fue la de la dignidad; si cada uno tiene su particular teoría, la suya fue la de la revolución humana; si cada quien posee sus propias respuestas y sus singulares fantasmas, los suyos fueron la ternura y la organización popular. Un reconocimiento a quien fue un constructor de inquietudes, un provocador dentro del concierto de la crítica, un consuetudinario hombre en toda la sonoridad de la palabra: "Después de lo que hemos vivido, qué mejor saber que no han terminado /con nosotros", nos repite Rafael para darnos aliento y poder seguir cantando a los sueños y al ser humano.”
Pablo Yépez Maldonado

14 sept 2006

LEOPOLDO MARÍA PANERO Y LA MUERTE DEL SUJETO EN EL MAPA DE LA LÍRICA CONTEMPORÁNEA

Por Ernesto Carrión

Si damos por entendido que la historia de la poesía moderna –parafraseando a Bretón- es únicamente la historia de las libertades que se han tomado los poetas respecto al Yo, podríamos ubicar a Panero en este sitio. Sin embargo, considero el trabajo de Panero un rizoma esquizoide y productivo, un gran terreno bajo el cual las ramas continúan expandiéndose como cosa continua, como cosa fragmentaria; que a pesar de que cumple una función sicológica-ontológica (dentro de lo que vendría a ser el análisis del hombre posmoderno, arruinado por el sujeto al abandonar el Yo y asumir los contornos), cumple una función del lenguaje que sólo puede significar la reinvención del mismo o la explotación de las formas y sus significantes.

En el caso de Panero, no podemos divorciar al autor de la obra, y no hablo por la gran publicidad que mantiene su figura: esa estampa de loco esquizofrénico que pasa noche a noche en el Manicomio de Las Palmas, alumbrando libros, o de su etapa comunista que le costara la cárcel, o de su alcoholismo y drogadicción, o del tardío enfrentamiento a su homosexualidad. El asunto es que para ingresar en Panero, debemos entender que las identidades como bloques o como asunto nítido, han acabado en nuestra época. Ya nadie es un todo como tal, una identidad clara o transparente, sino una extensión de seres, de cosas y conocimientos en los cuales deambulamos fragmentariamente. Ejemplos hay muchísimos en la vida contemporánea poscapitalista, que muestran cómo se va anulando al individuo, en pos de sumarlo a una gran masa que únicamente actúa sobre sí misma, a manera de fantasma o fantasía. Leopoldo María Panero, en su poesía, es tan Leopoldo María Panero –el enfermo transgresor de la cultura que promueve a un homo normalis autodestruyéndose-, como es también ese compendio de voces que arremolinan en su seno intertextualidades, idiomas diversos y galerías de fantasmas en las que bien puede hablarnos el Llanero Solitario, Blanca Nieves, Peter Pan, una segunda esposa, un Crouppier en Misssippi o el propio asesino de Leopoldo María Panero. El esquizofrénico posee la capacidad de avanzar al mismo tiempo en muchas latitudes, hundiéndose más y más en su desterritorialización y descomponiendo la realidad de su entorno. Panero se desliza consciente e inconscientemente, hasta anular por completo la posibilidad de su “Yo”. Por eso, observamos incluso, en ciertos poemas, un Panero asumiendo una personalidad asexual, bisexual, heterosexual, homosexual; desplazándose fácilmente de su no-identidad hacia un cuerpo otro en el que -como el pintor austriaco Egon Schiele- llega a colocarse a sí mismo una vagina, en vez de un pene y viceversa.

Sin embargo, Panero da un vuelco en la común historia del incesto: retomando su homosexualidad (y queriendo romper la máscara del homo normalis que huye, como bien es sabido, del incesto), no se vincula a la madre para transgredirla; sino a su padre, a quien llamará “amante”, entre otras cosas. Panero junta entonces, Eros y Tanatos, logrando revivir la angustia por su padre muerto, derivado ya en un placer sexual enfermizo, y lo hace en uno de sus poemarios tempranos: Narciso en el acorde último de las flautas, específicamente en su poema “Glosa a un epitafio (carta al padre)”. Condición que sigue mostrándose en sus últimos libros. En Esquizofrénicas o la balada de la lámpara azul (Hiperión, 2004), dice Panero: y la vida que es sólo silencio y muerte/ callada hondura/ como dijo mi padre/ chupándome el pene.

Por su condición esquizofrénica y en su afán de recobrar la tierra, Panero va mezclando los códigos establecidos, convencido de que alcanza su terreno, descomponiéndose a sí mismo y a su vez denunciando un mundo absurdo, un mundo enfermo, incapaz de narrar sus demonios –posiblemente culpable de su enfermedad-. Ha dicho Panero, citando a Mallarmé: “La Destrucción fue mi Beatriz”; y en otra ocasión, citando a Artaud, ha dicho: “Me autodestruyo para saber que soy Yo y no todos ellos”. Confirmando de esta manera, que su identidad (como la identidad universal) hoy por hoy, no es un asunto claro. Y que necesita de dicha autodestrucción para lograr diferenciarse de ese mundo que, irónicamente, lo declara “loco”.

Ante el individuo como tal, que ya no existe, o ante esa constante apropiación del Yo de muchos poetas, Panero, de personalidad delirante, ha encontrado los discursos para expresar su mejor juicio. Podemos asegurar que siempre nos hemos de encontrar a un Panero que dispara contra sí mismo, con la clara intención de escupir contra esa ficticia normalidad con la que viven los otros, esos llamados sus “semejantes”, que no reparan en lo que hacen, ni en el sacrificio individual y esquizofrénico que implica la aceptación de la cultura: “Eyacular es ensuciar el cuerpo/ y penetrar es humillar con la verga / la erección de otro yo”. Entonces, nos queda claro que la identidad esquizofrénica, en el caso de Leopoldo, es fundamental para el análisis de su trabajo.

“como la poesía, el asesinato es una de las bellas artes, y siendo estas como aquel son matrices de la desaparición del sujeto y el objeto, las bellas artes son un asesinato.”

Panero, es quizá, el primer autor en involucrar el psicoanálisis como tal, en una obra poética. También, posiblemente el primero en hablar de aberraciones como la cropogafia, la necrofilia, la pedofilia, el incesto, etc. En Panero, el ano es la fuente de la vida; por eso no se equivocan quienes afirman que este poeta escribe sobre un retrete. Una, por su condición homosexual, y otra, por querer aferrarse a esa etapa anal de la infancia, explicada desde el psicoanálisis. Es más, Panero no ha querido desvincularse de la infancia nunca: “Todos nosotros somos niños muertos, clavados a la balaustrada frágil del balcón de la infancia, esperando como sólo saben esperar los muertos”

Panero, al igual que su compatriota Salvador Dalí, deja entrever en todo momento de su obra, ese intencional estancamiento en la etapa anal. El ano, como tal, a través de su poesía, se irá convirtiendo en ese único espacio por el que es posible la creación y el placer, negándole al falo (excepto cuando se trata de su padre) su posibilidad de producir placer o vida: “Mujeres/ venid a mí/ tengo entre las piernas/ el hijo que no nacerá jamás”.

Por otra parte, los idiomas, en el trabajo de Panero, cumplen la visión totalizadora de su propio desierto. Como indicamos anteriormente, las ramificaciones de su poesía alcanzan niveles tanto sicológicos como lingüísticos; y aunque la mayoría de sus poemas se encuentran realizados en español, existen otros textos en los que mezcla por momentos, su idioma oficial con el inglés, el francés, el griego, el alemán, el latín y una variación del italiano, o un italiano intencionalmente deformado. De ninguna manera existe en estas ramificaciones una intención burguesa de mostrarle al lector su erudición; ya que la erudición misma de Panero reside en la piel de su propia escritura, en sus concepciones lúcidas del mundo y del mundo de los locos, vinculados a nombres como los de Freud, Lacan, Jung, Hegel, Deleuze, Jean Le Brun, Baudelaire, etc.; en los que siempre convergerán esas figuras literarias que han vivido el destierro o el anatema de ser considerados “malditos”.

No creo que Leopoldo María Panero deba ser calificado, per se, un “poeta maldito”; pienso que Panero es un poeta revolucionario, un escritor que pone al hombre frente al hombre sin pellejo, que le enseña su enfermedad, sus llagas y sus vísceras; todo aquello que el Hombre se han encargado de ocultar, a través de la psiquiatría y otros repertorios moralizantes: “La mirada mórbida del siquiatra estudia al paciente como un objeto y le deniega su subjetividad, no hay nada más mórbido que esta mirada que nos retira de lo humano”. El humano, sabe Panero, no puede ser él -él ya se ha autodestruido para o por estudiar el mundo-; pero, de ninguna manera, el humano puede ser el resto, que es con quien lucha abiertamente o mórbidamente. Pues cada poema de Leopoldo es un replanteamiento del mundo, lo que implica una posición, que por más superficial que sea su lectura, no debe ser considerada mera informalidad, malditismo o quemeinportismo de la realidad: “toda Perfección está en el odio”.

Siempre reinventándose y autor de casi 40 libros, en los que consta poesía, cuentos de horror, novela, ensayos, autobiografías y libros en conjunto. Panero se dio a conocer al aparecer en la célebre antología de José María Castellet, Los nueve novísimos poetas españoles, en 1970. Pero como explicamos antes, su continua experimentación, intertextualidad y ligazón a temas obscenos, le ha valido el que la crítica en su país le haya dado la espalda, consolidando así su imagen y condición marginal.

Sin embargo, y a pesar de encontrarse desplazado en España por esa mal llamada “poesía de la experiencia”, Panero es un loco que vende. Su funcionalidad reside en colocar su poesía descarnada, frente a esa poesía de un Yo -que como hemos dicho antes, ya no viene al caso-, cotidiano y tedioso, encerrado en circunstancias urbanas.

Ya en los últimos trabajos de Panero (hablo de aquellos poemarios que datan del 98, y no todos) encontramos la figura de un Panero apoyado en la ventana del manicomio, sumido en su contemplación enferma y con esa voz que asume su ultimátum. Sin embargo, sigue innovando dentro de las letras, tomando en cuenta que nadie había regresado sobre ese combate dialéctico de origen provenzal llamado “la Tensó”. “La Tensó” es una obra poética donde dos autores trabajan, sin que se indique donde empieza el uno y termina el otro. Panero nos ha dejado algunos excelentes libros en este género. Ha trabajado también con los locos del Sanatorio de Mondragón, un taller de poesía que apareció después impreso por la editorial Hiperión, bajo el título de Globo Rojo o la Antología de la Locura.

Leopoldo Maria Panero conoce su oficio demasiado bien, y aunque por momentos pareciera que publica desmedidamente, debemos recordar que su encierro le brinda todo ese ocium creador que los antiguos disfrutaron; y que su poesía actual, no es otra cosa que el registro de ese cuerpo agusanado del sujeto enfermo que él se siente. Panero comprende que un libro no es un compendio de figuras estéticas o retóricas que se acomodan por puro deleite. Él sabe que un libro es “únicamente el lugar en el que han sido retomados y consumidos todos los libros del mundo.” El testimonio de ese horroroso murmullo que vamos dejando atrás, paso a paso, y de mano de todos los hombres que fuimos. Ese auto representarse y fragmentarse, en el que acaso, con un poco de rabia, asomamos sin temor la podredumbre.

ABRIMOS NUEVAMENTE LA CAJA DE COMENTARIOS

12 sept 2006

VIDA, PASIÓN Y LOCURA DE LEOPOLDO MARÍA PANERO

El miércoles 13 de septiembre se realizará la proyección de la película El desencanto, de Jaime Chavarri (1975). Luego habrá una mesa redonda, donde participarán el crítico de cine y literatura Carlos Burgos (de la Universidad de Stanford) y el poeta Ernesto Carrión.

LUGAR: Alianza Francesa de Guayaquil
HORA : 19h00
Entrada gratis.

Nota: La película El desencanto gira alrededor de la Familia Panero, después de la muerte de su padre, el poeta del franquismo Leopoldo Panero. Retrata la decadencia de esta familia de escritores. En ella aparecen sus hermanos Juan Luis Panero (poeta) y Michi Panero (este último, autor del argumento y protagonista del desencanto; fallecido recientemente en el 2004).

8 sept 2006

LA INVALIDEZ A LA QUE LLEVA LA ESCRITURA
(desde la poética de Jorge Martillo Monserrate) *
Por Ernesto Carrión
PRIMERAMENTE

Hablar de los propósitos y órdenes creativos de cualquier obra o poeta en particular ha de ser siempre labor inquisidora, esclarecedora de ciertos márgenes estéticos y morales atribuibles de manera más correcta a quien realiza el estudio o el proyecto de entender una obra, que al generador de dicho trabajo en sí. Por esto, y por muchos otros elementos que tienen que ver más con la capacidad deconstructora de un texto, al igual que con la libertad ejercida por el arte, en el ámbito de la interpretación, es que considero este oficio como necesario en el propósito de ir limpiando las vías de la poesía de juegos de abalorios o de discursos abúlicos que no intenten siquiera acercarse al enigma del mundo; pero a su vez, como un oficio de canallas en el que siempre quedamos debiendo y donde siempre nos quedan debiendo en el mejor lugar del mundo: el poema. Espiar es un acto, de por sí, poco amistoso. Y espiar, escudriñar y hasta perseguir es lo que hacemos cuando estudiamos una obra en particular, concientes de que “las teorías de un hombre sobre el lugar y la función de la poesía no son independientes de su visión de la vida en general”.

Por otro lado, la conquista del lenguaje (para quienes se lanzan en el ruedo de hacerla) es una capacidad que pasa de la necesidad y del destierro a la tiranía; y que ha mostrado que no ha de servir sino de receptáculo o puente por donde vagan los proyectos, afectos, deseos, memorias, mentiras, dolores y demás experiencias -accidentales o no- que nos mantienen más en distancia que en cercanía con lo que llamamos mundo. Porque el lenguaje de la poesía, a pesar de tener intenciones comunicativas e intentar volcar la supuesta intimidad de quien la escribe hacia un orden humano que maneja diversas concepciones éticas-estéticas del entorno (obviamente con el deseo de derrocarlo, abriendo las interrogantes de siempre), nos arrastra a un desamparo donde la ambigüedad es lo único que impera; ya que el lenguaje sagrado, inteligible, no puede existir. Escribir es precisamente esa contradicción que hace del fracaso de la comunicación una comunicación segunda, palabra para el prójimo; pero palabra sin el otro.

Sin embargo, el poeta está destinado a elegir, y toda poesía vota por su existencia. Comienza, entonces, una meticulosa vigilancia de lo vivido, que sumada a las experiencias de lectura y a los propósitos que nacen de la íntima necesidad de narrar algo, van fabricando un particular estilo de escritura, siempre bajo la humilde premisa de ser comprendidos, o incluso, algunas veces, sólo hasta de ser leídos.

Y es en este rescate, en este escudriñamiento, en este intento desesperado del escriba por inventariarlo todo -condición mas que evidente en la poética de Martillo- donde escuchamos a Hegel repetirnos: "el arte sigue siendo para nosotros, por el lado de su más alta destinación (Bestimmung) algo del pasado (ein vergangenes)”; “el arte que se erige como autorreflexión propia, que puede únicamente avanzar como pasado o no avanzar del todo, callándose triunfalmente sobre su propio fracaso” . Momento que todo poeta presiente y que de poseer la madurez necesaria, lo hace; accediendo a ese silencio, que le es impuesto por la palabra y que, en definitiva, es el único origen.

Que quede claro entonces, que el artificio del que nace la escritura, es lo único que puede redimirla; ya que sólo la negación del lenguaje da acceso a la ausencia de límite de lo que es (que es nada); y que lo que les molesta del mundo, a los poetas, no es su representación, sino su falta de transparencia. Falta de transparencia que va evidenciándose más, a medida en que aparecen nuevas formas de narrar la misma angustia.

Esta es la relación constructiva y destructiva que debería atravesar todo poeta con el lenguaje, la transformación personal y ficticia de su mundo aparentemente organizado por el poema que es en sí mismo, la fuente de todo mal.

Y es en esta invalidez a la que lleva la escritura -que se abría primeramente al mundo como una posibilidad de comunicación-revelación para los otros-, donde el poeta se arroja a la autorreflexión propia, a la evocación y transmisión más que a la comunicación; apoyándose en el absurdo supuesto de que su tránsito personal por el mundo es o debe ser necesariamente el de los otros y por lo tanto, universal. Apartándose, casi sin evidenciarlo, del resto de sus prójimos, mientras eleva sus poemas intimísimos, en búsqueda del esclarecimiento de su sino y de su tranquilidad personal. Cabe recordar, aquí, la acotación de Octavio Paz sobre la condición dual y solitaria del poeta: siempre con un solo pie en la tierra y el otro a distancia de ella.

Sin embargo, no todo está perdido, pues, esta invalidez a la que lleva la escritura, sobre todo la autorreflexiva o perseguidora de uno mismo, posee una fuerza creadora en el seno del poeta. En palabras de Jorge Riechman: "Toda la buena poesía es poesía didáctica". Autodidáctica, para ser más precisos: enseña al poeta que la escribe, cosas (sobre sí mismo y sobre el mundo) que él desconocía. Lo peor (casi) que puede decirse de un poeta, es que ninguno de sus poemas le enseñó nunca nada.

De esta manera, la poesía de Jorge Martillo Monserrate propone un tránsito trágico y desesperanzador donde nada es salvado ni salvable, y donde lo único que le queda al escriba es convertirse en esa especie de detective salvaje que va tomando apuntes de los seres y cosas que aparecen y desaparecen por sus calles y casas, mientras sus pertenencias se amontonan en lugares entregados a la pesadilla y donde las ruinas crujen alrededor de sus muertos que se van apropiando lentamente de lo poco que le queda de libertad a su memoria. Ráfaga que, de por sí, se encuentra ya deteriorada por la fantasía del mundo que no tuvo nunca, por los excesos del alcohol o por la misma intención de arriesgarse a adornar su barbarie.

La obra de Martillo, a mi parecer, puede dividirse en tres etapas:

- La etapa que comprende exclusivamente su libro Aviso a los Navegantes.

- La etapa que comprenden sus libros: Fragmentarium, Confesionarium, Vida póstuma y Maremágnum.

- Y la etapa que comprende su último libro llamado (provechosamente) Últimos versos de un poeta decadente, que hace menos secreta la pérdida del poeta y del sujeto.
Y es a partir de esta clasificación que comenzaremos la lectura.



AVISO A LOS NAVEGANTES: ULISES EN LAS TABERNAS DEL PUERTO
(…) y si cayera la Ciudad y un solo hombre
escapara
llevará a la ciudad dentro de él por los caminos del exilio
él será la Ciudad
José Emilio Pacheco


Aviso a los navegantes, como bien afirmara Cristóbal Zapata en su ensayo sobre los "novísimos", instaura una nueva manera de hacer poesía en Guayaquil, forma que marcaría prácticamente la lírica de los años noventas, dejando en el puerto un grupo de poemarios que intentarían sumergirse en la hazaña que realizará este libro: hacer de la ciudad una extensión orgánica en la cual se desparrama un discurso subjetivo concentrado sobre todo en el YO poético, de la mano de la pesadumbre y de elementos culturalistas y clásicos, sometidos obviamente, al rigor del trópico. Así desfilan poetas como Mario Campaña y su libro Cuadernos de Godric, Marcelo Báez y su libro Puerto sin rostros, Luis Carlos Mussó y el Libro del Sosiego, Ángel Emilio Hidalgo y Beberás de estas aguas, por citar unos cuantos. Si bien, por otro lado, ya existía el establecimiento de escritores como Fernando Nieto Cadena y Paco Tobar García en la escena literaria del Puerto (quienes de por sí hundían los orígenes líricos en el corazón de la ciudad), hay que recordar sobre todo que el coloquialismo de Nieto Cadena varía cuando cambia de residencia, y que su poesía -a pesar de que se mueve sobre la ciudad- lo hace con mayor fuerza sobre el apego a la identidad, sobre la música salsa y otros géneros marginales, sobre la jerga popular y sus apropiaciones; al igual que Paco Tobar García, quien a pesar de afincarse en Guayaquil, debe ser considerado sobre todo un poeta cósmico, más que de cualquier país o urbe.

De las dos líneas en la poesía norteamericana: la que viene de Whitman (coloquial y prosaica de donde más adelante se nutriría la Generación Beat) y la que viene de Poe (esteticista y compleja de donde se nutrirían poetas como Pound, Wallace Stevens, T. S. Eliot) la que le interesaría a Martillo, para empezar su trabajo poético, sería la primera, reconociendo entre los atributos (de esta llamada "poesía de la experiencia" aparecida en los sesentas), cierto hermetismo y dificultad, al igual que su carácter culturalista que va enlazando el surrealismo de la vanguardia literaria, con las técnicas del collage. Poemas en los que recurrentemente encontramos alusiones al cine, a la música jazz, al blues, al comic, etc.

Todos estos elementos emplearán los escritores siguientes, dentro y fuera de Guayaquil, aunque dejando bien marcada la distancia con Martillo. Así, aparecerá en escena el esteticismo hedonista de poetas como Roy Sigüenza y Franklin Ordóñez (marginales como Martillo, pero aquí, desde su sexualidad) y no menos nutridos de una pura tradición cernudiana; el, a veces, irracionalismo humorístico de Pedro Gil, quien abrazará la consigna marginal como emblema; el confesionalismo casi autobiográfico en poetas como Cristóbal Zapata y el "ruralismo" conceptual y semiológico, por así llamarlo, del poeta Galo Alfredo Torres.

Aviso a los navegantes deja marcadas estas pautas; de ahí se lanza a una exploración por la ciudad y sus lugares de preferencia. Se trata de una voz marginal reflexiva, que obtiene un paneo poderoso de Guayaquil, en un frágil reordenamiento de su memoria:

recuerdas aquellas cervezas en la oscuridad del melba/ esas lenguas enroscándose como serpientes en el barrio las peñas/ la ropa tendida en los ventanales carcomidos por el tiempo/ el rumor de las lanchas cruzando el río entre el verde manto de lechuguines/ aquel par de borrachos abrazados y casi llorando/ acaso guardas mis palabras cuando el sol caía como naranja chupada/recuerdas qué hora marcaba el reloj del puente en la calle de la amargura/ mi índice lujurioso mostrando el camino de los polvos/ el chillar de los félidos alunados al llegar a la fortificada ciudad del amor/ acaso la grotesca figura que formó tu vestido en el piso/ mis manos sobando la porcelana de tus senos inflados/ mi entroíto de armadillo en tu hendidura de durazno/ tus piernas atadas a las mías como piola de cometa en cables eléctricos/ recuerdas mi lengua en tu pelaje húmedo como laguna donde ahogarse

Desde su primer poema, "Plegaria del Navegante", la voz poética se arroja hacia una introspección bucólica, consagrada a la muerte; transparentándose en una declaración fiel de su destino, donde esta suerte de Ulises prefiere entregarse o resignarse al dolor de la escritura y del movimiento constante, reconociendo, a su vez, esta autodevoración fungida por la palabra que tendrá que atravesar (y que atravesará Martillo hasta el último de sus libros), en la medida en que su facultad falsificadora intente ir purgando sus temores:


viento y mar podrían conducirme donde mi amada
desteje pretendientes o
a los lagos de averno y lucrino: oh el castigo es vivo y palpable
mis manuscritos tiemblan como peces bajo el agua
viento que sopla de popa/ negra nave que asciende lomos del ponto/ frigio/ sigeo mar
del sonoro canto de sirenas: cera derretida en los oídos
y amarras ciñendo al mástil mi cuerpo podrán salvarme/
mas quien de las furias de eolo y Poseidón:
cuiden mis regresos/ el azote de mis palabras en el papel/
el impulso del vino
que el amor sea un infinito batir de olas

si Virgilio exclamó: que tierra ya, que mar, puede ofrecerme refugio
que podré yo decir/ escribir/ adonde ir: oh viento/ oh mar

No hay intención en la voz poética de salvarse o de evitar el tránsito que le ha impuesto el destino. Más bien, existe una aceptación total del desarraigo. Una voz que, a diferencia de otras, no intenta ennoblecer su realidad. Diría más bien, que hay un obstinado empeño en todo este libro por separar el arte de la vida, ya que en Martillo existe una marginalidad doble: una cifrada por las palabras que emplea, lugares que transita y costumbres que va mostrando en una cantidad considerable de poemas; y la otra, su condición marginal frente a un sistema social establecido, en el cual no puede funcionar, o no le interesa. Así también, aparecen otras costumbres del poeta como su apego férreo a la bebida, que le brinda compañía durante el viaje y a la que no dejará de rendirle homenaje en ninguno de sus libros:

Bebed/ bebed suplica el ebrio con las manos crispadas en la copa/ es una tentación: callo y empiezo a destejer sueños/ a recuperar fantasmas en los aposentos de mi castillo/ franqueando la fosa/ el laberinto de sus escaleras/ y llegan a susurrarme historias de espejos mudos y amoríos eternos/ oh sus palabras son soplos fríos/ y al pintar al alba se marchan/ vuelvo a transcurrir en más fantasías: ríos de aguas infinitas/ y converso con amigos asesinados en días grises/ me anuncian puñaladas/ seremos vecinos digo y ríen felices (…) oh necesidad de embriagarme/ de encontrar la nave sé escondida en la neblina del mar (…) bebed/ bebed: otra vez el grito/ la tentación que intenta vencer/ callo y
mientras el licor viaja por mi cuerpo/ pienso en la nave anclando en el puerto perdido

Además de ofrecer la voz de este Ulises arrojado a una ciudad despedazada por la cotidianidad y el desamor, Martillo ofrece en esta etapa una poética dueña de un pastizaje bastante peculiar donde encontramos elementos clásicos, elementos de la poesía "beat", equilibrándolas con imágenes arrancadas del más puro surrealismo.

Ante el problema moderno de su falta de pertenencia con el mundo, existe la intención oculta de ir preparando la voz de un condenado (leer los poemas de las páginas 69, 71, 75, "hic novae vital porta est", "terra incógnita", "katábasis" que ocuparán la segunda etapa de su quehacer poético). Estamos ante su libro de mejor factura; libro en el que su búsqueda a través de la escritura, se tornará en su propia derrota; y en el que logrará amalgamar una cantidad considerable de referentes culturales, que irán dejando rastros de su sensibilidad y carácter.

(ausente la negra banda de Jazz no sollozaría un spiritual
o flee as bird to the mountains
algún compañero pensando que el caería en la guerrilla
y otro en como financiar mis funerales
a paso lento llegaríamos a la ciudad pintada a cal
y enverdecida por los ciruelos
.........



afuera alguien esta gritando locuras
las ballenas han apagado sus grifos y bostezando esperan que cambie
la luz del semáforo
pedazos de periódicos lamen el suelo como a culos en
higiénicos de cines porno
un viejo ha sembrado margaritas en la punta de su bastón y silba/
y silba hasta llegar al cielo

.......

Martillo se sirve de la ciudad, como mencioné antes, a manera de una extensión orgánica de su propia voz, discurso ambicioso no solamente por tocar los temas comunes de la lírica: la muerte, el amor (en la figura de una niña/mujer que el autor nombra constantemente), el tiempo, el sentido de la existencia, etc.; sino, por lograr que su discurso cohabite con su entorno real y poético, con sus vicios y obsesiones. En fin, poemas donde ubica sirenas en las esquinas, hace ballenas de los buses, y de los buses navíos, hace de la cerveza su mar de oro líquido, donde no solamente arrastra a hippies o a músicos negros en su travesía, sino que también lleva a escritores como William Faulkner o Malcom Lowry (uno de los grandes bebedores de la historia) hacia las tabernas del puerto. Poemas donde Ulises navega día tras día, en este mismo mar de alcohol, sin importarle verdaderamente ninguna Itaca, consciente de que su destino está en ninguna parte y de que su condena, lejos de ningún sino, él mismo la ha ido cocinando a través de este viaje, fortaleciendo ese verso que reza que el poeta, si se pierde, es por sus propias manos.
* Fragmento de la ponencia "La invalidez a la que lleva la escritura", leída en la ciudad de Cuenca en el marco del Encuentro de Literatura Alfonso Carrasco Vintimilla 2005.

4 sept 2006


La poeta brasileña Lígia Dabul

La conocimos en el Encuentro Latinoamericano “Novíssima Verba”, en Perú, el año pasado y nos sorprendió gratamente su madurez lírica y gran calidad humana. Aquí, una muestra de su libro Som (Sonido), publicado en el 2005 y que nos pone en contacto con una de las voces más hondas y convincentes de la poesía brasileña contemporánea.
Antropóloga de profesión, ha publicado el libro "Um percurso da pintura, etnografia sobre a constituição de carreiras artísticas em um ambiente de arte contemporânea". Trabaja en la Universidad Federal Fluminense, Rio de Janeiro. Som, es su primer libro de poesía.*
Casa de las Iguanas, emprende con esto, la tarea de acercarnos a diferentes formas de entender la poesía en nuestro continente.


TRANSACCIONES

Se daba por contenta. Abría la puerta y decía
entra a mi fiesta.
Ahora sólo entrega a cambio
de la entrada. Del líquido correcto.

Después esconde las llaves.
Y recobra el interés
por el préstamo.


POCO MÁS

Poco

muy poco o nada

ni dolor que en sílaba resume la palabra

que extiendo al máximo para que no parezca poema

tal vez hasta la máxima extensión del poema

y si es posible

más


EXPANSIÓN

en
lo

ni
mo

del
mar
la

gota


SILENCIA

esa mesa no calcula
la levedad de las palabras

esa hoja no comporta
la blancura huidiza

en ningún poema cabe
la ausencia de la ausencia muerta

el silencio
en el silencio silencia


****

-No sé si denoto o connoto.
-Signifique, dijo el referente.

Y seguimos tanto así
que a la salida ni percibimos

los cabellos
mojados.


PREFACIO

Estoy por decir cosas que nunca imaginarías
supieses ya hayan sido premeditadas.
No se esbozó la primera línea
y porque transitamos el puente indebido
hay cansancio.

Desaliñada debidamente la fuente, limpia
la distancia entre tangentes y simulacros,
aún así estas apenas letras
desordenan, dan cariño
a tu maldad.

* Traducción: cortesía de Aníbal Cristobo