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17 mar 2007

JAMES MERRILL
(traducción y cortesía de Juan José Rodríguez)

Nació en New York City en 1926, y creció en Manhattan y Southampton. Asistió al Amherst College. Sus estudios se interrumpieron cuando sirvió al ejército, entre 1944 y 1945. Fue profesor en el Bard College. Su primer libro significativo Primeros Poemas fue publicado en 1951. En 1955 se trasladó al pueblo de Stonington, Connecticut, con su amante, David Jackson. Su primera novela, Seraglio fue publicada en 1957. Dos años después, viajó con Jackson a Atenas, donde vivió una parte de cada año hasta 1979. Su segunda novela, El Cuaderno (Diblos) (1965) fue finalista del Premio Nacional de Novela. Al siguiente año sus Noches y Días ganó el premio Nacional de Poesía. Ganó el premio Bollingen por Encarando los Elementos (1972) y el Premio Pulitzer por Comedias Divinas (1976). Después publicó Mirabell (1978), La Cambiante Luz de Sandover (1982), y el Cuarto Interior (1988). Sirvió como Canciller de la Academia Nortemaricana de Poetas desde 1979 hasta su muerte ocurrida en 1995. Su último libro, Un Puñado de Sales se publicó póstumamente.


LAS MIL Y DOS NOCHES

1/ RIGOR VITAE

Estambul, 21 de marzo, hoy me despierto
con una absurda queja. Todo el lado derecho
de mi rostro rehúsa moverse. Yo debo reír
mirando el descanso de su giro pausado

bajo una doble carga, en tanto su gemelo
se dobla, aunque sensible, estupefacto.
Aquí estoy solo. No bastante­­­­­ a través de la niebla exterior.
Surgen cartas aladas: PAN AMERICAN.

Veinticinco centurias esta ciudad se ha elevado
entre el pasivo oriente y el frenético occidente.
No encuentro razón para estar deprimido;
hay muchas otras cosas que no he podido ver,

como Hagia Sophia. Bebí té, me afeité y me vestí...
Dahin! Dahin!

La Casa de Celestial Sabiduría fue primero
una mezquita y es ahora una flama-
sin vacíos. El ábside,
militantemente dislocado,
aún viste esos verduzcos epaulettes[1]
en los cuales (para ese peregrino que olvida
su Árabe) una caligrafía tan salvaje de dorados látigos
garabateó frunciendo el seño, los fechados
lemas: ¡Dios es mi aflicción!” quizá,
o “¡Bizantino,
vete a casa!”
Sobre ti, el gran domo,
calvicie del mosaico, senil, flotante
en un baño dorado. Su brillo hipnótico
de antigua profusión, de costado a costado,
entre aquel del ábaco y aquel de nebulosas,
ha sido levantado del piso,
el último de numerosos puñados,
por el último visitante dieciochesco.
Tú no quisiste, por una sola vez, pensar para ti mismo,
pero has tenido tu cabeza en alto
demasiados años al interior de cráneos trascendentes
como éste que no siente lo usual, si no un largo
y halagador parentesco. Tú has dejado partir
aprendizaje y fe, como un valor, también has arruinado
tu sensibilidad preciosa. ¿Qué más esperabas?


Afuera, arrancadas, las piedras con cima de turbante
yacen de un flanco al otro. Es como si yo pudiese haber temido.
El edificio, por juventud, desesperado, untó todo
sobre sus excelentes y originales huesos

acres de ocre yeso. Un diagrama
indica cuán profundo en el manto de lodo
la real façade[2] está. Yo quiero mi rostro de regreso.
Un farmaceútico aconseja


El Hamam

Tras la hora de húmedo calor
uno es conducido con majaderías y exhibido
en una celda de mármol y dispuesto
entre mármoles, allí, para la friega y la limpieza,

es envuelto en toallas y una sábana
y se deja elevar a esta tumba inclinada
toda hecha de hojas (ámbar, verdes, rojas)
con un astro de vidrio colgado en la tiniebla,

aquí se sentó uno, borrado por un latir de gemas,
no saborea ningún café, ni un loukoum,
y hacia vigilante que molesta

(o arqueólogo o ladrón)
gravemente se levanta uno con máscara de platino
quieto, empapado, en un signo de vida.


¿Y ahora qué? De vuelta, creo, hacia el pueblo moderno.
A la mitad del puente, un recuerdo
infantil promete desinhibir mi estilo.
Me paro en una luz profunda para tomar apuntes:


En la cima de su muñeca[3], junto a la humedecida y negra seda del cinturón, su abuela tuvo un bien, una burbuja dura y malva desde la cual brotaban tres o cuatro cabellos blancos. Cuán a menudo estuvo él yacente en su regazo y fue adormecido a un ritmo que hizo fácilmente que el mundo entero sea luego –el destello amarillento de un anillo marcando su límite exterior, mientras, en el plano primero, silueteado como la mezquita de Solimán el magnífico, misa y minaretes sentidos por algún durmiente, caído en la cubierta de su atracado caïque, ese hito principal como ascenso y caída distinguió, de cualquier otra, su mano amada.

Frío. Un viento ascendente. Una ciudad completa
disuelta por retórica. Y allí afuera, pasado
el espejo del Bósforo, ¿qué costa negra
reflejándonos en la inmovilidad?

De este lado, multitudes, una viga con mágico farol―
belgas en sus bicicletas, amas de casa pelirrojas,
mástiles, gritos y cornejas, soplan en alto, en el aire azul rosa,
el faldón de Ataturk... Eso es como un sueño,

la “muerte-en-vida- y la vida-en-muerte” del Yeats
bizantino; y, si hay tal, por la misma ficha,
solitario en la escena del paseo sonámbulo, tú has despertado
y navegaste por las orillas preparadas más allá de los estrechos.



2/ LA CURA

El doctor recomienda cortisona
diatermine, vitaminas y un montón de cosas.
Funcionaron. En estos meses en Atenas, nadie
preguntó por mi pequeño drama, yo parezco

mi propio amo, de nuevo. Sin embargo, una vez
tú quebraste, ese, tan llamado, espejo del alma,
no lo hiciste de buena gana, si con todo,
se hizo entera. (“Entre el movimiento y el acto

cae la Sombra”―T. S. Eliot.)
Parte de mí ha quedado tan fría y retraída.
El día en que subí al Partenón
su esplendor humano me hizo pensar ¿y qué?

Un mediodía en mayo en el Parque Real,
entre la flora de l’Agneau Mystique
ciprés, mimosa, laurel, palma –un Griego
subió a nombrarlas para mí en su lengua.

Yo le agradecí; él me agradeció, nos sentamos.
Pavos a la zaga, pies duros, grises triturando
no fruta fresca sino amargas naranjas. Conocí el tipo:
excelente, varón, ortodoxo, bronco, sucio

ícono de apetito emplumado sobre los ojos
con un azul eléctrico de días que no volverán.
Mi amigo, con tiempo suficiente para matar,
preguntó el costo de autos en el Paraíso.

Por lo cual él habló de mi país, pues en el suyo
el extranjero es un dios enmascarado.
Fallando al actuar esa parte, estoy asustado
yo no fui tampoco humano —ah, ¿quién lo es?

Él es, o fue; tuvo hermanos y esposa;
manejó un camión, el pasado viernes quebrantó su cuello
contra un árbol. No tenemos modo para ver
tales migraciones de cabeza por fuera de la vida.

Intentar, supongo, deberíamos, como hasta dijo Válery,
y dijo más rotundamente de lo que yo diré —
girando tapas al cerrarlas, bajo el sol de agosto, y todo
como ficciones de neón (ámbar, verdes, rojas)

de incomunicable energía
como en mi ciego despertar, y en un parpadeo
desvanecerse, y fueron el rastro más claro, pienso,
de lo qué he sido, soy, y pudiera ser.



3/ CARNAVALES

Tres buenos amigos por muchos meses se han quejado,
“Tú eras lindo, James, antes de tu viaje. O eso
yo pensaba. Pero tú has cambiado. Yo sé, yo sé,
la gente cambia. Bien, estoy sorprendido, estoy adolorido.”

Antes de que ellos desapareciesen por la noche
de la que hablaban, yo hice un intento mascullando
promesas que no dicen nada exactamente.
Y nunca oculté mi cara. Para ellos estábamos bien.

Éstos no fueron mis amigos, ¿qué más hay? La juventud explicaría
parte de eso. Yo he guardado en algún sitio cierta página
escrita a los dieciséis, para mí, para cuando mi edad se doblase,
tener a quien acusar de haberse convertido

en el vano, frívolo, insensible monstruo que soy ahora—
escucharlos hablando—y exhortándome a rememorar
la luz de los astros sobre una noche del otoño tardío
en 1943, y el paseo con M,

en cuya presencia, morir, pareció el bien más elevado.
Conocí a M y a su nueva esposa el último año.
Lamentamos las atmósferas manchadas de la guerra fría
desde un mesa esquinera. Se entendió

que nuestra guerra llegó al fin. Hicimos paces
con cada cosa. Las cabezas de animales
observaron clemencia en las paredes tejidas con terciopelo.
Grandes flujos de durazno limpiaron nuestros labios de grasa.

Luego L—ella dijo “Seamos amigos” y su imagen clara
regresó escéptica. Yo tengo un montón
de amigos. Yo quise amor, si el amor es la palabra
sobre la espina manchada del extraviado libro.

¡Mil y una noches! Ellos fueron grotescos
disolviendo la grasa[4] de mi pesca, yo encendí
el pabilo húmedo de aceite, luego no se pudo mirar más.
Mañanas, un filme negro en el escritorio descansa.

...Donde sólo una semana antes, yo pensé ahondar
en las imágenes de aquellos años, en una Cubierta Plana.
Algún verso ligero ocurrió como observé luego:


Postales de Hamburgo, Circa 1912

El bostezo del ocelote, una desvergüenza
sepia oscura en la cofia de la monja para picar talones,
ella acaricia su manillar y se arrodilla,
para hacer por ella, lo que un enano hace por él.
Las propiedades son desoladoras,

son, tú podrías decirlo, asexuadas
por uso. Un diván cubierto con un manto,
un desinflado Matusalén de Krug
aparece escena tras escena. El próximo
lo muestra con su músculo doblado

en resurrección desde sus ropas íntimas,
ganando un inframundo para ser surcado.
Él conduce sus cuasi tobillos—como una carretilla.
El enano ha salido por un soplo de aire,
dejando el par monstruoso.

¿Quiénes son ellos? ¿Qué transporta su farsa?
¿Hacedor y Musa? ¿Muñeca y Demonio?
“Todas las actitudes son simbólicas”—Hofmannsthal.
Aquí está el enano de vuelta y sus compinches... ¡Oh, yo digo!

En tiempo, en dolor, desaprendió sus trucos
sólo el cuidante oculto de los lentes
pudo estar todavía cazando especímenes
desde su sola batisfera hundida en la Estigia.
El reloj de St. Pauli dio las seis;

suspirando, “La muerte del pecado es un salario,”
él pagó sus modelos, ofertó luego vestido y fue,
un pez de tierra una vez más, incógnito
en descenso abarrotando bulevares, las contagiosa-
mente fáciles, estaciones finales,

esquivado incluso por el fiel, uno de quienes
(malhumorado y grande Tío Alastair)
trajo al pensamiento estas efigies y toscamente guardaría
su doctrina inconfesada, podemos asumir,
en su tumba del descaro.


Encontramos luego postales, tras su divorcio,
yo y Tía Alicia. Ella se enrojeció con vergüenza,
luego palideció y se puso pensativa. “Ah, todos son lo mismo—
los hombres, digo.” Una pausa. “No tú, por supuesto.”

y luego: “Vamos a quemarlas. Enciende el fuego.” Yo requerí,
mientras tanto, haber metido unas pocas en mi camisa.
Yo paso la noche rememorando con dedos
expertos–pero esa fase no demanda ser discutida...



“El alma, que en la infancia no pudo ser contada desde el cuerpo, vino con la edad a parecerse a un cuerpo que no se tiene más, cuyos transportes fueron lejos, más allá de lo que ocurre, ahora, por la sensación. Con la ironía hecha a un lado, el libertino estuvo ‘en busca de su alma’; en la noche, él trabajó para recuperar esos alojamientos de fuego... Igualmente, sobre el cuerpo maduro de la tierra, nosotros inflingimos una riqueza de experiencia tremenda—drogas, taladros, bombardeos, ¿con qué efecto? Un rancio frisson[5], un gasto de recursos del todo análogo al nuestro. Calamidades naturales (tumor y apoplejía no menos que inundación y volcán) pueden, al fin, ser aclamados como apoyos positivos, perversos si tú quieres, tan vitales en la vieja muchacha todavía.”

―GERMAINE NAHMAN



“...encarada con tan constante pleito. Cynthia tendría que pellizcarse a sí misma para rebautizar como calurosa y hondamente esos dos hicieron, de hecho, amor el uno al otro.”

―A. H. CLARENDON, Las Hermanas de Psique



Amor. Calor. Al fin, puño de luz solar
golpeando enfático en el golfo. Gemidos altos
desde tu barca blanca: ¡El corazón prevalece!
¡Se afirma! ¡Simple decencia conduce la ráfaga!―
Frases que, rápidamente huelen sangre, ocultas
como tiburones en un estilo transparente de luz y oscuridad.

Los labios aparte. La pluma tiembla. Tú flotas
sobre el aliento, que refleja lo más hondo.
El pasado retrocede y parpadea y cae dormido.
El miedo es indigno, dicen, las estrellas por rutina;
¿qué destinos tuyos nunca fueron dignos
hasta ahora?, dijo la proa resistente.

Oh rozador de volúmenes
de azul profundo, con razón y rima, una vez
las mallas fosforescentes se aflojan
y los objetos de tu búsqueda se deslizan ahora,
tú casi puedes dominar una frente que sube,
una delgada, negra aurora, por sobre el horizonte.

Excepto que en este virgen hemisferio
una ciudad te llama—torres, tambores, campanas, caracolas,
tañiendo cada año suntuosas despedidas
a la carne. Entre los bailarines del malecón
planea una figura en un traje de huesos,
cuya gracia salvaje alerta a los chaperones.

Él te identifica a millas de distancia. Él quizá
no intentaría travesuras. Todavía los marrones ojos
en el rostro de tiza que se contrae y se queja,
te perforan con los ojos de esos tres amigos.
La máscara comienza a fundirse sobre el rostro.
Un silencio ha caído en el mercado,
y ahora la aventura extensa

debe esperar.
Estoy cansado, es tarde ya en la noche.

Mañana, si a mí es ofrecido conquistar
un antiguo recelo en imaginarias escenas,
escenas no vividas todavía en mí, unas líneas finales
yacerán en la página y el entero recorrido junto al ancla.

Estoy en casa, por supuesto. Es invierno.
nieve real llena el camino. En la cama no hecha
de latón, yace mi adorada Scheherazade,
casi dormida, su faldón moviéndose al ritmo de la banda
que toca un calipso disonante, caliente y vaporoso.

El viento ha muerto. ¿Dónde estaría yo
si no aquí? ¡Hay tan pequeño oeste para ver!
Amigos perdidos, mis pasados

viajes, yo bendigo tus doloridos miembros
y tu boca besada, rostro bronceado y cubierto,
una tierra levanta, un texto no minado enteramente
por fluidos pasajes de metáfora.



4

Ahora si la clase volverá a ésta, aquí,
la parte primera del poema―Estambul―yo tomaré
un breve tiempo, necesario para marcar
algunos puntos breves. Y entonces. Los cuartetos

de áspero pentámetro ofrecen, tú observarás, tres
interpolaciones, en prosa tanto como en verso.
¿Entra eso -atraviesa- como cada cambio invoca
una mente, un cuerpo, un alma (o memoria)?

¿Lo hace? Bueno. No, no puedo decir bruscamente
por qué así sería. Hallo eso vagamente satisfactorio―
Sí, ¿por favor? ¿El poeta cita demasiado? Hum. Ésa es
una forma de ponerlo. ¿Puede no haber planeado él,

con su modesto y propio esfuerzo, ser visto
contra el patrón de lo “ciertamente grande”
¿(En frase de Spender)? Temiendo exagerar,
Él los deja hacer eso―deja sus palabras, quiero decir,

se realza―¿Sí, y ahora qué? Ah. ¿Cómo y cuándo
él “afirmó” por qué, constantemente? Y cómo más
sino en la forma. Forma es lo que se afirma. Está bien
dicho, si lo hago―[Campanas suenan] Vamos caballeros.



5

Y cuando la extensa aventura alcanza su final,
miro al Sultán en un vidrio, envejecido, mientras
ella, su justa esposa todavía, todos sus cuentos ya contados,
sonríe a él, tan acariciadora. “ O mi más querido amigo,”

dijo ella, “y señor el amo desde el primero,
libérame ahora. Refrescaría tu sirviente
su alma en esa fuente fría que la carne ignora. Esto
concédeme, pues estoy yo deshecha por la sed.”

y él: “pero soy yo quien es tu esclavo.
Libérame, te ruego, iré en busca de joyas
no bordadas por tu alta y suave voz,
a lo largo de ese pedregoso camino que allanan los sentidos.”

Lloraron ellos, luego tiernamente se abrazaron y siguieron
sus caminos. Ella y sus ficciones fueron pronto una.
Él durmió durante la lunada y despertó bajo un sol cegador,
ya muy tarde para preguntar lo que el cuento había dicho.




[1] En Francés: charretera.
[2] En francés: rostro.
[3] Se refiere a la muñeca de la mano.
[4] La palabra original es Blubber que, como sustantivo quiere decir grasa de ballena, pero como verbo intransitivo significa llorar a lágrima viva.
[5] En francés: escalofrío.