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28 ago 2006

Creacíon
DESDE CUENCA
Desde hace años, se han consolidado en Cuenca voces importantes de la lírica contemporánea del país. Si bien no todos son nacidos en esa ciudad del Austro y, en el caso de Roy Sigüenza, sea considerado por los cuencanos como perteneciente al ciclo Costa con un lapso de estudios en su ciudad, es innegable que estos cuatro proyectos de escritura giran alrededor de ese punto de nuestra geografía. Son ellos el citado Roy Sigüenza, Cristóbal Zapata, Galo Alfredo Torres y el lojano Franklin Ordóñez. Todos con formación académica en Letras, todos con algo que decir.

ROY SIGÜENZA
(Portovelo, 1958) Ha publicado Cabeza quemada (1985), Tabla de mareas (1998), Ocúpate de la noche (2001) y La hierba del cielo (2002).

PISTA DE BAILE

Aunque prefiera la danza cheyenne,
el vals le va bien a Mr. Whitman.

Baila confiado en los brazos de Jack,
su último camarada.

Sus pasos son naturales
sobre la brillante sala del bar.


CONSTANTINO KAVAFIS

Mi atrevimiento era conocido en toda Alejandría. Con mi arte anduve, libre, por sus calles –buscaba los placeres audaces-. Yo, un griego, partidario de hablar y escribir en demótico, alardeé de mis amantes en unos cuantos poemas anónimos, donde exalté la belleza de sus jóvenes cuerpos, la única verdad de mi tiempo –oscuro y confuso- a la que fue fiel mi vida solitaria.


LA INVITACIÓN

llega el Ángel del Señor
ven y búscame
no diré nada si afilas en mi cuerpo
tu espuela de esmeralda
con la que en la noche me herirás
dulcemente me herirás.


EN EL EMBARCADERO

tu tren llegó en la madrugada
las aves desembarcaban y seguían la calle
rumbo a las tabernas
una mujer había olvidado sus maletas
(dónde está mi amor, gritaba al mar)
yo era el corazón que te buscaba
entre los afilados peces de la bruma
hasta que comenzaron a caer
enceguecidos por el ácido de la mañana

nadie tuvo tu nombre ni tus huellas



GALO ALFREDO TORRES
(Cuenca, 1962) Ha publicado Cuadernos de Sonajería (1997), Sierra songs (2003) y trabajos de traducción de poetas franceses al castellano.


VISITAS ESPERADAS

a Guille y Lou,
que nunca se fueron.

Nadie se va.
Nuestros muertos se quedaron aquí.
Y si acaso partieron, regresan, siempre regresan.
Sonriendo saludan desde
la callada nave que nos visita al amanecer
y acodera en los silenciosos puertos del sueño.
Los míos, confundidos entre tanto pasajero, regresan.
O bajan por el hilo de agua que a veces cuelga de mis ojos.
Cuando camino a solas
estoy seguro de haberlos escuchado hablar por mi lengua.
Suelen llegar a la hora de la mesa
y se sientan a la izquierda de mi padre
y ríen como lo hicieron esa tarde de río crecido.
Alguna noche se acuestan a mi lado
y como operadores de cinematógrafo
me cuentan una película en blanco y negro
(voy en un viejo autobús
y me enamoro de una muchacha
que con sus tacones marca el compás del mundo).
Es como si el color de sus nombres
o la estela de sus gestos aún colgaran en el arco de mis cejas
y de tarde en tarde flamearan como lo hacen en el tendedero
las sábanas recién lavadas por mi madre.


TINTA SOBRE EL AGUA

Si me hubiese sido otorgada la gracia
para escribir un epitafio
-nada más uno-
sobre la extensa lápida de agua
que cubre el cadáver de los náufragos,
quizá podría escuchar sus voces
que desde el fondo del mar
recitan las cartas de amor
que el agua les quitó.
Pero mi escritura es tan frágil, temblorosa y esquiva
que apenas he logrado bracear hasta esta línea.
(Además, hace tanto que no voy al mar,
que cuando me vea, ¿me reconocerá?)


ÁLBUM FAMILIAR

a Sigüenza,
forever and a day

Los colores, rasgos y nombres;
el movimiento, los aromas y demás movimientos.
Los primeros rostros, quejas y gritos
de los que me aprovisioné para subir hasta estas montañas.
Los lactantes, escolares y cuadernos
que me habitaron o por cuyos ojos lloré.
Mis adolescentes cuerpos de los trece o catorce años
que me revelaron los dones del amor
y los borbotones del placer.
Los labios de mi juventud que tan poco o nada besaron.
Los adultos que abandoné como la serpiente su piel,
-aclaro que mi cuerpo carece de trazos especiales,
aunque se asemeja al de algunos hombres-.
Esta voz que se cree mi yo
y de la que obedezco lo que me dicta.
Los ancianos que me arrastrarán por salones vacíos
o en los que enfermaré de males conocidos.
Todos, todos, nos reuniremos en la última noche.


CRISTÓBAL ZAPATA
(Cuenca, 1968) Ha publicado Corona de cuerpos (1992), Te perderá la carne (1999), Baja noche (2000) y No hay naves para Lesbos (2004).

EL CINE FLORENCIA


Conocí a un hombre que una vez liquidó a una chica
cualquier hombre podría liquidar a una chica,
cualquier hombre tiene que, necesita, quiere
una vez en la vida, liquidar a una chica.
T.S. ELIOT

Cada tarde, cuando el ocaso se aproxima, me escabullo sigilosamente por el pasaje Florencia para volver a su antigua sala de cine. Hace algunos meses soy el único huésped de este asilo de espectros y de escombros. A nadie más parece interesarle esta película muda, a cuya única función asisto con puntualidad y estremecimiento: durante cuatro años una mujer es amada por un hombre que ignora. Un día él, incapaz de transmitirle su amor, incapaz de soportar su impotencia para decirle que la ama -solo por haberla visto, por haber sido el involuntario testigo de su belleza-, concibe matarla. Unas horas después, girando el revólver entre sus manos, recostado en su habitación, el hombre descubre espantado la inutilidad del crimen: comprende que no podrá olvidar a la muerta; que está condenado a recordar su imagen mientras vivió y la adoró en silencio; que ya no podrá olvidar su rostro que la agonía desfigura vertiginosamente, su boca borboteante de sangre.
A veces el organista -a quien sólo he visto de espaldas-, como si extraviara la partitura, como un dios protector e indulgente, improvisa un vals. Sé que busca distraerme, apaciguar mi aflicción y mi derrota, pero su gesto es tan impune como el del asesino. Como él, en la penumbra de la sala -yo pecador, yo inocente, yo culpable-, manoseo el revolver lleno de pavor y tentación.

PLATA QUEMADA
La muerte nos cerca
avanza a prisa por las escaleras y los corredores.
A trompicones militares, multitudinarios
La Ley nos dará caza antes del amanecer.

Sólo quedamos tú y yo
desnudos, invictos entre el fuego cruzado
y el agrio humo de los billetes
(trabajos de amor perdidos,
fugaz y fatua papelería bancaria).

Tu cuerpo y el mío
embadurnados de ceniza y de sangre
brillantes de Amor, eternos, invencibles.
Porque nuestra pasión es inmortal
amado Nene que ya duermes entre mis brazos
como un niño recién nacido de mi vientre.

¿Sabes?
Ya no escucho nada
las voces se han ido para siempre.
En la hora de nuestra muerte
el silencio es perfecto.

Universidad de Cuenca, enero 16, 2006.

DEL COMPORTAMIENTO ANIMAL

Con la misma inocencia de los peces
cuando se sumergen en los tesoros
de los naufragios centenarios,
así los hombres penetran los cuerpos
de otros hombres que ignoran.

FRANKLIN ORDÓÑEZ

(Loja, 1973) Ha publicado Mapa de sal (2001) y A la sombra del corsario (2004).
***
Con tu semen y tu sangre escribe en mi rostro la filosofía de Sade:
Mientras yo sea feliz, lo demás no importa

***Somos el rancio semen de Cristo, nada más.
Sólo las huellas muertas de un antiguo dios.

***
Déjame leer los versos de tu carne
(Como golpes o gotas de sangre
tu nombre
cae malherido en mis labios)
Déjame leer los versos de tu carne.

***
Besé tus ojos, el mar espeso de tus labios.
Te susurré:
-Cabrón.
Con fuerza:
-Hijo de puta.
Deslicé mi lengua por tus piernas,
lamí tu trasero, las axilas con sabor a tierra fresca.
Bebí tu marea blanca y turbulenta.
Nico, aprisióname con la violencia de tus cielos.
A la sombra del corsario
“El único destino es seguir navegando
en paz y en calma hacia el siguiente naufragio”.
JOSE EMILIO PACHECO



Se retuerce la noche, animal en celo. Perfora la piel, los huesos donde escribo la historia. Sube el mar: espejo y pájaro de agua; siembro tulipanes en el vientre de gaviotas. Recorremos Goya, de las bocas del metro emergen relámpagos, delfines, toros que navegan sobre espadas. Pero abres las alas, desapareces. Enloquecido me lanzo a la ciudad, te busco. Azoto mi cabeza contra el muro. La marea me arroja al país de barro y espejismos, de gangrena y minerales. Torpes las montañas me consuelan con historias de amores quemados. Te retengo en pedazos de papel, en mi piel donde dibujaste ciudades muertas. Te retengo en historias de hormigas, en la balanza, la sal que bebí de tu espalda. Lanzo mis alaridos a la cordillera, al nudo lleno de paja y fantasmas. Qué lejano el invierno, sus noches, nuestro lecho de metal y marihuana. Qué cercana tu voz, tus palabras con piedras de sol… Tus manos que atraparon las mariposas de mi garganta.

Keanu Reeves
Sabes a mares del sur
ceniza de marihuana.
Llego a tus nalgas.
Qué importan los versos,
la música, Manhattan.
Qué importan las torres desplomadas,
el sur comiendo cieno,
el vacío de los desterrados.
Qué importa el mundo
soy pez de tu mar en llamas.