Estadísticas de Acceso
Con tecnología de Blogger.

Archivo del Blog

2 dic 2009

Eventos
Charly en Guayaquil:Una crónica muy personal.
Colaboracion especial: Daniel Ampuero Velasquez 
Y sí, dirán que está viejo, dirán que está gordo, que está poco lúcido, muy tranquilo para ser él. Y sí, dirán que extrañan sus arrebatos, sus amplificadores destrozados, su pene afuera, sus desplantes, su incoherencia. Pero lo cierto es que el Charly García que se presentó la noche del jueves 26 de septiembre del 2009 en el estadio Alberto Spencer de Guayaquil, demolió todos estos prejuicios ya no con el martillo de su locura sino con el de su genialidad. Lástima que el Puerto Principal no le respondió y demostró una vez más que no es esa “ciudad del rock” que muchos desearíamos y que sí es Quito, donde fueron cinco veces, seis veces más la cantidad de público a ver al mítico argentino. “¡Guayaquil vale verga!”, gritaba un fanático al mirar las tribunas vacías y los amplios espacios sin ocupar en la zona de cancha. “Ojalá no se decepcione y le dé algún arrebato, y no toque”, decía otra asistente. Pero yo confiaba en Charly, sobre todo porque conozco que la medicación que toma para suprimir sus deseos de droga lo ponen en un dato “todo bien” (viendo caritas felices en todos lados como Lisa Simpson), y que no le importaría tocar ante 2, 3 o 100 guayacos. La emoción se sentía en el ambiente, por todos lados caras de ansiedad como quien espera la llegada de un viejo amigo en el aeropuerto. “¿Estás tan excitado como yo?”. Yo sí.
Abrazado de un vaso de ron y amigos nuevos, gente hermanada por el vicio de Charly, esperamos su salida. Y ahí estaba, alto, robusto, sonriente y el bigote bicolor: de inmediato mi mente se fue a todas aquellas reuniones, guitarreadas y chupas en las que cantamos su música, la de Sui, la de Serú, la de Charly, nuevas y viejas canciones que estaban por venir. Euforia total. Saludó gentilmente y se sentó en su negro piano de cola. “¿Empezamos?”, dijo, y arrancaron los acordes frenéticos de El amor espera, que llevaron a la gente al delirio. “Yo hago el muerto para ver quién me llora, para ver quién me ha usado. Yo me hago el diablo porque sabe más por viejo que lo que aprende por diablo”. Acá Charly demuestra cómo sus canciones nos han contado más de su propia vida que la mejor autobiografía: pensábamos que moriría tras su desequilibrio del año pasado y miles, millones de fans estábamos pendientes de su destino. Y lo de diablo, bue… Un guiño es sufi.
El sonido no estuvo impecable como a él le gustaría, pero pareció no importarle. Mejor que no le importó, porque a un oído absoluto como el de Charly no se le escapa un acorde malo, una cuerda floja, y antes era capaz de mandar a 40 mil fanáticos a la mierda desde el primer guitarrazo (recuerden Quito). Ahora no, se adaptó todo bien y superó con buen genio el mal audio. Siguieron Cerca de la revolución, Chipi Chipi, Fanky… las gargantas empezaban a enronquecer: “No voy a parar, yo no tengo dudas. No voy a bajar, déjalo que suba”. Y nadie quería parar, hijueputa, ni para tomarse un respiro entre rola y rola. De pronto la gente que estaba en cancha apareció en Charly Box, los que estaban en tribuna aparecieron en cancha y se armó un grupo considerable para escuchar al maestro (esto, debido a la rebaja impresionante de las entradas ante la poca asistencia; Charly Box, de $140 a $10 unos minutos antes del show).

El viejo estuvo adorable, completamente. Pasó de ser ese energúmeno terrible que puteaba a diestra y siniestra a ser un señor en todo el sentido de la palabra, impecablemente vestido, peinado, pegándose unos pasitos de baile cómicos, gesticulando con las manos (una amiga querida dice que parecía cantante de boleros). Pero daban ganas de abrazarlo como a un abuelo chocho, a ese que te regala canciones inmortales en lugar de caramelos los domingos. Y estaba la familia completa: Hilda Lizarazu, grande en los coros, más de una vez le robó el show a Charly y se apropió de sus tonadas con su voz inspirada; el ‘Zorrito’ Quinteros, su tocayo Carlos García, el ‘Negro’, más los tres chilenos que acompañan a Charly en esta gira, todos, simplemente grandes, dignos.
Ya para Hija de la lágrima me encontraba en un estado de trance, extrañamente no ocasionado por ninguna sustancia química (bueh…), y todo empezó a moverse en cámara lenta: los sudorosos fans agitando sus camisas por los aires, las chicas en los hombros de sus chicos gritando a todo pulmón, los vasos de licor corriendo de mano en mano, y Charly. En una ocasión onírica, estaba yo saltando con todas mis fuerzas, apretujado contra la baranda de seguridad, y gritándole “Charly, maestro”. Me miró de reojo, sonrió y se tocó la sien como diciendo “pero vos estás loco, che”; ahí, en ese breve momento, sentí que toda mi vida había valido la pena, y caí sumido en un trance del que sólo me sacaron las canciones siguientes.
Demoliendo hoteles, Promesas sobre el bidet, Adela en el carrousel (Ten piedad, no seas así, no le des patadas a los locos. Ten piedad no seas así, voy desvaneciendo sin tu amor) como para descansar, y luego se incorporó el gigante para entonar Rezo por Vos, quizás la más cantada, la más gritada, la más sentida de la noche. Luego, la bellísima Canción de dos por tres (Las pálidas figuras se acercaron hasta mí. Mi mente tuvo dudas y fingí que ya las vi), el himno Demoliendo hoteles, y de ahí pensábamos todos que se iría. No así, pues viejo, no con una pica que llenaba cada asiento, cada centímetro vacío del estadio Modelo.
“Olé, olé, olé, Charly, Charly”. Las poco más de 2500 voces se hicieron una en este cántico, y al ratito volvió a escena. No me dejan salir, Buscando un símbolo de paz (N. del A.: Perfecta en un momento perfecto), Llorando en el espejo, Me siento mucho mejor y Raros peinados nuevos, un trip fantástico hacia el pasado, para dar paso luego a lo más nuevo, lo de Influencia, también cantado con locura. “Puedo ver y decir, puedo ver y decir y sentir, algo ha cambiado… para mí no es extraño”, dice el tema homónimo del disco, al que siguió Tu vicio: “Y cuando estés masturbando a la nena en un hotel en Pinamar, no te hagas problemas, no vale la pena, alguien en el mundo nunca te va a dejar”. Qué se puede decir de esto… tenías que haber estado ahí, nada más.

Charly estaba cansado, pobre, se le notaba en la mirada y en cómo fue perdiendo la energía con el paso de las canciones. Por eso decidió cerrar, anunciando su canción más nueva Deberías saber porqué, que no fue tan coreada pero igualmente disfrutada con orgullo por ser su tema post-drogas (“parece que no le fue como a Clapton, que dejó la coca y la heroína, y su música valió verga”, decía un pana entre risas). Ahora sí, parecía el final al darnos la espalda. Pero no, “una más y no jodemos más”, “quince más y no jodemos más”… “mil más, y no jodemos más”. Pero sólo hizo caso a la primera arenga, y con Rock and Roll Yo, cerró este impresionante show con sus músicos y él abrazados en uno sólo, haciéndole una merecida venia al escaso pero intenso público que los seguimos esa noche. ¡Aguante, Charly!
P.D.: Crónica de la tocada post en Diva Nicotina no me pidan, porque no me enteré a tiempo y pelotudamente no fui. Lástima…