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30 mar 2012

La poesía de Eduardo Espina brilla en un movimiento constante que es lenguaje puro insertado en un mundo que ya no es material. Desplazamientos de imágenes y versos organizados por un aliento que parecería ir arrasándolo todo en ondas expansivas. Columnas emplumadas arañadas por la violencia sensorial bajo un fraseo constante. Un aliento tan auténtico como extraño donde el acto creador se apoya en los ordenamientos de esos ríos y esas grietas por donde fluye la hibridez más concreta. Una de las poéticas más gozadas y a su vez más enmudecedoras de estos tiempos.



SIN TAXIS, SIN TEXAS (*)

(Canta del país el aprendiz)

El efebo vence al chillido hechizado
por el aura oriunda; le dio por cantar
villancicos patrios cuando nada cree
que sea posible, se hinchó de paspar
la apariencia que compartiría aparte
del arte temido hasta por el alma tan
por sentir con la lluvia al descubierto.
Cuánta gota de la suya ganó desmayo
en la llanura por venir delante, con el
ojo amadejando a las lanas nupciales,
y por serlo del murciélago dan miedo.
Cuánto de todo ha sido insuficiente al
salir a la calle para encontrarse ¡solo!
Calla el rayo al caer, los murciélagos
callan llamando la atención del viento.
En el país vuelan ellos para las voces,
tocan las cuitas al tambor del pericón.
Anda que suenan, vihuelas y ukeleles,
y en medio, la fibra lisa del muchacho.
Canta que cantan, buen embutidor del
mate amargo en caso de que lo ceben
de Norte a Sur donde el sol se asoma.
Canta tu dato para el dedo sin palacio.
Canta muchacho para que mucho sea.
Quién lo diría, la jauría deja vestigios,
los hijos del pasajero eligen la lejanía.
A menos leguas de un país hasta otro,
la destreza del azar acerca al labriego,
hace que esto sea como ha sido recién.
El azur de la nación anuncia como un
ánima nace en sábado de menos a más,
y cada martes en manos de algo igual.
Pocos por una payada lo hallarán oral
de ser uruguayo porque su partida a la
pleamar del mapa llegó con una niñez.
De chico, recorría el país en persona y
quienes le perdieron las pisadas no lo
saben por existente en todas las razas
sanas pues según asegura la partida de
nacimiento y la sólida suerte del cielo,
había nacido con la persona que ya era.
Antes de ahora, cuando la nación suda
y la Osa sale a morir en pollera callada.
El país avisa de la belleza si aun es ella
llamando a la puerta cuando nadie abre.
¡Vaya chasqui vestido de viyelas, vaya
a dormir la siesta jugando a la rayuela!
Ah, esas cosas de los uruguayos dados
cada día al misterio de los teros, dados
a las achuras como yelmos cimarrones,
canes de caza para pensar al carpincho,
poniéndole a la cólera un bozal rabioso.
Yo, me pregunto, ¿y si lo fueran, digo,
también la tarde en que murió Artigas,
pues sin él, no me imagino a las plazas,
al mármol con su monumento a caballo?
¿Podría haber un lugar donde ya es hoy,
podría haber un país en el pensamiento?
Y esas plantas, ¿en qué tanto pensaron?
¿O piensan las palmeras morir primero?
Contra las preguntas que les perdonan
a las alamedas, me arrimo a las almas
para ser del organismo, y un poco tan
feliz de serlo: uruguayo, cuando ya no. 


VEO VEO, ¿QUÉ VES?
(Veo vulvas)

Veo vulvas, de las que andan por ahí sin saber lo que hacen,
Vulvas de las que andan por ahí, veo, sin saber lo que dicen.
Vulvas, de las que nadie ha visto, porque había una persona
en medio, porque esa vez estaba lloviendo, porque la madre
estaba dormida mientras la duración tenia repercusiones, mi
mano entre tanto, con su piraña en las uñas añadía algo débil
como un goteo espeso con el cual alguno hizo dulce de leche.
Veo vulvas afeitadas, de las que no tienen pelos en mi lengua,
afeitadas para no sentirse solas hasta la saciedad del sinónimo
por no saber bien qué significa estar atareadas como pie plano.
Hay vulvas a las que nunca les dan una mano y son mancas en
la cama, hacen lo que les da la gana, todo a regañadientes, las
mismas que dejan caer en saco roto los pelos de algún orgullo.
Veo vulvas de julias, de sallys y susis, hasta de una tartamuda
en otro idioma. Veo la vulva de adriana. Una vez vi una vulva
voraz detrás de una ventana abierta: miraba como si lo supiera.
Vulvas involuntarias, como si funcionaran mal de esa manera,
cochinas, hinchadas, ninguna hincada, achatadas y rechazadas.
Otras veces vi una vulva con un yo tan grande que pensé seria
la de yolanda, pero era la de ¡lucy! diciendo “recuerda, soy yo,
estuviste en mi suave interior un día de lluvia, porque llovía y
llegué tarde, fue una tarde de esas para hacerse pasar por uno”.
No sé porqué, pero veo vulvas de silvias y son muchas silvias,
una de ellas, con una vulva que volvió una noche y yo, estaba.
A la vulva de sarah (tenía tres) la encontré detrás del desierto
de (Sahara), dijo que había estado con, Tristan Tzara, dada a
estar como era con la humanidad entera apenas sintiera pena.
Vulvas vi también de las que solas saben hablar por teléfono,
vulvas valientes y cobardes, vulvas incapaces de hacerle mal
a nadie, ninguna nacida en Pennsylvania (una lástima), vulvas
con óvulos y overol, algunas con olor violento, una con aroma
a emanación mortal tal como la mamá la había traído a la vida.
A una de esas vulvas la encontré en una matinée, mientras ella
estaba viendo El año pasado en Marienbad y yo también quise
verla, cuando aun el año no había pasado por mi pensamiento.
La vulva vista en plena visibilidad debería venir de Hiroshima,
olía a átomo, a algo que había pasado con mucha gente muerta.
Mil vulvas que nos esperan a la vuelta de la esquina si se diera
el caso, menos castas cada vez, vulvas pero no de Taras Bulba,
vulvas de tamaras y marías (¡cuántas marías hay en el mundo!,
¡hay más de las que pensaba!), de susan que nadie había usado
hasta entonces, de carolinas y de ya no me acuerdo de quiénes.
De catalinas y katherinas, a cual más uterina, de sues y vickis
en quimono, y la de victoria, ah, cantando siempre su nombre.
Otra vez vi la vulva de una madre que no era la mía, la vi y vi
vulvas de susis y sucias, de alicias y soledades, de anicetas sin
haber sabido quién les puso ese nombre, vulvas algo lóbregas,
veo vulvas hasta cuando duermo, rezo y respiro, cuando como,
cuando (también ahí veo) me pica la nariz o hablo por teléfono
a un número equivocado, las veo cuando tengo ganas y cuando
no porque no solo de vulvas vive el hombre, pero igual las veo
cuando llueve, cuando recién paró, cuando una mujer parió un
niño que no es mío, y si es una niña también veo la vulva suya,
cuando alguien me pide una dirección para llegar a su casa y no
sé dónde quedará esa calle, veo vulvas hasta cuando nos las veo.
De cármenes, de maites, de luisas, de elisas (veo la de Elisa vida
mía y me dan ganas de llorar de la nostalgia), de irenes y a la de
sully la imagino ajena dando ahora vueltas por algún barrio reo.
Vulvas, vulvas, vulvas, vulvas, vulvas, vulv… las veo ¡ahí van!
y con ellas, aquella que una vez tuvo frío, vulvas que no saben
hablar en voz baja y por eso nunca las invitan a ningún velorio.
He visto vulvas en coma esperando el punto final para zafarse,
he visto otras que venían a ser parte de la tradición, pero ahora,
veo vulvas pobres y ricas, nómadas y anónimas, largas y cortas,
negras y blancas, y a tantas vulvas obesas cuyo tamaño varía lo
mismo en invierno como en verano aunque habrá que verlas en
primavera, rodeadas de geranios y golondrinas, vulvas aladas y
perfumadas, volarían así a una definición diferente apenas una
fe las acompañe al año donde nacieron con una forma de alma
imitada por la cual la belleza hubiera pagado hasta una fortuna.
Vulvas con su traca traca, cargando un semen apuñalado por la
espalda, castigo les deberían dar por andar cargando lo que aun
sabe a suyo, la yapa del chiquetazo, cómo poder con eso, ni que
fueran traileras transportando oro en su convaco semirremolque.
Con vulvas así, no se puede, porque ponen en duda el camino a
Sodoma amagando con amar al primer postor de su desparramo.
Vulvas que al llegar a los veinte les cantaron las cuarenta, pues,
pasado el tiempo, todas las vulvas terminan siendo la misma, ni
una se salva, todas hacen camino al andar tan llenas de moscas,
de no me acuerdo bien qué pasó en el pecado la noche anterior.
Sudando en contra de la infelicidad salen al soleado universo a
vivir con esa estética hasta que pueden y dicen colorín colorado
esta historia ha terminado, arrepentidas de no saber lo que pasó.
Vulvas de las que nadie nunca ha visto, invisibles hasta que las
manos las hacen nacer al instinto en cada instante tan saludable.
Vulvas con sabor a ceviche, alegres pero con un gusto agrio (tal
vez en su vida pasada pasaron días en algún yogurt), de las que
fueron atrapadas in fraganti haciendo estragos en la entrada del
tren fantasma, en su Parque Rodó uruguayo ¡tan lleno de ellas!
mientras llegan como bueyes cargadas de ayes huidos del ayer.
Hay quienes dicen que las vulvas son buenas, hay alguien que
su vulva cambiaría por una nueva aunque viniera de muy lejos.
En alguna parte habría que hacerle a la vulva una estatua, a esa
usada en nombre de todas las otras, vivas y muertas aquí y allá.
Sudor, ozono pino, pipas, altramuces, garbanzos salados, zotal,
aura de la fotogenia y hasta estertores cumpliendo el papel del
mal tilingo al quitarse de encima cuchiflates y guarrindonguis
alaban la pelambre que la bordea para cumplir el papel de los
días acuartelados vistos desde muy cerca, olfateando culta la
circularidad de una verdad que si no fuera tan mal vista, bien
podría servir como ablación en la corazonada de tenerla todo
el tiempo cerca hasta que algo agobiada viniera a los minutos.
La vulva esa escribe en su libreta de apuntes algo que todavía
nadie sabe: “Las dificultades de mis tartamudeos tuvieron que
ver con la tendencia que tenían los personajes antes de venir a
mí”, pudiendo ser el personaje cualquiera que quisiera estar de
acuerdo con la visita al tarambana cuando salió al raje, porque
según una leyenda, el pabellón de baños del cuartel entraba en
actividad al mismo tiempo que de aquí en más la blanda vulva
se ponía facilonga, haciéndose la que no sabía nada pero sabía.
La vulva que le había hecho un chantaje al Viejo Vizcacha, la
misma que por pura casualidad descubrimos donde no las hay
hacía su aparición bajo las fibras del biguá y de la arboladura,
había cumplido con un plan abotonado, nadaba en la leche del
mar cuando la pena valía hacerlo por eso que todas las vulvas
hacen, salir a las superficies para respirar. Y para que las vean.
Salgo al mundo y, veo vulvas. Han venido a darme unas ideas. 



EQUIVOCARSE CON LA PROPIA MANO DE UNO
(Un país apodado “guardapolvos”)

Estamos en una playa en Yemen, donde las mujeres temen al semen.
Como en esta playa solo yacen yémenes, lo que más falta ¡es! semen.
¿Cómo vivir sin, semen? Sería una charada, un badajo muerto debajo
del pijamas, sería amar a la hija mayor del mayordomo aunque jamás
mejore, pues en Yemen los meses vienen con menos semen a menos
que en el mapamundi alguien diga, esto no es Yemen, es el medio de
la nada como tú te la habías imaginado, seguramente antes que hoy o
quién podrá decirlo al respecto, la nada, sin hijos, con playas de arena
heroica hasta los pies, con una toalla enroscada a cada lado para llamar
la atención del cielo porque el cielo del desierto se parece al del olvido,
lo cual sería ideal, olvidarse de los sémenes hasta la semana que viene,
igual, todavía es miércoles, mientras nacen los ceibos involuntarios al
volver los bueyes del verano, ellos sí que semen tienen, incluso tienen
para prestar a cambio cuando entran a la eternidad con el año anterior
atravesando las huellas calladas desde ayer hasta hace mucho, aunque
sea poco, tiempo que papá podría haber tenido si aun estuviera vivo, y
mamá, que nunca quiso ir a Yemen pues allá, al semen todos le temen.


(*) Poemas inéditos pertenecientes al libro Mañana la mente puede.


Eduardo Espina nació en Montevideo, Uruguay. Publicó los libros de poesía: Valores Personales, 1982; La caza nupcial, 1993, 1997; El oro y la liviandad del brillo, 1994; Coto de casa, 1995; Lee un poco más despacio, 1999; Mínimo de mundo visible, 2003; El cutis patrio 2006, 2009. También es autor de los libros de ensayo: El disfraz de la modernidad, 1992; Las ruinas de lo imaginario, 1996; La condición Milli Vanilli. Ensayos de dos siglos, 2003; Historia Universal del Uruguay, 2008; y Julio Herrera y Reissig. Prohibida la entrada a los uruguayos, 2010, estos tres últimos publicados por Editorial Planeta. 


En Uruguay ganó dos veces el Premio Nacional de Ensayo por los libros Las ruinas de lo imaginario, (1996) y Un plan de indicios (2000), de próxima aparición. En 1998 obtuvo el Premio Municipal de Poesía por el libro aún inédito Deslenguaje. Sobre su obra poética se han escrito tesis doctorales, y extensos artículos de estudio fueron publicados en reconocidas revistas académicas como Revista Iberoamericana y Revista de Estudios Hispánicos. En Santiago de Chile, Red Internacional del Libro publicó en 2003 Con/figuración sintáctica: poesía del deslenguaje, estudio comprensivo de la obra poética de Espina realizado por el lingüista español Enrique Mallén, autor asimismo del libro Poesía del lenguaje. De T.S. Eliot a Eduardo Espina, publicado por Editorial Aldus en México, 2008. 

La poesía de Espina se estudia en diversas universidades de Europa, América Latina, y Estados Unidos, y sus poemas han sido traducidos parcialmente al inglés, francés, italiano, portugués, holandés, alemán, albanés y croata. Está incluido en más de 40 antologías de poesía latinoamericana. En 1980 fue el primer escritor uruguayo invitado al prestigioso International Writing Program de la Universidad de Iowa. Desde entonces radica en Estados Unidos. En 2010 obtuvo la beca Guggenheim. 

22 mar 2012

Por Javier Ponce 

Qué es toda esta escritura que leo –o que miro- de un tirón? Quién es esta escritura? 

Acaso el diario de un adúltero, aquél que adultera la historia –de sí, de nosotros, de los otros- para entenderla, para reconocerla y reconocerse en las cicatrices de una vieja mentira, para encarnarla, mofarse de ella, maldecirla, descuartizarla (o lo que en lenguaje culto sería de-construirla) amarla y violarla, dudar de ella como su prójima, como su carne, como su cuerpo devorado en el fuego del mestizaje (del eufemístico mestizaje acaso, o somos más bien un desventurado y terco rizoma), un cuerpo que se arma con los fragmentos/despojos de una escritura? 

(Es necesario un cuerpo porque hay algo oscuro en mí…el espíritu es oscuro, el fondo del espíritu es sombrío y es esa naturaleza sombría la que explica y exige un cuerpo -Gilles Deleuze.) 

Si, las cicatrices, esos pliegues barrocos en donde se agazapa arropado en las palabras Calibán/Carrión para sobrevivir, para defender un cuerpo desconocido que es sí mismo, de la tempestad. 

No sé porqué alguien me propone un prólogo para un texto sin origen y que hacia el final se pierde entre sombras y fragmentos desoladores. No hay prólogo posible. No hay comienzo, hay una sola página que no es ninguna y es todas en una escritura que hace del desorden la sospecha de su identidad: 

Hablo pero corro a callarme. Amo pero corro a callarme. Sueño pero corro a callarme. Siento pero corro a callarme. Río pero corro a callarme. 

Cuánto he recordado las páginas de Juan sin Tierra de Goytisolo o los laberintos lumpescos y mágicos de Severo Sarduy. 

Primero fueron Los diarios sumergidos de Calibán (Derechos de autor: 035653 –qué ironía los derechos de quién- 2011) acometiendo los siglos XV, XVI y XVII. Ahora es el segundo volumen de esos mismos diarios –los del poeta desbordado por la escritura y por el tiempo, por la historia y las voces apagadas de la historia- de los siglos XVIII, XIX, XX y XXI incluido un texto ¿profético o testamentario? fechado a finales de este siglo. 

Y para cada siglo: una estructura textual, unas imágenes, un ritmo doloroso primero; irónico más tarde –para entregarnos la descripción de nuestros países en clave escolar-; finalmente desolador, pero transido de monólogos silenciosos, silenciados, de una habla que ocurre, que existe en la calle, que fluye en una conversación que se pierde en la noche de los minadores que hemos recogido a lo largo de los siglos los restos de Occidente para imaginarnos alguna identidad. 
Cada cierto tiempo: un personaje, un tal Milord a quien el poeta/escribiente rinde cuentas y maldice. 

Ernesto Carrión vuelve sin temores a la historia con una voz que nace de los intersticios, de las oscuridades antiguas y de las que persisten en una modernidad no sé si trunca o deschavetada, de los pliegues, de las cicatrices para mirarnos. Se revela contra la soledad, contra ese curioso ser solitario que somos en la multitud de desconocidos engendrados en un confuso y mismo origen. 

Tal vez para “decirnos” y “preguntarnos” entre nosotros, porque el otro nos silencia: 

en ninguna parte 
Preguntan por ti (Celán) 
Enero 2012



Javier Ponce (Quito, 1948). Poeta, novelista, periodista. Estudió sociología y comunicación en la Universidad Central del Ecuador y en Francia. En poesía ha publicado A espaldas de otros lenguajes (1982), Escrito lejos (1984), Los códices de Lorenzo Trinidad (1985), Texto en ruinas (1999), Afuera es la noche (2000). Es autor de las novelas El insomnio de Nazario Mieles (1989), Es tan difícil morir (1994), Resígnate a perder (1998). Publicó los libros de ensayo Y la madrugada los sorprendió en el poder (2000), sentado entre dos sillas (2004) y Allí donde nadie estuvo nunca, en la revista País Secreto, de Corporación Cultural Orogenia (Quito, 2001).  



*arriba, la obra Ego II del artista chileno Mauricio Garrido.

19 mar 2012

Por César Vásconez Romero


“…poetry is still treason because it is truth.” 

Derek Walcott 

Para Adriana Castillo de Berchenko y Cristina Burneo 



La única copia mecanografiada de Orbe, el diario de Juan Larrea (1895-1980), fue realizada por César Vallejo, la cual Gerardo Diego se encargó de conservar. Larrea, cercano a la generación del 27, fue una de las figuras axiales del exilio español, fundador de Cuadernos Americanos, atravesó las vanguardias de comienzos del siglo pasado – ultraísmo, creacionismo, surrealismo – dejando una obra extensa y que hoy es raramente recordada. Al igual que Alfredo Gangotena y César Moro, escribió su poesía en francés; perteneció a esa estirpe inclasificable de quienes trocaron su lengua materna por otra lengua de expresión. En el prólogo de Orbe, Pere Gimferrer compara al diario de Larrea con el Libro del Desasosiego de Pessoa, aunque Bernardo Soares estaba mucho más marcado por la desesperación, el insomnio y el aguardiente, el diario de Larrea contiene una conciencia no menos conflictuada, cuestionándose sobre su esencia y su lugar en el mundo. Además del encanto de lo inacabado (muy distinto a lo incompleto o lo fallido), Orbe carece del espesor ficcional que sí posee el Libro del Desasosiego; en las anotaciones de Soares a veces son reconocibles las voces de los otros heterónimos de Pessoa, además, su misticismo pagano resulta mucho más fascinante que el catolicismo de Larrea. “La Decadencia es la pérdida total de inconsciencia; porque la inconsciencia es el fundamento de la vida. El corazón, si pudiese pensar, se detendría” anota Bernardo Soares. 


*** 
Henri Michaux (1899-1984) conoce a Alfredo Gangotena (1904-1944) en casa de Jules Supervielle en 1925. Los Gangotena y los Supervielle eran prácticamente vecinos, es gracias a esta casualidad que Michaux y Gangotena se conocieron. Supervielle le presenta a Gangotena como al joven poeta ecuatoriano que se ha adueñado de la lengua francesa con una soltura inaudita para alguien que ha vivido tan poco tiempo en Francia. Pronto Henri y Alfredo se volverán amigos, pues hay un hecho que los une: los dos son extranjeros en Paris. Desde el primer momento, se sintieron atraídos por su excepcionalidad. 

Gangotena vino desde el Ecuador en 1920, cumpliendo con la tradición de ciertas familias latinoamericanas acaudaladas, que venían atraídas por la vida mundana posterior a la belle époque. Gangotena ingresó en el Lycée Michelet, finalizada la primera etapa de sus estudios, su deseo era ingresar en la escuela de Bellas Artes para estudiar arquitectura, pero su padre se lo prohíbe mediante un escueto telegrama: “No quiero albañiles en la familia”. Entonces se inscribe en la Escuela de Minas, diplomándose como ingeniero en 1927. Gangotena tenía una gran predilección por las ciencias, en especial por las matemáticas y la física. De la mano de su mentor, el diplomático y escritor ecuatoriano Gonzalo Zaldumbide, es introducido al selecto círculo de intelectuales latinoamericanos residentes en la capital francesa; trabó amistad con Alfonso Reyes y Ricardo Güiraldes. Gangotena llevaba una doble vida, por un lado cumplía con su rol de hijo de una familia de la aristocracia terrateniente ecuatoriana, estudiando con diligencia y asistiendo a las exclusivas recepciones de sus pares latinoamericanos y europeos; mientras que escribía sus poemas en secreto. Fue un testigo distante de las vanguardias, asimiló el surrealismo de una manera personalísima. Su primer libro Orogénie, fue editado por Gallimard en 1928, en la misma colección en la que apareció el primer libro de su amigo Henri, Qui je Fus, en 1927. Su poesía llegó a ser admirada por Jean Cocteau, Jules Supervielle y Max Jacob, por Xavier Villaurrutia, Pablo Neruda y Álvaro Mutis. 

En aquel entonces, Henri Michaux trabajaba para la editorial Kra y viajaba constantemente a Marsella. Habían pasado varios años del abandono de su vida como marinero; siendo muy joven, interrumpió sus estudios de medicina para enrolarse en la marina mercante. Durante cuatro años recorrió casi todo el mundo, pero apenas logró vislumbrar las costas sudamericanas, a las que siempre quiso llegar. Ahora quería dejar Europa en busca de una aventura que lo pusiera a prueba. Desde el día en que se conocieron, Gangotena lo invitó a viajar al Ecuador, Michaux aceptó de inmediato. En sus largas conversaciones planeaban el viaje que harían, pero antes Gangotena quería graduarse y Michaux tenía varios compromisos que lo ataban a París. 


*** 



Alfredo Quispes Asín encontró su verdadero nombre, el de César Moro (1903-1956), en un personaje de la obra de Ramón Gómez de la Serna. Como a Wilde, no le preocupaba que hablaran mal de él, sino que nadie lo hiciera. Viaja a París en 1925, el viaje iniciático de su generación. Allí hizo estudios de ballet y artes plásticas. “El primer encuentro con París fue penoso, desesperante, colmado de angustia y perplejidad” escribe Emilio Adolfo Westphalen. Artista multidisciplinario, a la par de su obra poética (al igual que Michaux), nunca dejó de pintar: “… se trata de pintar para sí y nada más. Porque la pintura es el bordado o el pirograbado de seres superiores y nada más. Pintar es tan divertido como puede ser, a veces, barrer. ¿O no?”, afirma Moro en una carta desde México a Westphalen. Sus primeros poemas en español estaban influenciados por José María Eguren, fusionados con elementos simbolistas y dadaístas. Para 1928 (el año en que Gangotena se establece definitivamente en Ecuador) Moro ya escribía en francés, ingresa al movimiento surrealista, del que se separaría en 1944 por razones políticas. Su relación con André Breton, Benjamín Peret y Paul Éluard era muy estrecha, publicaba regularmente en Surréalisme au Service de la Révolution

Regresó a Lima a finales de 1934. Allí conoció al poeta Westphalen y fundaron la revista El Uso de la Palabra. Junto a Westhphalen organizó en 1935 la primera exposición surrealista latinoamericana, con la activa participación de algunos miembros del surrealismo chileno. “En el fondo soy un místico sin disciplina religiosa. En el fondo, toda trivialidad del lenguaje se me revela en esta fórmula que no quiere decir nada: en el fondo. ¿Es que hay un fondo y una superficie?” escribe Moro en su poema Sept chants du doleur. En 1936 publicó clandestinamente varios boletines en defensa de la república española, los cuales fueron incautados por la policía. Sus pintores favoritos eran Gustave Moreau y Odilon Redon. Detestaba el indigenismo, sobre todo en la pintura. “Moro no renegó nunca de su pasado ni de su tradición, aunque él podría decir que su pasado, que su tradición no tenían por qué ser los nuestros”, escribe Westphalen. 

Abandona el Perú en 1938, viaja a México, donde es admitido como refugiado político. Residirá durante diez años en la capital mexicana, donde se reencontrará con Benjamín Peret y otros artistas exiliados temporalmente por la Segunda Guerra Mundial. Ese mismo año envió a la editorial Losada el manuscrito de su primer libro, La Tortuga Ecuestre (el único que escribió en español), que se negó a publicarlo. La carta de rechazo iba firmada por Guillermo de Torre. Este libro no sería editado hasta un año después de su muerte, en 1957. Fue muy amigo de Xavier Villaurrutia, Remedios Varo y Leonora Carrington. Junto con Wolfang Paalen y André Breton, organizó en 1940 la Cuarta Exposición Internacional del Surrealismo, en la Galería de Arte Mexicano. Allí se exhibieron obras de Picasso, Dalí y Agustín Lazo. Villaurrutia fue el principal impulsor de la publicación de su primer libro Le Château de Grisou (1943) – que Roger Caillois rechazó cuando dirigía Lettres Françaises, la revista de los intelectuales antifascistas que se editaba en Buenos Aires - , y no dudó en impulsar la aparición del siguiente, Lettre d’amour (1944). 


“Nunca me arrepentiré bastante de haber dejado México” le escribe a Westphalen desde Lima, a donde volvió en 1948, allí se sentiría más exiliado que nunca. Fueron años difíciles, sobrevivió como profesor de francés en el colegio militar Leoncio Prado, donde tuvo como alumno a un joven llamado Mario Vargas Llosa. Escribe Trafalgar Square (1954). En otra carta fechada un “infecto domingo de Carnaval en Barranco”, dice Moro: “Aquí ya sabes tú lo que cuesta hacer un paso. Si ya simplemente ser una persona ligeramente independiente es una hazaña, publicar libros en un idioma extranjero, hacer una exposición, son empresas titánicas para quien como yo no tiene mucho tiempo y tiene muy reducidos medios económicos y vive en el último rincón del mundo. A veces me extraño infinito de poder todavía conversar de algunas cosas y de no estar totalmente asimilado a la bestialidad de maceta que impera aquí, y me extraña aún más que haya quien me recuerde y me estime.” Tuvo al apoyó y la protección de André Coyné, quien luego sería su albacea literario, antes de morir pudo terminar su último libro Amour à mort. Falleció víctima de una leucemia fulminante. Años después, Westphalen edita en Portugal Vida de Poeta (1983), su epistolario con Moro, libro intenso y revelador, que por su valía resulta inexplicable que no se haya reeditado, al igual que la poesía de Moro. Blanca Varela y Jorge Eduardo Eielson nunca dejaron de reconocerlo como a uno de sus maestros. 

César Moro es la antítesis de Alfredo Gangotena. Moro no provenía de una familia aristocrática, fue parte del movimiento surrealista, al que Gangotena veía con una mezcla de admiración y recelo. Además, fue un comunista respetuoso de la disciplina del partido, mientras que Gangotena era un católico practicante, lector de Jacques Maritain y Charles Maurras (pero estaba lejos del catolicismo ultramontano retardatario, que la derecha parroquial no ha sabido superar). Hasta su bilingüismo es distinto. En Gangotena se pueden rastrear ecos del Siglo de Oro, nutrido de un pensamiento metafísico desgarrado por la enfermedad. Si el erotismo en Gangotena está marcado por la imposibilidad; la Esposa a la que no cesa de invocar desesperadamente es tan traidora como inasible; en Moro, el amado es un territorio conquistado (y perdido) con sangre y semen. “Se sospecha que para Moro lo ideal sería que los amantes se devoraran mutuamente”, escribe Wetphalen. 

*** 

Trois Nouvelles Exemplaires fue el primer texto en francés de Vicente Huidobro (1893-1948), escrito a cuatro manos con Hans Arp. Esta es la parte menos conocida de su obra; Horizon Carré (1917), su primer libro en francés, reúne poemas publicados anteriormente, traducidos con la ayuda de Juan Gris. No sólo se dedicó a traducir él mismo sus libros en español, sino que también escribió otros poemas en su segunda lengua. 

Junto a Vallejo y Larrea fundó la revista Favorables París Poema en 1926. Su amistad con César Vallejo fue muy estrecha, aunque era mucho lo que los unía, polemizaron amablemente en más de una ocasión. Mientras Huidobro tenía una vida social intensa, frecuentando exclusivos salones y los cafés del momento, César Vallejo usaba el mismo traje remendado, soportando la pobreza con estoicismo. Aunque sus encuentros con Larrea hayan sido escasos, era para Vallejo una especie de consejero y de mecenas que devino en uno de sus más fieles exégetas. Larrea nunca dejó de instigarlo sutilmente para que dejara su militancia comunista y retornase al catolicismo. En cambio, Vallejo transmitió a Larrea la fascinación por el Perú, al que viajó varias veces para estudiar el arte precolombino y residir largas temporadas. Con la derrota de la República, acabaría instalándose en la Argentina, en la provincia de Córdoba (donde fue profesor en la universidad). La dictadura militar lo tuvo bajo sospecha, aunque no lo detuvo, allanó su casa e incautaron sus escritos, entre los que se encontraba el original de Orbe


La similitud entre Huidobro y Gangotena es tan solo aparente (origen aristocrático, formación en colegios jesuitas, vida en Europa), pues es mucho más lo que los distancia. La influencia del creacionismo es rastreable en Gangotena, pero su particularidad está en la senda mística, acosada por su sangre enferma. En el caso de Huidobro, su escritura en francés está ligada a la traducción; al verter sus propios poemas del español al francés, le resultaba inevitable escribir nuevos textos en su segunda lengua. Incluso, cada traducción que hacía de sí mismo, era una variante del poema escrito en español. Pero si Huidobro era un acróbata en caída libre, en Absence (1932), íntegramente escrito en francés, Gangotena contemplaba la vida del espíritu desde la enfermedad. 

*** 


Gangotena invitó a Quito a Michaux para fumar opio. Para su amigo Alfredo, el viaje es motivo de ilusión, pues retorna a su país luego de siete años. Se fue siendo un muchacho y regresa convertido en ingeniero, pero también en poeta. Los dos amigos viajaban con sus equipajes llenos de libros surrealistas. Había otra cosa que los dos poetas tuvieron en común: la enfermedad. Gangotena padeció hemofilia (que lo acabaría matando) y Michaux de una insuficiencia cardiaca, la cual se agravó por la altura en la que está situada la ciudad de Quito. “La primera impresión es terrible y próxima a la desesperación”, escribe Michaux. Recorrieron el interior del país en compañía del círculo que rodeaba a Gangotena. Así nació Ecuador, el diario de viaje de Michaux, el cual iba enviando paulatinamente a Jean Paulhan, su amigo y editor, a quien había prometido escribir un libro sobre su viaje. 

En sus diarios, Michaux nunca da descripciones exactas de los lugares que va recorriendo, a veces yerra al escribir sus nombres, pues su preocupación no es la del geógrafo o el explorador: “Bajo un cielo lodoso”, a una anotación le sucede un poema. Él suyo es un viaje interior, en el cual los paisajes, el clima y quienes lo rodean van afectando su sensibilidad, produciéndole extrañeza, indiferencia, fascinación. Nunca menciona a Gangotena, pero se lo siente como una presencia fantasmal y ubicua que atraviesa sus páginas. Los dos amigos aprovechan sus instantes de encierro para dedicarse a la música, a la pintura, al teatro, siempre en compañía de un selecto círculo de amistades. Para los dos es una época iniciática, “ya no estoy en Quito, estoy en la lectura”: Milarepa, Valéry, Kafka, la correspondencia de Rimbaud, la poesía de Poe. Años después definiría a su amigo como “un poeta habitado por el genio y la desgracia”. 

Michaux prefería el éter al opio y termina por sentirse asfixiado y agobiado. Había dejado Europa asqueado del mundo burgués y sus convenciones, y de pronto volvía a encontrarse envuelto en lo que creyó haber abandonado. Pasado el entusiasmo y la fascinación de los primeros meses, Michaux le escribe a Jean Paulhan: “Soy el huésped de una familia indeseable. Regresaré en noviembre a más tardar. No imaginas cómo esta condenada ciudad de Quito me envenena la sangre. Puedes juzgar que mi tono es desmoralizado, pero supongamos a Kant en medio de tardes de té y bailes como yo lo estoy, se sentiría igual que yo, perdido y desorientado. “ 

Michaux se veía a sí mismo como un bárbaro, no estaba a gusto en ningún lugar: “Ninguna comarca me place, he aquí el viajero que soy.” Su literatura podría leerse como un atentado a la idea del estilo y las formas. “Ni un par de muslos ni un gran corazón pueden llenar mi vacío.” Esta negación también está en su pintura; nunca dejó de escribir en cada trazo, desembocando en una forma indómita. Una ambición que luego dejó de lado, fue la de escribir una novela, así lo testimonia su correspondencia de ese entonces. En una carta a Jean Paulhan enviada desde Quito dice: “La próxima vez que escriba, será un relato de cien páginas o una novela de doscientas. No he renunciado todavía al relato de largo aliento, a la prosa al mejor estilo de Proust”. Nunca escribió una novela, pero la pluralidad de su obra va desde sus grabados y tintas, diarios de viajes como Un Bárbaro en Asia (traducido por Borges), o Miserable Milagro, fruto de sus viajes por México y la mezcalina; sus libros de poesía, o un ensayo como Las Grandes Pruebas del Espíritu y las innumerables pequeñas (1966), un tratado heterodoxo sobre la percepción y sus alcances al ser intervenida por los alucinógenos. 

“¡Pero Quito! La asfixia misma.” Luego de nueve meses en la capital, con constantes viajes para recorrer la serranía ecuatoriana, toma la decisión de partir hacia la Amazonía con su amigo André de Monlezun. Su objetivo: descender por el río Amazonas hasta llegar a Manaos y tomar un barco de regreso a París, “gran burdel donde se habla francés”, sin un centavo. En aquel entonces hacer ese viaje era como jugar a la ruleta rusa, no se sabía si la recámara estaba vacía o cargada; casi no existían caminos, el recorrido se hacía a lomo de mula, entre precipicios y largas esperas. 

En julio de 1929 aparece Ecuador. El libro fue bien recibido en Francia, pero causo escándalo e indignación entre la clase alta quiteña, que esperaba de ese huésped demasiado hosco e indiferente para su gusto, un retrato mundano, refinado y preciosista, donde Michaux solo encontró oscurantismo parroquial. Los Gangotena se sintieron heridos, humillados y traicionados. “Algún día haré el retrato del ecuatoriano”, anota pocos días antes de marcharse de Quito. Pero dejó este esbozo: “Conservador, obstinado, nunca audaz. Por otra parte es el menos americano de América, el más próximo al europeo, modesto, reservado, da la impresión de pequeño, joven, nunca.” Su fascinación por los indígenas se modifica de pronto: “20 de febrero: Los días donde siento en mí un malestar, me dirijo a lo alto de la ciudad, donde habitan los indígenas. Sus casas de tierra me han tocado en lo más hondo, como si habitaran santos en ellas. Dan tranquilamente su lección de humildad, no son pretensiosas ni ridículas (…)”. A falta de originalidad y talento, quienes quieren llamar la atención jugando al reaccionario, solo revelan estupidez y bajeza; olvidan que Michaux no pensaba mejor de los blancos, ni del resto del género humano, al imitar patéticamente opiniones como esta: “1 de mayo: Ya dije que detestaba a los indios. (…) Un hombre como todos los otros, prudente, sin metas, que no llega a nada, que no busca, el hombre “como es” (…) He aquí de una vez por todas: los hombres que no ayudan a mi perfeccionamiento: cero.” Ecuador es el reverso de Un Bárbaro en Asia (1933), el diario de su viaje a Oriente; recorriendo la India, Michaux volverá a encontrar rasgos y similitudes de grandeza (y de infamia también) comunes entre los indígenas ecuatorianos y los asiáticos. 


En una anotación de mayo de 1932, Juan Larrea escribe: “A través de nuestro alejamiento, un vínculo oscuro seguía vibrante.” La dedicatoria de Absence (1932) es para Michaux. Gangotena había regresado al Ecuador para quedarse, con la excepción de sus dos breves periplos diplomáticos en la década del 30, uno en Chile y otro en París, sobre los que se sabe poco y nada; al volver se encerró en un ostracismo voluntario, volviéndose una figura enigmática y escurridiza. En 1936 está de vuelta en París como agregado cultural. Nunca volvieron a verse. 

*** 
“Soy lo bastante ruin para conservar algunos sentimientos humanos” escribió Moro en uno de sus poemas en prosa, la forma de escritura que más frecuentó. Moro vivió su homosexualidad discretamente, despreocupado del escándalo y la censura; en cambio Gangotena ocultó hasta donde pudo la verdadera naturaleza de su relación – ¿tal vez esa fue la razón de su rompimiento? - con Michaux: una amistad erótica. ¿Y si la Esposa a la que Gangotena tanto invocaba fuese un ser sexualmente ambiguo, esquivo y ruin (lejos de feminizarlo, su vestido y sus afeites lo vuelven aún más indefinible); una Madame a la que no le importa que se le corra el maquillaje mientras aspira del frasco de éter, fingiéndose Lucrecia Borgia o la reina de Saba? A Kundera le sobra razón cuando señala en Les Testaments Trahis que hay críticos y biógrafos que creen conocer hasta la vida sexual de Kafka o Faulkner, pero ignoran la de su mujer. 

Gangotena buscó el encierro y la soledad para poder escribir, en cambio Moro necesitaba del caos del mundo. “Vivo lejos de lo que amo, uno tiene el valor, eso se llama valor de vivir a pesar de todo...” escribió Moro en otra de sus prosas. Compartieron lo que los opone y los enfrenta, la vía heterodoxa; vivieron en la misma época sin rozarse, si el uno hubiera conocido el trabajo del otro, hubieran sentido extrañeza y tal vez hasta repulsión. Aunque Moro coincidía políticamente con José María Arguedas y Ciro Alegría, su participación en el movimiento surrealista fue vista por sus contemporáneos como una desviación, al no haber adherido al realismo social, ni al costumbrismo de barricada. Incluso cuando Moro rompe con el surrealismo conserva la desmesura que lo hacía único. 

“El místico es movido por el amor más que por el temor, como el ascético. La angustia no toma forma; es ausencia”, anota Larrea en su diario. En Abscence (1932), la naturaleza es hostil para el poeta y la maldice (“Y mi palabra vindicativa y cargada de la savia de la/ adormidera”); en su sangre se incuban a escondidas el mal, el padecimiento. En la noche es visitado por dos espectros, Pizarro – imagen idealizada que lo abandona - y Tupac Yupanqui: 

“¿Quien golpea iracundo a mi puerta? 
¿Sois vos, engalanado de plumas y de palmas, 
Señor Inca Tupac-Yupanqui? 
¿Qué tenéis de urgente que revelarnos? 
Me hacéis más bien, con vuestra envoltura de sombras, el 
efecto de acosarme, 
De acosarme y de manteneros al oriente, 
Siempre al terrible oriente de mi conciencia. (…) 
Por lo demás, ¿sabréis defenderme y vengarme? (…) 
¿Y vienes tú a interrumpirme y balbucir tu abstruso 
lenguaje, Señor Inca, profiriéndolo a la manera de una 
cosa tejida de sonidos? 
(…) Anda a interrogar a los leones si el sendero estuvo libre 
para tu paso.” 

Los bien pensantes y los sabuesos de lo políticamente correcto no dejarán de ver en ciertos tramos de su obra una idealización del conquistador, pero ignoran que Gangotena sentía tanto extrañamiento y lejanía frente al mundo indígena, como frente a su clase social. Solo al volver a su lugar de origen encontró el exilio como desafío radical, al que confronta desde la metafísica, la física clásica y la fe. Más cerca del barroco que del surrealismo, su lirismo no está reñido con el pensamiento, se vuelve el mejor vehículo de su desgarro. 

Ni Gangotena ni Moro se preocuparon de esclarecer su elección: “Mi obra tiene una razón de ser a través de Francia. En francés empecé a escribir. Esa es la puerta por la que España puede interesar al mundo”, anota Larrea en febrero de 1932, el mismo año en que dejó de escribir poesía, la cual reunió en Versión Celeste (1970). Para historiadores y críticos de la literatura francesa, Gangotena, Moro y Larrea, apenas existen, y cuando se los toma en cuenta, remarcan en ellos un exotismo que nunca ostentaron. En el espacio cultural de su lengua de adopción casi no tienen cabida. En su tradición de origen, que en realidad nunca dejaron atrás, su lugar sigue siendo marginal; a pesar de haber escrito sus obras en francés, nunca abandonaron del todo su lengua materna; su forma de expresión pertenece netamente al mundo hispánico, su bilingüismo plantea la riqueza de la dificultad. Mucho más radicales que Larrea, quien al cambiar de lengua no vivió ese desgarramiento entre dos mundos que Gangotena y Moro si compartieron. George Steiner se vería en problemas para aplicar su concepto de extraterritorialidad con ellos. Aunque el inglés sea la lengua predominante del presente, la anglofilia como deriva estética es más bien una rareza entre nosotros; todavía tiene razón Severo Sarduy: “es también tradicional usar el adjetivo afrancesado con intención acusatoria.” 

Gangotena vivió su retorno como una maldición, encerrado en su propio enigma; distante de una intelectualidad cada vez más comprometida o más cercana a las vanguardias, pero con la que no le interesa dialogar, a pesar de pertenecer a la misma generación. Su obra se desarrolló de manera paralela y distante a la de Pablo Palacio, José de la Cuadra y los narradores del Grupo de Guayaquil. Temprano lector de Sartre y de Heidegger, se sentía un paso delante de las polémicas sobre el indigenismo y el realismo social. Al revisar sus manuscritos, no dejan de llamar la atención las anotaciones que hay en sus bordes: apuntes sobre canales de riego, variedades de semillas, intrincados cálculos matemáticos, apuntes de lectura sobre Husserl, San Juan de la Cruz y Pascal. Hoy que se hace pasar por pensamiento a la descripción sociológica degradada, y a la historiografía falseada, por metafísica; la estatua de las conmemoraciones nada tiene que ver con la obra y la persona a la que falsean. Hace falta un volumen que reúna su obra completa, y también una nueva traducción, aunque la de Gonzalo Escudero todavía conserva parte de su legitimidad (incluso hasta sus desaciertos nos hablan de la búsqueda de Escudero), una nueva traducción es de por sí una relectura. Gangotena muere en 1944, Michaux nunca dejó de tenerlo presente, sobre todo en sus últimos días, cuando escribió: “Alfredo Gangotena es uno de los pocos poetas que he encontrado, nunca me pareció una persona común, formada como todo el mundo.” 

Ciudad de México, Diciembre de 2009



César Vásconez Romero (Quito, Ecuador, 1980) Hizo estudios de Letras y Edición en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Ha publicado artículos en revistas como Ruido Blanco, El Interpretador, La Tempestad, Hermano Cerdo y Cuadrivio. Fue jefe de redacción de La Comunidad Inconfesable y editor literario de Big Sur: http://www.big-sur.com.ar/ , revista de arte latinoamericano. Como editor preparó la Obra Poética (2007) de David Ledesma y Minero de la Noche -24 poetas franceses de vanguardia- (2008) de Jorge Carrera Andrade. En el 2009 fue seleccionado para el Programa de Residencias Artísticas para Creadores de Iberoamérica del Fonca en México. Aldaba, (Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2010) es su primer libro de poesía. Actualmente es escritor en residencia de la Maison des Écrivains et Traducteurs de Saint-Nazaire en Francia: http://www.maisonecrivainsetrangers.com/LES-RESIDENTS-2012,221

16 mar 2012

COLA 3: YAXKIN MELCHY

Hay un estado mental de cambio en este planeta que está por reventar. Si los 80´s fueron materialistas y los 90´s depresivos y decadentes, la nueva generación, aquellos poetas que desarrollan su lírica sobre el siglo XXI, tiene un cosmos particular, una libertad encantadora y además goza de una frescura secreta, que al mismo tiempo es sideral. Esto es lo que sucede con el trabajo del poeta mexicano Yaxkin Melchy, quien a ratos parecería ser el Principito de Antoine de Saint-Exupéry parado sobre un planeta por construir lleno de planos bidimensionales y algoritmos impulsados por el radio del sueño. Dibujos, collages, planos de objetos y artefactos para la vida práctica del hombre, códigos binarios, cuestionarios de personalidad, emergen en su poesía en cualquier momento, al igual que esa frontera en que la intuición demuestra que no hay que vivirlo todo para escribirlo todo.


GALAXIAS HERMAFRODITAS 
PLANETAS ALIENÍGENAS 
Y NIÑOS INDIOS 

*

la fuerza extraña
es el hielo mental
q me surca como un amarillo fuego
solar
reverberante
ión
y dedo
dios de la fuente de rayos
y la corona que en mí
me nubla la respiración
dios ardiente
gélida estrella
en el pegamento negro

tropos
tinta
caracteres vulnerables
para tiempos
de pirámides
comunicándose
entre galaxias
axis
- ejes de cuerpos
como mariposas plenas
volando
entre capullos vacíos de mariposas

yo savia
-lo sabía-
entre el oro que ha de
perdurar
ahora
que se ha desconectado
mi mente
de la escritura
y las palabras
las letras
y dios
que estuvo envuelto
por la niebla de la montaña
ahora
baja
un niño
y es el sonido
de los pájaros
bandadas
insectos
vacas
la lluvia
el sol
relámpagos
el fuego
tronando el suelo
ceniza
ángeles negros
trompetas
de caracoles
peces
de las cordilleras

éste era
el corazón
del fin de
un mundo
pensé
y mi silla
comenzó
a despegar
como Pakal
hacia
el infinito


**

En este muro que es la primavera abriendo los pétalos de las palabras
en este muro que ayer era un desierto en blanco porque no podía leer
ni maravillas ni pérdidas o las terribles derrotas de donde vine por la noche
En este muro que es el mar o que se ha convertido en un mar de candelas
pequeñas encendidas grandes cirios que resplandecen como estrellas
en esta catedral que podría también llamarse el universo o los ojos cerrados del asunto
Es este muro desde el cual te miro escribir y decir que renuncias a la poesía
y las flores de las palabras siguen brotando siguen abriéndose como quemando
cada minuto de silencio como si cada minuto muerto en realidad quemara
y me dices gritas hacia las paredes - que si la encuentro … no la veo y no la quiero -
y por debajo de nosotros Gonzalo Rojas sigue cantando aunque ya no lo escuches
y Enrique Verástegui sigue cantando y Mario Santiago raya su cuaderno con citas del Dante, y no es terrible te digo porque tus pulmones y los pulmones de la poesía
comparten la misma vida y ambos morirán contigo aunque nunca la escuches
mientras duermas algo brillará tan grande tan desorbitado tan demente que será
la alegría Y no es terrible los zapatos están sucios el cuarto está sucio la familia está sucia Esta calle huele a orines Esta música de Vivaldi es féretro de un niño que no ha encontrado los jardines sino las zanjas llenas de mierda Y sigue floreciendo cada pensamiento y cada palabra que quiso ser un poema en donde vivirían caballeros dragones gatos amantes del sol palabras acuáticas como medusas inestables remolinos de furia y hojas de papel tan delicado que no atreves a tomar entre los dedos y me dices – Los verdaderos poetas no han escrito, escribieron algo pero entonces vino el mar- y no sabemos si vino el mar por ellos o por esas palabras o si ellos eran las palabras que nadie volverá a leer pero volverán a escribirse millones de veces en los años venideros
y escuchamos un alfa y un final porque ya no se puede escribir; este libro suena más como a una flauta que como a una novela o a un relato o a un libro de poesía; suena más como que alguien en otro planeta ya no escribe y canta pero aún no se escucha cantando
y nosotros que escuchamos su eco podemos sentirlo como si fuera alguna palabra resonando en nuestras cabezas una palabra con puertas con ojos con dedos cubiertos de uñas afiladas que comienza a romper nuestras cabezas como una nuez que se quiebra
He olvidado la música y he olvidado el espanto que me causa el silencio ahora sé que no existen los espacios en blanco Y miles de palabras siguen creciendo en la arena
La Catedral no está vacía el universo no es vacío Es tan solo el reverso de una situación llena tan llena que no aparenta nada, entonces pareciera el triunfo del olvido o la muerte y con ello el olvido de todos nuestros poemas y la muerte de nuestra conversación Como la elegancia que se pierde cuando la lejanía borra la estela de un cometa de un barco o de una nube Pero no hay nada que congelar los poetas están en derecho de olvidar sus poemas de olvidar sus libros de olvidar su nombre y demás circunstancias Así todos los poemas se llamarían los poemas perdidos todas las montañas las montañas perdidas todos los mares los mares perdidos Y esta conversación podría escribirla otra vez para dedicársela al pasado o para que me la dediques en el futuro Dejaré de escribir me dices y te vas por donde salen los niños Para este muro llegarán las estaciones y se alejará Un día volverás a saber que hay flor
es por todas las estrellas del universo


***

marea cubierta por rayos celestes
lunas planetas cobras
devorando la Vía Láctea

pronto estarán acá
entonces es hora de bajar la sombrilla de las lágrimas
navegar en los barcos de la risa
fotografías
los ojos ya no tienen recuerdos
de la luz
y lo que observo es un campo inamovible
de oscuridad
y corazones enloquecidos

el sol disminuido como una bombilla
cejas del aluminio
corazón anillo de oro
péndulo de lengua
cada palabra muerde un cielo de silencio

pronto así
como si se despegaran las paredes
y las columnas
de este palacio que no necesita techo
y que cubre toda la vida
lo que me es familiar
sale como una fuente
por verdes islas imaginarias
niños invisibles libros infinitos
voz de las auroras
las carreras espaciales
ciencias centrífugas
ejes de personaje
ojos de porcelana extraterrestre

canto porque me he desnudado
en un lodo profundo del mar
o el pliego tenso de las aguas
kilómetros afuera de la costa
rostros que levanta la espuma
caricias que he de sentir de la luz
de las estrellas
quizá me rompa poco a poco
con estas palabras
que ya no tienen sabor ni dulzura
que están hechas de sal
y en sal he de convertirme
por años nadando bajo los mares

arte literatura teatro
son exilios posibles
pero no para un niño
en la oscuridad de su propio desatino

y en torno a los aerolitos
he compuesto mi abecedario
entorno a las plantas
he descubierto mi obra
los ojos
son el eón de mis dedos
y los pies con los que bailo
eón bajo los eclipses

a veces fui tras lo más grande
que me parecía más excéntrico
o la fuerza de un elemento salvaje
y otras veces he vuelto
reconociendo mi propia vida
como lo más chico
como un delfín
en el concierto planetario

entre lo más grande y lo chico
vuelan los ángeles
que zurcen la vida a la primera estrella
el devenir de días y noches
en remolinos de arena
y las pirámides
que son canciones de kuna
de una nueva civilización

yo sé que oyes mis pensamientos
y sueñas palabras que están rotas en mis ojos
yo sé que bajaré del palacio
con medallas que son aureolas
en mi vestimenta
(más perdidiza
que el bosque del caos)

el invierno me cubrirá
y ya no me descubriré en la primavera

dejo aquí la sospecha
de que he visto
desaparecer al niño
de una estrella lejana



Yaxkin Melchy (El Telar, México , 1985). Escribe un libro bioespacial que se llama El Nuevo Mundo, del cual se ha publicado: El Nuevo Mundo [I] (Rdlps, 2008), Los poemas que vi por un telescopio [satélite] (Tierra Adentro, 2009), El Sol Verde [II] (2.0.1.2. editorial, 2010). Los Planetas [III] (Literal, 2012). Entre otros libros virtuales, fanzines, fotocopias y tripulantes editoriales cartoneros. Fue editor de la revista Trifulca y coordinó la Red de los poetas salvajes. www.reddelospoetassalvajes.blogspot.com Participó en un libro homenaje a Juan Gabriel: Querido, (Mantarraya, 2010) y en la antología de poesía joven latinoamericana 4M3R1C4, (2010). Coedita el proyecto “2.0.1.2” www.2012editorial.blogspot.com. Escribe y dibuja 20 estelas y se dedica a la exploración de un lenguaje de las estrellas, de las plantas, y de los niños y niñas extraterrestres. Su blog es www.destruccionmasiva.blogspot.com.

13 mar 2012

Por Andrés Florit C. 

Luego de leer y releer En una nave comandada por Enrique unos pocos hombres abandonamos la Tierra, cuarto libro del argentino Germán Arens (Ediciones Vox, Bahía Blanca, 2011), uno queda con la sensación que dejan las buenas películas, esas que en cuanto acaban uno quiere volverlas a ver. Desde el inmejorable título en adelante va sumando y mezclando historia argentina y ficción, vida de barrio y conflictos globales, guerrilleros y extraterrestres, con un muy buen pulso narrativo, en un mismo relato apocalíptico que sin embargo resulta a la larga esperanzador: escenas que transcurren en el sur argentino, entre Río Colorado y Bahía Blanca, y que luego no sólo se vuelven planetarias sino que interestelares, sin perder verosimilitud. 

Es una obra poética y política, muy actual. En ella caben tanto conflictos históricos locales (la expedición del general Julio Argentino Roca al sur para la conquista y el asentamiento blanco, a costa de los indígenas de la zona: el origen del pueblo donde transcurre la historia) como los efectos que tiene hoy la explotación petrolera para el agua de consumo humano y la consecuente auto organización del pueblo para exigir que se acaben los permisos a las empresas que ensucian el río. Luego, un zoom out para mostrar lo que ocurre a nivel global, las amenazas nucleares que siguen vivas pese a que “Los terrestres creímos, /que culminada la guerra fría, /la posibilidad de un enfrentamiento atómico masivo /había desaparecido”, para seguir con una ficción muy verosímil, como si fuera el piloto de una avioneta en que nos llevara a ver lo que realmente pasaría si. 

Hay en este libro un yo-testigo, un sujeto a ras de piso que no se da ni más ni menos importancia de la que tiene, que logra mostrarse como parte de una colectividad sin caer en la tentación de hablar por ella, ni de renunciar a una posición personal dentro de ella. No hace un prontuario de sus obsesiones privadas, sino de sus obsesiones públicas: y lo hace graciosamente, con humor, con imaginación. Veamos una escena, la presentación de Enrique: 


Enrique, el extraterrestre, 
se domiciliaba en la primera casa de la calle Alem. 
Se desempeñaba laboralmente como instructor de pesas. 
Lo caracterizaba: la excelencia de sus músculos 
y una incipiente miopía. 

Un tiro de escopeta disiparía mis dudas, 
el extraterrestre aseguraba ser inmortal 
por unos trescientos años de los nuestros. 

Le apunté al corazón… 
supuse que el corazón de los extraterrestres 
sería un órgano vital, así los nuestros. 
Disparé… 
y en su pecho quedó un agujerito 
que me retrotrajo a la mirilla del baño 
por la que espiaba las visitas 
cuando era niño. 

Ya que este libro de poesía tiene mucho de novela, de film, no me animo a contar más de lo que he contado, por no arruinar la lectura de quienes se interesen en buscarlo. Sólo puedo decir que hay personajes inolvidables, como el carnicero González, los hermanos Cigarra o el payador Alderete, y que no había leído un libro de versos donde calzara tan bien la no ficción con la ciencia ficción. El final es emocionante. 

Son tiempos en que todos hablan en serio o en broma del fin del mundo, cosa que Arens captó muy bien: logró hacer de esa neura colectiva una obra de arte en que interactúan fluidamente el carnicero del pueblo y los extraterrestres, poetas de verdad que uno no sabe si existen o no hasta que los googlea, con robots que uno cree que no existen y podrían perfectamente existir. Una poesía psicodélica y lárica (pero no confundir con los aburridísimos imitadores de Teillier que tenemos en Chile) y que como diría Spinetta, logra suplantar “las vanidades por las fantasías”.



Andrés Florit Cento (Santiago, 1982) es autor de los libros de poesía Materias de libre competencia y regulación (Das Kapital, 2011) y Poco me importa (Autoedición, 2009). Poemas suyos ha aparecido también en plaquettes, revistas y antologías. Es editor de La aparición de la Virgen y otros poemas políticos, de Enrique Lihn (Ediciones UDP, 2012) y de Juan Florit Caudillo de los veleros. Vida, poesía y prosa (Ed. Cuarto Propio, 2006).

11 mar 2012

Por Rafael Courtoisie


Afirma Georges Bataille, en “El erotismo” (1957): 

“Las transgresiones, aun multiplicadas, no pueden acabar con la prohibición, como si la prohibición fuera únicamente el medio de hacer caer una gloriosa maldición sobre lo rechazado por ella”. 

Y escribe Aleyda Quevedo en “La otra, la misma de Dios” (2011):

“Me quieres mucho, quizá, nada, más.
Pero más te quieres a ti mismo.
En la última mañana lames con dedicación
Los dedos de mis pies, besas sin asco las axilas,
Ardes y recorres los pliegues del sexo.
Haces bien en amarte tanto,
Aunque goces de mis gracias,
Como el experto cínico que eres;
Haces bien y te deleitas.
Adiós, amor mío,
Nunca mío, siempre tuya.
Sin dudarlo,
Como el mar que aún me domina.
Adiós,
Ahí he puesto toda la fe.”


La lectura de Bataille ilumina una zona profunda del notable erotismo desarrollado por la poeta ecuatoriana en su libro: en su poesía comparecen el deseo y el rechazo, la síntesis dialéctica que la prohibición, construcción cultural, produce planteando ese “más allá erótico” que Octavio Paz encuentra en Sade y que se resignifica, con marcas de escritura de mujer, en esta nueva erótica. 

Se trata de una poesía mística, por supuesto. 

No puede concebirse una erótica tan nítida, tan removedora, tan exacta, tan revulsiva, franca y hermosamente cruda como la que logra Quevedo en esta obra, sin inscribirla con plena conciencia en la línea de los grandes y, sobre todo, las grandes místicas: Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Sor Juana. 

El deseo articula el logos y procura el goce. 

Desde el goce no se escribe, se escribe desde el deseo, y desde el deseo se incrementa algo que podía parecer solamente pulsión y se transforma en trascendencia, en un ir más allá del logos. 

El discurso de Quevedo, una de sus más logradas estrategias poéticas, verificable cabalmente en este libro, es la de cercar el objeto o la serie de objetos-sujetos mediante la celebración y al mismo tiempo mediante la recordación del tabú, de la prohibición, como si se tratara de un encuentro de imágenes irreconciliables que produce una extraordinaria conmoción, una comunicación poética sobresaliente. 

Lo extraño, lo bizarro en el sentido de valiente y de “raro” es que en diversos fragmentos, en diversos poemas clave del libro, Aleyda Quevedo se adueña de la prohibición cultural, colectiva, y consigue emplearla como argumento y a la vez recurso de estilo radicalmente propio, individual. 

La prohibición pasa a ser un acto volitivo que modifica y acompaña la expresión del deseo, porque la prohibición societaria, la prohibición en un sentido antropológico pasa a ser un instrumento paradójico de liberación en la articulación del discurso a través de un yo lírico que se re-construye, que se hace a sí misma (no a sí mismo)

El rechazo por el amante es otra forma de la aceptación, una forma que incorpora la dignidad y la construcción de una identidad intransferible, un empoderamiento, en definitiva, donde la promoción mística producida por el discurso erótico logra una plenitud textual que es, a la vez, sexual, física y metafísica. 

Lo que una lectura desatenta pudiera llegar a decodificar como reproche o texto de desamor es, por el contrario, acto de amor profundo hacia el otro, a través, también, y sobre todo, del amor propio

El milagro poético es hacer de la prohibición enunciación, y de la enunciación liberación. 

Y eso, ese proceso, se da en el libro de Quevedo con una profunda alegría, con un humor que libera su feromonas en el lector, que produce un estado de gracia inefable. 

Este libro produce ganas.
Aleyda hace caer “una gloriosa maldición sobre lo rechazado por ella”.
Y esa maldición es – cálida, cariciosa- un “otro” acto de amor.

Uno de los poemas de profunda mística y belleza, es este, que cito a continuación:

ARRANCO TODAS LAS FLORES DE MI CUERPO

para ofrecértelas, Señor.
Allá voy, más desnuda sin las diminutas flores
del torso, más desvestida que nunca
sin las dalias que crecían en mi espalda.
Voy saltando las piedras ciegas de la desdicha
y el viento me ayuda a alcanzar la arena.
Señor de las Angustias, todopoderoso mío,
me despojo incluso de la flor pasionaria
y de la corona de heliconias que adorna mi pubis.
Desnudísima, para entregarme a ti,
sin los lirios de la nuca o los girasoles de las nalgas,
pulcra, tal vez insondable isla de misterios
Y no más rosas, ni margaritas, ni violetas
encandiladas en mis senos.
Limpia estoy, vuelta promesa.
Brillante y sola para entregarme a ti

sin las astromelias del sexo,
sin la flor azul del corazón.


Rafael Courtoisie (Montevideo, 1958). Su novela “Santo remedio” fue elegida por algunas editoriales españolas y la Fundación Lara como una de las mejores seis novelas publicadas en español durante el 2006. En 2008 aparecieron las traducciones de “Santo remedio” al francés y rumano, entre otras. Su libro “Cadáveres exquisitos” fue Premio de la Crítica. Su novela “Vida de Perro” obtuvo el Premio Nacional de Narrativa del Ministerio de Cultura del Uruguay y fue nominada al Premio Rómulo Gallegos, de Venezuela. “Tajos” y “Caras extrañas” son sus anteriores novelas publicadas en España. Las versiones italianas de “Tajos” (“Sfregi”) y de “Caras extrañas” (“Facce sconosciute”) fueron publicadas recientemente en Italia. La editorial Monte Ávila publicó en 2008, “Palabras de la noche”, una extensa antología de su obra poética. “Jaula abierta” (Madrid, 2004) y “Todo es poco” (Valencia, 2004) son sus títulos más recientes de poesía. “Amador”, en tanto, es un libro de prosa erótica, que apareció en Barcelona, España (editorial Thule), y en Uruguay. Ha sido Profesor invitado en Florida State University (EE.UU.), Ohio University, Birmingham University (Inglaterra), entre otras. Profesor de Narrativa y Guion Cinematográfico en la Universidad Católica del Uruguay y en la Escuela de Cine del Uruguay. Ha sido Profesor de Literatura Iberoamericana en el Centro de Formación de Profesores del Uruguay. Ha sido invitado por la Universidad de Iowa para formar parte del Internacional Writing Program. Es autor de varios volúmenes de cuentos y de cuatro novelas. Ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales. Por su trayectoria le han conferido el Premio Fraternidad (Jerusalén) y el Premio Morosoli (auspiciado por la Cátedra UNESCO y la Asociación de Universidades del MERCOSUR). Parte de su obra fue traducida al inglés, francés, italiano, rumano y turco, entre otros idiomas. Ha recibido, entre otros, el Premio Fundación Loewe de Poesía (España, Editorial Visor, jurado presidido por Octavio Paz), el Premio Plural (México, jurado presidido por Juan Gelman), el Premio Internacional Jaime Sabines (México) y el Premio Blas de Otero (España).