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7 mar 2012

Por César Vásconez Romero

Desde las alturas 

Prueba de la vaciedad de nuestros días es que al calificar a alguien como marxista, se lo hace de manera peyorativa o imprecatoria. Bolívar Echeverría (Riobamba, Ecuador 1941- 2010, Ciudad de México, México) fue uno de los lectores más lúcidos de Marx, se propuso interrogar su ideario para comprobar su vigencia. Sus estudios sobre la modernidad, valor de uso, la cultura y el barroco en Latinoamérica, muestran un pensamiento elástico y plural, que entabló un diálogo crítico con las obras de Walter Benjamin, Theodor Adorno y Max Horkheimer. La Escuela de Frankfurt y su crítica del marxismo ortodoxo fueron su punto de partida, lejos del anquilosamiento dogmático de gran parte de la izquierda latinoamericana. 

Del joven ecuatoriano que llegó en 1961 a Alemania – el mismo año en que se levantó el muro - con la ilusión de asistir a los seminarios de Heidegger (sin saber de la adhesión del autor de Ser y el Tiempo al nazismo), al ver truncado su proyecto ingresa a la Universidad libre de Berlín y allí descubre la multiplicidad del pensamiento de Marx. Además de haber sido uno de los alumnos más brillantes de Herbert Marcuse, se volverá activo militante del movimiento estudiantil de Berlín Occidental. Dentro de dicho movimiento, Echeverría era el representante latinoamericano, el interlocutor del tercer mundo; viajaba constantemente entre Latinoamérica y Europa, era el nexo con intelectuales, políticos y líderes en la clandestinidad. 

Al no poder renovar la visa por su vinculación con las protestas estudiantiles, tiene que dejar Europa, pero su nombre también está en la lista negra de la dictadura de turno en Ecuador (donde nunca habría tenido un espacio para investigar, ni interlocutores para su pensamiento). Inicialmente su intención era ir a la Argentina para sumarse a la lucha revolucionaria, pero eventos como La noche de los bastones largos (ocupación, desalojo y agresión por parte de la dictadura del general Onganía contra docentes y alumnos de la Universidad de Buenos Aires en 1966), le hicieron reconsiderar su decisión. Así como conocía a los líderes del 68 mexicano, tenía conexiones con el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), brazo político de lo que entonces apenas era el embrión del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), que tuvo entre sus fundadores a Mario Roberto Santucho, quien en su juventud en Santiago del Estero, fue muy cercano a Witold Gombrowicz, el autor de Trans-Atlántico. (En los diarios del escritor polaco, cuando habla de sus encuentros con Santucho, asistimos a la mutua incomprensión entre el esteta de la inmadurez y el ideólogo radical.) 

Decide establecerse en México en 1968. Allí culminan sus estudios de filosofía y economía. Desde 1974 fue parte del consejo editorial de Cuadernos Políticos, revista de filosofía de Ediciones Era, hasta su cierre durante la caída del muro de Berlín. También fue editor de las revistas académicas Economía Política, Ensayos y Theoria. Profesor emérito e investigador de la Facultad de Filosofía y Letras, su cátedra era una de las más prestigiosas de la Unam. Nacido en la ciudad de Riobamba, ubicada a las faldas del Chimborazo, el volcán más alto del mundo, se definía a sí mismo como un hombre de las montañas, a gusto en el aire frío; homo legens, falleció en la capital mexicana sabiéndose en casa. 


Valor del valor de uso 

Para Mallarmé los mayores campos de especulación mental eran la economía política y la estética. La modernidad capitalista y el deterioro de la civilización están imbricados; según Echeverría, la tarea de la economía capitalista es construir la escasez, conduciendo al ser humano a atentar contra lo Otro y contra sí mismo. Su condición contranatura se hace evidente por lo que se reprime al interior de la modernidad por la dinámica del capital. “En la sociedad organizada por la modernidad capitalista, la hostilidad a la cultura es una necesidad inherente. La modernidad capitalista implica el fenómeno de la enajenación del sujeto humano, de la suspensión de su capacidad de autoreproducirse, de generar formas para sí mismo, y de la cesión de esta capacidad política fundamental al mundo de las cosas, que no es otra cosa que el mundo de la acumulación del capital, el mundo virtual donde el valor de las mercancías se valoriza. Podríamos decir que la cultura en la sociedad moderna es una cultura que se encuentra sistemáticamente reprimida por esta modernidad capitalista, en la medida justamente en que aquel que es el creador, el sujeto que pone la concreción de la vida, está impedido de ejercer esta función política fundamental suya.” 

En Valor de uso y utopía, (Siglo XXI editores, México, 1998) señaló la tensión entre la renta de la tierra y la renta tecnológica, y como está última iba alcanzando la supremacía; feudalizando la vida económica, volviendo ilusoria la soberanía de los estados nacionales, profundizando la condición ancilar de las países del tercer mundo. 

La modernidad fue desvirtuada por el capitalismo, con la mercancía y el capital como divinidades, “lo que hace la modernidad realmente existente no es otra cosa que remplazar al dios arcaico por un dios moderno, a una fuerza mágica por otra”. A la par que el valor de cambio se fue imponiendo al valor de uso, los afanes de la ilustración y el humanismo iban siendo anulados. Lo que identifica a la modernidad actual es la subordinación de la naturaleza a la técnica. En su último libro, Vuelta de siglo, (Era, México, D.F. 2006) encontramos una de las lecturas más agudas de la modernidad y la cultura de comienzos de este siglo. 

Si la cultura está en constante mutación, solo se puede teorizar para intentar definirla al ver lo que va dejando tras cada cambio de piel, en “el cultivo dialéctico de la singularidad de una forma de humanidad en una circunstancia histórica determinada.”Justamente en un momento de grandes convulsiones sociales, las ciencias sociales caen en un desprestigio que no han sabido encarar. Sumidas en un posmodernismo de segunda mano, o en esa estafa llamada estudios culturales; deliberadamente confundieron la retórica con el pensamiento. Dejaron de ser instrumentos de cambio o de lectura de un momento histórico, volviéndose funcionales al mercado. Lo único que sobrevivió fue el pensamiento Lyotard o Baudrillard, precisamente por ser derivaciones disidentes del marxismo. Echeverría veía en el marxismo una de las herramientas científicas de aprehensión y desentrañamiento más logradas de la modernidad. Un instrumento falible, a veces incompleto y parcial, pero a pesar de sus errores, con mucha más calidad de profundización y esclarecimiento que aquellas herramientas aparentemente perfectas del liberalismo, que en realidad no explican nada. 

Echeverría, homo legens, veía como el escenario de la modernidad se iba modificando, como la cultura letrada iba perdiendo su hegemonía, pero en vez de parapetarse en la ingenua superioridad de un espacio de poder académico, prefirió aclarar las coordenadas y renovar la apuesta desde el pensamiento crítico: “El rescate de la hegemonía de aquello que conocemos como la alta cultura resulta quimérico sobre todo porque el tipo de dimensión cultural que se genera espontáneamente en la nueva sociedad en ciernes parece desentenderse de la consistencia logocrática, congnicista, ilustrada, sea neoclásica o romántica, propia de la actividad de la alta cultura en la modernidad dominante; parece abandonar la preocupación obsesiva por la espiritualidad exquisita, que es la meta y la marca de calidad que esta actividad ha perseguido para sí misma y ha provocado tradicionalmente en la baja cultura.” 

Ha sido a través de la imagen, pero de una imagen vaciada de espesor y complejidad, que el mercado ha lanzado su arremetida contra la enseñanza de humanidades, y todo lo que tenga que ver con el mundo de la abstracción y la contemplación, los cuales entrañan una puesta en duda de lo práctico, de lo meramente utilitario. Si la alta cultura está agonizante, la cultura popular está en pleno estado de disolución; los mass media le entregan versiones degradadas de sus propias expresiones, que funcionan igual que un veneno. En la nueva deriva de la modernidad, el acceso al conocimiento y a las nuevas tecnologías no será tan abierto como pregonan sus publicistas, la estratificación tendrán nuevas variantes, pero la misma segregación con relación a la posesión del capital se mantendrá. Un civilización high tech solo para un élite, y las sobras de la chatarra tecnológica para los más. 
El lugar el homo legens sería los márgenes, teniendo a mano dos herramientas poderosas, el pensamiento como ejercicio de resistencia y la escritura (una las formas de tecnología más antiguas). Nunca estático, el homo legens es multidisciplinario, la página impresa y el e-reader son algunos de sus instrumentos para leer la realidad. “Según el ethos barroco, sobrevivir al capitalismo consiste en una huida o escape hacia una teatralización de esa devastación del núcleo cualitativo de la vida; una puesta en escena capaz de invertir el sentido de esa devastación y de rescatar ese núcleo, si no en la realidad, sí al menos en plano de lo imaginario.” 



La hazaña barroca 

Echeverría tomó el concepto de valor de uso por fuera de la economía política, lo amplió hasta desembocar en su teorización sobre el barroco en América. En La Modernidad de lo Barroco (Era, México, D.F., 1998) plantea que la resistencia a la modernidad es visible a través del “ethos barroco, el ethos neoclásico o ilustrado y el ethos romántico.” El barroco tuvo su caldo de cultivo en las clases bajas de la época colonial, fue la estrategia de supervivencia de la población indígena que sobrevivió al exterminio de la conquista, su forma de construir una civilización. “No sólo dejó que los restos de su antiguo código civilizatorio fuesen devorados por el código civilizatorio vencedor de los europeos, sino que, asumiendo ella misma la sujetidad de este proceso, lo llevó a cabo de manera tal, que lo que esa re-construcción reconstruyó resultó ser algo completamente diferente del modelo a reconstruir, resultó ser una civilización occidental europea retrabajada en el núcleo de su código por los restos del código indígena que debió asimilar.” 

El barroco en América Latina no se explica sin el mestizaje y sus múltiples variaciones; como la reinvención del catolicismo a través del culto mariano o guadalupano y el arte colonial andino. Juego, fiesta y arte, además de quebrar el tiempo lineal, han sido los lugares de escenificación del mestizaje. “Las obras del arte barroco son obras cuyo efecto sobre el receptor debe imponerse a través de una conmoción inmediata y fugaz, a través de un shock psíquico.”Para Echeverría el barroco era mucho más que un “gótico degenerado” o una “puesta en escena absoluta”. El ethos barroco es esencialmente improductivo, va en contra del valor de uso; al ser el arte su única religión, hace que prevalezca lo estético sobre lo religioso, lo imaginario sobre la evasión. “El ethos barroco, tan frecuentado en las sociedades latinoamericanas a lo largo de su historia, se caracteriza por su fidelidad a la dimensión cualitativa de la vida y su mundo, por su negativa a aceptar el sacrificio de ella en bien de la valorización del valor.” 



Coda 

Cuándo Hugo Chávez le dio el premio Simón Bolívar al Pensamiento Crítico en el 2007, ¿supo de la aversión de Echeverría “por la retórica ostentosamente bolivariana”? En uno de sus últimos textos publicados, América Latina: 200 años de fatalidad, Echeverría muestra su desconfianza hacia las celebraciones del bicentenario en Latinoamérica, al producirse en medio de una “guerra civil sorda e inarticulada pero efectiva y sin reposo que ha tenido y tiene lugar entre la nación-de-estado de las repúblicas capitalistas y la comunidad latinoamericana en cuanto tal”. La condición oligárquica de los estados latinoamericanos se sostiene por los niveles de exclusión, colonialismo interno, corrupción y endogamia. “Han sido estados capitalistas adoptados sólo de lejos por el capital, entidades ficticias, separadas de la realidad.” En una de las últimas entrevistas que concedió en Ecuador, declaró que el ethos barroco es una forma de resistencia, pero que no conduce a ninguna revolución. “Nuestros pueblos son muy anti-capitalistas, pero también poco revolucionarios”. 




César Vásconez Romero (Quito, Ecuador, 1980) Hizo estudios de Letras y Edición en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Ha publicado artículos en revistas como Ruido Blanco, El Interpretador, La Tempestad, Hermano Cerdo y Cuadrivio. Fue jefe de redacción de La Comunidad Inconfesable y editor literario de Big Sur: http://www.big-sur.com.ar/ , revista de arte latinoamericano. Como editor preparó la Obra Poética (2007) de David Ledesma y Minero de la Noche -24 poetas franceses de vanguardia- (2008) de Jorge Carrera Andrade. En el 2009 fue seleccionado para el Programa de Residencias Artísticas para Creadores de Iberoamérica del Fonca en México. Aldaba, (Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2010) es su primer libro de poesía. Actualmente es escritor en residencia de la Maison des Écrivains et Traducteurs de Saint-Nazaire en Francia: http://www.maisonecrivainsetrangers.com/LES-RESIDENTS-2012,221