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29 feb 2012

Por Javier Payeras


Hablaron, pues, consultando entre sí y meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y su pensamiento. 
Popol Vuh, Capítulo Primero 



Como escritor me cuesta mucho separar el texto del gesto artístico. Pienso en una prolongación de la sintaxis. Una simulación adscrita a las palabras. Somos cajas de palabras que tarde o temprano se abren dando una salida para que las voces acumuladas escapen. 
La literatura guatemalteca ha hecho visible esa tensión entre el silencio y la furia. Por una parte porque el silencio nos sobra. Un silencio que se mantiene en la epidermis, pero que nunca llega a permear en lo más profundo de nuestra sensibilidad. Quizá porque los fundamentos de la educación que recibimos se afirman sobre la premisa de que la moral se encuentra muy por encima de cualquier postura ética que nos muestre como individuos y no como meros reproductores de un discurso socialmente correcto, donde nuestros juicios en cuanto a temas como la familia, la política y la simbología nacionalista, son incuestionables. De esa manera las enormes escisiones sociales y políticas han dado como resultado un país fragmentado, muy dado a la censura y a la apatía. Las muy duras condiciones de sobrevivencia y las cicatrices de una historia cargada de impunidad, discriminación y violencia han sido determinantes para que el restallido creativo esté en vía contraria al status quo que simplifica temas como la memoria histórica o legitima el racismo, el machismo o la violencia. De eso que en las épocas donde se han recrudecido estos conflictos, la respuesta inmediata del artista sea una obra incisiva y crítica que abre la brecha para que generaciones venideras sigan transitando en la reflexión que nos propone. 

El acto poético en Guatemala ha tomado cuerpo fuera del texto desde la década del sesenta. Me parece que se trata de un discurso continuo. Un texto que sigue inconcluso y que desde entonces no ha terminado por definirse. Las propuestas literarias acompañaron el trabajo de artistas visuales que por ese mismo tiempo explorarían todas las posibilidades de un lenguaje contemporáneo que enunciara la compleja situación que afronta el guatemalteco ante sí mismo y ante su propio aislamiento frente al mundo. 

La presencia de artistas fundamentales como Roberto Cabrera, Margarita Azurdia y Luís Díaz comienzan a definir esa habla que surge luego de la frustración del sueño revolucionario y la vuelta al autoritarismo. En medio de la lucha armada y con la sobre-ideologización del arte tanto por la izquierda como por la derecha, estos artistas mantuvieron siempre una postura que apuntaba hacia el “individuo guatemalteco” sin que por ello su postura fuese menos beligerante que la de aquellos que desde el inicio abanderaron una consigna política sin matices y, muchas veces, simplificada en un discurso sin contradicciones. Cabrera, Azurdia y Díaz, lo mismo que Grupo Vértebra iniciaron la búsqueda de esa habla como una forma de resistencia; de eso que sea posible trazar una línea paralela entre el grupo Vértebra y el grupo Nuevo Signo o la obra de Marco Antonio Flores, en cuanto a la ebullición de una revolución pensada desde la cultura y no necesariamente de las armas o la apología machista-militarista a ultranza. 

La continuidad de esas “hablas” tiene poéticas expuestas en la multiplicidad que surgiría posteriormente, en la década del 70. La resistencia y el enfrentamiento de clase, se transforman en crítica a los paradigmas revolucionarios masculinizados abanderados por una, a todas luces, retórica militar absolutamente machista. La ruptura viene con la literatura que, desde la academia o la organización cultural, establecen escritoras como Luz Méndez, Margarita Carrera, Ana María Rodas, Carmen Matute y Delia Quiñónez. La influencia de Rodas es fundamental para acompañar propuestas afianzadas dentro de una nueva redefinición figurativa de esas contradicciones culturales que comienzan a subrayarse desde finales del setenta y que tendría una importante cercanía con lo que luego se convertiría en el grupo Imaginaria. El grupo Imaginaria irrumpe en las décadas del ochenta y ya para el noventa su aporte fundamental fue el de abrir las márgenes y de fijar un vocabulario contemporáneo en la interpretación visual que hasta entonces no había sido más que una manera de liberar una “vanguardia reprimida” o una experimentación fragmentada e intuitiva. 

2010



LA POLÍTICA KAFKA 

LITERATURA MENOR E IMPOSIBILIDAD DE ESCRIBIR DE OTRA MANERA 

(Breve reflexión sobre la escritura urbana posmoderna en Latinoamérica y su filiación con la literatura menor propuesta por Gilles Deleuze y Felix Guattari)


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Escribir o no escribir
La imposibilidad de escribir y de no escribir, de remedar un lenguaje que es apenas algo, o que lo fue o que lo será.
Escribir en las afueras de algo, en la miseria de algo, en las ruedas de algo.
Transmitir de forma exagerada esas sensibilidades extrañas, devolver, al reverso de la hoja, un insecto, verde, babeante.
Encender una máquina de guerra, sacar de la lata algunos desechos y hacer literatura con desechos; si se aprende algo al escribir es que cualquier esfuerzo es siempre menor, es tan difícil hacerlo, como dejar de hacerlo.
La literatura menor
Litterature mineur es un término que intenta acercarse no a la literatura escrita en un idioma menor, sino literatura que minorías raciales, sexuales o de cualquier tipo hacen dentro de la tradición acordada en una lengua mayor: un latinoamericano, un irlandés o un vasco o un homosexual, un adicto o un desadaptado dentro de la sana tradición y abolengo de una lengua respetable.
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El escritor menor macera una lengua históricamente impuesta, para utilizarla como una máquina de expresión de su deseo.
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Pero aparte de lo que representa el uso del idioma mayor o lengua mayor y el uso de la escritura como caballo de troya para las ideas antipopulares y anárquicas, existe en la literatura menor una actitud que busca abrir espacios.
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En la Política Kafka los espacios de convergencia con el mundo se instalan en sitios reducidos y asfixiantes; donde pugne lo individual con los triángulos de poder; donde el diálogo marque posiciones, no ejemplifique ni moralice con el discurso; donde el individuo no sea un fantasma edípico, sino salga de las zonas reconocibles dentro de las relaciones humanas; donde escribir se convierta en una propuesta política.
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Por otro lado la Literatura Menor adquiere un extraño valor colectivo.
El autor se constituye en una comunidad, en un Joseph K, que no designa a un narrador o a un personaje, sino a un dispositivo-jauría que surge de lo individual a lo colectivo.
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Así, en la L.M. se deshacen nudos sociales y suelen deformarse las relaciones con los “triángulos” de poder…
Deshacer nudos implica romper formas; las “formas” con las que habitualmente se presentan las relaciones entre seres humanos:
Gregorio Samsa termina sus días alejado de todo vínculo con su familia, con su comunidad y con el mundo, sin alcanzar a reconocer esta situación nueva, la metamorfosis, es una liberación sin salida, donde existe el sueño de escape, el sonido hipnótico que da la posibilidad al personaje de huir de su condición, un personaje que parte de su estado “normal” para visitar zonas de extrañeza que le permiten una percepción nueva de lo cotidiano.
En la Carta al padre no existe tal queja, es sólo una salida para desterritorializar al padre, para reducirlo y aplastarlo, llevarlo hasta su propio espacio de deseo.
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Se trata de una política del deseo, una manera de acercarse y abordar a la máquina-escritura desde una línea de fuga que da la posibilidad de deshacer nudos en su relación con los demás, partiendo de la impostura como una clara oposición al poder de la cultura o a la cultura en el poder.
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Pues el canon de cultura es impuesto por el ideal nacional de identidad.
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Las máquinas de expresión y desterritorialización de las literaturas menores desdeñan la Historia de la Literatura, como enunciado; su interés no es cívico, tampoco lírico; no pretenden hacer evocaciones y cantos a la raza; muy al contrario, buscan “agarrar el mundo” como definen Deleuze y Guattari ese anti-lirismo de oposición; se visibilizan en el poder subversivo de la palabra, son políticas –van en línea contraria al poder- y no ideológicas, ya que lo ideológico busca situarse dentro del canon de la cultura y, por supuesto, el poder.
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La literatura menor en la tendencia editorial urbana posmoderna
Las ciudades latinoamericanas crecen sin planeación ni control, condicionadas por el hacinamiento y las migraciones. No es de extrañarse que las literaturas urbanas posmodernas se caractericen por la desterritorialización del ideal del campo, la fascinación por el lenguaje conceptual, mediático o neológico y la deconstrucción del yo.
Difícilmente se puede rastrear en ellas, alguna nostalgia o alguna referencia autoconfesional.
Parecen, más bien, literaturas que se están escribiendo de forma acronológica.
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La filiación de estas literaturas urbanas menores, con el Kafka político de Deleuze y Guattari, es muy estrecha; editoriales independientes y grupos literarios que funcionan como máquinas de guerra, que visibilizan a través del enunciado, del manifiesto, pero sin la intención de reproducir el modelo de la vanguardia clásica, mas bien, personalizando lo que se ha identificado como “escrituras intertextuales”, que buscan abrir líneas de fuga dentro de su contexto, subvirtiéndolo.
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Este “terrorismo literario” se define por el rechazo a “representar” ese lugar común llamado Literatura Nacional ; la irreverencia ante la cultura canónica y la celebración del poder subversivo de la palabra: antidisciplinaria, anti-ideológica y anti-culturosa.
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En las líneas de fuga de estas máquinas de expresión se hallan las características que definen la Política Kafka:
La desterritorialización: funcionan contra una ontología de lo territorial, es común que las influencias más reconocibles sean los escritores esquizos, siempre en conexión con el cinismo, la desfiguración, el humor negro y el pesimismo recurrentes en los conflictos que plantean sus temáticas.
Articulación de lo individual en lo político: rechazan cualquier función puramente individual, deconstruyen el “yo” como mito, se alejan de lo sentimental y lo romántico.
El valor colectivo: toman distancia, incluso, de la concepción “confesional” de la literatura, para adentrarse en el deseo como único sentido de la existencia, en el dispositivo-personaje que reduce la vida a enunciado.
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Literaturas urbanas borderline alejadas de lo “estético” como dimensión fundamental del pensamiento post-estructuralista, adentrándose en la separación “crítica” del poder, los mitos y la ideología; rehuyen a los lugares comunes del canon, a través de un laberinto de relaciones fantasmales con el pasado; partiendo de una literatura que se escriba a sí misma, imposibilitando otra salida, que no sea, su expresión absolutamente menor, indeseable e inocentemente mal intencionada. 

Guatemala, noviembre de 2003




Javier Antonio Payeras (Ciudad de Guatemala, 6 de febrero de 1974), poeta, novelista y ensayista guatemalteco

Es uno de los escritores que surgieron después del conflicto armado interno y forma parte de la llamada "Generación de Posguerra" que tuvo como punto de confluencia la Editorial X.

A partir del año 1998 se incorpora al movimiento emergente llamado Casa Bizarra, un proyecto de artistas jóvenes que introducen un híbrido de corte urbano y manifiesta discomplacencia con las tendencias artísticas comprometidas políticamente durante el conflicto armado interno en Guatemala.

Incansable promotor cultural, fue coordinador del festival Octubre azul en el año 2000, director de la Fundación Colloquia de Arte Contemporáneo y curador del Proyecto Crea del Ministerio de Cultura de Guatemala. Actualmente es uno de los organizadores y gestores culturales más importantes de Centro América.
Fue incluido en el Diccionario de Autores y Críticos Guatemaltecos escrito por Francisco Alejandro Méndez.