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28 jun 2007

TRES POETAS NORTEAMERICANOS
Traducción y textos: Juan José Rodríguez


THEODOR ROETHKE



Nació en Saginaw, Michigan, en 1908. Asistió a la Universidad de Michigan y tomó clases en Harvard, pero siempre fue infeliz en los estudios. Su primer libro, Casa Abierta (1941), fue aclamado desde su publicación. Su prestigio creció con cada nuevo poemario, incluyendo The Waking que fue premiado con el premio Pulitzer en 1954. Enseñó en la Universidad de Washington, donde David Wagoner, Carolyn Kizer, y Richard Hugo fueron sus alumnos. Theodore Roethke murió en 1963.


Conocí una mujer

Conocí una mujer, amorosa hasta los huesos,
cuando los pajarillos cantaban, les devolvía el canto;
ah, cuando se movía, se movía a muchos lados:
¡las formas pueden ser un brilloso recipiente!
Sólo dioses bien dirían sus virtudes electas
o poetas ingleses que vivieron en Grecia.
(Los he tenido a ellos, coreando, chica a chica).

¡Buenos fueron sus deseos! Tocó mi mentón,
me enseño a girar, y a girar mostrando, y a estar de pie;
me enseño a tocar, esa ondeada piel blanca;
que, de su mano venida, yo, dócil, mordisqueaba;
ella, la hoz; yo, pobre yo, el rastrillo,
marchando tras ella por su gracia tendida.
(Pero qué siega prodigiosa hicimos juntos).

Ama como un ganso, y adora una gansa:
sus torvos labios llenos, nota en fuga por asirse;
que ella tocó rápidamente, tocó ligera y suelta;
mis ojos deslumbrados en sus rodillas leves;
sus varios elementos pudieron ser reposo,
o un temblor de cadera con la móvil nariz.
(Ella giraba en círculos, y giraban los círculos).

Deja ser hierba a la semilla y, a la hierba, heno:
soy mártir por un ritmo que no me pertenece;
¿para qué libertad? Para saber lo eterno.
Juro que hizo ella, cual piedra, una figura.
Pero ¿quién suma acaso la eternidad en días?
Están los viejos huesos para saber sus sendas.
(Mido el tiempo que pasa en un cuerpo mecido).


(De Poemas Reunidos)


Casa abierta

Mis secretos lloran en voz alta
no requiero lengua alguna.
Mi corazón es casa abierta.
Sus puertas se mecen ampliamente.
Es épica surgida de los ojos,
este amor mío, sin disfraz.

Mi verdad es toda conocida,
la angustia viva y revelada.
Desnudo voy hasta los huesos
en desnudez como de escudo.
Yo mismo soy lo que yo visto:
a salvo tengo mi espíritu.

La cólera se inclina a perdurar
el acto dirá la verdad recta
en lenguaje estricto y puro.
Pauso la boca que falsea:
la furia tuerce a mi llanto limpio
hacia la noche de agonía.


(De Poemas Reunidos)


Lo Mínimo

Estudio las vidas de una hoja: los pequeños
dormilones, ateridos cavadores en dimensiones frías,
escarabajos en cuevas, tritones, peces de piedra sorda,
piojos sujetos entre largas, rengas hierbas subterráneas,
reptantes de la ciénaga, y
trepadoras con bordes bacterianos
que oscilan a través de heridas
como elfos en charcas,
besando con sus bocas tristes las cálidas suturas,
limpiando y cuidando,
reptando y curando.


(De Poemas Reunidos)


WALLACE STEVENS


Wallace Stevens nació en Reading, Pennsylvania, en Octubre de 1879. Asistió a Harvard y se graduó en la escuela de Derecho de Nueva York. Admitido al sistema de abogados norteamericano, Stevens encontró empleo en la compañía de seguros Hartford, de la que llegó a ser vicepresidente en 1934. En 1914, Harriet Monroe incluyó poemas suyos en la revista Poetry. Su Primer Libro de versos, Harmonium, fue publicado en 1923, bajo la influencia de los románticos ingleses y el simbolismo francés. Así, continuó escribiendo poemas en la oficina y en los días feriados. Actualmente considerado uno de los mayores poetas norteamericanos del siglo XX (si no el mayor), no recibió ninguna condecoración especial, sino hasta la publicación de sus Poemas Reunidos, un año antes de su muerte. Sus obras más importantes son Ideas de Orden (1935), El Hombre Con La Guitarra Azul (1937), Notas Hacia una Ficción Suprema (1942), y una colección de ensayos sobre poesía, El Ángel Necesario (1951). Wallace Stevens murió en Hartford en 1955.


Anécdota de una jarra


Coloqué una jarra en Tennessee,
y era redonda, sobre una colina.
Ella inventó el devastado erial
que circunda esa colina.

El erial ascendió hacia ella, y
derramóse en torno, ya no salvaje.
La jarra fue redonda sobre la tierra
y alta y de una puerta en el aire.

Ella tomó dominio en todas partes.
La jarra era gris y desnuda.
No se dio ella de pájaro o arbusto.
Como nada más en Tennessee.


Fabliau de Florida


Barca de fósforo
sobre la playa de palmas,

parte hacia al cielo,
entre los alabastros
y azules nocturnos.

Espuma y nube son uno.
Lunares, voluptuosos monstruos
se disuelven.

Llena tu negro casco
con blanca luz de luna.

Nunca habrá un final
a este zumbido del oleaje.


El emperador del helado

Llamen al que envuelve cigarros grandes,
al musculado, y dénle a batir
en las tazas de cocina, cuajadas concupiscentes.
Dejen haraganear a las chicas en su traje tal
como lo usan al vestirse, y dejen a los chicos
traer flores en los periódicos del mes pasado.
Dejen que sea completo el parecer.
El único emperador es el emperador del helado.

Tomen del vestidor de caoba,
y que así falten las tres borlas de vidrio, esa tela
sobre la cual ella bordó una vez tocados
y expándanla hasta el punto en que cubra su rostro.
Si se inquietan sus pies encallecidos, sólo
muestran cuan fría está, y silente.
Dejen que la lámpara fije su rayo.
El único emperador es el emperador del helado.



De la superficie de las cosas


I

En mi cuarto, está el mundo más allá de mi entender:
Pero cuando camino, yo veo que está hecho de tres o cuatro
colinas y una nube.

II

De mi balcón, yo contemplo el aire amarillo
leyendo donde he escrito
“el verano es como una bella desnudándose”


III

El árbol dorado es azul.
El cantante ha empujado su capa sobre su cabeza.
La luna está en los pliegues de la capa.


Vida es movimiento


En Oklahoma,
Bonnie y Josie,
vistieron en percal,
danzaron en torno a un gancho.
Ellas lloraron,
“ohoyaho,
ohoo” …
celebrando el matrimonio
de la carne y el aire.


Gubbinal


Esa flor extraña, el sol,
es lo único que dices.
Tómala por tu camino.

El mundo es feo,
y la gente es triste.

Esa borla de selváticas plumas,
ese ojo de animal,
es lo único que dices.

Tal salvaje de fuego,
esa semilla,
tómala por tu camino.

El mundo es feo,
y la gente es triste.


(Todos los poemas pertenecen al libro Harmonium)


ROBINSON JEFFERS


Nació en 1887. Su padre, profesor de Literatura Teológica, le enseño a leer griego a los cinco años. Se educó en Zurich, Leipzig, y Génova. Estudió Literatura en la Universidad del Sur de California, donde conoció a Una Call Kuster, quien llegaría a ser su esposa. En 1906, viajó a Suiza para hacer estudios profundizados en filología e historia romana. Tras casarse en 1913, Jeffers se instaló en Carmel, California, y en 1919 empezó a hacer construcciones artesanales. Entonces, salieron a la luz libros importantes como The Woman at Point Sur (1927); Cawdor and Other Poems (1928); Thurso's Landing (1932), Jeffers reveals, Solstice and Other Poems (1935). Curiosamente, la figura de Jeffers fue cuestionada por no tomar partido a favor de los mitos norteamericanos de la segunda guerra. Pese a este rechazo, aún vio la luz su libro The Double Ax (1948). Robinson Jeffers murió en 1962.


Roca y Halcón

Aquí hay un símbolo en que
muchas altas y trágicas ideas
miran sus propios ojos.

Esta roca gris, en altura erguida,
sobre el cabo donde el viento marino
no deja al árbol prosperar,

a prueba de mecidas, y marcada
por eras de tormenta: en su cima
un halcón se ha colgado.

Pienso, aquí está tu emblema
para colgar del cielo por venir
no la cruz, no la colmena,

sino este; deslumbrante poder,
o paz oscura; unido pensamiento
al final desinterés;

vida con muerte como en pausa;
los ojos fijos del halcón se ven
casados con la gruesa

mística de la piedra,
cuyo fracaso no puede echar abajo
ningún acaecer de digna forjadura.


(De Poemas Selectos)


Ave César

No amargura: nuestros ancestros lo hicieron.
Apenas eran ellos ignorantes y optimistas, quisieron libertad pero también fortuna.
Su prole aprenderá a velar por un César.
O más bien — pues no somos aquilinos romanos, sino colonos de un leve mestizaje —
por un tirano amable de la vieja Sicilia que acaso mantendrá
por fuera a la pobreza y por fuera a Cartago hasta que lleguen los Romanos.
Nosotros somos personas controlables, una gente gregaria,
llena de sentimientos, hábiles en mecánica, y amantes de los
placeres.


(De Poemas Selectos)


Aviso a los peregrinos

Que nuestros sentidos y mentes hacen trampa, es cierto,
mas son precarios honrados; cree en ellos un poco;
en los sentidos más que en la mente, y en tu mente más que en la de otro.
Sobre el piloto de la mente, la intuición,—
digo que si es atrapado desnudo y limpio, es el guardián de la certeza;
mas vestido con sueños, o sucio
con miedos y deseos, es el rey de los falsos.
El primer miedo es la muerte: no creas en inmortalistas. El primer deseo
es ser amado: no creas en los hijos de madre.
Finalmente digo, deja a los demagogos y a los salvadores del mundo balbucear sus vacuidades a los oídos huecos, caer en timo dos veces es ya demasiado.
Camina por delgadas riberas y elude a la gente; roca y ola son buenos profetas;
sabias las alas de la gaviota y placentero, su canto.

(De Poemas Selectos)


21 jun 2007

EL AGÓNICO TRÁNSITO DE UNA VOZ
(La poesía de Bruno Sáenz)


Por Luis Carlos Mussó



La poesía de Bruno Sáenz se constituye en un caso de deplorable atención pública por parte del medio. Su calidad –inmensa, cierta- no va a la par con el conocimiento que de ella se tiene ni con los escasos estudios que la han analizado. Así, aunque su proyecto de escritura se halle inmerso dentro de la tradición de esa hornada formada por poetas como Javier Ponce, Iván Carvajal, Alexis Naranjo y Fernando Nieto Cadena, y aunque su poesía se halle entre la criticidad y la reflexión profunda sobre el lenguaje –y sus relaciones con el pensamiento-, la academia sigue evidenciando su deuda con esta voz.
Si bien los románticos anglosajones quisieron tornarse griegos mediante el simbolismo, no ha sido exclusivo de dicha escuela su uso. Desde muy temprano, Sáenz acomete el ejercicio de la escritura poética con llamativo discurso. Desnudo de la parafernalia de esa adjetivación fácil y cacofónica, estos poemas nos llevan con su musicalidad a seguir de cerca su palabra. Y lo hace también en su reflexión sobre la marcha atrás, sobre el camino andado en el tránsito y en las palabras.
Se presenta al escriba con los ojos abiertos a la maravilla del mundo, y a su desastre. Se concibe a sí mismo como quien va en un constante ejercicio de aprendizaje con la herramienta que posee. Pero invita al lector a participar en este aprendizaje: es un aprender juntos.

La fruta, si fue amarga,
Se vuelve, entre tus dientes, insípida, de cera.
Nada quieres:
No hay lengua conocida para hablar con los muertos.
No encuentras la manera de enderezar la senda,
Ni pides agua al cántaro que yace boca abajo.
Toda tu complacencia se vuelca hacia el vacío.



El poema es un objeto que actúa como reflejo (la recurrente imagen especular en Bruno Sáenz es obvia, evidente) y a la vez negación del mundo. Es como si fuéramos del conocimiento del mundo a un proceso crítico del mismo y a su posterior destrucción para asistir a un nuevo levantamiento. La soledad es un punto de partida para recurrir a la búsqueda y a la relación especular. Es como asistir a un Apocalipsis para luego presenciar el Génesis: La ilusión del espejo te devuelve una copia de tu tez, de la boca .ni del hueso, ni la lengua-,/ la desnudez del muro. Pero también están el mito clásico y la historia; así, es como si hubiera una constante en evocar, aludir a los mundos judeocristiano y griego, pero también a lo nuestro, a estas tierras vistas desde el tiempo en que la raza indígena señoreaba en ellas. Y hay, es cierto, un fuerte poder de alusión en la poesía de Sáenz.
Pero en momentos se desplaza esa actitud frente al interlocutor femenino hacia otro tópico; hablamos de una mezcla de carpe noctem, clausa ianua (puerta cerrada) y el griego paraklausithryron (canto a la amada desde afuera). Ingeniosamente, combina un poema la música y el amor:

Hay una octava de silencio
Entre las puntas de tus senos.
…………………………………
Mi mano se demora sobre las teclas negras.

El propempticom es el poema de despedida que es asumido desde esa otra clase de amor que es el filial (la despedida a la infancia, pero que también es la despedida de la ingenuidad), como en Paseo:

Seguimos el camino de todas las mañanas, el pequeño
Franz Josef –ha cumplido siete años-
y yo.
Durante este paseo, conversamos. Él pregunta. Me
ocupo de encontrar las respuestas.

La poesía de Bruno Sáenz tiende a lo esencial con procedimientos rítmicos, y desplazamientos de sentido que mantienen al lector atento a su discurrir. Poesía eminentemente libresca –de un signatum impresionante-; pero que aparte de recordarnos todo el tiempo la cultura, deja que se noten las experiencias de vida, las relaciones con los cercanos y con los pares, las invitaciones a leer los textos que somos todos. Esta voz nos recuerda que el poema no es representación del mundo, ni mero recurso catártico. Se pregunta y nos inquiere sobre qué conocimiento deviene con la palabra, sobre qué se produce y qué liberación –o liberaciones- acontece con ella. Trasciende los registros del yo y juega con la conciencia individual destruyéndola y proyectándola. Abre un horizonte a las posibilidades estéticas y de los discursos que incluye en su registro. Bruno Sáenz es un estudioso de distintas disciplinas, es un cumplido funcionario en el mundo de los códigos legales; pero sobre todo, y cuando atiende a esos otros códigos verbales, Bruno Sáenz presenta la faceta en que lo preferimos: la de poeta.


UN POETA EN UNA ANTOLOGÍA

Un nombre descarnado,
igual al hueso limpio, a la piedra porosa;
las fechas –dos-, abajo, entre paréntesis:
algo muy parecido a una esquela mortuoria,
a lápida esculpida
en la inmortalidad de un trozo de papel,
a un epitafio escrito
sobre la nada, sobrecasi nada.
¡Voltea ya el sudario, la hoja amarillenta!

(De la boca que, abriéndose, manda al silencio que se ponga a un lado)


ÁBACO

En la sombra, en el húmedo aroma del armario;
en la tela sin brillo,
en el color dudoso de un abrigo o de un gorro que has dejado de usar;
en el polvo que pesa sobre el rayo de luz (piensas en una arruga en la sábana blanca);
en la imagen decrépita que devuelve el espejo a las lagunas turbias, cegadas de tus ojos
(si aún te reconoces)...
En la vasija rota, cubierta de ceniza, en su vientre vacío de humedad, de memorias;
en la puerta que se abre, en el paso que fuga y el cofre que se cierra...
Sin piedad ni nostalgia, sin saberlo siquiera, llevas día por día la cuenta de tus años.

(Escribe la inicial de tu nombre en el umbral del sueño)

HERENCIA

No importa si la hogaza se cubre lentamente de moho y de silencio en la mesa desnuda.
Sin escrituras vanas, sin gestos dadivosos, quitas la cerradura del portón de la entrada,
dejas sobre el mantel la llave del armario.
Con extremo cuidado, borras de tu memoria la huella de tus pasos, tu sombra de la sábana extendida en el lecho.
(Escribe la inicial de tu nombre en el umbral del sueño)

8 jun 2007

ECUADOR: VIDA INTELECTUAL Y LITERARIA

por Mario Campaña


En el año 2004, la revista Cuadernos Hispanoamericanos inició la publicación de dossiers dedicados monográficamente a ofrecer panorámicas de la cultura de cada uno de los países latinoamericanos en los últimos cincuenta años. El dedicado a Ecuador se había frustrado, por falta de comunicación con la persona inicialmente encargada. A pedido especial de su amigo Blas Matamoros, Director de Cuadernos Hispanoamericanos, que estaba a punto de acogerse a su jubilación, Mario Campaña aceptó entonces coordinar el dossier panorámico sobre la cultura ecuatoriana en los últimos cincuenta años. Un límite de páginas y un plazo fueron acordados.

Como en la mayoría de los países sudamericanos, la vida intelectual ecuatoriana de la segunda mitad del siglo XX estuvo animada por personalidades procedentes social y culturalmente de las clases blancas y mestizas, con general exclusión de la población indígena andina, costeña y amazónica, así como de las comunidades negras. Ello ha así porque, como en todos los países, la vida intelectual ha estado íntimamente ligada a los procesos políticos y económicos. La estructura social ecuatoriana ha determinado que, con muy pocas excepciones, los intelectuales, artistas e investigadores procedan sólo de las clases dirigentes, de familias blancas de ascendencia europea -por razones históricas-, cuyo capital económico en algunas –escasas- ocasiones se tradujo en capital cultural; o de las clases medias, que ascendieron en la escala social gracias al crecimiento del estado y a la paulatina expansión y modernización de la economía, accediendo así a bienes culturales antes exclusivos de los sectores de mayor poder económico. En Ecuador la vida intelectual y literaria de la segunda mitad del siglo XX se desarrolló fundamentalmente en Quito, la capital, y Cuenca, una pequeña ciudad andina con fuerte influencia española, mientras Guayaquil, la ciudad más poblada y con más importante desarrollo económico, después de unas décadas de brillante producción literaria experimentó el que quizá sea el período de más grave indigencia intelectual de toda su historia, a consecuencia de la dirección seguida por la economía y la política en la región.

La producción intelectual estuvo marcada en buena parte de la segunda mitad del siglo por una urgente necesidad de definir una identidad nacional. Esta necesidad, respondiendo a una larga tradición, estuvo también vinculada a la derrota militar y el desmembramiento territorial sufrido en la guerra con Perú en 1941. Los intelectuales ecuatorianos asumieron la tesis que señalaba el desarrollo cultural como vía para la recuperación de la cohesión perdida en las batallas. La tendencia hacia lo autóctono aparecida vigorosamente en las décadas anteriores, en la obra de los novelistas del Grupo de Guayaquil y en Huasipungo de Jorge Icaza, especialmente, encontró entonces una continuidad en el terreno de las políticas culturale y la literatura. Los años 50 vieron el afianzamiento de la obra de Benjamín Carrión, empeñado en imaginar el país como una pequeña gran nación, y los poemas emblemáticos de César Dávila Andrade y Hugo Salazar Tamariz, que se proponían pensar poéticamente qué y cuál era el presente, el pasado y el futuro de Ecuador.

Esos intentos ocurrían en un ámbito en que lo político y lo literario tendían a mezclarse, porque durante mucho tiempo el campo intelectual ecuatoriano estuvo formado de modo principal por la historia política y la literatura, destacada de las demás artes en la medida en que mantiene, por su propia naturaleza, el más elevado substrato intelectual. Freud creía que los sueños son pensamientos y en el mismo sentido cabe pensar que los poemas, las novelas y los cuentos también lo son; son formas de pensamiento, como todo discurso artístico. La pintura, la danza, la escultura, la música son pensamiento: modos de explorar y conocer. Uno de los mayores filósofos del continente americano, el argentino Arturo Andrés Roig, quien estuvo radicado en Quito durante casi diez años, creyó que la filosofía ecuatoriana estaba radicada en las páginas de sus literatos: en Montalvo y Espejo, por ejemplo. Pese a tan calificado testimonio, cabe afirmar que sí ha existido una filosofía profesional en Ecuador, y que ésta no ha sido ajena a las necesidades más acuciantes del país. En ese sentido, el mismo Roig y su trabajo acerca de la ética ha sido una de las más influyentes presencias. Hernán Malo González y Julio Terán Dutari, que fueran rectores de la Pontificia Universidad Católica de Quito, quizá sean los nombre más importante en ese campo del pensamiento, en el que también habría que destacar, en otra línea de trabajo, a Bolívar Echeverría, que en México ha llevado adelante una brillante exploración acerca de la modernidad y el barroco latinoamericanos.

Sin embargo, el cumplimiento de las tareas asumidas por la intelectualidad ecuatoriana, según lo mencionado más arriba, ha encontrado el más importante escollo. Aunque oculto, y por eso mismo quizá más pernicioso de lo que pueda sospecharse, un gran dilema parece yacer en el fondo de la vida cultural ecuatoriana, si bien nosotros no estamos en condiciones de hacer más que tímidos tanteos en el tema, una rápida enunciación a partir de observaciones menores. Ese dilema, creo, es el de la tradición cultural. ¿A qué historia, a qué tradición cultural debería ser fiel, cultivar y prolongar el intelectual ecuatoriano? ¿Cuál debería ser la finalidad de su trabajo? ¿Cuál es la tradición cultural que nos alimenta en términos reales? La europea, que en otros países de América del Sur, Argentina, Uruguay y Chile, por ejemplo, se asume con toda comodidad, pues está arraigada en la misma experiencia vital de sus habitantes, provenientes en buena parte de las grandes olas migratorias españolas, francesas, italianas y alemanas, una vez eliminada casi totalmente la población autóctona, pero que en Ecuador carece de presencia determinante? ¿La andina, que en países como Perú o México, incluso en Bolivia, conforma un pasado de excepcional riqueza, pero que en Ecuador apenas si aporta elementos míticos menores, incapaces en todo caso de unificar espiritualmente todas las regiones? La cultura ecuatoriana asumió, según dije al principio, como una de sus grandes tareas en los años 40 y 50 la elaboración de elementos simbólicos para la fundación de la nación, pero todo ello fue abandonado posteriormente. Hoy los intelectuales y la clase media rechazan lo indígena y en general lo autóctono, y los escritores, careciendo de vínculos suficientes con la tradición europea, tienden a asimilar todo cuanto pueda contribuir a la elaboración de sus relatos en una atmósfera propia. Como una nueva versión de esta ambiguedad y esta dicotomía, un debate todavía incipiente enfrenta hoy a quienes proclaman la conveniencia (pues se trata de eso, de conveniencia) de utilizar escenarios y problemáticas “cosmopolitas” y a quienes rechazan que sea suficiente con ordenar a la computadora que “donde dice Lomas de Sargentillo diga Londres” (como irónicamente ha escrito el poeta Fernando Balseca) y conminan así a continuar una indagación propiamente estética.

Dos hechos de orden social, ocurridos en las dos principales ciudades del país, tuvieron especial repercusión en la vida intelectual ecuatoriana de las últimas décadas del siglo XX: En primer lugar, la fundación en Quito, en 1982, del periódico Hoy, de tendencia socialdemócrata, que puso en circulación importantes suplementos culturales, ganó rápidamente audiencia en la clase media y consiguió articular a buena parte de los intelectuales que habían integrado el llamado Frente Cultural durante el período de las dictaduras. En el contexto de los gobiernos de la Democracia Cristiana y de la Socialdemocracia, ese periódico creció impulsando una cultura crítica, a la vez que en un verdadero esfuerzo de lucha ideológica se fortalecía la Corporación Editora Nacional, se fundaba la editorial El Conejo, orientada hacia la izquierda, que procuraba el desarrollo de una cultura nacional; el Banco Central profundizaba su apoyo a importantes programas de recuperación de la memoria, como el Archivo Histórico; y, la Casa de la Cultura, creada por la revolución de 1944, parecía por fin estar en condiciones de jugar un rol relevante. El otro hecho ocurrió en Guayaquil y tuvo consecuencias nefastas. Fue el colapso de la Universidad Estatal, que durante muchos años había sido una verdadera “alma mater” de la ciudad y se había convertido después en foco de la oposición a toda clase de medidas antipopulares. Probablemente infiltrada por la policía política de las dictaduras y en todo caso violentamente dominada por el populismo de derechas que se había apoderado ya de toda la ciudad, la Universidad de Guayaquil desapareció durante quince años como centro de producción de pensamiento, como núcleo de irradiación cultural. En su lugar, la pequeña Universidad Católica contribuyó como pudo a mantener vivos el espíritu crítico y la creación literaria, pero su carácter privado y su consiguiente orientación social elitista le impidió ejercer una influencia mayor. Todavía hoy Guayaquil y el país entero sufren la consecuencia de ese período tan largo de decadencia y retroceso universitario.

En las últimas décadas la literatura, quizá la más popular de las artes por su carácter comunicativo, gracias a su materialidad linguística, ha experimentado cambios más profundos que las demás artes. En lo que la poesía se refiere, tal cambio debe ser analizado con especial detenimiento. En efecto, como toda poesía de esta era, la ecuatoriana también se reveló permeable a las grandes transformaciones ocurridas en los órdenes culturales en América Latina y Occidente, pero su desenvolvimiento puso de relieve una peculiaridad inesperada. Sabido es que la noción de infinito, expandida en Europa después del giro copernicano, que dejó atrás el cerrado universo cristiano; el sentimiento de soledad provocado por la ruptura de los antiguos vínculos comunitarios; y, la percepción de lo temporal como progresiva caducidad de lo humano, que habían alimentado la poesía moderna en Occidente y su ámbito de influencia, empezaron a disiparse por doquier en las últimas décadas del siglo XX. Ecuador no escapó a ese hechizo: con la angustia ante la infinitud, la soledad y la fugacidad del tiempo se escribió nuestra poesía clásica y, como en otras literaturas, el despojo de esa herencia es uno de los rasgos de nuestra actualidad, de la vida literaria de las últimas décadas, que se resiste, sin embargo, al total abandono de aquello que le diera sus mayores logros. Porque, extrañamente, en la renovación poética ecuatoriana no han predominado las vías elegidas por el resto del territorio de la lengua castellana, donde hizo fortuna la consigna del poeta chileno Enrique Lihn, que hace 25 años fijó pautas fáciles de reconocer en los últimos tiempos: “Si se ha de escribir correctamente poesía/ no estaría de más bajar un poco el tono”, escribió Lihn en un poema. La introducción de la noción de lo correcto resultó fundamental y se impuso enseguida: desde hace mucho en todo el ámbito castellano lo incorrecto es el tono elevado, por su relación con formas de autoritarismo, con la concepción romántica del poeta iluminado (del tipo de Shelley) o del sabio metafísico (del tipo de Eliot); desde hace mucho la poesía en nuestra lengua subvierte el principio avalado por Aristóteles, para quien la dicción poética había de ser “perspicua, no humilde”, como recuerda Quevedo, uno de los más influyentes poetas de la modernidad hispanoamericana. La correcta poesía humilde y de voz baja que se impone cada día más a lo largo y ancho del territorio de la lengua, se interesa por la comunicación y puede ser llamada también poesía civil, porque no desliga su ser, incluso su individualidad, del acontecer social y ciudadano, tendiendo a abolir toda subjetividad conflictiva, todo infierno, en suma, ahora proscrito, como en la sociedad misma.

Quizá nadando a contracorriente, la poesía ecuatoriana actual elude esos caminos de corrección y humildad y quizá no es ajeno a ello el aislamiento que sufre. En general evita lo perspicuo, la falsa iluminación y la abstrucción seudometafísica, pero su feliz ‘incorrección’ queda en evidencia en su libertad, en la no subordinación a las exigencias de precisión y claridad, tan propias de la racionalidad de las sociedades industriales (¡es en la industria donde todo tiene que ser exacto y estar en su lugar, a riesgo de que se desmorone y se confunda en el caos, nada rentable!), en su resistencia a dar siempre la voz al personaje ‘normal’, que suele expresar de modo desvigorizado su romántica melancolía por la soledad y el paso del tiempo, su inane conformidad ante el destino colectivo. La poesía ecuatoriana había vivido su gran momento entre los años 40 y 50, con la obra de Alfredo Gangotena (quien escribió toda su obra en francés, en los años 20, excepto un solo poemario, Tempestad Secreta, escrito en Quito en 1940), Jorge Carrera Andrade, César Dávila Andrade (que vivió los últimos 20 años de su vida en el exilio venezolano) y Gonzalo Escudero. La obra de estos cuatro grandes poetas habían de fijar un canon, una especie de horizonte que se convertiría con los años en una suerte de límite: es en el interior ese vasto y brillante espacio poético que se desarrolló toda la poesía posterior: la valiosísima obra de Efraín Jara Idrovo, la primera parte de la obra de Jorge Enrique Adoum, la obra de los poetas de Quito de los años 80 y 90 (Carvajal, Ponce, Pazos, etc.). Ese horizonte, repito, siendo un logro ha sido también un límite: el canon andino (ecuatoriano) ha sujetado fuertemente la poesía de todo el país, y consiguió relegar la obra diferente surgida entre los años años 60 y 70, prolongada en autores como Antonio Preciado (poesía de la negritud), Fernando Nieto Cadena (salsa y lenguaje popular), Euler Granda (antipoesía), Edgar Ramírez Estrada y Agustín Vulgarín, que intentaron en vano rebasarlo (tan férreamente se ha mantenido), si bien ninguno de ellos alcanzó el nivel de calidad de los cuatro: Gangotena, Carrera, Dávila y Escudero, convertidos ya en nuestros clásicos, es decir, en nuestras referencias y nuestros límites.

La narrativa experimentó un fenómeno distinto al de la poesía. Si bien los grandes escritores de los años 30 de Guayaquil (Joaquín Gallegos Lara, José de la Cuadra, Alfredo Pareja Diezcanseco, Demetrio Aguilera Malta, Enrique Gil Gilbert) se impusieron de modo canónico, correspondió al modernísimo Pablo Palacio señalar desde su lejanía cronológica y mental (murió hundido en la locura) los caminos para la renovación emprendida en los años 70 y 80 por los escritores de la revista La Bufanda del Sol, de Quito, esto es, Iván Eguez, Abdón Ubidia, Raúl Pérez Torres, entre otros, que impulsaron una actualización de la narrativa conforme a los patrones puesto a circular por la gran novela latinoamericana llamada del “boom”, de Juan Rulfo a Juan Carlos Onetti, de Julio Cortázar a Augusto Roa Bastos, pasando por Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. A esa nueva indagación estética impulsada desde Quito se sumaron tres grandes nombres de dentro del país y dos de fuera: los jóvenes Jorge Velasco Mackenzie, de Guayaquil, y Eliécer Cárdenas y Jorge Dávila Vázquez, de Cuenca, mientras desde México Miguel Donoso Pareja aportaba sus novelas influidas por el erotismo existencial de Bataille y desde París Jorge Enrique Adoum alcanzaba un gran éxito en 1976 con su “texto con personajes” Entre Marx y una Mujer Desnuda. Los años siguientes, los 80 y los 90, vieron la aparición, en algunos casos, o consolidación, en otros, de importantes nombres y obras: Javier Vásconez (quizá el escritor ecuatoriano con mayor proyección internacional, hoy por hoy), en Quito, sus magníficos cuentos y sus celebradas novelas, especialmente El viajero de Praga; Iván Eguez y Abdón Ubidia y sus novelas El poder del gran señor y Sueño de lobos, respectivamente; Huilo Ruales y sus relatos y poemas llenos de intenciones subversivas, humorísticos y sardónicos; los cuentos de Francisco Proaño Arandi, Raúl Vallejo, Leonardo Valencia, Gilda Holts y Liliana Miraglia; y la mejor novela de Donoso Pareja, Ahora empiezo a acordarme.

La crítica literaria, que conoció en Benjamín Carrión un gran momento, ha tenido en esta segunda mitad del siglo XX un desarrollo lento pero esperanzador. Dos nombres deben destacarse con toda justicia: Hernán Rodríguez Castelo, uno de nuestros mayores humanistas e historiadores de la cultura, y Miguel Donoso Pareja. En los años sesenta Rodríguez Castelo concibió y dirigió la histórica colección Clásicos Ariel de Literatura Ecuatoriano, en la que se llegaron a editar 100 volúmenes, todos seleccionados y prologados por él. Su más reciente trabajo está recogido en un cuantioso y erudito volumen sobre el siglo XVII. Por otra parte, a su regreso de México, donde estuvo radicado durante 18 años, Donoso Pareja activó el por entonces recientemente creado aparato editorial: varias colecciones aparecidas en los años 80, hitos de nuestra bibliografía y de nuestra crítica literaria, son de su inspiración directa. Numerosos trabajos recientes de Donoso Pareja sobre la narrativa contemporánea demuestran que además de novelista y poeta sigue siendo un crítico mordaz y vigilante, una especie de malhumorado samurai felizmente munido de espadas para salir al paso de casi todo lo que aparece en estos lares, si bien muestra su debilidad en la condescendencia con que acoge a sus alumnos de los talleres literarios que dirige en Guayaquil. Hay que mencionar también el trabajo crítico que cumplen en Cuenca María Augusta Vintimilla y otros docentes universitarios, la amplia y valiosísima empresa de la Universidad Andina de Quito, especialmente su Historia de las literaturas de Ecuador, así como el brillante trabajo crítico que realizan desde Estados Unidos los profesores Humberto Robles y Wilfrido Corral.

Puede afirmarse que la vida intelectual ecuatoriana se extiende ahora a todos los ámbitos del saber, en los linderos de las llamadas humanidades o ciencias humanas. El estudio de la filosofía, la historia económica y política, la sociología, la etnología, la arqueología, la antropología, la sociología y la linguística han tenido, especialmente en Quito, un desarrollo continuo y en algunos casos, riguroso. Puede afirmarse que el panorama actual es de recuperación. Aunque han desaparecido las editoriales nacionales para dar paso a las transnacionales de la edición; aunque el periódico Hoy ha perdido su rol articulador y promotor y la Casa de la Cultura no ha conseguido convertirse en lo que se esperaba, las manifestaciones del trabajo intelectual ecuatoriano no faltan y son alentadoras: la novela, el cuento y la poesía gozan de buena salud; hay excelentes revistas literarias, como País Secreto y Kipus; florecen los estudios de género; la antropología y la etnología muestra importantes trabajos; la Casa de la Cultura mantiene magníficas colecciones literarias; la Facultad Latinoamericana de Estudios Sociales –FLACSO-, la ya mencionada Universidad Andina Simón Bolívar, la Pontificia Universidad Católica de Quito, las Universidades Central y Católica de Cuenca y las Universidades Estatal y varias universidades privadas como Casa Grande de Guayaquil, recuperan el pulso del trabajo intelectual e investigativo; y, lo que acaso sea el síntoma más importante: en las principales ciudades nuevas generaciones de escritores e investigadores promueven y animan encuentros y debates: la sangre nueva está viva, corre y se multiplica.

6 jun 2007







RECITAL Y CONVERSATORIO DE ERNESTO CARRIÓN


Hoy, a las 19:00, en la Alianza Francesa de Guayaquil (Hurtado y José Mascote, esq.) se desarrollará una tertulia literaria donde el poeta Ernesto Carrión, ganador del último Festival Internacional de Poesía de Medellín, leerá textos inéditos de Demonia Factory, su obra premiada. Luego de la lectura, se abrirá un franco diálogo con el público.

Dos importantes poetas latinoamericanos dan su opinión crítica sobre Demonia Factory:

"De una arrasadora fuerza, Demonia Factory, del ecuatoriano Ernesto Carrión, traza el itinerario de un viaje que le vuelve a otorgar su sentido más urgente, alucinado y rotundo a la palabra cuerpo, y que hace de él uno de los poetas imprescindibles de la ya extraordinaria nueva generación de poetas latinoamericanos".

Raúl Zurita (chileno)


"Aunque ignoremos su mecanismo, todos tenemos un detector de mentiras: si hay algo en el poema, en la novela, en el filme que es impostado, inauténtico, será detectado como por una brújula infalible por algunas de las facultades de nuestra mente, aunque no seamos conscientes de ello. Pese a su mala fama, al menos en arte y literatura los conceptos de verdad y mentira siguen siendo útiles. El mérito principal de Demonia Factory es este: su materia es verdadera. Intensamente verdadera. Estamos ante lo que Dávila Andrade llamó “materia real”. Tan real y violenta como los fragmentos que vuelan, incandescentes, en una explosión. Es mejor que el lector esté advertido".

Mario Campaña (ecuatoriano)