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1 oct 2007


ARTE, PRENSA SATÍRICA Y SARCASMO: LOS INICIOS DE LA CARICATURA EN EL ECUADOR (1862-1912) -PARTE FINAL-
Por Ángel Emilio Hidalgo

En los periódicos satíricos del siglo XIX, los repertorios literarios y gráficos se combinan en una simbiosis que permite que el lector inmediatamente asocie imagen y texto. Pero, la efectividad de la caricatura no depende tanto del discurso utilizado. Si bien ambos registros son concomitantes, el lenguaje verbal a veces no alcanza la intensidad y vehemencia de la expresión gráfica. Sostenemos que el impacto visual de los grabados actuó más eficazmente en las conciencias de los lectores que el discurso ideológico de las apostillas y coplas. Y no precisamente por la ausencia de referentes en el lenguaje político de la época –el estilo de Juan Montalvo, “el gran insultador”, era ampliamente conocido-, sino porque la caricatura como medio expresivo nuevo, abría la posibilidad de situarse con originalidad e ingenio, exacerbando el perfil corrosivo de la ironía verbal.

Es vital entender el rol que juegan los artistas en la búsqueda de una expresión original, trascendiendo la utilidad de la gráfica. El editor de Fray Melchor (1889) –posiblemente R. Chiesa- destacaba la habilidad y destreza del dibujante y el grabador: “el desafío es ante todo una obra maestra”, al tiempo que describía con buena dosis de ironía, la “perfección” de una viñeta de sencilla factura que representaba a dos sacerdotes enfrentados a duelo: “Los labios desplegados por el furor, las pupilas dilatadas, tan dilatadas que parecen van a saltar de las órbitas, las narices hinchadas y tan prolongadas que corren pareja con los estoques, los semblantes pálidos y demacrados; la actitud de uno y otro que a primera vista parece indolente, es sólo por el cansancio que experimentan, y sus fuerzas están abatidas, y necesitan mucho tiempo para reponerse”, culminando con una excitativa a los lectores de Fray Melchor para “que no manden mi modesta hoja para Europa, porque pueden verla los directores de aquellos periódicos, prendarse de mis ilustraciones y soplarnos los artistas”. En los siguientes números de Fray Melchor, R. Chiesa, quien también ilustró Fray Gerundio (1885) y El Diablo (1885), dibujará “de verdad” al fraile Melchor, en el encabezado del periódico, resaltándose el vigor del trazo y la densidad expresiva del rostro.

A partir de 1888, cuando Antonio Flores Jijón obtiene la presidencia de la república, se percibe un ambiente de mayor libertad que favorece el accionar de la prensa. Durante su gobierno y el de su sucesor, Luis Cordero (1892-1895), la prensa satírico-burlesca vivió un verdadero boom en Guayaquil. En estos años se consolida el espacio para la caricatura en la prensa local, convertida en una vigorosa arma de lucha y enfrentamiento ideológico.


F. G. Queirolo, "Pavo de pascuas", El Látigo, Guayaquil, 1895

Decenas de periódicos guayaquileños de formato pequeño y mediano circulan en la ciudad y el país: El Jorobadito (1889), El Diablo Cojuelo (1889), El Gavilán (1889-1890) La Argolla (1890), El Cordero (1891), La Amalgama (1891), El Garrote (1891), La Ley del Embudo (1891), La Bruja (1891-1892), La Fusión (1892), El Látigo (1895), El Cáustico (1895-1896), entre otros. Los hay de todo tipo: políticos, moralistas, anticlericales, antiperuanos (es el caso de La Marica, que aparece en 1894).

El ejercicio de la sátira se evidenciaba a partir de los nombres escogidos para bautizar a estos periódicos. Por lo general, en la primera entrega se justificaba su intervención “en la arena periodística”, aludiendo en tono jocoso a los males que supuestamente irían a remediar: “No se extrañe, pues, que también nosotros, aguijoneados por la actual fiebre periodística, nos lancemos a escribir para ti, siquiera dos veces por semana, unas cuantas cuartillas de papel, que en forma de látigo, caerá sobre cualquiera vicio social que haya que corregir; sobre todo abuso que sea necesario extirpar; sobre las espaldas de los empleados civiles, judiciales y militares que no cumplan con sus deberes o se extralimiten de las atribuciones que la ley les señala; en fin, sobre todo aquello que merezca censura”. Así se expresaba Félix Bloc, responsable de El Látigo, en torno a la campaña política que emprendería este medio identificado con Eloy Alfaro y el liberalismo radical.

El ímpetu de las caricaturas variaba según las circunstancias del momento y la filiación político-ideológica de sus dibujantes y redactores. En algunos casos, el lector sabía de los arriesgados caricaturistas que firmaban sus obras, como R. Chiesa -activo desde 1885- o F.G. Queirolo –dibujante de El Látigo-, aunque en otros, se quedaba sin conocer el nombre del humorista escondido detrás del seudónimo.

Policarpo Ventorrillo Opinionitis, "Lo que debe hacerse", El Cáustico, Guayaquil, 1895

En 1895, El Cáustico publica algunas de las caricaturas más incendiarias del periodo: el presidente Luis Cordero aparece atrapado por una turba de quiteños que se aprestan a hacer justicia por sus propias manos. El escándalo de la venta de la bandera había debilitado considerablemente la popularidad de Cordero y los montoneros revolucionarios de Alfaro asediaban los pueblos de la Costa. Asimismo, en otra imagen, Luis Cordero se esconde detrás de Antonio Flores, en medio de un grupo de ciudadanos armados con escobas, paraguas y palos. El título de la viñeta es bastante decidor: “Flores defendiendo a Cordero, a pesar de la opinión pública y para vergüenza de la América”.

Más allá del carácter anticlerical y anticonservador de la mayoría de estas publicaciones, el lenguaje satírico-humorístico empata con la voluntad de “alfabetización” política y cívica de las masas que se trazaron los liberales. Así lo expresan casi todos los periódicos “jocoserios” del medio: “Jorobando enderezaré a los torcidos”, pregonaba El Jorobadito, que se vendía como una tribuna que denunciaba los vicios y corruptelas de los políticos descarriados. Modesto Chávez Franco y Vicente Paz, responsables de El Cáustico, reflexionaban sobre el propósito moralizante del dibujo humorístico: “La caricatura sólo puede ser arma temible para quien lleva sobre sí mismo el ridículo de sus actos o de su persona, no la punta del pincel de un artista que, con su dibujo, no hace cosa diferente de la del actor dramático, que pone en escena la virtud y el vicio, juntos, con un fin moral, esto es, hacer amable la primera y detestable el segundo”.

La invitación a la carcajada no contradecía el afán moralizador del género. Y algunos artistas se imponían límites a la hora de ridiculizar a sus adversarios: “la prensa debe ser libre, muy libre, hasta los confines de la moralidad y de la decencia”, sentenciaba el director de El Cordero. Al mismo tiempo, lamentaba el “libertinaje” en que había caído la prensa durante la campaña electoral de 1891: “Doloroso, pero preciso es confesarlo: la más completa desmoralización reina hoy en una gran parte de los periódicos ecuatorianos (…) Y la mentira, la desfachatez, el insulto poco noble, han sustituido al sereno raciocinio, a la discusión cortés y caballerosa”.

Los editores de estos periódicos estaban interesados en acrecentar la base social del liberalismo, introduciendo una forma de hacer política relacionada con la formación de ciudadanos pensantes y actuantes en la esfera de lo público. Y el trabajo de los caricaturistas era elemento clave en el proceso de lucha ideológica, con un discurso centrado en la propagación de ideas de libertad, razón y progreso. A través de su lucha política, los liberales buscaban abrir el espacio social para la implantación de las libertades individuales. Este era, finalmente, el horizonte de su programa político.

Los periódicos satíricos no eran precisamente los voceros oficiales de los partidos -en 1889, el órgano oficial del Partido Democrático Liberal era La Bandera Liberal, que dirigía el tribuno guayaquileño Pedro Carbo Noboa-, pero algunos aprovechaban la oportunidad de difundir sus puntos programáticos, como El Gavilán, “periódico ilustrado, político, joco-serio” que se decía adscrito a la “sagrada causa liberal”. El Gavilán hacía un petitorio de siete puntos, entre los que constaban: “1º Enseñanza libre, necesarísima al pueblo, cuya mayoría no conoce ni sus deberes ni sus derechos...; 2º Respeto inviolable en toda sociedad a las ideas religiosas... y 3º Libertad de imprenta sin editor responsable; pues como el deber es el reconocimiento del derecho en una persona distinta de nosotros, la ley exigirá siempre la responsabilidad de aquello que pueda únicamente inferir daño de calumnia, sujetándose al responsable al Jurado”.

Este fue uno de los roles más importantes de la prensa satírica del siglo XIX: convertirse en activa plataforma de combate a favor de la instauración de las libertades individuales. Así se formaba una incipiente esfera pública, pero sobre todo, se experimentaba una politización de la vida cotidiana. Estamos en un período de transición entre la prensa ilustrada y el advenimiento del periodismo de masas. Es lo que Carlos Ossandón, refiriéndose al caso de Chile, llama una “transformación cultural” que se expresa “en inéditas relaciones entre letra e imagen, y en la estimulación de unas “sensibilidades” que ya no tienen como fuente la cultura ilustrada letrada”. Esto es posible con una prensa que introduce en la cotidianidad el nivel del debate político-ideológico, apoyándose en el impacto de la representación gráfica.

Las sensibilidades gráficas se amplían con el desarrollo de las técnicas de producción: en 1889, El Gavilán incluyó por primera vez caricatura impresa a colores, pero en La Argolla (1890) apareció una importante resolución estética de esta variante, en una serie anónima titulada “Figuras de la baraja ecuatoriana”, donde a través del lenguaje de la copla se confunden los líderes políticos de todas las tendencias, desde el conservador hasta el radical pasando por el “progresista”. La impresión de La Argolla corría a cargo de la Imprenta Liberal y el grabado era realizado en “Cromo Litografía Chimborazo 8”.

En 1890 se publicó el nombre del lugar donde se imprimía El Gavilán: Chimborazo 16, en la misma calle donde se editaba La Argolla (Chimborazo 8). El Gavilán se comercializaba en el almacén “La Imperial”, ubicado en Pichincha 86. Almacenes, imprentas, sastrerías y pulperías eran los sitios donde los lectores acudían para conseguir ejemplares de estos periódicos. Así por ejemplo, La Bruja se vendía a cinco centavos y sus puntos de distribución, en 1891, eran “¨La Viña¨, calle del Teatro, en “La Juventud Elegante” de don José Figueras, calle de Pichincha y en el “Grand Hotel”, Plaza de Bolívar”, en Guayaquil. También se repartían ejemplares a otras ciudades del país: en Riobamba, se conseguía La Bruja en la “Peluquería Elegante”, y en Quito, en las dependencias de la Agencia de Correo Urbano. La mayoría de los compradores de estos periódicos eran profesionales, comerciantes, artesanos y ciudadanos de las capas medias, políticamente informados y familiarizados con el género humorístico.

La prensa satírica también abonó a la extensión y diversificación del campo periodístico. Las figuras del publicista y el reporter o cronista se hicieron visibles en nuestro medio. En 1896, El Grito del Pueblo introdujo el fotograbado y la fotografía de prensa en el Ecuador, y contrató al caricaturista A. Narváez, en 1898, para que se encargara de la sección humorística del diario. Era la primera vez que un medio impreso grande se ocupaba “de planta”, a un caricaturista.

Dentro de esta tendencia, la revista El Ecuador Pintoresco (1896) publicó dibujos de J.C. Valenzuela, artista que utilizó la técnica del carboncillo y se convirtió en un verdadero cronista de actualidad, al registrar con admirables gráficas el incendio acaecido en Guayaquil, el 12 de febrero de 1896. Su labor como caricaturista también fue notable: Valenzuela brilló por la utilización de un fino humor, lo que contrastó con el sarcasmo de los periódicos satíricos de los años anteriores.
La presencia del fotograbado y luego de la fototipia, facilitó la creación de un buen número de revistas ilustradas artísticas, científicas y literarias tipo magazine, que cobraron auge durante las dos primeras décadas del siglo XX. Luego del triunfo de la Revolución Liberal disminuyó la publicación de periódicos satíricos; no obstante, estos resurgieron a partir de 1901, por motivos partidistas, cuando las diferentes campañas electorales demandaban la agitación ideológica de los bandos en pugna.
Francisco Nugué, "Para lo que sirven los portales", Patria, Guayaquil, 1908

En 1908, Víctor Emilio Estrada, director de la revista Patria de Guayaquil, contrata al dibujante español Francisco Nugué (1870-1936) para que se encargue de la “página cómica”. En esta “Revista Quincenal Ilustrada” -que luego se convirtió en semanal-, se publicaban poemas, artículos de variedades, noticias de actualidad, etc. La labor de Nugué consistía en ilustrar las crónicas históricas de Gabriel Pino Roca y reseñar humorísticamente de las principales noticias de la ciudad y el país. Para ello, desarrollaba secuencias narrativas de planos gráficos, convirtiéndose en uno de los primeros dibujantes que trabajaron el cómic en el Ecuador.

“La Quincena Cómica” (luego llamada “La Página Cómica”) se convierte en la columna más vista de Patria, porque Nugué ironiza -con mucha agudeza y sentido del humor- sobre el bullir de la vida urbana en toda su complejidad, burlándose de los simulacros y contradicciones de las políticas modernizadoras emprendidas por la elite guayaquileña a inicios del siglo XX. En 1908, pone en tela de duda la efectividad de las medidas de saneamiento urbano para erradicar la peste bubónica que amenazaba a la ciudad y denuncia problemáticas del día a día, como la carestía de la vida: “…Los perros tendrán perrrera/ El comercio está chafado/ En Manabí están de males/ Y acá cada vez más pobres y los víveres más altos”.

Este humorista-cronista del Guayaquil cotidiano y vital trabaja en Patria durante un año, pero reaparece en la revista Brochazos, en 1911, publicando caricaturas a color, algunas de corte antimperialista, en rechazo a las “negociaciones” del presidente Emilio Estrada Carmona con el gobierno de los Estados Unidos, sobre el pretendido arrendamiento de las islas Galápagos. El colorido e ingenio de Nugué hacen de Brochazos (1911) una revista única, pues, ubica a las caricaturas en el mismo nivel de las noticias de actualidad, preparando el camino para la aparición de revistas exclusivamente dedicadas al género, como Caricatura (1918-1924), Caricaturas (1922), Zumbambico (1932), Cocoricó (1932-1934), entre otras.

Francisco Nugué, portada de la Revista Brochazos, Guayaquil, 1911

Es ineludible resaltar el trabajo de dos caricaturistas que se destacaron en el contexto de las luchas políticas entre las distintas facciones liberales, durante el último gobierno de Eloy Alfaro y la breve administración de Emilio Estrada (1911): Tacho y Teobaldo Constante. La revista quiteña La Ilustración Ecuatoriana acogió al primero (1910), quien dibujó viñetas políticas en contra de Alfaro. Pero fue Teobaldo Constante, desde su labor como dibujante del periódico El Guante de Guayaquil, quien propició algunos de los más virulentos golpes al “Viejo Luchador”, al retratarlo como un político deshonesto y sediento de poder.

Entre finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, la caricatura contribuyó decisivamente a la conformación de un espacio para la opinión pública, donde se libraron acérrimas batallas para el establecimiento de las libertades individuales; y se convirtió en un influyente medio de propagación de nuestra modernidad artística, gracias al legado de estos precursores del humor gráfico ecuatoriano.


FONDOS CONSULTADOS

Biblioteca Municipal de Guayaquil
Biblioteca de Autores Nacionales “Carlos A. Rolando”
Archivo Histórico del Guayas