Reseñas
ATLAS ANA ISABEL CONEJO
EDICIONES HIPERIÓN, 2005
Por: José Arturo Castro
Ana Isabel Conejo (Tarrasa, Barcelona, 1970) fue la ganadora del XX Premio de Poesía Hiperión con su poemario Atlas, el cual aporta al panorama poético hispanohablante una propuesta lírica con una voz que explora en los avatares de la contemporaneidad y construye imágenes a través de la geografía, el mito, la historia y el sujeto de nuestros días.
El Hiperión, considerado un importante “termómetro” de la poesía joven, reconoce en esta ocasión el trabajo de una autora que para nada es una debutante en el quehacer literario (a su haber tiene una prolífica trayectoria de cinco poemarios, una novela, algunos cuentos y varias traducciones de clásicos británicos y americanos), y que a su edad, bordea ya la frontera promedio de lo que se considera como joven dentro del ámbito de los concursos literarios.Atlas constituye un viaje que comienza con la evocación de lugares que se ubican entre la geografía, las ruinas y la quimera, para acabar luego al interior del sujeto poético donde cotidianeidad y existencia, vida y muerte, se comunican entrelazándose de manera constante. Es en este momento del poemario cuando las palabras intentan un mayor alcance para no quedarse solamente en el paisaje y el coloreo, sino para tratar de hablar, por ejemplo, del origen, de la vejez, de la conciencia, de la dificultad de ser. De esta manera, tierra, mito y trascendencia buscan hilvanarse en un recorrido trazado a partir de experiencias donde Conejo asume una reflexión que, sin llegar a profundizar, va y viene entre ficción e historia, una meditación en la que están presentes las preocupaciones que de tantas formas se ha planteado el ser humano: el amor, la muerte, el tiempo, los sueños, etc.
Con ciertos contrastes de intensidad y alcance, gran parte de los poemas del libro exhalan una cadencia despejada y sutil, susceptibles de provocar una lectura más cercana a lo llevadero que a lo pedregoso. Un sucederse de los textos en el que la voz poética busca revisar la vida a través del tránsito por los lugares simbólicos y físicos por donde ésta opta transcurrir; a través también del tiempo, que como un gran eco está presente en el conjunto del poemario. Hay asimismo un notable trabajo en lo formal, una consecución de imágenes mediante un lenguaje evidentemente labrado, que consigue construir un registro metafórico estable en su seducción y a veces ligereza.
También, las realidades que vivimos en los comienzos de este siglo son coordenadas de fondo que la autora traza en su Atlas, la atmósfera que habita en muchos de sus textos. Las relaciones y contraposiciones entre modernidad y tradición, entre lo propio y lo ajeno; el deterioro de la naturaleza y sus consecuencias; la sociedad de consumo con su banalización e incidencia en la vida cotidiana; las paradojas de un mundo contemporáneo donde el sujeto es lugar de flujos (otro sitio dentro de los sitios del mapa lírico) donde se hibridan los cambios socioculturales que trae consigo la época, donde desencanto y escepticismo encuentran asidero y matizan el talante del ser humano de nuestros días.
Estos son los territorios que principalmente en prosa poética explora el libro de Ana Isabel Conejo, el itinerario de un tanteo telúrico-existencial que vale la pena recorrer. Una jornada que en definitiva nos pone ante una poeta afianzada y desconocida en nuestro medio.
SÓLO VÍCTIMAS
Déjame que te cuente las ofensas del mundo: las altas cordilleras oponiendo sus siluetas frágiles contra un humo incesante de rapiña y de muertos, los glaciares azules profanados de restos de basura; déjame que te hable de la estela aceitosa de los barcos mercantes, de las sucias espumas de las aguas fecales en las que se alimentan los flamencos. Yo los he visto. Aves rosadas, tan hermosas que te lloran los ojos al mirarlas, como al mirar un cielo de poniente. Ponen huevos enfermos. Y esos niños de África con su triste ropaje de huesos prominentes, hijos de nuestro miedo. Mientras desde muy lejos nos exhortan a rodar silenciosos en grandes coches de motor alemán, a borrar nuestro olor con aerosoles que dejarían ciega a una gaviota. Cifras. Nos suministran datos comparativos de las últimas décadas. Como si así pudieran explicarnos por qué hace ya dos años que no anida en mi casa la sírice gigante, por qué el viento de marzo no huele como siempre. Y lo peor es que ya no hay verdugos: sólo víctimas. Sólo aterradas víctimas culpables. Animales enfermos que intentan protegerse refugiándose en un hipermercado, yendo a clases de bailes de salón…
Déjame que te cuente las ofensas del mundo: las altas cordilleras oponiendo sus siluetas frágiles contra un humo incesante de rapiña y de muertos, los glaciares azules profanados de restos de basura; déjame que te hable de la estela aceitosa de los barcos mercantes, de las sucias espumas de las aguas fecales en las que se alimentan los flamencos. Yo los he visto. Aves rosadas, tan hermosas que te lloran los ojos al mirarlas, como al mirar un cielo de poniente. Ponen huevos enfermos. Y esos niños de África con su triste ropaje de huesos prominentes, hijos de nuestro miedo. Mientras desde muy lejos nos exhortan a rodar silenciosos en grandes coches de motor alemán, a borrar nuestro olor con aerosoles que dejarían ciega a una gaviota. Cifras. Nos suministran datos comparativos de las últimas décadas. Como si así pudieran explicarnos por qué hace ya dos años que no anida en mi casa la sírice gigante, por qué el viento de marzo no huele como siempre. Y lo peor es que ya no hay verdugos: sólo víctimas. Sólo aterradas víctimas culpables. Animales enfermos que intentan protegerse refugiándose en un hipermercado, yendo a clases de bailes de salón…
MASHKAN-SHAPIR
Mesopotamia es sólo un arañazo de oro en la superficie del desierto, un nombre griego, llaga de agua y palmeras entre el polvo y la sed,
pero ese nombre esconde multitud de Venecias muertas entre las dunas.
Sabemos de una de ellas: Mashkan-Shapir. Tres puertas. Los canales hundían su esqueleto de lluvia en los blandos aluviones del Tigris. Había un templo al dios de la muerte y otro al sol. Extraño culto doble a la ardiente evidencia del ser y su reverso.
Quién sabe si en sus casas se oirían los pájaros. O qué reptiles casi transparentes dormitaban inmóviles al calor de sus muros, qué insectos atraídos por la oscura promesa de la sangre se agazapaban en sus lechos, cuántas veces se echaron a perder en las cestas los frutos corrompidos por el verde polvoriento del moho,
Quién iba por las tardes al jardín de palmeras junto al muro del norte, o qué palabras sonarían más dulces en sus labios, cómo se sonreía un poco el pescador más joven al clavar sus arpones en el cuerpo de plata de los peces fluviales, qué refrán repetían las abuelas acerca de la sed
Nunca los muertos estuvieron tan muertos
tan a merced del viento
tan perdidos…
pero ese nombre esconde multitud de Venecias muertas entre las dunas.
Sabemos de una de ellas: Mashkan-Shapir. Tres puertas. Los canales hundían su esqueleto de lluvia en los blandos aluviones del Tigris. Había un templo al dios de la muerte y otro al sol. Extraño culto doble a la ardiente evidencia del ser y su reverso.
Quién sabe si en sus casas se oirían los pájaros. O qué reptiles casi transparentes dormitaban inmóviles al calor de sus muros, qué insectos atraídos por la oscura promesa de la sangre se agazapaban en sus lechos, cuántas veces se echaron a perder en las cestas los frutos corrompidos por el verde polvoriento del moho,
Quién iba por las tardes al jardín de palmeras junto al muro del norte, o qué palabras sonarían más dulces en sus labios, cómo se sonreía un poco el pescador más joven al clavar sus arpones en el cuerpo de plata de los peces fluviales, qué refrán repetían las abuelas acerca de la sed
Nunca los muertos estuvieron tan muertos
tan a merced del viento
tan perdidos…