Creación
El último deseo
Por: María Gabriela Borja*
Dé de Nadie es un hombre triste. Uno de esos ejemplares que pasan inadvertidos por todos lados. Su presencia es ignorada, ni siquiera repudiada, simplemente es como si no existiera. Siempre viste de negro, pero ni eso contribuye a atraer la atención de los otros. Sale de su casa temprano, camina durante una hora, regresa, se prepara su desayuno y toma una ducha. Luego va a su oficina en el periódico menos leído de la ciudad y se queda trabajando hasta muy entrada la noche.
Luego, Dé de Nadie escribe cuentos en el Mayo del 68. Se sienta en un rincón cerca del baño y otea la pista, la euforia, las parejas, esas viejas circunferencias mágicas que cuelgan del techo y el retrato de Marilyn Monroe sonriendo eternamente. Dé no acostumbra frecuentar otros sitios. Persigue obsesivamente el abstruso lugar que acoge su esqueleto noche a noche, a la espera de escribir en su libreta las ansiadas palabras que lo llevarán a la fama. El cuarentón ya no tiene otro sueño. A todos los fue asesinando entre borracheras y entrepiernas de alquiler.
Su esposa lo dejó una mañana de abril sin más explicación que el tedio. Recogió sus escasos haberes y se fue llorando, seguramente por lástima hacia aquel hombre derrotado, infeliz, lleno de complejos y promesas incumplidas. Desde entonces, Dé no abandona su libreta. Se refugia en ella como un asceta en el templo para acariciar el opio de la redención. Dé no tiene amigos, nadie lo soporta. Existen personas que nacieron para pasar desapercibidas entre las demás. Son como el patito feo pero sin hada madrina. Dé pertenece a ese grupo.
Dé de Nadie salta inesperadamente a bailar frente al cuadro de Marilyn. La gente ríe, lo creen ebrio. El negro de la consola programa ritmos frenéticos para avivar la sangre del hombre que se desnuda mientras mueve mal su cuerpo avejentado, simulando pasos seductores. Todos rodean a Dé y hasta la sonrisa de Marilyn parece más ancha. El dueño del bar se aproxima y susurra algo en su oído. De pronto, el viejo escritor desconocido se detiene, vuelve a tomar su libreta y apunta dos o tres líneas más. Bebe la última copa de aguardiente, se dirige al baño y tira varias veces de la manija.
La fiesta continúa en el Mayo del 68. A nadie le preocupa la ausencia de Dé. Ninguna persona se sorprende al no encontrarlo en el lugar habitual. Nadie intenta ir hasta el baño para saber si le ocurre algo. Nadie lo extraña y nadie lo hará porque Dé siempre ha estado solo. La música sigue resonando en el local, las parejas bailan, se besan, los ebrios gritan putamadrazos, los mirones se deleitan con los traseros de las mulatas que colman la pista. Todo sigue su curso hasta que un grito suspende el jolgorio. Cansado de esperar, un hombre ha forzado la cerradura del baño y encuentra a Dé, que yace muerto, ahogado en su mierda, con la libreta hecha ciscos y la foto de su exesposa pegada en el espejo.
* María Gabriela Borja es una joven narradora ecuatoriana.