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21 jun 2007

EL AGÓNICO TRÁNSITO DE UNA VOZ
(La poesía de Bruno Sáenz)


Por Luis Carlos Mussó



La poesía de Bruno Sáenz se constituye en un caso de deplorable atención pública por parte del medio. Su calidad –inmensa, cierta- no va a la par con el conocimiento que de ella se tiene ni con los escasos estudios que la han analizado. Así, aunque su proyecto de escritura se halle inmerso dentro de la tradición de esa hornada formada por poetas como Javier Ponce, Iván Carvajal, Alexis Naranjo y Fernando Nieto Cadena, y aunque su poesía se halle entre la criticidad y la reflexión profunda sobre el lenguaje –y sus relaciones con el pensamiento-, la academia sigue evidenciando su deuda con esta voz.
Si bien los románticos anglosajones quisieron tornarse griegos mediante el simbolismo, no ha sido exclusivo de dicha escuela su uso. Desde muy temprano, Sáenz acomete el ejercicio de la escritura poética con llamativo discurso. Desnudo de la parafernalia de esa adjetivación fácil y cacofónica, estos poemas nos llevan con su musicalidad a seguir de cerca su palabra. Y lo hace también en su reflexión sobre la marcha atrás, sobre el camino andado en el tránsito y en las palabras.
Se presenta al escriba con los ojos abiertos a la maravilla del mundo, y a su desastre. Se concibe a sí mismo como quien va en un constante ejercicio de aprendizaje con la herramienta que posee. Pero invita al lector a participar en este aprendizaje: es un aprender juntos.

La fruta, si fue amarga,
Se vuelve, entre tus dientes, insípida, de cera.
Nada quieres:
No hay lengua conocida para hablar con los muertos.
No encuentras la manera de enderezar la senda,
Ni pides agua al cántaro que yace boca abajo.
Toda tu complacencia se vuelca hacia el vacío.



El poema es un objeto que actúa como reflejo (la recurrente imagen especular en Bruno Sáenz es obvia, evidente) y a la vez negación del mundo. Es como si fuéramos del conocimiento del mundo a un proceso crítico del mismo y a su posterior destrucción para asistir a un nuevo levantamiento. La soledad es un punto de partida para recurrir a la búsqueda y a la relación especular. Es como asistir a un Apocalipsis para luego presenciar el Génesis: La ilusión del espejo te devuelve una copia de tu tez, de la boca .ni del hueso, ni la lengua-,/ la desnudez del muro. Pero también están el mito clásico y la historia; así, es como si hubiera una constante en evocar, aludir a los mundos judeocristiano y griego, pero también a lo nuestro, a estas tierras vistas desde el tiempo en que la raza indígena señoreaba en ellas. Y hay, es cierto, un fuerte poder de alusión en la poesía de Sáenz.
Pero en momentos se desplaza esa actitud frente al interlocutor femenino hacia otro tópico; hablamos de una mezcla de carpe noctem, clausa ianua (puerta cerrada) y el griego paraklausithryron (canto a la amada desde afuera). Ingeniosamente, combina un poema la música y el amor:

Hay una octava de silencio
Entre las puntas de tus senos.
…………………………………
Mi mano se demora sobre las teclas negras.

El propempticom es el poema de despedida que es asumido desde esa otra clase de amor que es el filial (la despedida a la infancia, pero que también es la despedida de la ingenuidad), como en Paseo:

Seguimos el camino de todas las mañanas, el pequeño
Franz Josef –ha cumplido siete años-
y yo.
Durante este paseo, conversamos. Él pregunta. Me
ocupo de encontrar las respuestas.

La poesía de Bruno Sáenz tiende a lo esencial con procedimientos rítmicos, y desplazamientos de sentido que mantienen al lector atento a su discurrir. Poesía eminentemente libresca –de un signatum impresionante-; pero que aparte de recordarnos todo el tiempo la cultura, deja que se noten las experiencias de vida, las relaciones con los cercanos y con los pares, las invitaciones a leer los textos que somos todos. Esta voz nos recuerda que el poema no es representación del mundo, ni mero recurso catártico. Se pregunta y nos inquiere sobre qué conocimiento deviene con la palabra, sobre qué se produce y qué liberación –o liberaciones- acontece con ella. Trasciende los registros del yo y juega con la conciencia individual destruyéndola y proyectándola. Abre un horizonte a las posibilidades estéticas y de los discursos que incluye en su registro. Bruno Sáenz es un estudioso de distintas disciplinas, es un cumplido funcionario en el mundo de los códigos legales; pero sobre todo, y cuando atiende a esos otros códigos verbales, Bruno Sáenz presenta la faceta en que lo preferimos: la de poeta.


UN POETA EN UNA ANTOLOGÍA

Un nombre descarnado,
igual al hueso limpio, a la piedra porosa;
las fechas –dos-, abajo, entre paréntesis:
algo muy parecido a una esquela mortuoria,
a lápida esculpida
en la inmortalidad de un trozo de papel,
a un epitafio escrito
sobre la nada, sobrecasi nada.
¡Voltea ya el sudario, la hoja amarillenta!

(De la boca que, abriéndose, manda al silencio que se ponga a un lado)


ÁBACO

En la sombra, en el húmedo aroma del armario;
en la tela sin brillo,
en el color dudoso de un abrigo o de un gorro que has dejado de usar;
en el polvo que pesa sobre el rayo de luz (piensas en una arruga en la sábana blanca);
en la imagen decrépita que devuelve el espejo a las lagunas turbias, cegadas de tus ojos
(si aún te reconoces)...
En la vasija rota, cubierta de ceniza, en su vientre vacío de humedad, de memorias;
en la puerta que se abre, en el paso que fuga y el cofre que se cierra...
Sin piedad ni nostalgia, sin saberlo siquiera, llevas día por día la cuenta de tus años.

(Escribe la inicial de tu nombre en el umbral del sueño)

HERENCIA

No importa si la hogaza se cubre lentamente de moho y de silencio en la mesa desnuda.
Sin escrituras vanas, sin gestos dadivosos, quitas la cerradura del portón de la entrada,
dejas sobre el mantel la llave del armario.
Con extremo cuidado, borras de tu memoria la huella de tus pasos, tu sombra de la sábana extendida en el lecho.
(Escribe la inicial de tu nombre en el umbral del sueño)