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8 dic 2009

EL ENEMIGO EN CASA
(Aproximación a dos cuentos de Walter Jimbo)


Colaboración especial : Carlos Luis Ortiz M.

Una narración surge de la necesidad de testimoniar un episodio de nuestras vidas que, posteriormente se ha visto alimentado y hasta cierto punto amortiguado por el amplio paraíso de la ficción. Se escribe y se cuenta a partir de las bondades de la memoria, tomando elementos de cada uno de los imperios que ella levanta. Se la bifurca, se la hibridiza, se la habita desde un presente en el cual adoptamos la noción de fragmentos.

El escritor está dividido, lima los barrotes del pasado. Sale de él, retorna en espiral sin captar la diferencia entre los puntos cardinales, a cuestas con la edad que decrece hacia la inocencia, lugar al que deberíamos acudir todos, a pesar de haber perdido el camino de regreso. Me aproximo a dos relatos de un breve, pero intenso libro de Walter Jimbo (Macará – 1973), titulado El enemigo en casa, perteneciente a la colección Premio Nacional de Literatura 2008 del Ministerio de Cultura del Ecuador, no sin antes citar a Francisco Umbral, donde parece condensar la intensión de una misiva, de la que ya se encargará de responder el silencio: “El escritor, el amigo. La sangre del escritor es tiempo” .

El enemigo en casa tiene la suerte de tríptico: Ecos de la trampa, Paraíso enfermo y Tambores del silencio, conformando un total de 15 relatos, en los cuales escasean los diálogos formales, dejando al lector elaborar una conversación con él mismo, un intercambio de palabras que trascienden más allá de los personajes, que aparecen como una evocación del narrador, quien habla detrás de una malla, con la acertada distorsión de un lirismo que acompaña a la composición de principio a fin.

El libro elabora un constante juego de ausencias, extiende un letargo donde se compactan los seres queridos, las cosas perdidas, la infancia plagiada. Cuentos desarrollados con la sutileza de la poesía, de la que parece no desprenderse el autor, sin perder en ningún momento la noción del cuento, como género exacto y difícil. Walter Jimbo no resiente de la tensión ni de la intensidad del género. No se estanca en la mera anécdota, sino que revierte sentimientos universales, que los circunscriben dentro de la condición humana, dicho sea de paso, los relatos del autor son de carácter simbólico y metafórico. ¿Acaso maneras de hacer frente a la soledad?.


En Después del mañana, el narrador no nos sugiere una ciudad con nombre, la historia puede desarrollarse en la sierra como en el trópico. El sentir del relato supera las condiciones climáticas, para ahondar en el vocabulario de lo mudo, del mortal que aprendió a hablarle a las cosas, a encontrarle significado a las otredades. Cito a continuación parte del texto:

Mi padre pasó de largo por el frente de la casa. Yo contaba los pasos que le faltaban para llegar y abrir la puerta, conozco muy bien sus pisadas y por más distancia a la que esté siempre sabré a que hora llega a tal o cual lugar. Soy el único que lo espera. El único que sabe en que momento terminan sus visitas. Solamente los dos vivimos en esta casa oscura y empolvada. Casi no nos vemos las caras, pero por los sonidos que hacemos sabemos muy bien de nuestros movimientos y hasta de nuestros pensamientos


Si bien los textos de Jimbo circundan por el recuerdo, cabe la posibilidad de apartarlos de la noción del hombre posmoderno, del que no quiere ver más allá de lo enmendado por el día a día, de quien reniega del ayer porque lo desconoce y se implanta futuros inexistentes. El narrador, en este caso, es un bohío donde se desmoronan los maderos. Es un cuerpo consciente que muda de piel, o a su vez, que aprendió a vivir entre cortezas, pero cuenta, testimonia, hace flama. Al final, nuevamente los personajes como ánimas.

Mi padre pasó de largo. Fue olfateando el rastro invisible de mi madre. No la va a encontrar. Mi padre la dejó marcharse alguna vez, cuando la vio pasar por el frente de la casa. No la va a encontrar, mi madre es un invento de mi padre. Un pretexto para dejarme solo, con el café servido.

La sutileza de cada una de los textos narrativos, va acompañada del misterio que supone el lenguaje de las cosas. Los objetos adquieren forma a partir de la fuerza con que son nombrados y con la intensidad que el narrador, mediante su estilo, caracterizado por la fusión relato y poesía hacen de la lectura una poética de enajenamiento, de no saber en dónde estamos situados, salvo la persistencia de la memoria, dentro de su connotación universal como el recuerdo, hilvana el conflicto y el desencuentro del escritor.


La confrontación de subjetividades surgen de la intensión de hacer visibles los hechos del pasado, de querer emular respuestas, incluso a la presencia de la ausencia. El libro de Walter Jimbo adquiere universalidad al momento en que los sentimientos se hermanan dentro de una colectividad. Nos sugiere esa desesperación de volver a poblar los lugares intocables por el cuerpo: la casa de la infancia, las paredes con manchas, los juguetes extraviados. Palpable en la obra literaria es el binomio resistencia y nostalgia, que no piden explicación, más allá de lo que se pueda intuir.
En Agua, la voz narrativa nos habla otra vez desde un universo de arraigo, desde una raíz que se extiende hacia personajes remontados muy lejos del olvido: la madre, el hermano. Las palabras que entre ellos solo la literatura ha podido rescatar, con el más decorado de los lenguajes. Va de cuento:
Regresábamos con dos baldes cada uno, descansando cada cinco pasos. Él se adelantó a pesar de que era más pequeño. Era más fuerte y yo lo admiraba. Iba con sus pantalones cortos y su ternura amarilla, era algo delgado y tenía el pelo claro. Mamá en casa preparaba el almuerzo. Antes de ir a ver el agua, estábamos en el patio de tierra, que no termina, sino en la colina del frente que estaba lejos, muy lejos. Mamá adentro cantaba desde el lugar de su infancia, desde la mañana que jugaba en el río con sus hermanos, o desde la llovizna tibia que la cobijo en casa de los abuelos.
Es palpable la atmósfera construida mediante una simbología encarnada en el lenguaje: la mañana, la llovizna, la infancia, un patio interminable y los otros, ahora en un mundo inexistente. La huella como una totalización para seguir viviendo. Citando a Derrida: “El otro en nosotros, la irreductible precedencia del otro en nosotros; en otras palabras, simplemente la huella, que es siempre la huella del otro, la finitud de la memoria, y así el abordaje o remembranza del futuro. Si hay una finitud de la memoria, es porque hay algo del otro, y de la memoria como memoria del otro, que viene desde el otro y retorna al otro” .

Walter remata el cuento con la muerte como espejismo, que contribuye a la estructuración de una historia. Cito el final:

Ignacio no volvió. Se quedó tirado en el piso, sangrando, palpitando aún, con el corazón fresco y caliente, como el de un gorrión agónico. No alcancé a pintarle alas. Le di un beso y los labios me quedaron manchados de su último gemido.

En Alas Viejas, el narrador sufre un desdoblamiento, la voz muta de masculino a femenino. Los demás cuentos que componen el tríptico muy bien se relacionan con los títulos tales como: El enemigo en casa, Dibujos, Últimas huellas, Telegrama, El fin, La piedad de los otros, El presagio, Insomnio, entre otros. Leer a Jimbo constituye una experiencia en lo más profundo del ser, sus textos logran una combinación de tristeza y ternura. Escribe el poeta desde su averno, aliado a sus demonios. Adentrarse en sus cuentos es rendirle homenaje a una obra que, como muchas otras, dentro del Ecuador, no pueden pasar desapercibidas. Este corto ensayo es a la vez, como anoté al inicio, una especie de misiva al poeta que imagino, debe seguir escribiendo desde la isla donde habita, o en su revés, desde la isla donde se siente habitado.


Carlos Luis Ortiz M. (1979) Poeta, catedrático universitario y comunicador social. Realizó una maestría en estudios de la cultura con mención en literatura hispanoamericana en la Universidad Andina Simón Bolivar con sede en Quito. En el 2005 obtuvo la primera y única mención de honor en el concurso nacional de poesía Jorge Enrique Adoum con el libro Zigzag del solitario, publicado por el sello Machete Rabioso editores. En junio del 2009 forma parte de los finalistas en el concurso internacional de poesía el verso digital en Andalucía - España con el poema Un lugar sin estaciones. Actualmente prepara la publicación de otros poemarios.