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22 ene 2013



Por Gabriela Vargas Aguirre 


¿Cómo reunir a dos autores tan disimiles, pero contemporáneos, bajo un título que contiene términos tan amplios y que encierran diversas concepciones como “libertad” y “espíritu”? 

Escritos en épocas no muy lejanas y en contextos muy diferentes, Antonin Artaud y Paúl Valéry, dos figuras señeras de la poesía contemporánea, dos figuras antagónicas de la cultura francesa, se dan cita en este texto, que en su aparente conflicto, proporciona una visión restauradora en la medida en que vincula lo polarizado y consigue con los extremos una circularidad reflexiva. 

La libertad del espíritu, aparecido en 1939, nos muestra un Valéry que subraya las restricciones de la libertad dentro de lo social y el valor fluctuante de la misma así como la lucha permanente para preservar los valores inmateriales. Luego, ampliando y adentrándose más en la explicación del término al que quiere llegar nos dice: “Entendemos por espíritu la posibilidad de la necesidad y la energía de distinguir y desarrollar las reflexiones y los actos que no son necesarios para el funcionamiento de nuestro organismo o que no tienden a una mejor economía de ese funcionamiento”. Aclarando así que lo que nos diferencia de los animales son esas necesidades y el valor (haciendo distinción entre los valores de orden espiritual y los valores de orden material) de tener otras búsquedas, otros intercambios que no son básicos ni vitales y que debemos satisfacer por medio de actividades “espirituales” (llamando espiritual a todo lo que es ciencia, arte, filosofía, etcétera...), y no sólo enfocarnos en el valor de nuestro problemas de orden práctico. Estos intercambios, tanto en la vida económica como espiritual encontrarán en sí las nociones de producción y consumo tanto en el mercado de lo interior como de lo exterior; y el alcance y las consecuencias que el hombre pueda llegar a tener según el porcentaje de inversión que tenga en una u otra. 

Posteriormente hace un recuento histórico y señala al espíritu como una actividad colectiva añadida a la identidad de la sociedad, siendo la economía de ésta tan vasta como la diferencia de gustos entre los individuos y señalando “el comercio del espíritu” como el primero de los intercambios comerciales y apuntando las zonas de mayor intercambio comercial como las que mayor riqueza espiritual poseen. Vale esta analogía ya que incluso en tiempos actuales, toda actividad artística requiere de un presupuesto para ser realizada, ya sea este monetario o de otra índole que son manejados por grupos de poder que constantemente interactúan y manipulan al consumidor. 

“Al comienzo fue el verbo, fue necesario que el verbo 
 precediera al acto mismo del comercio. Pero el verbo no es 
 otra cosa que uno de los nombres más precisos de lo que he 
 llamado espíritu” 

El rescate de la libertad del espíritu consiste en estar atentos al manejo del capital del espíritu ya que al tener éste, a diferencia de otros capitales un valor difícilmente cuantificable pero de múltiples fluctuaciones, es de fácil contrabando, con una movilidad increíblemente poderosa para las mafias de la información y la cultura. Idea que nos resulta vigente, sobre todo ahora, con el alcance que tienen las redes sociales de fácil intercambio, metiendo en un mismo tren tanto la información del espíritu que mata y disminuye de forma real la cultura y por ende la libertad, como la que la enriquece y contribuye. 

Por otro lado, En plena noche o el bluff surrealista presentada por el año 1925 (época en la cual Artaud ya está en disputas con el movimiento surrealista por múltiples desacuerdos, más que nada por la adhesión de Bretón y otros al Partido Comunista Francés) nos obliga a replantear y defender, urgentemente, la libertad del espíritu frente a la alienación política e ideológica, la libertad de ser sin pertenecer o dar importancia a la terrible relatividad de cualquier acción humana y los límites de la misma. Cabe regresar y explayarnos aquí en la anécdota, pues el haberse comprometido con los límites propios y no los de la colectividad, fue el principal motivo de desprecio del grupo surrealista hacia Artaud, ya que a éste no le interesaba ver un cambio significativo en la estructura de la sociedad, ni ver pasar el poder de manos de la burguesía a las del proletariado. 

“Lo que les pareció por encima condenable y blasfematorio fue que no quisiera comprometerme sino conmigo mismo acerca de la determinación de mis límites, que exigiera ser dejado libre y dueño de mi propia acción”. 

Cualquier revolución, más aún la surrealista (aunque acepta que en el terreno literario sí hay aportes significativos), que él condenaba de ir contra sus principios de libertad al atarse a un partido político y su revolución dentro del marco de la materia, le importaba poco ya que el seguiría hasta el final de sus días dentro de su ostra dolorosa e incomprendida en la que poco importarían las revoluciones del mundo exterior. 

En plena noche o el bluff surrealista es brillante y egoísta al exponer una dura crítica a la tendencia de aquella época tildándola de inerte e inactiva y, aunque en el texto se siente una profunda desilusión por la ruptura de su amistad con el grupo y no niega la genialidad de los miembros, los acusa de forma implacable llamándolos charlatanes y “revolucionarios que no revolucionan nada”. 

En su desánimo nos dice acerca del surrealismo: 

“El surrealismo para mí siempre ha sido una forma de magia, la liberación del inconsciente que tiene por finalidad hacer aflorar la superficie del alma, debe introducir profundas transformaciones en la escala de las apariencias, en el valor de la significación y en el simbolismo de lo creado”. 

El texto se extiende con Artaud definiéndose dentro de la idea de que un verdadero revolucionario pone siempre por encima el mayor bien que podemos obtener que es el de la libertad individual. Sus escrúpulos referentes a toda acción real quedan marcados por el pesimismo que lo arrastra a la lucidez de la desesperación de los sentidos alterados que se traduce en sus obras. 

Para nuestra suerte, existe un punto de encuentro entre ambos que es el saber que la mayor lucha de un “espíritu libre” es contra sus propios límites, porque el trabajo creativo se extiende al infinito sin dejar respiro en su angustiosa necesidad por alcanzar la perfección.