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31 ene 2008

Porque nuestro es el exilio


Por Sonia Manzano Vela

Luis Carlos Mussó, Ángel Emilio Hidalgo, Ernesto Carrión y Fabián Darío Mosquera, poetas cuyas edades van desde los 24 años hasta apenas los 37 se apropian del territorio del “exilio” porque están plenamente convencidos de que éste les pertenece. Para convencer al lector potencial de lo que con tanto énfasis proclaman a través del categórico título de la selección antológica que en forma colectiva los contiene, esgrimen sus discursos líricos, todos ellos de calidad muy reconocible, en el por demás “desestabilizante” poemario “Porque nuestro es el exilio”.

Con la lectura que realizaremos, trazaremos apenas un esbozo muy ligero de la muestra lírica de cada uno de los cuatro autores incluidos en esta interesante selección, esbozo que deberá ser completado por cada lector de los numerosos lectores con los que de seguro contará la antología citada.

  • Propietarios del Exilio

Con el tono de las profecías de Nostradamus, preñado de un lenguaje sentencioso a través del cual los presagios son anunciados con imágenes de complejo desentrañamiento, así encontramos la valiosa y muy elaborada poesía de Luis Carlos Mussó, aclarando que el empleo del término “elaborada”, en este caso no es sinónimo de “rebuscada”, sino que con éste pretendemos designar el nivel de maduración que el poeta ha alcanzado al cabo de un proceso en el cual tuvo que ahondar en sentidos extraños con la obsesión de un alquimista empeñado en encontrar la piedra filosofal del lenguaje.

Mussó ha negado a la palabra por más de tres veces, ha proclamado su absoluta inutilidad con radical dureza con expresiones como ésta: “Para qué la palabra, si sus adefesios ya no son solamente una epístola escrita y dirigida a los habitantes de la ciudad quebradiza. Para qué la palabra si sangra para que nazca el ángel en plena cabalgata. ¿Para qué la palabra? ¿Para qué?”.

Frente a esta pregunta, el lector, necesariamente especializado también se interroga: ¿Qué clase de subversión es esa que vuelve ansioso al lenguaje; la que encuentra respuesta en la práctica creativa del autor, que apunta, principalmente, a satisfacer esa urgencia por dotar de derroteros de exclusividad al discurso, posición que lo mueve a prescindir de temáticas y lenguajes localistas, a la vez que lo centra en la propuesta de dotar de un palpable sentido de universalidad a su poética?

De ahí que si intentamos trazar un canon entre Mussó y otros autores, tendríamos que remitirnos a nombres de una universalidad tan manifiesta, como los de Rimbaud, Lautremont, Baudelaire, Pessoa, Celan, Eliot, y, en lo referente a los ecuatorianos, a Tobar, Gangotena, entre otros; canon cuyo trazado también atiende a esa eclosión caótica de elementos que es el punto de partida común a los autores mencionados, similares a esos fondeaderos pessoanos atiborrados de paquebotes, pitidos vaporinos y más referentes marinos.

Mussó opera sobre una dimensión caótica para de ella extraer materiales de opacidad escogida, con los cuales logra configurar sus “iluminaciones” o visiones de estética y desolada factura, pues con ellas duplica un “universo de orogenias” un continente de muñones goteantes en los que el instrumento verbal se autosolaza de la pericia lograda en el “Arte de Sangrar“ La sangre se confunde en la cúpula de la sangre”. En el ejemplo, a continuación, la humedad lasciva está sugerida por signos de poético refinamiento: “Ahora que un nocturno incendio va consumiendo duelo a duelo el puente tendido entre tu garganta y mi blasón endurecido a flor de humedad, se confunde la sangre con la cúpula de la sangre”.

Maurizio Medo, el prologuista de los exiliados, es decir del cuarteto de cuerdas para tango de avanzada, anota que Mussó apuesta por el ocultamiento al referirse al poema “Ajedrez”; pero curiosamente, este ocultamiento no puede ser más revelador de ese “combate de reyes” absolutamente carnal que se cumple en los 64 escaques de un tablero, poema maestro que resume un erotismo cualitativo de amplios efectos:

“Cojea nuestro aliento en este juego de reyes. Mi ariete embiste/barrena las carnes/incursiona en la memoria/se duele de ti/nos inunda pues tu saliva lo festeja y lo corona -peón por reina-

“El surco esta abierto para las tablas –nadie sabe de quién es la victoria (Peón X R++) nadie sabe de quién el jaque mate”.

Mussó, al igual que Carrión y Mosquera: ¿escribe poema en prosa o hace prosa poética? Ante esto, nosotros afirmaríamos que hace poesía en versos largos en los que el ritmo no se quiebra, sino que se mantiene como un “manglar de muslos” o como un virtual sustentáculo cadencioso sobre el cual el lenguaje acomoda su implícita musicalidad, característica esta última que salva a la prosa de ser prosaica a secas, determinándola como poesía y como nada más que poesía.

Versos configurados como versos dotados de un acento de levedad pese a la hondura conceptual que sobrellevan, son los que le pertenecen a la poesía de Ángel Emilio Hidalgo.

La figura del visionario que es capaz de avizorar en los signos últimos de su discurso los orígenes remotos o el gen primero de su poética, se hace presente en la obra de Ángel Emilio Hidalgo. Orígenes que, contrariamente a los casos Mussó, Carrión y Mosquera, no arrancan del caos, sino del vacío, que es la completa ausencia de todo, pues ausencia, y no otra cosa, es lo que emerge por líneas que confiesan: “Vi como las palabras se desvanecían/una tras otra hacía su origen”. Y en ese desvanecimiento o en esa progresiva disolución del lenguaje acaecida en tiempo retrospectivo “No había tiempo para recoger a Dios”, y de hecho, el sujeto lírico o la voz poética no lo incluye de manera explícita como tema, aunque se lo percibe como ente tácito en no pocos textos.

Los dos grandes asuntos sobre cuales gira la poesía de Hidalgo, son el Hombre y el Tiempo. El hombre es el objeto que más corroe el tiempo, pues el tiempo es el devastador “tránsito del polvo que silencioso estalla/bajo la piel del día”.

El hombre es consumido por el tiempo y el tiempo se consume a sí mismo usando como yesca propia la concurrencia natural de todo lo que tiene vida.

Pese a que el Tiempo es el cauce natural del destino de todos los hombres, el discurso de Hidalgo levanta una mano para detener el recurrir irremediable de los años, o cubre con ambas manos “el rostro impávido del tiempo” para que ese picapedrero de instantes así como lo llamó Carrera Andrade, no se espante ante su obra destructiva, para que parte de él quede “inmune al paso de las horas/al peso incontenible de la muerte”.

Una tristeza de garúa fina, que cae como harina bíblica sobre la poética honda, sobriamente cadenciosa y definitivamente estética de Hidalgo, es la que se deja apreciar en versos como éstos:

“Dime, tú que abandonas mis huellas dactilares
hacia dónde caminan las palabras”.

La Poesía habla de la Poesía en la obra de Ernesto Carrión, como una de sus obsesiones temáticas, creando así un paralenguaje cuya función es la de reflejar en sí, “como un espejo astillado bajo la luz caliente”, la imagen claroscura, huidiza, delirante de la Poesía, a la que él define como “Ese hermoso monstruo/reflejo fiel del ser humano que no construye ni destruye nada”, conceptualización contundente que se contradice con la que Carrión ha emitido sobre el poeta y su función, al que considera como un “Midas diferente [...] que sólo deja destrucción en lo que toca”, contradiccion que no devalúa al discurso, sino que lo prestigia significativamente, pues no en balde la lírica más perdurable es la que funde su esencialidad discursiva sobre el detonante impredecible del conflicto: ergo, sobre emociones contradictorias. Acordes con este personal juicio nuestro, la palabra más honda, en su más desnuda acepción, no es la que se acepta a sí misma, sino la que se traiciona todo el tiempo. El poeta Carrión no solo reconoce que la palabra es “otra forma de traición”, sino que se solaza en acuchillar, sin vergüenza, los odres vinosos en los que se concentra “la convicción de que hemos entregado al inocente a cambio de algo así como de 33 denarios”, por eso lapidariamente confiesa:

"Yo he asesinado a un hombre y esto no hay vergüenza"


Intensidad flamígera envuelta en “trapos de ceniza”, es la que insufla sus alcances, entre surrealistas y simbolistas -Bretón y Baudelaire, Mallarme y Gerardo Diego- en imágenes de fuerte literaturidad, las que con impía desnudez nos demuestran que “esta es la hora en que la muerte remoja nuestro pan en su plato de novia”.

Arte poética que agrede con singular contundencia al propio sujeto que la ha configurado mediante la escritura en la que hizo coincidir “dolor y decadencia”, una escritura que ha terminado por constituirse como “prueba contra sí mismo”, de “todo aquel que no ha sentido en la poesía mayor necesidad que la de ocultarse” o como todo Poeta:

¨hijo de puta escondida en los zarzales”

Obligado a priorizar “su herida como un rostro sobre el rostro”, como una máscara sobre su propia máscara.

Símiles y epítetos desbordantes se aprisionan en la abigarrada textualidad del más joven de los poetas que moran y mueren sin morir en el exilio que se han impuesto: Fabián Darío Mosquera, tallerista de Miguel Donoso y con obra todavía inédita.

Con los símiles, Mosquera asocia, antes que referentes semejantes, referentes de significados opuestos, y al confrontarlos, provoca incongruencias de sentido que se constituyen en el foco generador de imágenes de inédita originalidad, como ésta: “El cajón de cervezas en el patio como una cabaña de negros”.

Mosquera, al igual que Carrión, también se interesa en desentrañar los orígenes de esa enfermedad patética cuyo principal síntoma es el de llenar y llenar, con obsesión enfermiza, páginas en blanco.

Sus indagaciones lo llevan a descubrir que posee “una vocación convulsa que brota desde el eje de la médula”, la que le ordena, más que le permite, “exhumarlo todo con justicia, incluso las contradicciones”.

“Igual que un traje de novia mancillado por el vino”, simil, claro está, de Mosquera, la poética de este exiliado esta salpicada de influjos provenientes de la tradición lírica en lengua hispana: percibimos más a Quevedo, a Octavio Paz, a Xavier Villaurrutia, antes que a los poetas malditos franceses,

Los dos sonetos incluidos en la muestra de Mosquera, a los que él titula “Virgen de medianoche I y II”, no hablan solamente del apego del autor hacia una de las formas más nobles de la lírica renacentista, como lo es el soneto, sino que evidencian el notable dominio retórico - conceptual que este autor tiene en el trazado piramidal de una forma a la que el tiempo no ha podido sepultar en el olvido.

"Te abrazará como a un cabildo el hambre del corsario y sentiras de piedra o de arena los castillos, serás de luces y navajas un denario. "

Esquife de silencio, canción de arcilla, cien formas de ti mismo tejen el inventario esposa de sal, jirones de sudario.

Y abundando en esto de los influjos, hay una veta de orden creacionista pululando por ciertos textos: Hay una “golondrina” que va dejando sus muescas caligráficas en degradé progresivo a lo largo de poemas evanescentes, desvanecentes, como en éste que dice:

Ardo bajo tu nombre/ como un ebrio/ crucificado contra el alba

Y hay una precisión convincente en el manejo del micrograma, cuando expresa:

Luna
mendrugo que muerden los mendigos
con los ojos solamente.

Y ahora, después de haber tratado en forma por demás somera cada estilística particular de estos jóvenes expatriados de territorialidades conocidas, surge una pregunta a la que habíamos empezado a formular desde el inicio de este breve estudio. ¿Estamos ante una nueva generación de decapitados? si y no: Sí, porque los “piélagos ignotos” de los modernistas ecuatorianos son equiparables a esas lejanías desconocidas hacia las cuales se dirigen los discursos de los exiliados.

No, porque en esta poesía, y como una actitud común, se hace expresa la voluntad de “torcerle el cuello al cisne modernista de engañoso plumaje” lo que se homologa con esta expresión de Mussó que dice “tocarle el cuello a la flor excitante de sabores más agrios”.

Sí, porque en el banco de lecturas cuanto de los modernistas cuanto de los autores que estamos tratando, se visualiza la convergencia de obras simbolistas y parnasianas; no, porque Medardo Ángel Silva y sus adláteres tomaron a la muerte como destino mientras que para este cuarteto, poseso de una postura existencialista, “la muerte no es nada, si no existe el hombre que lo invente”.

Sí, porque hay una rigurosa pero nutrida "pedrería trizada" en el lenguaje fonético, es decir formas altamente canoras a la usanza modernista, lo que ubica a los exiliados como “alquimistas del verbo, arquitectos de agua y lapislázuli” característica que suscita versos tan impregnados de funciones lingüísticas, como éstos: “Cae de tu boca un alfabeto de jaguares y vuelvo a la peregrinación de substancias elegidas”.

¿Qué más podríamos añadir a lo que ya hemos dicho? pues, muchísimo más: la obra de estos auténticos poetas merece una exploración “in situ” detenida e inteligente. No estamos frente a un grupo más de esos que desaparecen más rápido de lo que aparecen, con membrete y todo, en la literatura ecuatoriana. Sin caer en el cálculo del elogio -porque cada elogio, por lo general, trae tras de sí la intención de caerle bien al o a los elogiados-, diríamos que estamos frente a un hito discursivo similar al que protagonizaron los decapitados o el que fue configurado por el estupendo Club 7 que lideró la “cabeza cansada de palabras“ de David Ledesma; hito que merece un análisis no sometido a la presión de la angustia que se genera cuando no se cuenta con el tiempo suficiente para hacerlo.

Concluimos diciendo que pese a las características comunes que articulan en un solo estilo generacional a las voces de los autores tratados, cada una de éstas posee una identidad estilística propia, pues, como dice Hidalgo: “el verbo es uno solo/y a él se adscriben las voces incesantes”.

Mussó, Hidalgo, Carrión y Mosquera son poseedores de timbres solísticos personales e intransferibles; el libro “Porque nuestro es el exilio” es una confirmación bella e irrefutable de ello. Mientras tanto “que siga la uña del relámpago/en el pubis de la noche”