RESEÑA
LOS NIÑOS DEL PAÍS SALVAJE: II ENCUENTRO LATINOAMERICANO DE POESÍA “POQUITA FE”
Tanto la infancia como el genio son asesinos de la realidad.Wacquez
Esta no es la crónica de ningún encuentro de poesía latinoamericana, menos el registro de un puñado de lecturas y charlas ocurridas en esa franja imaginaria o en ese cogote de pavo llamado Chile. Esta es una carta de fe que quiere dar constancia de lo que fuera una reunión peligrosa de niños latinoamericanos, hace menos de una semana; donde hermanos mejicanos, argentinos, brasileros, peruanos, uruguayos, colombianos, venezolanos, chilenos y ecuatorianos reconocieron como única patria a la palabra y como único país salvaje e indomable a la poesía. Niños que nos entregamos a los placeres de la lectura, del juego, de la bebida; pero sobre todo a reconocernos, a amarnos y a romper con esa realidad quemimportista que hace mucho transita por nuestros pobres terruños latinoamericanos, obligándonos a pensar que no existe el otro, que no hay prójimo mas allá del que uno mira al espejo.
No podría decir que en Chile hice hermanos, podríamos decir que todos hicimos hermanos de todos los países, o que ya los teníamos, y sólo nos faltaba el apretón y el beso; compartir el mismo plato, el mismo vaso, la misma conversación con el mismo cigarrillo; y que la nostalgia, por el final del encuentro, ha sido tal -hasta hoy- que he visto circular a diario notitas, bromas y fotos por correos generales, que dan fe de esto.
Los recitales, casi siempre rebosantes de público, sucedieron en el SECH (Sociedad de Escritores Chilenos), en la Chascona (Casa de Pablo Neruda), en el Espantagruélico (Bar), en la Universidad de Santiago, etc.
Fueron siete días intensos (cuatro de sol, dos de frío, y uno verdaderamente mojado).
Pero igual, no había noche o mañana en Santiago, frío o calor, (al menos así yo lo veía) siempre estábamos dispuestos a compartir una mesa de chorrillanas, una cerveza rubia aparcándose en los bigotes, y un vino tinto largo y en puntillas bajando directamente para ayudarnos a recostar la felicidad, allí, donde las neuronas se pintan de negro y se echan a dormir en sus hamacas.
Días de furia, de amor (esto no es contradictorio, el amor suele revolcarte y dejarte dormido en los parques), de una profunda amistad y deuda con los organizadores del Encuentro “Poquita Fe” y en general con todos los que atravesamos con tranquilidad el Mapocho, escuchándolo despacito entre las piedras, donde mora el silencio y la poesía. Pensando en qué bueno sería que fuera la vida así para siempre. Así. Una fiesta de niños. Una fiesta gigante. Una fiesta.
E. C.