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6 jul 2011

ENSAYO 

  LA IMPRONTA IMPRESCINDIBLE DE GONZALO ROJAS


Por: Luis Carlos Mussó
La palabra lírica del poeta  Gonzalo Rojas (Lebu, 1917 – Santiago, 2011) es verbo en que se cumple la premisa de una incursión poderosamente emotiva desde el mundo y hacia el mundo;  y cuyas diversas relaciones y referencias cruzan nuestras conciencias de cabo a rabo en lo concerniente a la metamorfosis. Metamorfosis que da cuenta de la habitabilidad de un horizonte complejo mediante el lenguaje.  No me refiero al conocido comentario de Carlos Fuentes en cuanto al gran arco lírico que empezando con Darío, recorre a Lugones, Huidobro, Neruda, Gorostiza, Vallejo y Lezama Lima hasta llegar a Paz y a nuestro poeta. Quiero decir con esto que hay un evidente esfuerzo por reafirmar esa tradición latinoamericana de tentar y constatar los límites del lenguaje, entendiendo estas lindes como la posibilidad de conmoción, sumada a la ironía cuyo norte es la crítica a los cánones burgueses. Así, estamos ante una obra que reúne las expectativas de la grandeza, en el sentido de las palabras de Kafka  (necesitamos libros que nos duelan), y el de haberse vuelto irrepetible e imprescindible en nuestras letras hispanoamericanas.
Desde la publicación de La miseria del hombre(1948) supo hacerse espacio en las letras hispanoamericanas a través de ese discurso poseedor de una fuerte impronta indagatoria, que buscó sus propios caminos de expresión. La Generación del 38 gozó de la presencia de Rojas, pero también cobijó a voces como las del formidable Eduardo Anguita, Volodia Teitelboim, Gonzalo Drago, Andrés Sabella. No hablamos de un autor preocupado por sus apariciones en papel impreso, pues ha espaciado sus publicaciones –convirtiéndose en un escritor más que en un publicador–. 

Gonzalo Rojas tiene la particularidad de proyectar en sus poemas, aparte de inteligencia expresiva, la fuerza de una pasión desbordante y de clara noción de un campo en  el que los interlocutores juegan y son jugados al mismo tiempo. Esto es, como la línea limítrofe entre universos se allana debido a la palabra, el poeta tiende a abandonar algo de su magisterio, tiende también a imbuirse adrede entre la multitud y devenir una suerte de pieza que calza en las dimensiones de espacio y tiempo –se trata de una voz entre otras voces-.  Sin importar el tiempo en que se pronuncian, estos poemas brindan un testimonio de gran actualidad y con una carga que demuestra un muy contemporáneo cruce de caminos. Contra la muerte es la constatación de los usos del lenguaje metalírico para reafirmar con una gran fuerza su palabra, como en “Al silencio”:


Oh voz, única voz: todo el hueco del mar / todo el hueco del mar no bastaría, / todo el hueco del cielo, / toda la cavidad de la hermosura / no bastaría para contenerte, / y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera, / oh majestad, tú nunca, / tú nunca cesarías de estar en todas partes, / porque te sobra el  tiempo y el ser, única voz, / porque estás y no estás, y casi eres mi Dios, / y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.
Las búsquedas de Rojas se proyectan en las profundidades de lo humano, pero asimismo en las alturas de lo sacro. Pero estas proyecciones suelen ser místicas sin que necesariamente se presente lo religioso, sino más bien lo divino, a la manera de otras voces en Occidente que arañan lo metafísico. Se considera su poesía como una línea discontinua, por supuesto, que tiene su base en la retórica parricida de las vanguardias. Pero es quizá esta versatilidad que hemos mencionado la circunstancia que permite que esta poesía construya puentes con sus lectores en diverso registro y en diferentes parcelas de comunicación. Aunque hay criterios confrontados en cuanto a desde con qué segmento de su obra ganó la seguridad de una obra certera, podríamos afirmar que ya desde Oscuro ofrece esa contundencia.

La textura de estos poemas se pronuncia a través de una actitud enunciativa capaz de fragmentar un espectro en el fraseo para presentar ante sus interlocutores una gama de recursos que van desde la frecuente alusión en dos campos que son pruebas de fuego para el poeta hasta el ahondamiento en las dimensión histórica y la conciencia de la cotidianidad. Las pruebas de fuego son el poema amoroso y el político, que en otras manos pueden convertirse en texto cursi y cartel respectivamente. La autorreferencial es importante, al igual que la indignación ante el deterioro del sistema en los tiempos modernos.      

No sería la misma esta poesía sin el constante cuestionamiento al cosmos en distintos parcelas de convocatoria. El discurso de nuestro poeta, a pesar de tocar lo social y lo político no se sumerge en la retórica vana debido a una sobria –y lúdica, de manera simultánea– interpelación que, aunque también ancla en la sensibilidad y el inconsciente, se dirige primordialmente a la inteligencia de los lectores. No podemos hacer otra cosa que reconocer un extraño saber lírico que se moviliza en atento diálogo con todos los seres del universo.

Pero hay algo más que una constatación de la cotidianidad en estos renglones; me refiero a una voluntad por auscultar, mediante capas progresivas de profundidad, las alturas de aquellos misterios que invitan al género a los espacios de duda e interrogación. Porque Rojas es capaz de combinar los espacios y las dimensiones, al punto de que sintamos los lectores que podemos nacer, crecer, reproducirnos y morir en los primeros tiempos, y al mismo tiempo en los tiempos de hoy. Ahí están, fundidos como en un drama,  el amor y la muerte, guarecidos bajo el complejo nombre de Dios. Dejemos que hable el poeta en “¿Qué se ama cuando se ama?”:

¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la terrible de la vida / o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué es eso: amor? // ¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer no hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo, repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces de eternidad visible? / Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra de ir y venir entre ellas ir las calles, de no poder amar trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una, a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.
 
¿Qué es Dios para esta voz, sino el alto horizonte que pretende a través de la religión homogenizar a todos como los demás metarrelatos sean éstos la política, la empresa, etc.?;  El más inocente y peligroso de los juegos se empalma con los de su especie. Recordamos también “Contra la muerte”:

Me arranco las visiones y me arranco los ojos cada día que pasa / No quiero ver, ¡no puedo! ver morir a los hombres cada día / Prefiero ser de piedra, estar oscuro, a soportar el asco de ablandarme por dentro y sonreír a diestra y a siniestra con tal de prosperar en mi negocio // Dios no me sirve. Nadie me sirve para nada. / Pero respiro, y como, y hasta duermo / pensando que me faltan unos diez o veinte años para irme de bruces, como todos, a dormir en dos metros de cemento allá abajo. // Me hablan del Dios o me hablan de la Historia. Me río / de ir a buscar tan lejos la explicación del hambre / que me devora, el hambre de vivir como el sol / en la gracia del aire, eternamente.
La muerte es otro de los nódulos homogenizadores de los seres humanos. Pero G. Rojas, lejos de aplicar de lleno los tópicos de la retórica preceptiva, renuncia a buscar la fácil orilla. Nos convence, entonces, la ética de esta honda palabra. Su alegato es incuestionable por valiente y por frontal. En cuanto a esta última característica, el coloquial ha resultado ser el tono fresco al que se ha volcado este espíritu inquieto en sus confesas obsesiones por expandir, como las ondas de la dinamita, la vocación semántica de las palabras.

La poesía, según la perspectiva del poeta chileno, es el lugar de la respuesta a la debacle del mundo, y que por alguna razón, misteriosa asimismo, convoca lo objetivamente concreto y la indagación cósmica. Con su voz se afianza un segmento de la poesía hispanoamericana entera. Queda para la lectura. Queda para la reflexión. Queda para su goce estético.  



Texto pronunciado durante el Tributo a Gonzalo Rojas - Museo Presley Norton - 1ero de Julio del 2011