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8 may 2007

Jorge Jaén, Tardes de santeros y cachineros, 2000, colección particular.

Jorge Jaén, Kalimán, el profeta de un Guayaquil profundo, 2002, colección particular.

ENTRE LAGARTOS, POETAS Y LOCOS
(sobre la pintura de Jorge Jaén)

Por Luis Carlos Mussó


En el Canto III de la Divina Comedia, Dante lee -para nosotros y con nosotros- una inscripción de las puertas del Infierno, ornamentada con grandes letras que sentencian:

Por mí se va a la ciudad doliente;
por mí se va al eternal tormento;
por mí se va tras la maldita gente.

Movió a mi Autor el justiciero aliento:
hízome la divina gobernanza,
el primo amor, el alto pensamiento.

Antes de mí, no hubo jamás crianza,
sino lo eterno; yo por siempre duro:
¡Oh, los que entráis, dejad toda esperanza!

Algo del tono de estos famosísimos tercetos –con correcciones incluidas y sus adenda- se ve en el último ciclo del guayaquileño Jorge Jaén. Producción de sentido; no mera reproducción de experiencias: eso es lo que tenemos ante nuestros ojos con esta nueva producción suya. Estos matices de acrílico sobre lienzo van del ocre y otros tonos cálidos –que predominan- hasta el azul, pasando por el sepia, que siempre nos envuelve con su ensoñación, aire de añoranza y la idea de que el mundo se debate entre el ser y el deber ser –entre la platónica idea de la forma perfecta y la realidad que nos somete y circunda-.
Análogos son el espacio del infierno y el de la cárcel. Análogos, en cuanto a la privación de aquellas circunstancias que nos hacen respirar con desahogo: así como se habla de una canasta alimenticia básica, todos entendemos cuando se habla de un espacio mínimo vital para desenvolvernos. Así, también está el derecho al respeto a la intimidad. Pero el hacinamiento y el desprecio de los demás (sentidos en carne propia) son, en el espíritu del artista, acicate para la producción de mundos paralelos –parecidos y al mismo tiempo distintos a este suelo- y también puntos de partida para la lucha entre la mimesis y la subversión inmanente en toda obra de arte.
Así, Jorge Jaén toca a nuestra infernal puerta con esta propuesta emanada de carne y hueso, pero al mismo tiempo de la reflexión acerca de los elementos que quedan como testimonio de nuestro paso colectivo por la tierra. En este sentido, borde-intersticio-límite-barrote son sinónimos del deslindarse y de la línea divisoria entre libertad y reclusión (esclavitud). Lo problemático es, a la hora de definir nuestro espacio, reconocer con certeza y cada vez con menos dudas en qué lado estamos parados.

Moviliza a Jaén la temática. Ya hemos sido testigos de su trabajo que, con distintas técnicas (desde el collage hasta el grabado) acomete esos decires del borde de la ciudad. Es esa parte de la urbe que no quisiera mencionarse en el discurso público y que, con saludable valentía, el pintor registra. Es, entonces, Jaén, una suerte de cronista urbano no oficial; el contador público que en cada periodo hace el inventario obligado de los debes y de los haberes de Guayaquil; siempre encerrado en otra prisión, la de la dimensión del tiempo.
El mundo sesgado y de la tortura nos inquieta por su aparente novedad. Pero es lo que acontece en el patio trasero de nuestras casas. Cada cuadro cuenta una historia. Pruebas al canto: el autorretrato aparece en algunos de los cuadros de la muestra, como en Doble prisión para un artista, uno de los más logrados, y en el que vemos que la seguridad individual puede-y debe, por momentos- ser reducida a un pequeño espacio: un catre, un banco de mínimas dimensiones. No está exento del elemento sobrenatural, pues en El justo juez estamos frente al criminal que, debido al pacto con el Maligno, sale bien librado de cada fechoría con la condición del tributo, convertido en una cadena cuyas cuentas son orejas de muchachas estupradas. Y en Macumba tenemos, en cambio, la metamorfosis antropo-zoomorfa. En estos cuadros, sabiamente el espacio es dividido y dosificado; somos convocados a convertirnos en guías de esta prisión y a sentir los barrotes, pues también somos sus prisioneros (aunque algunos de nosotros no demos la talla para la Lagartera, sino apenas para el Pabellón de Atenuados). Convocados también estamos a recorrer sus recovecos, esquinas y corredores. Densos ambientes son presentados con luminosidad y oscuridad certeras. Los rostros y miembros suelen llevar estigmas, parches y cicatrices: rezagos de una existencia lumpesca y de violentas juntas. Aquí, el fetiche es común: el revólver es visto como una herramienta para los negocios y la corbata puede ser una horca perfecta (en Corbateando, por ejemplo). Muestra de los límites también es el ambiente compartido, como una ducha en la que los internos proceden a su aseo, o al patio desde el que se ve a las compañeras de la cárcel de mujeres (como en Visita inesperada). Allí, las visitas femeninas pueden ser las de un travesti glamoroso. Pero también podemos ver los mecanismos de la corrupción, como en Lagarto que come lagarto, lagarto es, cuadro en que el victimario intercambia funciones con la víctima. Los momentos para el placer sencillo (hiato de ingenuidad en el tema escogido) están representados en la comida (La que nunca falta), o en el amor (Sacapintas y Dulces sueños). La visión aguda del pintor nos compromete a ver el mundo desde su perspectiva y con sus ojos, como en Kafkiano, poderoso cuadro en el que como en el caso de Gregorio Samsa, asistimos a la conversión del humano en bicho. En fin, tenemos también la división del cuadro en planos (rostros), que representan el mundo dislocado y segmentado que habitamos.
La celda funciona como metáfora del encierro en nosotros mismos y del aislamiento de posibles interlocutores; es la evocación de un mundo distinto a éste; y la colmena –o conjunto de celdas- es el laberinto donde señorea el monstruo (que paradójicamente, está encerrado en su propio feudo). Producto del hacinamiento, este discurso hace que las voces se fundan en una sola, la que busca libertad. Además, entendemos que las mencionadas ansias por el derecho al respeto de la intimidad no son patrimonio de Jaén ni han afincado en su obra: al contrario, se ha constituido en un impúdico individuo que muestra la impudicia del medio y de la ciudad.
La trayectoria de Jaén se consolida. Tiene el extraño encanto de quien entusiasma y rinde tanto al espíritu crítico como al espectador común, al hombre de la calle. Mencionamos al principio el descenso a los infiernos de Dante y lo comparamos con este secuestrador de imágenes. Nos ha llevado de la mano por el purgatorio y la salvación que conlleva el paraíso queda en cada uno de nosotros. Nos confiesa Jorge a veces, cuando se halla enfrascado en un nuevo proyecto, que le es difícil alterar su estilo. Pero, ¿es que deseamos que lo haga?