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18 ago 2006

PRÓLOGO A UNA ANTOLOGÍA DE POETAS HISPANOAMERICANAS *

Por: Mario Campaña

Nada puedo decir sobre estos poemas, nada debe decirse, nada que pueda o deba precederles, postergar su lectura, el acto inminente y eminente que merecen. “Frente al mar hondo/uno debe callar hondamente”[1]. Ante estos poemas es mejor callar, en efecto. Tal es la riqueza de su ofrenda y la urgencia de nuestra necesidad. Tal su acuciante encantamiento.
En la literatura contemporánea no conozco nada más esencial y por tanto más perentorio que la poesía que escriben las mujeres en Hispanoamérica.
Puede uno especular sobre cómo ha llegado esta poesía hasta su visible vocación de probidad y de verdad; imaginar, por ejemplo, que su propia condición ha obligado a la mujer hispanoamericana a situarse de espaldas a cuanto pudiera amenazarla, poner en peligro su supervivencia, por fascinante que fuera, señaladamente el nihilismo, que desde tiempos lejanos arrastra con una fuerza inelectuable hacia la angustia o el envilecimiento a la mayoría de los hombres. Se puede incluso llegar a decir que “aun sin estrategia,/ la mujer vive/ para la salvación”[2].
Y al hilo de ello podrîamos decir también que uno de los asuntos centrales de esta poesía es el alma, sea lo que sea que cada una de las poetas mencione con esa palabra, pues, aunque de modo diverso, constantemente vuelven la vista hacia esa presencia extraña que en otro tiempo convivía con nosotros, y hoy perece retirada, ensimismada, ajena, tal vez sin ojos y sin voz. Inesperadamente, a través del cristal que unas veces conduce la mirada hacia una intimidad impalpable, iridiscente, y otras hacia la superficie áspera de lo sensible, hacia los objetos y los sujetos, la quietud y el movimiento, la vida social, familiar, polîtica o sentimental, el combate, el juego, la burla y el escarnio, el pasado y la infancia o el futuro y la muerte, las poetas la evocan, convocan la memoria del alma o el alma de la memoria, negándose, creo, a aceptar la terrible conclusión de Artaud que cita Elvira Hernández: “el alma no ha sido más que un viejo refrán”[3].De la eternidad de ayer a la fugacidad de hoy, el alma ha atravesado, atraviesa aún, el tiempo humano, el tiempo de las poetas, como una visión que no cesa, como una fantasmagoría imborrable, desasosegante, y si ha sobrevivido lo habrá hecho más como misterio que como realidad admisible. Y ahora he aquí que estos poemas, en medio de los asuntos de la vida práctica, cotidiana, parecen invitarnos con una conmovedora amabilidad a pensar en nuestra existencia marcada por el desconcierto; a pensar pues en lo que ya no tenemos, en lo que ya no somos: “blancos horizontes éramos”, recuerda, así, un verso de María Auxiliadora Alvarez.
“Horizontes”: sûbitamente nos encontramos definidos así hoy por una mujer, una poeta hispanoamericana, sin alusión a cronología o época alguna. Lamentaría parecer enfático; no es necesario. La realidad es que el abandono del alma nos inquieta y no solo porque “si somos tierra solamente” habría que pedir “que se levante la sesión”, como anotaba con ecos cristianos Nicanor Parra, sino además porque ante los inapelables dictámenes del mundo exterior no podemos prescindir de aquello que puede hacer de nosotros seres más vivos, atentos a la flama de la vigilia, a los peligros de su extinción.
Se puede seguir diciendo, pero creo que nada añadira nada a la naturaleza de los sentimientos que pueden provocar estos poemas. Estamos ante una palabra que debe ser escuchada, ante palabras necesarias, palabras que encarnando, acaso por primera vez, lo mejor de nosotros, esa parte aún extinguida que podría salvarnos, nos invitan a volver a la vida, o a no salir de su reino, a escucharla, es decir, a dialogar e incluso a debatir con ella, con todos. Porque no hay palabra, por cotidiana que sea, por buenas intenciones que tengamos, que sirva para la renovación de la vida si no surge de una necesidad de escuchar, de la escucha misma, y de la urgencia por retribuir la palabra recibida, la palabra de todos.

[1] Verso de Irene Gruss.
[2] Versos de Susana Villalba, en ‘Señas particulares ninguna ‘, del libro Matar un animal.
[3] En ‘Letras & letrinas’, del libro Santiago Waria.  *antologia que aparecerá por la editorial Bruguera de Barcelona, en noviembre de este año.