DAVID LEDESMA VÁZQUEZ: EL CANTOR DE SU PROPIA TRAGEDIA*
por Ángel Emilio Hidalgo
¿Qué hace que un autor de hace 50 años permanezca aún en la memoria de los lectores más cercanos, a pesar de su elusiva presencia en antologías, ensayos y artículos sobre poesía, durante las tres últimas décadas? ¿Por qué alguien que jamás recibió el titulo de "poeta oficial", ni la posición de "escritor canónico", aparece como uno de los referentes de la última generación de escritores ecuatorianos? ¿Qué sentido de búsqueda, identidad o reencuentro "se actualiza" en la desgarrada poesía de David Ledesma Vázquez (1934-1961)?
Cuando volvemos a las escasas páginas que nos legó David (se suicidó a los 26 años), podemos ensayar algunas respuestas a estas y otras preguntas. Pero nunca dejarán de ser aproximaciones y tentativas, insuficientes para comprender los avatares de una obra como la suya, especialmente intensa y cargada de hondas referencias personales.
La poesía de David Ledesma Vázquez traduce, en primer lugar, la experiencia estética y vital del sujeto urbano. En los años 50s., Guayaquil vivía profundos cambios en su configuración socio espacial: la modernización económica motivó un acelerado proceso de movilidad laboral, hacia Guayaquil y su área de influencia. Esto ocasionó el crecimiento de los polos de marginalidad -el suburbio guayaquileño, durante esta época, creció sustantivamente- y se hicieron más visibles las diferencias económicas entre los diferentes grupos sociales.
En este contexto, los artistas e intelectuales guayaquileños se agruparon en tomo a la idea de que el arte debía servir a las causas más justas de la humanidad, preparando a su manera, desde el verbo encendido, las condiciones para el cambio social.
Cuando la generación literaria del 50 surgía en las revistas y periódicos de Guayaquil, el debate ideológico y cultural giraba en torno a la función social del artista y los medios para neutralizar el proceso de "deshumanización del arte", por influjo de las últimas corrientes vanguardistas del siglo: el surrealismo y la abstracción. Desde la visión de estos intelectuales marxistas, el imperativo ético de los artistas consistía en tener conciencia social y denunciar las injusticias, en procura de un mundo más "humanizado" y libre de desigualdades.
La «poesía pura" o aquella de talante romántico o surrealista, fácilmente era tachada de «evasionista". Se promovía, en cambio, una poesía «objetiva", concreta y abierta a las preocupaciones sociales del mundo. Un artículo del poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, publicado en 1953, en Cuadernos del Guayas, nos demuestra vívidamente esta posición: «No sé de un solo gran hombre en el arte que esté fuera de su tiempo. Los evasivos, los escépticos, los decepcionados, los puristas, los románticos recitadores a la hora de los tamales en las fiestas domésticas, están vergonzosa, tonta o anacrónicamente, o todo a la vez, en oposición a su tiempo: están con el pasado, con las fuerzas retardatarias. En ellos, más que inspiración, que emoción o pensamiento, encontraremos siempre ineptitud y oportunismo (...) Los problemitas personales, sin trascendencia y profundidad verdaderas, nos parecen insoportables hasta en las canciones de Agustín Lara. La poesía nada, absolutamente nada, tiene que ver con toda esa cursilería. La poesía es una espada flamígera para cantar y defender con pasión el amor y la libertad. Para cantar y luchar".[1]
En un medio cultural atravesado por la lucha ideológica y política, David Ledesma Vázquez .publica en 1953, Cristal, su primer libro de poemas. Este cuadernillo de 12 textos publicado en Quito, es el testimonio de un adolescente que se libera de la tutela paterna y sale a buscar su propio mundo. Pero Cristal es un libro demasiado débil. Todavía el iniciado es casi un émulo de Porfirio Barba Jacob: algunos títulos y contenidos de sus poemas son casi idénticos a los del colombiano (véase por ejemplo, “Acuarimantima” y “Parábola del retorno” de Barba Jacob, y “Aguamarina” y “Retorno a la infancia” de Ledesma).
Cristal contiene aunque de manera embrionaria, algunos de los derroteros claves de la poética ledesmiana: el tópico de la infancia como Arcadia perdida, la emergencia del sujeto homoerótico y el sentido del viaje.
En el primer caso, la evocación de los días infantiles va a ser melancólica, acompañada por un fuerte sentimiento de pérdida:
Yo tenía una noche.
una noche blanca y cristalina,
una noche que era un sueño siempre alegre,
sin imágenes ni ritos de la carne...
una noche somnolienta y apacible.
¡una noche que se fue sin retornar!...
Cristal, "Yo tenía una noche"
…
Allí mora la luz
que ya no miro,
y la perdida lámpara
del sueño.
Cristal, "Isla de infancia"
La voz del sujeto homoerótico también se sentirá desde los primeros poemas, aunque leve y delicadamente:
El mar borracho con su barba verde,
tocando sus panderos encantados.
Y un marinero hermoso de coral y de bronce
pastoreando las olas con sus manos.
Cristal, "Aquamarina"
Así mismo, el poeta será el caminante atribulado y solitario que emprendió un viaje sin retorno, desde su huida del solar paterno:
Yo nací con el símbolo errante de todas las gaviotas.
Con los pies andariegos y sueltos;
con la sed de la miel del camino,
con las manos queriendo ser alas
y los ojos buscando horizontes...
Yo no tengo destino;
¡Voy...donde la vida me lleve!
Cristal, "Autobiografía del viajero"
Las tribulaciones de la voz lírica tienen, no obstante, una razón primigenia; un punto inicial que nos remite a la pérdida de "algo" que será lo que el poeta buscará con angustia hasta el final:
Por los anchos caminos del Mundo,
Yo perdí una canción;
Una nota profunda y hermosa.
Una sangre hecha voz...
(...)
Oh, mi voz angustiada,
y este anhelo constante
¡De buscar…y buscar!
¿Y en la Muerte tendré mi canción
en mis ásperos labios de piedra?
¡Más allá del silencio final!...
¡Más allá!...
Cristal, "La eterna canción"
…
Yo tenía una noche.
Una noche toda blanca y cristalina,
una noche que era un sueño siempre alegre,
sin imágenes ni ritos de la carne...
Una noche somnolienta y apacible.
¡Una noche que se fue sin retornar!...
Cristal, "Yo tenía una noche"
La “pérdida inicial” de la voz lírica no solo tiene que ver con la inocencia perdida. En “Yo tenía una noche”, el poeta también registra la ausencia de la tranquilidad y la paz interior, debido a la perturbación de las “imágenes y ritos de la carne”. Ese elemento inquietante movilizará el engranaje ledesmiano, porque facilitará la construcción del sujeto homoerótico e identificará la huida, como el motivo principal del viaje.
¿Huida de sí mismo, huida de los otros, huida del mundo? ¿Es David Ledesma un poeta evasivo? No, ciertamente. Más bien es un bardo de intenso lirismo. Así lo percibieron sus contemporáneos, que acogieron entusiastas sus producciones literarias.
¿Qué hace que un autor de hace 50 años permanezca aún en la memoria de los lectores más cercanos, a pesar de su elusiva presencia en antologías, ensayos y artículos sobre poesía, durante las tres últimas décadas? ¿Por qué alguien que jamás recibió el titulo de "poeta oficial", ni la posición de "escritor canónico", aparece como uno de los referentes de la última generación de escritores ecuatorianos? ¿Qué sentido de búsqueda, identidad o reencuentro "se actualiza" en la desgarrada poesía de David Ledesma Vázquez (1934-1961)?
Cuando volvemos a las escasas páginas que nos legó David (se suicidó a los 26 años), podemos ensayar algunas respuestas a estas y otras preguntas. Pero nunca dejarán de ser aproximaciones y tentativas, insuficientes para comprender los avatares de una obra como la suya, especialmente intensa y cargada de hondas referencias personales.
La poesía de David Ledesma Vázquez traduce, en primer lugar, la experiencia estética y vital del sujeto urbano. En los años 50s., Guayaquil vivía profundos cambios en su configuración socio espacial: la modernización económica motivó un acelerado proceso de movilidad laboral, hacia Guayaquil y su área de influencia. Esto ocasionó el crecimiento de los polos de marginalidad -el suburbio guayaquileño, durante esta época, creció sustantivamente- y se hicieron más visibles las diferencias económicas entre los diferentes grupos sociales.
En este contexto, los artistas e intelectuales guayaquileños se agruparon en tomo a la idea de que el arte debía servir a las causas más justas de la humanidad, preparando a su manera, desde el verbo encendido, las condiciones para el cambio social.
Cuando la generación literaria del 50 surgía en las revistas y periódicos de Guayaquil, el debate ideológico y cultural giraba en torno a la función social del artista y los medios para neutralizar el proceso de "deshumanización del arte", por influjo de las últimas corrientes vanguardistas del siglo: el surrealismo y la abstracción. Desde la visión de estos intelectuales marxistas, el imperativo ético de los artistas consistía en tener conciencia social y denunciar las injusticias, en procura de un mundo más "humanizado" y libre de desigualdades.
La «poesía pura" o aquella de talante romántico o surrealista, fácilmente era tachada de «evasionista". Se promovía, en cambio, una poesía «objetiva", concreta y abierta a las preocupaciones sociales del mundo. Un artículo del poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, publicado en 1953, en Cuadernos del Guayas, nos demuestra vívidamente esta posición: «No sé de un solo gran hombre en el arte que esté fuera de su tiempo. Los evasivos, los escépticos, los decepcionados, los puristas, los románticos recitadores a la hora de los tamales en las fiestas domésticas, están vergonzosa, tonta o anacrónicamente, o todo a la vez, en oposición a su tiempo: están con el pasado, con las fuerzas retardatarias. En ellos, más que inspiración, que emoción o pensamiento, encontraremos siempre ineptitud y oportunismo (...) Los problemitas personales, sin trascendencia y profundidad verdaderas, nos parecen insoportables hasta en las canciones de Agustín Lara. La poesía nada, absolutamente nada, tiene que ver con toda esa cursilería. La poesía es una espada flamígera para cantar y defender con pasión el amor y la libertad. Para cantar y luchar".[1]
En un medio cultural atravesado por la lucha ideológica y política, David Ledesma Vázquez .publica en 1953, Cristal, su primer libro de poemas. Este cuadernillo de 12 textos publicado en Quito, es el testimonio de un adolescente que se libera de la tutela paterna y sale a buscar su propio mundo. Pero Cristal es un libro demasiado débil. Todavía el iniciado es casi un émulo de Porfirio Barba Jacob: algunos títulos y contenidos de sus poemas son casi idénticos a los del colombiano (véase por ejemplo, “Acuarimantima” y “Parábola del retorno” de Barba Jacob, y “Aguamarina” y “Retorno a la infancia” de Ledesma).
Cristal contiene aunque de manera embrionaria, algunos de los derroteros claves de la poética ledesmiana: el tópico de la infancia como Arcadia perdida, la emergencia del sujeto homoerótico y el sentido del viaje.
En el primer caso, la evocación de los días infantiles va a ser melancólica, acompañada por un fuerte sentimiento de pérdida:
Yo tenía una noche.
una noche blanca y cristalina,
una noche que era un sueño siempre alegre,
sin imágenes ni ritos de la carne...
una noche somnolienta y apacible.
¡una noche que se fue sin retornar!...
Cristal, "Yo tenía una noche"
…
Allí mora la luz
que ya no miro,
y la perdida lámpara
del sueño.
Cristal, "Isla de infancia"
La voz del sujeto homoerótico también se sentirá desde los primeros poemas, aunque leve y delicadamente:
El mar borracho con su barba verde,
tocando sus panderos encantados.
Y un marinero hermoso de coral y de bronce
pastoreando las olas con sus manos.
Cristal, "Aquamarina"
Así mismo, el poeta será el caminante atribulado y solitario que emprendió un viaje sin retorno, desde su huida del solar paterno:
Yo nací con el símbolo errante de todas las gaviotas.
Con los pies andariegos y sueltos;
con la sed de la miel del camino,
con las manos queriendo ser alas
y los ojos buscando horizontes...
Yo no tengo destino;
¡Voy...donde la vida me lleve!
Cristal, "Autobiografía del viajero"
Las tribulaciones de la voz lírica tienen, no obstante, una razón primigenia; un punto inicial que nos remite a la pérdida de "algo" que será lo que el poeta buscará con angustia hasta el final:
Por los anchos caminos del Mundo,
Yo perdí una canción;
Una nota profunda y hermosa.
Una sangre hecha voz...
(...)
Oh, mi voz angustiada,
y este anhelo constante
¡De buscar…y buscar!
¿Y en la Muerte tendré mi canción
en mis ásperos labios de piedra?
¡Más allá del silencio final!...
¡Más allá!...
Cristal, "La eterna canción"
…
Yo tenía una noche.
Una noche toda blanca y cristalina,
una noche que era un sueño siempre alegre,
sin imágenes ni ritos de la carne...
Una noche somnolienta y apacible.
¡Una noche que se fue sin retornar!...
Cristal, "Yo tenía una noche"
La “pérdida inicial” de la voz lírica no solo tiene que ver con la inocencia perdida. En “Yo tenía una noche”, el poeta también registra la ausencia de la tranquilidad y la paz interior, debido a la perturbación de las “imágenes y ritos de la carne”. Ese elemento inquietante movilizará el engranaje ledesmiano, porque facilitará la construcción del sujeto homoerótico e identificará la huida, como el motivo principal del viaje.
¿Huida de sí mismo, huida de los otros, huida del mundo? ¿Es David Ledesma un poeta evasivo? No, ciertamente. Más bien es un bardo de intenso lirismo. Así lo percibieron sus contemporáneos, que acogieron entusiastas sus producciones literarias.
David Ledesma perteneció a una generación que reaccionó frente a la “poesía social” que predominaba en los años cincuenta. Independientemente de la filiación política de sus integrantes, el mérito del Club 7 guayaquileño como grupo generacional (David Ledesma Vázquez, Ileana Espinel Cedeño, Gastón Hidalgo Ortega, Sergio Román Armendáriz y Carlos Benavides Vega), consistió en haber retomado la tradición de la poesía urbana que inauguraron a inicios del siglo XX, el último Medardo Ángel Silva y los casi olvidados vanguardistas (Mayo, Estrada, Falconí Villagómez).
Gastón Hidalgo Ortega, en un breve artículo sobre Hugo Mayo, reconocía a éste y a Aurora Estrada como los maestros de los miembros del Club 7: "constituyen el binomio de mayor envergadura dentro de la lírica contemporánea, en nuestro litoral".[2] De hecho, serían precisamente Hugo Mayo y Aurora Estrada los encargados de presentar a Hidalgo Ortega y Espinel Cedeño en el libro colectivo.
El marcado intimismo urbano que atraviesa los textos de los cinco poetas, le llevaría al novelista Humberto Salvador, presentador de Román Armendáriz, a hablar de “una ruta nueva en la novísima lírica nacional”. Zaida Letty Castillo, por su parte, dijo que Ledesma Vázquez representaba la “raíz de un canto nuevo” y Hugo Mayo se refirió a Hidalgo Ortega como un poeta “nuevo en la forma y nuevo en la imagen”.
Esa “nueva sensibilidad” se evidenciaba en versos donde emergía la subjetividad, a contrapelo del tipo de poesía que imperaba en ese momento -incluso en jóvenes como Alejandro Velasco Mejia, Jorge Torres Castillo y el primer Hugo Salazar Tamariz-, donde el centro de las preocupaciones era el hombre que debía ser liberado de las injusticias sociales.
Los ocho poemas que componen la muestra de David Ledesma Vázquez en Club 7, demuestran una superación a nivel de calidad, respecto al primer libro. En nuestra opinión, “Arte poética” -el texto que abre el telón- es el primer "gran poema" publicado de David Ledesma. En él, se concentra el hálito existencialista que anima su poesía:
Soy un grito, no más....
Y bien pudiera
ser el grito común
de cualquier hombre.
Porque en la inmensa soledad del Mundo;
(en este mar sin límites ni rumbos)
¡soy una gota más que se deslíe!
Club 7, "Arte poética"
El uso del lenguaje coloquial es para Ledesma, un recurso dirigido a referir acontecimientos de la realidad exterior que mantienen estrecha relación de correspondencia con las vivencias del hablante lírico:
Hablo de los antiguos barrios. De las casas
donde viví hace tiempo. De las tablas
del piso que crujían con un dolor de viejas solitarias.
Hablo de los hoteles. De las calles
donde gastamos suelas y semanas.
Hablo de Lily con saliva amarga
y mi lengua la toca al pronunciada.
Son las 4 a.m. de un día largo y plomo.
y llueve en la ventana. Y en los ojos.
Club 7, "Melancholy rhapsody"
Pero el dramatismo lírico es uno de los rasgos determinantes de su poesía. “El espejo” es el poema más ambiguo y dramático de Club 7, por la tensión que se crea entre el hombre que se mira en el espejo y su propio reflejo que parece contestarle:
Estuve aquí.
Me ahogaron contra el muro.
Alguien dijo mi nombre en esa puerta
agitando un pañuelo sin color.
Y yo que estaba ciego me tragué
el grito a chorros verdes de silencio.
Conozco ya tu voz.
Yo estuve aquí.
Desde hace años muero y resucito.
Club 7, "El espejo"
Y la confesión de la experiencia homoerótica es un grito desgarrador que retumba en la escena y al interior del ser que la pronuncia:
Ceñido al sexo,
a su materia oscura.
Comprando la cadera atormentada.
El labio. El alarido. Y el mordisco.
Gimiendo por la sal de la entrepierna.
Yo estoy allí.
Yo soy David. Estoy gritando.
Club 7, "El espejo"
En Gris (1958), David Ledesma publicó algunos poemas que originalmente aparecieron en Club 7 y otros que completaron este libro, que mereció la II Mención en el Concurso de Poesía de la revista Lírica Hispana de Venezuela. La reacción de la crítica nacional y extranjera fue entusiasta: la poetisa Jean Aristiguieta señaló que en Gris, Ledesma se asentó como un poeta de categoría, y el crítico Bernardo Morales Garcés habló de la “poesía de la angustia” que recorre el volumen, como eco del entorno social de ese momento.[3]
En Gris, las obsesiones de la voz lirica se intensifican cuando esta indaga sobre el origen de su “pérdida inicial”. En el poema “Habitación con un espejo”, Ledesma sitúa los objetos-símbolos de un caótico puzzle que espera ser armado: la escalera, la mano, la puerta, los pasos y el espejo:
Habitación con un espejo
La escalera retuerce, aburrida,
su interminable cuerpo de madera.
Una mano se mete en mi bolsillo
y rebusca una llave que no tengo.
La puerta se abre con la intimidad
de una persona a quien se trata mucho.
Y unos pasos caminan por mi cuarto. . .
Desde el espejo del ropero atisba
un fulano que se parece a todos
y otro poco a mi padre y a mi madre.
(Gris)
El espejo no es únicamente un símbolo; “actúa” al interior del relato y posibilita la existencia de un nivel de realidad que trasciende el desdoblamiento del ser: La voz lírica es consciente de que una “fuerza extraña” le lleva a su cuarto. Cuando la puerta se abre misteriosamente, se observa la presencia de “un fulano”. ¿Pero quién atisba a ese “fulano”, él o el espejo? Repárese en que dice “desde el espejo” y no “en el espejo”. ¿Significa acaso, que el hablante lírico está dentro del espejo?
Lo interesante es que al final de la historia se constata que ese “fulano” es el propio sujeto lírico: “... se parece a todos / y otro poco a mi padre y a mi madre”. Dentro de la ambigüedad del poema, el lector reconoce en el “fulano” al sujeto, pero transformado, una vez que sale del espejo y “vuelve” al mundo real.
A pesar de tratarse de la misma persona, ese “fulano” es diferente. Quien regresó del espejo ha vuelto cambiado. El viaje implicó una regresión: fue al pasado y volvió desemejante, al presente.
En el poema “Extraño”, se describe una situación muy parecida:
Un hombre a quien jamás he conocido
visita una ciudad que ya no existe;
-largo sabor de muerte le atraviesa
de parte a parte la sonrisa amarga-,
entra a una casa donde nunca ha estado
y se alienta a esperar que nadie llegue.
Sobre mi corazón suenan sus pasos.
Gris, "Extraño"
Nuevamente, hay un desencuentro interior entre el ser y su sombra. El hombre desconocido es posiblemente el "fulano" del poema anterior que regresa a su infancia (“visita una ciudad que ya no existe”) a saldar viejas cuentas. El “yo lírico” sabe que, finalmente, se trata de una visión o un sueño. No obstante, le inquieta la posibilidad de quebrantar su voluntad (“sobre mi corazón suenan sus pasos”) y transformarse en lo que también siente que es.
En otros textos de Gris, el poeta invoca a la paz y pide tranquilidad para su espíritu atormentado:
Este pobre David que nada pide
sino un poco de paz para vivir...
Gris, "Autorretrato con una pena"
No solo el espíritu está cansado, también el cuerpo. El camino simboliza el sendero espinoso, la vida atribulada y el destino incierto. Por eso, el sujeto manifiesta una persistente sensación de abandono y soledad:
La soledad
hojea los libros.
enciende
la ventana,
para entrever
la obscura
calle interminable.
Gris, "La soledad"
Los días sucios (1960) se lee como la continuación de Gris. En este conjunto de 11 poemas que aparece incluido en Triángulo -compartiendo el volumen junto a Ileana Espinel (Diríase que canto) y Sergio Román (Arte de amar)-, Ledesma se reconcentra en sus obsesiones/símbolos: la cabeza, la ventana, la escalera, el espejo, los zapatos. Manejando una especie de poesía íntima objetual, los elementos trasponen el harnero de la subjetividad:
El aire está repleto de preguntas.
Está lleno de humo.
De sollozos.
De toses.
Y de náuseas.
Pesa el aire.
Los días sucios, "El aire"
Dos de los poemas más elocuentes que permiten entender la manifestación del sujeto son "La escalera" y "Los zapatos". En ellos, se multiplican las pistas que explican la angustia existencial del hablante lírico, la perenne huida de sí y el abandono:
Si los zapatos pueden recordar.
Yo no recuerdo.
Sufro el pasado.
Hay días en que muero
crucificado a los recuerdos.
Quedan
pedazos de las gentes.
Del saludo.
Del viaje.
Del adiós.
Pedazos.
Trozos.
(…)
Si los zapatos guardan...
Yo no guardo.
La vida es caminar sin detenerse.
Los días sucios, "Los zapatos"
El sujeto prefiere seguir el viaje, al tiempo que manifiesta su inseguridad par, "regresar" y resolver lo aplazado:
Ya no puedo volver.
No vale el sueño.
Porque si hubiera llanto.
Sed.
O grito.
Me pusiera a gritar toda la noche.
No subiré.
Porque el caer me es dulce.
Los días sucios, "La escalera"
Hay un morbo y apego al vértigo (“porque el caer me es dulce”) que se intensifica en el momento de la unión sexual. Ahí, el tiempo se quiebra, porque el sujeto se abandona a la lujuria:
¡Si los días caen sucios.
La escalera
se quiebra.
Y uno cae.
Y si ya nada
vale la pena de escarbar la tierra.
Y nada más existe.
Nada más
que el roce de las piernas,
Que el lugar
donde clavar los dientes y morir!
Los días sucios, "La escalera"
Llegado a este punto se verá en un callejón sin salida, perdido en el absurdo de sentirse atado a una pasión camal que le arrastra al vacío; afligido, al mismo tiempo, porque no es capaz de volverse a todos y gritarle al mundo: “Yo estoy allí/ Yo soy David”:
Ceñido al sexo.
A su materia oscura.
Comprando la cadera atormentada.
El labio.
El alarido.
Y el mordisco.
Gimiendo por la sal de la entrepierna.
Yo estoy allí.
Yo soy David.
¡Estoy gritando!
Los días sucios, "El espejo"
Aunque escrito en 1954, Los días sucios salió a la luz en 1960, cuando la idea del suicidio ya rondaba en la cabeza de David. Por esa misma época escribió Cuaderno de Orfeo y La risa del ahorcado o la corbata amarilla.
Cuaderno de Orfeo aparece publicado póstumamente, en 1962, gracias a la gestión de sus amigos más cercanos. Este breve poemario contiene lo mejor de su poesía amorosa; hermosos versos compuestos en tono elegíaco que recrean la historia trágica de Eurídice y Orfeo.
En Cuaderno de Orfeo, David Ledesma es ante todo, el cantor de su propia tragedia. David es Orfeo, traslapado en un juego de voces y presencias con el semidiós griego:
Vivo en ciega Poesía,
desterrado.
Ausente de mí mismo,
a una distancia
que puede ser de amor
-llaga insondable
o absorta muerte diaria
repetida.
Cuaderno de Oifeo, "Identidad"
Por su estructura dialógica, Cuaderno de Oifeo es un poema dramático, y aparentemente no tiene mucha relación con la obra anterior de Ledesma. No obstante, el mito del amor imposible y el sentido trágico de la pérdida, le sirve para sublimar su “absorta muerte diaria repetida”.
Luego del encuentro y separación definitiva, cuando el ansioso Orfeo pierde 2 Eurídice en el Hades, le arrebata notas fúnebres a un saxo (porque “solo el saxo sabe/ la dulce muerte que conmueve todas/ las nacencias sin límites del ritmo”), entonando su última canción:
Última balada de Orfeo
Puede el hombre saltar sobre sí mismo
Pero, infaliblemente, se vuelve al mismo sitio.
¡La verdad es que siempre uno está solo!
(Cuaderno de Orfeo)
Este otro "poema final" de Ledesma -conserva el mismo aliento de “El poema final”, texto que fue encontrado en su camisa, la noche en que se suicidó- representa la lúcida y serena constatación del fracaso; la postrera confesión del ser caído; la renuncia de ser en este mundo, el David que gritó mordió y combatió en silencio, viviendo “en ciega Poesía, desterrado”.
[1] Luis Cardoza y Aragón, "El artista Y los problemas de nuestro tiempo", en Cuadernos del Guayas, No. 5, Guayaquil, abril de 1953, p. 10. Véase también, sobre este mismo debate, Adalberto Ortiz, "La función del artista y su expresión", en Cuadernos del Guayas, No. 5, abril de 1953, p. 19.
[2] Gastón Hidalgo Ortega, "Poesía ecuatoriana, Hugo Mayo", en Cuadernos del Guayas, No. 4, Guayaquil, noviembre de 1952, p. 9.
[3] Bernardo Morales Garcés, nota crítica sobre Gris, publicada en la columna “Itinerario de los libros”, en Cuadernos del Guayas, No. 17, Guayaquil, septiembre de 1958.
Gastón Hidalgo Ortega, en un breve artículo sobre Hugo Mayo, reconocía a éste y a Aurora Estrada como los maestros de los miembros del Club 7: "constituyen el binomio de mayor envergadura dentro de la lírica contemporánea, en nuestro litoral".[2] De hecho, serían precisamente Hugo Mayo y Aurora Estrada los encargados de presentar a Hidalgo Ortega y Espinel Cedeño en el libro colectivo.
El marcado intimismo urbano que atraviesa los textos de los cinco poetas, le llevaría al novelista Humberto Salvador, presentador de Román Armendáriz, a hablar de “una ruta nueva en la novísima lírica nacional”. Zaida Letty Castillo, por su parte, dijo que Ledesma Vázquez representaba la “raíz de un canto nuevo” y Hugo Mayo se refirió a Hidalgo Ortega como un poeta “nuevo en la forma y nuevo en la imagen”.
Esa “nueva sensibilidad” se evidenciaba en versos donde emergía la subjetividad, a contrapelo del tipo de poesía que imperaba en ese momento -incluso en jóvenes como Alejandro Velasco Mejia, Jorge Torres Castillo y el primer Hugo Salazar Tamariz-, donde el centro de las preocupaciones era el hombre que debía ser liberado de las injusticias sociales.
Los ocho poemas que componen la muestra de David Ledesma Vázquez en Club 7, demuestran una superación a nivel de calidad, respecto al primer libro. En nuestra opinión, “Arte poética” -el texto que abre el telón- es el primer "gran poema" publicado de David Ledesma. En él, se concentra el hálito existencialista que anima su poesía:
Soy un grito, no más....
Y bien pudiera
ser el grito común
de cualquier hombre.
Porque en la inmensa soledad del Mundo;
(en este mar sin límites ni rumbos)
¡soy una gota más que se deslíe!
Club 7, "Arte poética"
El uso del lenguaje coloquial es para Ledesma, un recurso dirigido a referir acontecimientos de la realidad exterior que mantienen estrecha relación de correspondencia con las vivencias del hablante lírico:
Hablo de los antiguos barrios. De las casas
donde viví hace tiempo. De las tablas
del piso que crujían con un dolor de viejas solitarias.
Hablo de los hoteles. De las calles
donde gastamos suelas y semanas.
Hablo de Lily con saliva amarga
y mi lengua la toca al pronunciada.
Son las 4 a.m. de un día largo y plomo.
y llueve en la ventana. Y en los ojos.
Club 7, "Melancholy rhapsody"
Pero el dramatismo lírico es uno de los rasgos determinantes de su poesía. “El espejo” es el poema más ambiguo y dramático de Club 7, por la tensión que se crea entre el hombre que se mira en el espejo y su propio reflejo que parece contestarle:
Estuve aquí.
Me ahogaron contra el muro.
Alguien dijo mi nombre en esa puerta
agitando un pañuelo sin color.
Y yo que estaba ciego me tragué
el grito a chorros verdes de silencio.
Conozco ya tu voz.
Yo estuve aquí.
Desde hace años muero y resucito.
Club 7, "El espejo"
Y la confesión de la experiencia homoerótica es un grito desgarrador que retumba en la escena y al interior del ser que la pronuncia:
Ceñido al sexo,
a su materia oscura.
Comprando la cadera atormentada.
El labio. El alarido. Y el mordisco.
Gimiendo por la sal de la entrepierna.
Yo estoy allí.
Yo soy David. Estoy gritando.
Club 7, "El espejo"
En Gris (1958), David Ledesma publicó algunos poemas que originalmente aparecieron en Club 7 y otros que completaron este libro, que mereció la II Mención en el Concurso de Poesía de la revista Lírica Hispana de Venezuela. La reacción de la crítica nacional y extranjera fue entusiasta: la poetisa Jean Aristiguieta señaló que en Gris, Ledesma se asentó como un poeta de categoría, y el crítico Bernardo Morales Garcés habló de la “poesía de la angustia” que recorre el volumen, como eco del entorno social de ese momento.[3]
En Gris, las obsesiones de la voz lirica se intensifican cuando esta indaga sobre el origen de su “pérdida inicial”. En el poema “Habitación con un espejo”, Ledesma sitúa los objetos-símbolos de un caótico puzzle que espera ser armado: la escalera, la mano, la puerta, los pasos y el espejo:
Habitación con un espejo
La escalera retuerce, aburrida,
su interminable cuerpo de madera.
Una mano se mete en mi bolsillo
y rebusca una llave que no tengo.
La puerta se abre con la intimidad
de una persona a quien se trata mucho.
Y unos pasos caminan por mi cuarto. . .
Desde el espejo del ropero atisba
un fulano que se parece a todos
y otro poco a mi padre y a mi madre.
(Gris)
El espejo no es únicamente un símbolo; “actúa” al interior del relato y posibilita la existencia de un nivel de realidad que trasciende el desdoblamiento del ser: La voz lírica es consciente de que una “fuerza extraña” le lleva a su cuarto. Cuando la puerta se abre misteriosamente, se observa la presencia de “un fulano”. ¿Pero quién atisba a ese “fulano”, él o el espejo? Repárese en que dice “desde el espejo” y no “en el espejo”. ¿Significa acaso, que el hablante lírico está dentro del espejo?
Lo interesante es que al final de la historia se constata que ese “fulano” es el propio sujeto lírico: “... se parece a todos / y otro poco a mi padre y a mi madre”. Dentro de la ambigüedad del poema, el lector reconoce en el “fulano” al sujeto, pero transformado, una vez que sale del espejo y “vuelve” al mundo real.
A pesar de tratarse de la misma persona, ese “fulano” es diferente. Quien regresó del espejo ha vuelto cambiado. El viaje implicó una regresión: fue al pasado y volvió desemejante, al presente.
En el poema “Extraño”, se describe una situación muy parecida:
Un hombre a quien jamás he conocido
visita una ciudad que ya no existe;
-largo sabor de muerte le atraviesa
de parte a parte la sonrisa amarga-,
entra a una casa donde nunca ha estado
y se alienta a esperar que nadie llegue.
Sobre mi corazón suenan sus pasos.
Gris, "Extraño"
Nuevamente, hay un desencuentro interior entre el ser y su sombra. El hombre desconocido es posiblemente el "fulano" del poema anterior que regresa a su infancia (“visita una ciudad que ya no existe”) a saldar viejas cuentas. El “yo lírico” sabe que, finalmente, se trata de una visión o un sueño. No obstante, le inquieta la posibilidad de quebrantar su voluntad (“sobre mi corazón suenan sus pasos”) y transformarse en lo que también siente que es.
En otros textos de Gris, el poeta invoca a la paz y pide tranquilidad para su espíritu atormentado:
Este pobre David que nada pide
sino un poco de paz para vivir...
Gris, "Autorretrato con una pena"
No solo el espíritu está cansado, también el cuerpo. El camino simboliza el sendero espinoso, la vida atribulada y el destino incierto. Por eso, el sujeto manifiesta una persistente sensación de abandono y soledad:
La soledad
hojea los libros.
enciende
la ventana,
para entrever
la obscura
calle interminable.
Gris, "La soledad"
Los días sucios (1960) se lee como la continuación de Gris. En este conjunto de 11 poemas que aparece incluido en Triángulo -compartiendo el volumen junto a Ileana Espinel (Diríase que canto) y Sergio Román (Arte de amar)-, Ledesma se reconcentra en sus obsesiones/símbolos: la cabeza, la ventana, la escalera, el espejo, los zapatos. Manejando una especie de poesía íntima objetual, los elementos trasponen el harnero de la subjetividad:
El aire está repleto de preguntas.
Está lleno de humo.
De sollozos.
De toses.
Y de náuseas.
Pesa el aire.
Los días sucios, "El aire"
Dos de los poemas más elocuentes que permiten entender la manifestación del sujeto son "La escalera" y "Los zapatos". En ellos, se multiplican las pistas que explican la angustia existencial del hablante lírico, la perenne huida de sí y el abandono:
Si los zapatos pueden recordar.
Yo no recuerdo.
Sufro el pasado.
Hay días en que muero
crucificado a los recuerdos.
Quedan
pedazos de las gentes.
Del saludo.
Del viaje.
Del adiós.
Pedazos.
Trozos.
(…)
Si los zapatos guardan...
Yo no guardo.
La vida es caminar sin detenerse.
Los días sucios, "Los zapatos"
El sujeto prefiere seguir el viaje, al tiempo que manifiesta su inseguridad par, "regresar" y resolver lo aplazado:
Ya no puedo volver.
No vale el sueño.
Porque si hubiera llanto.
Sed.
O grito.
Me pusiera a gritar toda la noche.
No subiré.
Porque el caer me es dulce.
Los días sucios, "La escalera"
Hay un morbo y apego al vértigo (“porque el caer me es dulce”) que se intensifica en el momento de la unión sexual. Ahí, el tiempo se quiebra, porque el sujeto se abandona a la lujuria:
¡Si los días caen sucios.
La escalera
se quiebra.
Y uno cae.
Y si ya nada
vale la pena de escarbar la tierra.
Y nada más existe.
Nada más
que el roce de las piernas,
Que el lugar
donde clavar los dientes y morir!
Los días sucios, "La escalera"
Llegado a este punto se verá en un callejón sin salida, perdido en el absurdo de sentirse atado a una pasión camal que le arrastra al vacío; afligido, al mismo tiempo, porque no es capaz de volverse a todos y gritarle al mundo: “Yo estoy allí/ Yo soy David”:
Ceñido al sexo.
A su materia oscura.
Comprando la cadera atormentada.
El labio.
El alarido.
Y el mordisco.
Gimiendo por la sal de la entrepierna.
Yo estoy allí.
Yo soy David.
¡Estoy gritando!
Los días sucios, "El espejo"
Aunque escrito en 1954, Los días sucios salió a la luz en 1960, cuando la idea del suicidio ya rondaba en la cabeza de David. Por esa misma época escribió Cuaderno de Orfeo y La risa del ahorcado o la corbata amarilla.
Cuaderno de Orfeo aparece publicado póstumamente, en 1962, gracias a la gestión de sus amigos más cercanos. Este breve poemario contiene lo mejor de su poesía amorosa; hermosos versos compuestos en tono elegíaco que recrean la historia trágica de Eurídice y Orfeo.
En Cuaderno de Orfeo, David Ledesma es ante todo, el cantor de su propia tragedia. David es Orfeo, traslapado en un juego de voces y presencias con el semidiós griego:
Vivo en ciega Poesía,
desterrado.
Ausente de mí mismo,
a una distancia
que puede ser de amor
-llaga insondable
o absorta muerte diaria
repetida.
Cuaderno de Oifeo, "Identidad"
Por su estructura dialógica, Cuaderno de Oifeo es un poema dramático, y aparentemente no tiene mucha relación con la obra anterior de Ledesma. No obstante, el mito del amor imposible y el sentido trágico de la pérdida, le sirve para sublimar su “absorta muerte diaria repetida”.
Luego del encuentro y separación definitiva, cuando el ansioso Orfeo pierde 2 Eurídice en el Hades, le arrebata notas fúnebres a un saxo (porque “solo el saxo sabe/ la dulce muerte que conmueve todas/ las nacencias sin límites del ritmo”), entonando su última canción:
Última balada de Orfeo
Puede el hombre saltar sobre sí mismo
Pero, infaliblemente, se vuelve al mismo sitio.
¡La verdad es que siempre uno está solo!
(Cuaderno de Orfeo)
Este otro "poema final" de Ledesma -conserva el mismo aliento de “El poema final”, texto que fue encontrado en su camisa, la noche en que se suicidó- representa la lúcida y serena constatación del fracaso; la postrera confesión del ser caído; la renuncia de ser en este mundo, el David que gritó mordió y combatió en silencio, viviendo “en ciega Poesía, desterrado”.
[1] Luis Cardoza y Aragón, "El artista Y los problemas de nuestro tiempo", en Cuadernos del Guayas, No. 5, Guayaquil, abril de 1953, p. 10. Véase también, sobre este mismo debate, Adalberto Ortiz, "La función del artista y su expresión", en Cuadernos del Guayas, No. 5, abril de 1953, p. 19.
[2] Gastón Hidalgo Ortega, "Poesía ecuatoriana, Hugo Mayo", en Cuadernos del Guayas, No. 4, Guayaquil, noviembre de 1952, p. 9.
[3] Bernardo Morales Garcés, nota crítica sobre Gris, publicada en la columna “Itinerario de los libros”, en Cuadernos del Guayas, No. 17, Guayaquil, septiembre de 1958.
* Este texto forma parte de David Ledesma Vázquez, Memoria de Vida, libro que reúne la obra completa del poeta, y acaba de ser publicado por la CCE (Quito, 2007).