LA INVALIDEZ A LA QUE LLEVA LA ESCRITURA
(desde la poética de Jorge Martillo Monserrate) *
(desde la poética de Jorge Martillo Monserrate) *
Por Ernesto Carrión
PRIMERAMENTE
Hablar de los propósitos y órdenes creativos de cualquier obra o poeta en particular ha de ser siempre labor inquisidora, esclarecedora de ciertos márgenes estéticos y morales atribuibles de manera más correcta a quien realiza el estudio o el proyecto de entender una obra, que al generador de dicho trabajo en sí. Por esto, y por muchos otros elementos que tienen que ver más con la capacidad deconstructora de un texto, al igual que con la libertad ejercida por el arte, en el ámbito de la interpretación, es que considero este oficio como necesario en el propósito de ir limpiando las vías de la poesía de juegos de abalorios o de discursos abúlicos que no intenten siquiera acercarse al enigma del mundo; pero a su vez, como un oficio de canallas en el que siempre quedamos debiendo y donde siempre nos quedan debiendo en el mejor lugar del mundo: el poema. Espiar es un acto, de por sí, poco amistoso. Y espiar, escudriñar y hasta perseguir es lo que hacemos cuando estudiamos una obra en particular, concientes de que “las teorías de un hombre sobre el lugar y la función de la poesía no son independientes de su visión de la vida en general”.
Por otro lado, la conquista del lenguaje (para quienes se lanzan en el ruedo de hacerla) es una capacidad que pasa de la necesidad y del destierro a la tiranía; y que ha mostrado que no ha de servir sino de receptáculo o puente por donde vagan los proyectos, afectos, deseos, memorias, mentiras, dolores y demás experiencias -accidentales o no- que nos mantienen más en distancia que en cercanía con lo que llamamos mundo. Porque el lenguaje de la poesía, a pesar de tener intenciones comunicativas e intentar volcar la supuesta intimidad de quien la escribe hacia un orden humano que maneja diversas concepciones éticas-estéticas del entorno (obviamente con el deseo de derrocarlo, abriendo las interrogantes de siempre), nos arrastra a un desamparo donde la ambigüedad es lo único que impera; ya que el lenguaje sagrado, inteligible, no puede existir. Escribir es precisamente esa contradicción que hace del fracaso de la comunicación una comunicación segunda, palabra para el prójimo; pero palabra sin el otro.
Hablar de los propósitos y órdenes creativos de cualquier obra o poeta en particular ha de ser siempre labor inquisidora, esclarecedora de ciertos márgenes estéticos y morales atribuibles de manera más correcta a quien realiza el estudio o el proyecto de entender una obra, que al generador de dicho trabajo en sí. Por esto, y por muchos otros elementos que tienen que ver más con la capacidad deconstructora de un texto, al igual que con la libertad ejercida por el arte, en el ámbito de la interpretación, es que considero este oficio como necesario en el propósito de ir limpiando las vías de la poesía de juegos de abalorios o de discursos abúlicos que no intenten siquiera acercarse al enigma del mundo; pero a su vez, como un oficio de canallas en el que siempre quedamos debiendo y donde siempre nos quedan debiendo en el mejor lugar del mundo: el poema. Espiar es un acto, de por sí, poco amistoso. Y espiar, escudriñar y hasta perseguir es lo que hacemos cuando estudiamos una obra en particular, concientes de que “las teorías de un hombre sobre el lugar y la función de la poesía no son independientes de su visión de la vida en general”.
Por otro lado, la conquista del lenguaje (para quienes se lanzan en el ruedo de hacerla) es una capacidad que pasa de la necesidad y del destierro a la tiranía; y que ha mostrado que no ha de servir sino de receptáculo o puente por donde vagan los proyectos, afectos, deseos, memorias, mentiras, dolores y demás experiencias -accidentales o no- que nos mantienen más en distancia que en cercanía con lo que llamamos mundo. Porque el lenguaje de la poesía, a pesar de tener intenciones comunicativas e intentar volcar la supuesta intimidad de quien la escribe hacia un orden humano que maneja diversas concepciones éticas-estéticas del entorno (obviamente con el deseo de derrocarlo, abriendo las interrogantes de siempre), nos arrastra a un desamparo donde la ambigüedad es lo único que impera; ya que el lenguaje sagrado, inteligible, no puede existir. Escribir es precisamente esa contradicción que hace del fracaso de la comunicación una comunicación segunda, palabra para el prójimo; pero palabra sin el otro.
Sin embargo, el poeta está destinado a elegir, y toda poesía vota por su existencia. Comienza, entonces, una meticulosa vigilancia de lo vivido, que sumada a las experiencias de lectura y a los propósitos que nacen de la íntima necesidad de narrar algo, van fabricando un particular estilo de escritura, siempre bajo la humilde premisa de ser comprendidos, o incluso, algunas veces, sólo hasta de ser leídos.
Y es en este rescate, en este escudriñamiento, en este intento desesperado del escriba por inventariarlo todo -condición mas que evidente en la poética de Martillo- donde escuchamos a Hegel repetirnos: "el arte sigue siendo para nosotros, por el lado de su más alta destinación (Bestimmung) algo del pasado (ein vergangenes)”; “el arte que se erige como autorreflexión propia, que puede únicamente avanzar como pasado o no avanzar del todo, callándose triunfalmente sobre su propio fracaso” . Momento que todo poeta presiente y que de poseer la madurez necesaria, lo hace; accediendo a ese silencio, que le es impuesto por la palabra y que, en definitiva, es el único origen.
Que quede claro entonces, que el artificio del que nace la escritura, es lo único que puede redimirla; ya que sólo la negación del lenguaje da acceso a la ausencia de límite de lo que es (que es nada); y que lo que les molesta del mundo, a los poetas, no es su representación, sino su falta de transparencia. Falta de transparencia que va evidenciándose más, a medida en que aparecen nuevas formas de narrar la misma angustia.
Esta es la relación constructiva y destructiva que debería atravesar todo poeta con el lenguaje, la transformación personal y ficticia de su mundo aparentemente organizado por el poema que es en sí mismo, la fuente de todo mal.
Y es en esta invalidez a la que lleva la escritura -que se abría primeramente al mundo como una posibilidad de comunicación-revelación para los otros-, donde el poeta se arroja a la autorreflexión propia, a la evocación y transmisión más que a la comunicación; apoyándose en el absurdo supuesto de que su tránsito personal por el mundo es o debe ser necesariamente el de los otros y por lo tanto, universal. Apartándose, casi sin evidenciarlo, del resto de sus prójimos, mientras eleva sus poemas intimísimos, en búsqueda del esclarecimiento de su sino y de su tranquilidad personal. Cabe recordar, aquí, la acotación de Octavio Paz sobre la condición dual y solitaria del poeta: siempre con un solo pie en la tierra y el otro a distancia de ella.
Sin embargo, no todo está perdido, pues, esta invalidez a la que lleva la escritura, sobre todo la autorreflexiva o perseguidora de uno mismo, posee una fuerza creadora en el seno del poeta. En palabras de Jorge Riechman: "Toda la buena poesía es poesía didáctica". Autodidáctica, para ser más precisos: enseña al poeta que la escribe, cosas (sobre sí mismo y sobre el mundo) que él desconocía. Lo peor (casi) que puede decirse de un poeta, es que ninguno de sus poemas le enseñó nunca nada.
De esta manera, la poesía de Jorge Martillo Monserrate propone un tránsito trágico y desesperanzador donde nada es salvado ni salvable, y donde lo único que le queda al escriba es convertirse en esa especie de detective salvaje que va tomando apuntes de los seres y cosas que aparecen y desaparecen por sus calles y casas, mientras sus pertenencias se amontonan en lugares entregados a la pesadilla y donde las ruinas crujen alrededor de sus muertos que se van apropiando lentamente de lo poco que le queda de libertad a su memoria. Ráfaga que, de por sí, se encuentra ya deteriorada por la fantasía del mundo que no tuvo nunca, por los excesos del alcohol o por la misma intención de arriesgarse a adornar su barbarie.
La obra de Martillo, a mi parecer, puede dividirse en tres etapas:
- La etapa que comprende exclusivamente su libro Aviso a los Navegantes.
- La etapa que comprenden sus libros: Fragmentarium, Confesionarium, Vida póstuma y Maremágnum.
- Y la etapa que comprende su último libro llamado (provechosamente) Últimos versos de un poeta decadente, que hace menos secreta la pérdida del poeta y del sujeto.
Y es a partir de esta clasificación que comenzaremos la lectura.
AVISO A LOS NAVEGANTES: ULISES EN LAS TABERNAS DEL PUERTO
(…) y si cayera la Ciudad y un solo hombre
escapara
llevará a la ciudad dentro de él por los caminos del exilio
él será la Ciudad
AVISO A LOS NAVEGANTES: ULISES EN LAS TABERNAS DEL PUERTO
(…) y si cayera la Ciudad y un solo hombre
escapara
llevará a la ciudad dentro de él por los caminos del exilio
él será la Ciudad
José Emilio Pacheco
Aviso a los navegantes, como bien afirmara Cristóbal Zapata en su ensayo sobre los "novísimos", instaura una nueva manera de hacer poesía en Guayaquil, forma que marcaría prácticamente la lírica de los años noventas, dejando en el puerto un grupo de poemarios que intentarían sumergirse en la hazaña que realizará este libro: hacer de la ciudad una extensión orgánica en la cual se desparrama un discurso subjetivo concentrado sobre todo en el YO poético, de la mano de la pesadumbre y de elementos culturalistas y clásicos, sometidos obviamente, al rigor del trópico. Así desfilan poetas como Mario Campaña y su libro Cuadernos de Godric, Marcelo Báez y su libro Puerto sin rostros, Luis Carlos Mussó y el Libro del Sosiego, Ángel Emilio Hidalgo y Beberás de estas aguas, por citar unos cuantos. Si bien, por otro lado, ya existía el establecimiento de escritores como Fernando Nieto Cadena y Paco Tobar García en la escena literaria del Puerto (quienes de por sí hundían los orígenes líricos en el corazón de la ciudad), hay que recordar sobre todo que el coloquialismo de Nieto Cadena varía cuando cambia de residencia, y que su poesía -a pesar de que se mueve sobre la ciudad- lo hace con mayor fuerza sobre el apego a la identidad, sobre la música salsa y otros géneros marginales, sobre la jerga popular y sus apropiaciones; al igual que Paco Tobar García, quien a pesar de afincarse en Guayaquil, debe ser considerado sobre todo un poeta cósmico, más que de cualquier país o urbe.
De las dos líneas en la poesía norteamericana: la que viene de Whitman (coloquial y prosaica de donde más adelante se nutriría la Generación Beat) y la que viene de Poe (esteticista y compleja de donde se nutrirían poetas como Pound, Wallace Stevens, T. S. Eliot) la que le interesaría a Martillo, para empezar su trabajo poético, sería la primera, reconociendo entre los atributos (de esta llamada "poesía de la experiencia" aparecida en los sesentas), cierto hermetismo y dificultad, al igual que su carácter culturalista que va enlazando el surrealismo de la vanguardia literaria, con las técnicas del collage. Poemas en los que recurrentemente encontramos alusiones al cine, a la música jazz, al blues, al comic, etc.
Todos estos elementos emplearán los escritores siguientes, dentro y fuera de Guayaquil, aunque dejando bien marcada la distancia con Martillo. Así, aparecerá en escena el esteticismo hedonista de poetas como Roy Sigüenza y Franklin Ordóñez (marginales como Martillo, pero aquí, desde su sexualidad) y no menos nutridos de una pura tradición cernudiana; el, a veces, irracionalismo humorístico de Pedro Gil, quien abrazará la consigna marginal como emblema; el confesionalismo casi autobiográfico en poetas como Cristóbal Zapata y el "ruralismo" conceptual y semiológico, por así llamarlo, del poeta Galo Alfredo Torres.
Aviso a los navegantes deja marcadas estas pautas; de ahí se lanza a una exploración por la ciudad y sus lugares de preferencia. Se trata de una voz marginal reflexiva, que obtiene un paneo poderoso de Guayaquil, en un frágil reordenamiento de su memoria:
recuerdas aquellas cervezas en la oscuridad del melba/ esas lenguas enroscándose como serpientes en el barrio las peñas/ la ropa tendida en los ventanales carcomidos por el tiempo/ el rumor de las lanchas cruzando el río entre el verde manto de lechuguines/ aquel par de borrachos abrazados y casi llorando/ acaso guardas mis palabras cuando el sol caía como naranja chupada/recuerdas qué hora marcaba el reloj del puente en la calle de la amargura/ mi índice lujurioso mostrando el camino de los polvos/ el chillar de los félidos alunados al llegar a la fortificada ciudad del amor/ acaso la grotesca figura que formó tu vestido en el piso/ mis manos sobando la porcelana de tus senos inflados/ mi entroíto de armadillo en tu hendidura de durazno/ tus piernas atadas a las mías como piola de cometa en cables eléctricos/ recuerdas mi lengua en tu pelaje húmedo como laguna donde ahogarse
Desde su primer poema, "Plegaria del Navegante", la voz poética se arroja hacia una introspección bucólica, consagrada a la muerte; transparentándose en una declaración fiel de su destino, donde esta suerte de Ulises prefiere entregarse o resignarse al dolor de la escritura y del movimiento constante, reconociendo, a su vez, esta autodevoración fungida por la palabra que tendrá que atravesar (y que atravesará Martillo hasta el último de sus libros), en la medida en que su facultad falsificadora intente ir purgando sus temores:
viento y mar podrían conducirme donde mi amada
desteje pretendientes o
a los lagos de averno y lucrino: oh el castigo es vivo y palpable
mis manuscritos tiemblan como peces bajo el agua
viento que sopla de popa/ negra nave que asciende lomos del ponto/ frigio/ sigeo mar
del sonoro canto de sirenas: cera derretida en los oídos
y amarras ciñendo al mástil mi cuerpo podrán salvarme/
mas quien de las furias de eolo y Poseidón:
cuiden mis regresos/ el azote de mis palabras en el papel/
el impulso del vino
que el amor sea un infinito batir de olas
…
si Virgilio exclamó: que tierra ya, que mar, puede ofrecerme refugio
que podré yo decir/ escribir/ adonde ir: oh viento/ oh mar
No hay intención en la voz poética de salvarse o de evitar el tránsito que le ha impuesto el destino. Más bien, existe una aceptación total del desarraigo. Una voz que, a diferencia de otras, no intenta ennoblecer su realidad. Diría más bien, que hay un obstinado empeño en todo este libro por separar el arte de la vida, ya que en Martillo existe una marginalidad doble: una cifrada por las palabras que emplea, lugares que transita y costumbres que va mostrando en una cantidad considerable de poemas; y la otra, su condición marginal frente a un sistema social establecido, en el cual no puede funcionar, o no le interesa. Así también, aparecen otras costumbres del poeta como su apego férreo a la bebida, que le brinda compañía durante el viaje y a la que no dejará de rendirle homenaje en ninguno de sus libros:
Bebed/ bebed suplica el ebrio con las manos crispadas en la copa/ es una tentación: callo y empiezo a destejer sueños/ a recuperar fantasmas en los aposentos de mi castillo/ franqueando la fosa/ el laberinto de sus escaleras/ y llegan a susurrarme historias de espejos mudos y amoríos eternos/ oh sus palabras son soplos fríos/ y al pintar al alba se marchan/ vuelvo a transcurrir en más fantasías: ríos de aguas infinitas/ y converso con amigos asesinados en días grises/ me anuncian puñaladas/ seremos vecinos digo y ríen felices (…) oh necesidad de embriagarme/ de encontrar la nave sé escondida en la neblina del mar (…) bebed/ bebed: otra vez el grito/ la tentación que intenta vencer/ callo y
mientras el licor viaja por mi cuerpo/ pienso en la nave anclando en el puerto perdido
Además de ofrecer la voz de este Ulises arrojado a una ciudad despedazada por la cotidianidad y el desamor, Martillo ofrece en esta etapa una poética dueña de un pastizaje bastante peculiar donde encontramos elementos clásicos, elementos de la poesía "beat", equilibrándolas con imágenes arrancadas del más puro surrealismo.
Aviso a los navegantes, como bien afirmara Cristóbal Zapata en su ensayo sobre los "novísimos", instaura una nueva manera de hacer poesía en Guayaquil, forma que marcaría prácticamente la lírica de los años noventas, dejando en el puerto un grupo de poemarios que intentarían sumergirse en la hazaña que realizará este libro: hacer de la ciudad una extensión orgánica en la cual se desparrama un discurso subjetivo concentrado sobre todo en el YO poético, de la mano de la pesadumbre y de elementos culturalistas y clásicos, sometidos obviamente, al rigor del trópico. Así desfilan poetas como Mario Campaña y su libro Cuadernos de Godric, Marcelo Báez y su libro Puerto sin rostros, Luis Carlos Mussó y el Libro del Sosiego, Ángel Emilio Hidalgo y Beberás de estas aguas, por citar unos cuantos. Si bien, por otro lado, ya existía el establecimiento de escritores como Fernando Nieto Cadena y Paco Tobar García en la escena literaria del Puerto (quienes de por sí hundían los orígenes líricos en el corazón de la ciudad), hay que recordar sobre todo que el coloquialismo de Nieto Cadena varía cuando cambia de residencia, y que su poesía -a pesar de que se mueve sobre la ciudad- lo hace con mayor fuerza sobre el apego a la identidad, sobre la música salsa y otros géneros marginales, sobre la jerga popular y sus apropiaciones; al igual que Paco Tobar García, quien a pesar de afincarse en Guayaquil, debe ser considerado sobre todo un poeta cósmico, más que de cualquier país o urbe.
De las dos líneas en la poesía norteamericana: la que viene de Whitman (coloquial y prosaica de donde más adelante se nutriría la Generación Beat) y la que viene de Poe (esteticista y compleja de donde se nutrirían poetas como Pound, Wallace Stevens, T. S. Eliot) la que le interesaría a Martillo, para empezar su trabajo poético, sería la primera, reconociendo entre los atributos (de esta llamada "poesía de la experiencia" aparecida en los sesentas), cierto hermetismo y dificultad, al igual que su carácter culturalista que va enlazando el surrealismo de la vanguardia literaria, con las técnicas del collage. Poemas en los que recurrentemente encontramos alusiones al cine, a la música jazz, al blues, al comic, etc.
Todos estos elementos emplearán los escritores siguientes, dentro y fuera de Guayaquil, aunque dejando bien marcada la distancia con Martillo. Así, aparecerá en escena el esteticismo hedonista de poetas como Roy Sigüenza y Franklin Ordóñez (marginales como Martillo, pero aquí, desde su sexualidad) y no menos nutridos de una pura tradición cernudiana; el, a veces, irracionalismo humorístico de Pedro Gil, quien abrazará la consigna marginal como emblema; el confesionalismo casi autobiográfico en poetas como Cristóbal Zapata y el "ruralismo" conceptual y semiológico, por así llamarlo, del poeta Galo Alfredo Torres.
Aviso a los navegantes deja marcadas estas pautas; de ahí se lanza a una exploración por la ciudad y sus lugares de preferencia. Se trata de una voz marginal reflexiva, que obtiene un paneo poderoso de Guayaquil, en un frágil reordenamiento de su memoria:
recuerdas aquellas cervezas en la oscuridad del melba/ esas lenguas enroscándose como serpientes en el barrio las peñas/ la ropa tendida en los ventanales carcomidos por el tiempo/ el rumor de las lanchas cruzando el río entre el verde manto de lechuguines/ aquel par de borrachos abrazados y casi llorando/ acaso guardas mis palabras cuando el sol caía como naranja chupada/recuerdas qué hora marcaba el reloj del puente en la calle de la amargura/ mi índice lujurioso mostrando el camino de los polvos/ el chillar de los félidos alunados al llegar a la fortificada ciudad del amor/ acaso la grotesca figura que formó tu vestido en el piso/ mis manos sobando la porcelana de tus senos inflados/ mi entroíto de armadillo en tu hendidura de durazno/ tus piernas atadas a las mías como piola de cometa en cables eléctricos/ recuerdas mi lengua en tu pelaje húmedo como laguna donde ahogarse
Desde su primer poema, "Plegaria del Navegante", la voz poética se arroja hacia una introspección bucólica, consagrada a la muerte; transparentándose en una declaración fiel de su destino, donde esta suerte de Ulises prefiere entregarse o resignarse al dolor de la escritura y del movimiento constante, reconociendo, a su vez, esta autodevoración fungida por la palabra que tendrá que atravesar (y que atravesará Martillo hasta el último de sus libros), en la medida en que su facultad falsificadora intente ir purgando sus temores:
viento y mar podrían conducirme donde mi amada
desteje pretendientes o
a los lagos de averno y lucrino: oh el castigo es vivo y palpable
mis manuscritos tiemblan como peces bajo el agua
viento que sopla de popa/ negra nave que asciende lomos del ponto/ frigio/ sigeo mar
del sonoro canto de sirenas: cera derretida en los oídos
y amarras ciñendo al mástil mi cuerpo podrán salvarme/
mas quien de las furias de eolo y Poseidón:
cuiden mis regresos/ el azote de mis palabras en el papel/
el impulso del vino
que el amor sea un infinito batir de olas
…
si Virgilio exclamó: que tierra ya, que mar, puede ofrecerme refugio
que podré yo decir/ escribir/ adonde ir: oh viento/ oh mar
No hay intención en la voz poética de salvarse o de evitar el tránsito que le ha impuesto el destino. Más bien, existe una aceptación total del desarraigo. Una voz que, a diferencia de otras, no intenta ennoblecer su realidad. Diría más bien, que hay un obstinado empeño en todo este libro por separar el arte de la vida, ya que en Martillo existe una marginalidad doble: una cifrada por las palabras que emplea, lugares que transita y costumbres que va mostrando en una cantidad considerable de poemas; y la otra, su condición marginal frente a un sistema social establecido, en el cual no puede funcionar, o no le interesa. Así también, aparecen otras costumbres del poeta como su apego férreo a la bebida, que le brinda compañía durante el viaje y a la que no dejará de rendirle homenaje en ninguno de sus libros:
Bebed/ bebed suplica el ebrio con las manos crispadas en la copa/ es una tentación: callo y empiezo a destejer sueños/ a recuperar fantasmas en los aposentos de mi castillo/ franqueando la fosa/ el laberinto de sus escaleras/ y llegan a susurrarme historias de espejos mudos y amoríos eternos/ oh sus palabras son soplos fríos/ y al pintar al alba se marchan/ vuelvo a transcurrir en más fantasías: ríos de aguas infinitas/ y converso con amigos asesinados en días grises/ me anuncian puñaladas/ seremos vecinos digo y ríen felices (…) oh necesidad de embriagarme/ de encontrar la nave sé escondida en la neblina del mar (…) bebed/ bebed: otra vez el grito/ la tentación que intenta vencer/ callo y
mientras el licor viaja por mi cuerpo/ pienso en la nave anclando en el puerto perdido
Además de ofrecer la voz de este Ulises arrojado a una ciudad despedazada por la cotidianidad y el desamor, Martillo ofrece en esta etapa una poética dueña de un pastizaje bastante peculiar donde encontramos elementos clásicos, elementos de la poesía "beat", equilibrándolas con imágenes arrancadas del más puro surrealismo.
Ante el problema moderno de su falta de pertenencia con el mundo, existe la intención oculta de ir preparando la voz de un condenado (leer los poemas de las páginas 69, 71, 75, "hic novae vital porta est", "terra incógnita", "katábasis" que ocuparán la segunda etapa de su quehacer poético). Estamos ante su libro de mejor factura; libro en el que su búsqueda a través de la escritura, se tornará en su propia derrota; y en el que logrará amalgamar una cantidad considerable de referentes culturales, que irán dejando rastros de su sensibilidad y carácter.
(ausente la negra banda de Jazz no sollozaría un spiritual
o flee as bird to the mountains
algún compañero pensando que el caería en la guerrilla
y otro en como financiar mis funerales
a paso lento llegaríamos a la ciudad pintada a cal
y enverdecida por los ciruelos
.........
afuera alguien esta gritando locuras
las ballenas han apagado sus grifos y bostezando esperan que cambie
la luz del semáforo
pedazos de periódicos lamen el suelo como a culos en
higiénicos de cines porno
un viejo ha sembrado margaritas en la punta de su bastón y silba/
y silba hasta llegar al cielo
.......
Martillo se sirve de la ciudad, como mencioné antes, a manera de una extensión orgánica de su propia voz, discurso ambicioso no solamente por tocar los temas comunes de la lírica: la muerte, el amor (en la figura de una niña/mujer que el autor nombra constantemente), el tiempo, el sentido de la existencia, etc.; sino, por lograr que su discurso cohabite con su entorno real y poético, con sus vicios y obsesiones. En fin, poemas donde ubica sirenas en las esquinas, hace ballenas de los buses, y de los buses navíos, hace de la cerveza su mar de oro líquido, donde no solamente arrastra a hippies o a músicos negros en su travesía, sino que también lleva a escritores como William Faulkner o Malcom Lowry (uno de los grandes bebedores de la historia) hacia las tabernas del puerto. Poemas donde Ulises navega día tras día, en este mismo mar de alcohol, sin importarle verdaderamente ninguna Itaca, consciente de que su destino está en ninguna parte y de que su condena, lejos de ningún sino, él mismo la ha ido cocinando a través de este viaje, fortaleciendo ese verso que reza que el poeta, si se pierde, es por sus propias manos.
* Fragmento de la ponencia "La invalidez a la que lleva la escritura", leída en la ciudad de Cuenca en el marco del Encuentro de Literatura Alfonso Carrasco Vintimilla 2005.