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10 jul 2011

Entrevista
EL ESCRITOR ECUATORIANO JAVIER VÁSCONEZ QUEDA FINALISTA POR TERCERA VEZ EN EL PREMIO RÓMULO GALLEGOS CON SU NOVELA "LA PIEL DEL  MIEDO" 


El síndrome de los invisibles*


Diálogo abierto 
con el escritor ecuatoriano Javier Vásconez
por:JUAN PABLO CASTRO RODAS Escritor, 
profesor universitario y crítico de cine


¿SE PUEDE HABLAR HOY, EN MEDIO DE UN MUNDO GLOBAL, DE ALGO LLAMADO LITERATURA ECUATORIANA?
Más que la idea de literatura nacional que, en mi opinión, es una forma un tanto académica y, hasta cierto punto imprecisa (por la conformación geográfica de ciertos países), para abordar la literatura prefiero referirme y hablar de escritores concretos, individuales. Rulfo constituye toda una literatura, igual que Kafka o Shakespeare. Descubrir la prosa, la sintaxis, el universo de un escritor nuevo en las páginas de un libro o en la reseña de un periódico, es una de las grandes felicidades de la vida. Así descubrí a Pavese, a Juan Benet, a Nabokov, a Julien Green, a Onetti, a João Gilberto Noll, a Javier Marías. Al leerlos caí seducido por su escritura y no porque formaban parte de una literatura nacional.


IMAGINA UNA REUNIÓN PARA HABLAR SOBRE LOS ESCRITORES ECUATORIANOS…   
Mientras afuera la lluvia azota las calles de la ciudad de Quito, algunos amigos estamos en el bar Marios, tomando un vodka, un whisky o una cerveza y hablamos apasionadamente acerca de la deslumbrante poesía de Jorge Carrera Andrade y también de su afición por la morfina. De las visitas nocturnas a la casa de mi padre en la calle Carvajal, de sus largos viajes por Francia, Japón y México. De su antología de la poesía francesa, o de las célebres fotos tomadas en dos puntos que, según él, eran fundamentales para la civilización occidental: la Torre de Londres y la Torre Eiffel. Nacido en Quito (“nací en el siglo de la defunción de la rosa / cuando el motor ya había ahuyentado a los ángeles”), el poeta, sin embargo, aspiraba a ser un cosmopolita. Igual que sus contemporáneos, los poetas Gangotena y Escudero. Estos poetas se entregaron al desafío de la lengua y soñaron a lo grande, de igual manera que en la actualidad me fascina la poesía de Iván Carvajal. En este país la poesía remontó muy alto, pero no así la novela.
  

LA POESÍA REMONTÓ VUELO,LLEGÓ A OTRAS LATITUDES,PERO LA NOVELA NO LOGRÓ DAR ESE SALTO...
Quizás las novelas fueron escritas sin ambición y por razones que no alcanzo a entender les faltó esa mezcla de audacia y libertad que el lector exige hoy día a una novela. O simplemente se trata de un descuido editorial. Mala distribución, poco interés por lo que se escribe en Ecuador. En todo caso, sigamos hablando de otros escritores. Del asombro que aún me provoca la obra de Pablo Palacio. Del misterioso parentesco temático entre el cuento “El hombre muerto a puntapiés” y la novela A sangre fría, de Truman Capote. O del tedio que me produce Jorge Icaza, del poco interés que actualmente suscita su obra, de su limitación estilística y de la precariedad justiciera de su universo narrativo. A comienzos de los años treinta, Alfredo Pareja y Ángel Rojas y algunos otros por supuesto lograron crearse un espacio de dignidad en el realismo social. En los setenta hubo una moderada renovación con novelas tan diversas como Pájara la memoria, de Iván Egüez; Polvo y ceniza, de Eliécer Cárdenas; El rincón de los justos, de Jorge Velasco Mackenzie. Ah, cómo olvidar Antiguas caras en el espejo, de Francisco Proaño Arandi o los cuentos de Vladimiro Rivas, Iván Oñate, Raúl Pérez y Abdón Ubidia. Después hubo un largo forcejeo en un cuadrilátero casi vacío hasta llegar a los magníficos cuentos de Leonardo Valencia, a las novelas de Santiago Páez y a tu novela La noche japonesa. Tal vez hay otros escritores, no lo sé. Tampoco los he leído a todos. Me he acercado a ellos como editor, pero no me considero un especialista en la materia.


¿QUÉ PAPEL HA JUGADO LA CRÍTICA EN NUESTRO PAÍS?   
En Ecuador, parodiando el título de una película de Clint Eastwood, hay escritores buenos, malos y feos. Como en todas partes. Pero lo ocurrido con la crítica, en cambio, es lamentable. Algunos académicos de los setenta acogieron ciegamente las ideas del sociólogo Agustín Cueva, algunos de ellos todavía no parecen haber salido de las cavernas. Inventaron un canon de acuerdo con sus ideologías, con sus prejuicios, con su servilismo reaccionario (en el terreno de la renovación literaria), cuya visión fue especialmente reticente a los cambios, limitándose a dar su aprobación al realismo más plano. Algunas universidades incluso levantaron un auténtico muro de Berlín que finalmente se está desmoronando. A pesar de esta situación, por la que hemos pagado un precio demasiado caro, ha surgido una nueva generación de críticos muy talentosos. Me refiero a Wilfrido Corral, Iván Carvajal, Mercedes Mafla, Rut Román, Cristóbal Zapata, Cecilia Ansaldo, Fernando Balseca, Francisco Estrella, entre muchos otros.


A PESAR DE LA BÚSQUEDA DE CADA ESCRITOR, ¿ES POSIBLE ENCONTRAR ALGUNAS LÍNEAS COMUNES: TEMAS, PERSONAJES, ESCENARIOS EN UN PAÍS QUE, ADEMÁS, TIENE TRES MARCADAS ZONAS GEOGRÁFICAS?    
Eso es inevitable, aunque en apariencia aquí seguimos perturbados por la naturaleza. La mayor parte de la literatura que se escribe en este país es urbana, pero nuestra visión de las cosas, nuestro pasado cultural es todavía muy campesino. Quizás este país no sea más que un gran paisaje enmarcado en medio de la nada. Al parecer así nos ven desde afuera. Y nosotros les entregamos servilmente la foto que tanto los europeos como los norteamericanos quieren ver. Como si fuéramos volcanes, galápagos o una parte de la Amazonía... 


¿TE PREOCUPA EL TEMA DEL MESTIZAJE?  
En literatura, todo lo que tenga que ver con la contaminación y el mestizaje es favorable, enriquecedor. No creo que sea grave ni negativo. Por el contrario, deberíamos buscar la contaminación no solo con los escritores de nuestro medio, sino de todo el mundo. Tengo la impresión de que a veces los escritores ecuatorianos hemos sido adictos a los lugares comunes, por incapacidad para escribir bien una frase o componer una buena novela como si evitáramos expresarnos desde la literatura, sin recurrir a los facilismos de la identidad y de esas supersticiones acerca del mundo andino, tomadas de la sociología. Ahora, con la globalización todo eso se fue al diablo. Se acabaron los trucos. Estamos solos ante las palabras y cada cual debe inventar su propia tradición.

PORQUE LA LITERATURA SE CONSTRUYE , SOBRE TODO, CON PALABRAS, Y LAS PALABRAS SON TAN SUBJETIVAS, SEGÚN DONDE CAIGAN, TIENE SU PROPIA IDENTIDAD, SU PROPIO PESO ¿ES DECIR, NO TE PREOCUPA?   No, no me preocupa. Como ciudadano, a veces, tengo mis dudas al respecto. Porque la literatura se construye, sobre todo, con palabras, y las palabras son tan subjetivas, según dónde caigan, tienen su propia identidad, su propio peso. Cuando escribo empujan mi estilógrafo hasta el final de la página (escribo a mano y corrijo en una computadora), ponen en movimiento mi conciencia y me jalan de la lengua, porque son las palabras las que crean a los personajes y las que dan identidad a mi ciudad, y mucho más. 


EN TU NOVELA JARDÍN CAPELO HACES UN GUIÑO A LA NOVELA GÓTICA, HAY UNA MEZCLA DE GÉNEROS…  
Efectivamente, en Jardín Capelo aparece Saturnino Collaguazo, un indio de la Amazonía. Algunos cuestionaron la “verosimilitud” indígena del personaje, sobre todo en el terreno del erotismo y de cuestiones de tipo antropológico, olvidando que era una novela y que estaban ante una ficción. Al escribir sobre él no me inspiré (si es que cabe el término) en la vida de ningún indio del Ecuador, sino en los guardianes de algunas tumbas de las novelas góticas inglesas y alemanas.


ALGUNA VEZ DIJISTE QUE LOS ESCRITORES TIENEN “UNA RELACIÓN CONFLICTIVA Y DUDOSA CON LA LENGUA”, ¿ESTA RELACIÓN QUÉ PESO TIENE EN TU OBRA?   
Como escritor y soñador de ficciones, me gusta creer que soy un aventurero empedernido, alucinado, no tanto por las historias que he debido contar, sino por el hábito contagioso, agónico, de estar cada día en contacto con las palabras y de dialogar y aferrarme como un adicto a la lengua. No obstante, no deja de causarme asombro la sensación de impotencia y a la vez de enajenación que las palabras producen en un escritor. Por eso he mantenido una relación esencialmente impura con ella.


SIEMPRE HAS DEFENDIDO EL HECHO DE QUE UN ESCRITOR, MÁS ALLÁ DE LA GEOGRAFÍA, PUEDA CONSTRUIR SU PROPIA VOZ, SU ESTILO PERSONAL…  
Voy a repetir lo que ya dije en Barcelona durante las jornadas de Fet América. Pienso que la idea de estilo es muy flexible. Es probable que incluso sea anticuada. Por el momento no encuentro otro término para expresar una serie de elementos que hace tan personal y única la obra de un escritor. Un estilo nunca aparece por generación espontánea. Más bien forma parte de un proceso, de una evolución y de un descubrimiento, en el que intervienen muchas cosas. Pero sobre todo es una actitud frente a la lengua, un punto de vista, una elección, una forma de presentar o modelar un personaje o describir una situación. Por último constituye una sintaxis que transforma el conjunto de una narración. O para decirlo de otra manera, el estilo es “la marca de fábrica” de un escritor. 


EN EL ECUADOR, EN LA DÉCADA DE LOS TREINTA HUBO UN INTERESANTE GRUPO DE ESCRITORES, PABLO PALACIO, HUMBERTO SALVADOR, JOSÉ DE LA CUADRA, ENTRE OTROS, ¿QUÉ PASÓ DESPUÉS, POR QUÉ HEMOS DEVENIDO EN LO QUE TÚ MISMO HAS LLAMADO “EL SÍNDROME DE LOS INVISIBLES”? 
Tirando un poco la cuerda del humor creo que se podría argumentar que la invisibilidad es una táctica contra la mediocridad. 


¿CÓMO DEFINIRÍAS TU UNIVERSO LITERARIO?  
Digamos que toda mi obra, entre muchas otras apuestas, está levantada sobre mapas literarios de otros escritores. En algunos casos hay un trabajo de interpretación, incluso de reescritura. Pero lo más significativo es que a veces he logrado que se colara a través del ojo de la cerradura algo del propio Vásconez. Un universo construido como un homenaje a Kafka, en El viajero de Praga. A Onetti y Faulkner, enLa sombra del apostador, aunque también he homenajeado a Céline, a Nabokov y Le Carré. En algunas ocasiones, los homenajes son evidentes, como en los relatos de Invitados de honor. En otros, son más difíciles de localizar. Así pues, he modelado una poética del ocultamiento a partir de invasiones, superposiciones y recreaciones, utilizando con plena libertad distintos géneros, y he cavado obstinadamente como un topo en la obra de otros escritores, con la idea de salir transformado de esta aventura.


EN TUS CUENTOS, INCLUSO MÁS QUE EN TUS NOVELAS, SE INTUYE UN MATERIAL QUE, POR FUERA DEL PROPIO TEXTO, PARECE QUE LATE CON VIDA. EN LOS MÁRGENES DE ESTOS CUENTOS, EN LO QUE NO ESTÁ ESCRITO, YACE EL VERDADERO SECRETO…   
En los cuentos, más que en cualquier novela, el secreto constituye un detonante y funciona muy bien. Una novela es una construcción, una obra de ingeniería. Es un entramado de personajes, cada cual con su drama a cuestas, con sus sentimientos. La novela tiene sus deudas con otros géneros y, sin lugar a dudas, está muy lejos de la limpieza del cuento. En cambio, el cuento es como un resplandor, una fábula. Aletea igual que una libélula antes de convertirse en mariposa, es más intelectual. La novela es una especie de “tratado” sobre la vida de los hombres.

EN INVITADOS DE HONOR PARECES CUMPLIR CON TU OBSESIÓN DE VINCULARTE CON VARIOS MUNDOS, Y SOBREMANERA CON EL LITERARIO.   En 2009, la editorial Veintisieteletras de España publicó casi todos mis cuentos bajo el título Estación de lluvia, con prólogo del escritor argentino Horacio Vázquez Rial. Allí se encuentran los cuentos del libro que mencionas. Invité a algunos escritores que han tenido una gran importancia en mi vida a venir a esta línea literariamente invisible que es Ecuador. Los invité a hacer un viaje como un juego contra el aislamiento literario en que vivía. En cada cuento se habla de un escritor y en cada uno de ellos se narra, por distintos motivos, su llegada a la ciudad de Quito. Los escritores son Colette, Faulkner, Nabokov, Kafka y Conrad. Al principio, en la versión original, constaba el nombre de John Le Carré. Ese cuento nunca funcionó, carecía de tensión. Así que lo convertí en una novela de espionaje, El retorno de las moscas. Si elegí a estos escritores fue por razones muy personales, muy difíciles de explicar, para sacármelos de encima y exorcizarlos. Un escritor admirado es como una mosca zumbando en la oreja. Pero ese no fue el caso de Colette a quien nunca la he admirado, sino que la leí para aprender francés cuando vivía en París. Es evidente la ausencia de autores españoles y latinoamericanos en Invitados de honor. Para ellos haría falta otro libro. Por supuesto, no están todos mis escritores admirados. Eso sería imposible.



¿ES POSIBLE ESCRIBIR EN FUNCIÓN DE LO QUE ALGUNOS LLAMAN “HORIZONTES NACIONALES”?   
He nacido en Quito, con las montañas como telón de fondo. Eso me ha impulsado a soñar y a buscar otros horizontes. En el mundo de la literatura, por suerte, rigen otras leyes y hay algunas ventajas. Uno puede ir y venir en total libertad, sin dar explicaciones a nadie. Me habría exasperado quedarme aquí, encerrado con don Jorge Icaza o atrapado en los patios vacíos de Jorge Enrique Adoum. Pero gracias a la literatura he podido desplazarme a Irlanda o a la vieja Inglaterra, de Shakespeare, y he podido atisbar los enigmas de Kafka y los laberintos de Borges. Ir detrás de las mariposas de Nabokov, admirar las frases de Conrad y vivir la noche con Onetti. Y también visitar Islandia siguiendo las huellas de la actual novela negra. Entonces, ¿por qué limitarme, quedándome en casa, si la literatura me ha dado el poder de la ubicuidad?


EN TU CASO, ERES QUIZÁS UNO DE LOS POCOS ESCRITORES PROFESIONALES DEL ECUADOR, ¿CÓMO MIRAS LA RELACIÓN CON EL MUNDO EDITORIAL?  
Comprendo tu punto de vista, pero no me considero un profesional, si por eso se entiende escribir por presiones que no son literarias. En Ecuador no hay escritores profesionales, y quien diga lo contrario, miente. Estamos demasiado lejos de todo, del mercado editorial, de los grandes periódicos y revistas, de ciertos premios y de quienes acaparan la vida literaria en ciudades como Buenos Aires, México, Barcelona y Madrid. En ese sentido, todavía seguimos en la provincia. Aunque los envidio sanamente, no me gusta la idea del escritor profesional. Otra cosa es el oficio. Frente a cada libro yo vuelvo a afilar el lápiz, como un principiante, eso me estimula… y supongo que así debe ser. Cuando empecé La sombra del apostador, a pesar de ya haber escrito El viajero de Praga esa experiencia no me sirvió de nada. Tuve que empezar de cero.


HOY VIVIMOS UNA SUERTE DE LITERATURA ESTÁNDAR, UNA LENGUA NEUTRA; EDITORES INSACIABLES, ESCRITORES GLOBALES  
Las leyes del mercado y de la publicidad distorsionan la visión de las cosas. En definitiva, creo que cada uno de nosotros debería llevar una especie de filtro antes de acceder a la lectura. Todos sabemos que algunas editoriales españolas y catalanas han inventado pésimos escritores españoles, chilenos, argentinos, peruanos y bolivianos, pero a su vez sabemos que muchos de estos escritores llamados comerciales “sostienen”, con sus ventas, a los verdaderos escritores. Eso es parte del juego editorial. Y en el mundo en el que vivimos, los editores buscan publicar lo que más se vende. Sin embargo, pienso que la debilidad del proceso editorial no está allí, sino en quienes exhiben a estos escritores como si fueran maestros, los comentan, traducen y reseñan en los periódicos.


AHORA ESTÁ DE MODA HABLAR DE LA LITERATURA EXTRATERRITORIAL, PERO TÚ, HACE MÁS DE DIEZ AÑOS, YA ESCRIBISTE, EN EL VIAJERO DE PRAGA, UNA HISTORIA SIN FRONTERAS…  
A pesar de estar en su cuarta edición, la última con un prólogo de Juan Villoro, El viajero de Praga sigue siendo un libro raro. Es muy difícil encontrarlo gracias a las fronteras creadas por la deficiente distribución editorial. En la Argentina no se lo encuentra, pese a que la historia de un médico checo que llega a una ciudad como Quito es semejante a la de muchos emigrantes europeos que desembarcaron en Buenos Aires. En los días en que escribí El viajero de Praga me obsesionaba, sobre todo, encontrar el método no solo para desplazar y poner en marcha físicamente al personaje, me refiero al doctor Kronz, sino el hecho de vincular de modo convincente la información cultural procedente de dos mundos tan distintos entre sí. Si examino retrospectivamente el proceso de escritura de El viajero de Praga, me da la impresión de haber pasado por sucesivas pesadillas. Es quizás el hecho de no haber nacido en una tradición rica en novelas, lo que permitió una mayor libertad y modeló el rumbo de mi trabajo. 


¿ESA FUE LA ÚNICA RAZÓN PARA ESCRIBIR EL VIAJERO DE PRAGA?   
Lo escribí, entre otras cosas, porque estaba convencido –ingenuo de mí, desesperado de mí– de que la literatura estaba en otra parte. Y sospechaba que el riesgo también estaba en otra parte. Deseaba escapar del sórdido “huasipungo” literario de la república de las letras ecuatoriana, quería explorar el horizonte y apartarme de toda esa palabrería incoherente, confusa, atestada de mala conciencia denominada indigenismo o mundo andino, esa fantasía de los sociólogos.


EL ESCRITOR, COMO DIJISTE ALGUNA VEZ, “VIVE BAJO EL SIGNO DEL MIEDO”
De reconocida, de vieja tradición en la literatura, el miedo nos estimula, pero también nos paraliza. En mi caso, el miedo se podría apoderar de mi mente hasta hacerme perder el sentido del lenguaje. En mi última novela, La piel del miedo, el miedo es un tema central relacionado con una enfermedad. Porque vivimos en la ignorancia, en la inseguridad, en el miedo que alimenta el amor, la guerra, la incomunicación. En definitiva, el miedo constituye el impulso inicial de la literatura. Sin miedo no habría novelas Y ahora, para terminar, voy a citar libremente a Juan Benet: “El hombre soporta el temor con la misma tolerancia que el conejo. Lo que no soporta es el miedo, pues eso lo convierte en un gusano”. ¿Recuerdas La metamorfosis?


* tomada de la Revista Todavía